Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

54. Cadena trófica: lo bello de la naturaleza imperfecta. (Montesinadas)

Sentar a las hormigas y otros insectos frente a las lagartijas fue el primer error. Lindando con estos reptiles, las lechuzas giraban sus cabezas atentas a los nerviosos rabitos de los pequeños saurios sin apreciar la asfixiante vecindad de unas cobras que las hipnotizarían antes de comérselas y que felices, arrastraban ya su lengua bífida por los manteles olvidando el peligro que les rondaba porque, una mínima distracción, y serían pasto de la bandada de rapaces diurnas de gran tamaño que llegaron temprano y clavaron sus garras en las sillas sin importarles que, por otro disparate de la organización, estuvieran rodeadas por un clan de hienas camorristas que las acosaban con su aliento y apostaban que engullirían a esas aves sin desplumarlas, antes de los postres, y se reían, tanto se reían, que no pasaron desapercibidas a la manada de leones ubicados en la mesa imperial que agitaban sus melenas y daban dentelladas al aire, tan pagados de sí mismos, que no pudieron huir de aquellos humanos a los que mordían otros humanos, estos últimos armados con un cuchillo de carne. El festín había comenzado. Arriba en el cielo los buitres volaban en círculos molestos porque no fueron invitados.

53. Taller de escritura creativa

No pudo continuar porque la bala le atravesó el pecho y le hizo caer de espaldas agarrado a la silla que lo sostenía. Antes de perder el conocimiento aún tuvo tiempo de soñar el futuro de unos jóvenes dispuestos a todo para aprender el oficio. Entusiastas, nada manieristas, sin filtros. Pretendía fomentar sus habilidades y convertirlos en escritores únicos.

Si lograba despertar, corregiría los errores de enfoque que estaban cometiendo en esta lección práctica sobre Los cadáveres exquisitos.

52. En la desembocadura del tiempo

Quizás la eternidad tan solo exista en la imperfecta intensidad de un instante incompleto, aquel que guarda escenas desfiguradas, palabras borrosas que el tramposo tiempo recompone y devuelve en su forma más amable.

Podría tratarse de Antonio, o tal vez de María. Lo cierto es que nos vale cualquier persona, seguramente de edad avanzada, una de tantas que contempla fotografías, o quizá vídeos, mientras deambula por los arrabales de su memoria bajo la arena caprichosa de un reloj que gotea granos de momentos. Algunos los recoge al vuelo y los esconde en el lóbulo que menos duele, cerca del hipotálamo; otros se mezclan en sus ventrículos, acelerándolos entre la vieja sangre tantas veces bombeada. El cosmos parece estrecharse con parsimonia hasta que esa persona cualquiera regresa irremediablemente de los lugares imposibles para seguir a la velocidad del tiempo. Entonces, cada imagen del álbum, o quizá de la pantalla, quedará de nuevo errante y huérfana, como un suspiro más en el viento.

51. Pasa la vida (Aurora Rapún)

En el último sorbo de café, el borde descascarillado se tropezó con su labio y le hizo un corte. 

Miró la taza con irritación, luego con pena; por último, la contempló con extrañeza al recordar de pronto que fue el primer objeto que compró cuando inauguró su vida de adulta. La fregaba, la secaba y la guardaba una y otra vez. Solitaria en el armario.

Luego llegó una segunda taza, después los vasos y las copas. Todos fueron arrinconados por los biberones, que enseguida desaparecieron para volver a poner en primera posición a las tazas, que se fueron rompiendo una a una. Hasta que solo quedó esta, la primera. Lo más extraño, pensó mientras se lamía el corte, es que el armario también había desaparecido, y la cocina, y la casa. Y sin saber cómo, las dos habían llegado hasta aquí: una, con el borde desportillado; la otra, con los labios agrietados.

50. ALGUNAS EXPLICACIONES SOBRE EL AMOR

«El amor no es algo que se pueda elegir», pensó mientras salía disparada hacia la Plaza Mayor al salir del trabajo. «El amor tiene mucho más de química que de racionalidad», decían en un reel de Instagram, algo que fue ampliamente rebatido entre sus amigas.

Buscó entorno a la plaza, pero no le encontró. Notaba cómo el corazón corría más que ella y la boca se le secaba. No podía pensar más allá de encontrarle. Seguro que la neurociencia, tan de moda, tendría una explicación. O la literatura, aunque, con sus infinitas palabras, jamás se había narrado con claridad el porqué de ese reconocimiento único entre dos almas que da lugar al amor.

Sol estaba abarrotado y aun así le vio con toda la belleza de la emoción que eso suponía. El payaso de los globos —torpemente maquillado y con una enorme peluca ladeándose según el movimiento de la cabeza— hacía que los chiquillos se sentaran a la espera de un perrito o de una espada. Se quitó los tacones, puso su chaqueta en el suelo y se sentó. Quizás el corazón que acababa de terminar fuera para ella. Quizás, lo mejor, era no buscar una explicación al amor.

49. Diagnóstico erróneo

Espero servirle a mi nuevo dueño. Parece que somos compatibles y tendremos una larga vida por delante. Por fin me sacan de la nevera para volver a sentir el calor humano.

Nos mandan para casa, pero al salir del hospital las promesas de cambio se han esfumado. Su mujer se ha largado con los hijos. Será difícil que sobrevivamos a este ritmo de alcohol.

No me necesitaba a mí, sino un nuevo corazón

48. DES-AFORTUNADO (Rosa Gómez)

Mamá gallina se afanaba en sacar adelante su camada: uno, dos, tres, hasta trece. Pero el último, ¿dónde tenía la cabeza?, ¡era un pollo sin cabeza!, un cuerpecito cubierto de plumas y dos patitas, ¡que se movían! Angustiada por el futuro de su hijo lo empujó esperando que ocurriera un milagro, y ocurrió. El pequeño empezó a rebozarse en el comedero y cuando ya estuvo satisfecho lo hizo en el bebedero. Sus plumas, al igual que las hojas de los árboles, captaban alimento y agua, además le ayudaban a orientarse. Los hermanos rehuían de su lado extrañados, mientras que el resto de animales procesionaban por el gallinero: unos lamentaban su desgracia, otros simplemente se mofaban de su aspecto. Papá gallo lo protegía de agresiones externas, y la madre le prestaba su calor nocturno. Cuando los dueños de la granja lo vieron, creyeron poseer “el pollito de los huevos de oro”, aunque desistieron, demasiado esfuerzo para tan poco beneficio.
El animal, ajeno a tantos sentimientos encontrados, vivía feliz. Un día enviaron a sus hermanos hacia un destino incierto, pero él, por su condición de único, se salvó de una muerte demasiado precoz, incluso para un pollo con cabeza.

47. Egoísmo

Decidió refugiarse en la casa que le habían dejado sus padres como única herencia. Situada encima de una colina a las afueras de un pequeño poblado al pie del monte Fuji. Cada mañana, al abrir las contraventanas de su dormitorio lo contemplaba durante unos minutos. Admiraba esa silueta bella y amenazante, dormida desde hacía siglos, cuyas laderas tapizadas de rocas rojizas, grises y negras, ofrecían una ausencia total de vegetación. La eterna capa blanca que rodeaba la cima le daba un toque de elegancia.

Una noche, sin previo aviso, el volcán decidió desperezarse. Rugidos atronadores anunciaron su desvelado bostezo. Pronto empezó a estirar los brazos a través de llamas espectaculares que dibujaban el cielo. Surcos de lágrimas de soledad se abrieron camino por su cuerpo ardiente hasta desembocar en el pueblo. Las viviendas se derretían como si fueran de papel. Un cielo oscuro y asfixiante se impuso en ese rincón de la humanidad. Muchos de sus amigos se fundieron en el llanto del volcán. Todos los cultivos quedaron arrasados sin piedad. Sin embargo, él desde la colina no podía sentir nada más que fascinación.

46. Arrugas (Miguel Ángel Moreno)

Aquella tibia mañana de otoño, ajeno al tiempo, se sentó en el banco de siempre y comenzó a rebuscar en los bolsillos del abrigo. Al cabo, dio con unos folios arrugados, repletos de notas y garabatos a pie de página. Durante unos minutos intentó estirarlos, hasta que consideró cumplida la tarea.

Con precisión milimétrica se colocó las gafas que colgaban de su cuello y comenzó a leer en voz alta, dándole una entonación entre melodramática y didáctica, como la de un actor recitando poesía. Al rumor de sus palabras, picados por la curiosidad, acudieron unos gatos. Pronto se unieron a su alrededor gorrioncillos, palomas, mirlos y hasta algunos niños recién salidos de la escuela, componiendo un insospechado auditorio. Concluida la alocución, con los papeles hizo no menos de diez avioncitos, unos avioncitos ligeros que se elevaron al aire y a los que escoltaron sus asombrados espectadores con la mirada. Mientras contemplaban aquel vuelo, semejante a un desfile aéreo, un intrépido rayo de sol se posó sobre la despoblada cabellera del viejo profesor.

 

45. (e)STATU(a) QUO

Maestro Antonio fue el designado para crear la escultura del pueblo bajo el lema… «EL INEXORABLE PASO DEL TIEMPO».

 

Picapedrero de profesión e inquieto de condición, ideó un proyecto de transición, de larga duración.

Creó la estatua de una joven y bella mujer, así era, el día de su pública exposición.  Tuvo simplemente aceptación.

Pero él, cada madrugada, cincel y maza en mano, se acercaba al centro de la plaza del pueblo, con nocturnidad y quizá algo de alevosía, y sonreía. Entonces, levemente, le asestaba ligeros retoques del «inexorable paso del tiempo»… una arruga aquí, otra allá, acentuar las ojeras, algo menos de volumen en pecho y cabello, cada retoque un destello, inapreciable de un día para otro, pero notable… el paso del tiempo inexorable, casi dotando de vida a la estatua esculpida.

 

Antonio ya era mayor y su proyecto lo sobrevivió.

Su joven aprendiz, su legado quiso continuar, y lograr finalizar. No tenía su talento, pero fue muy ocurrente en aquel momento…

 

Hoy, en la plaza del pueblo, puede observarse, donde estaba la escultura, una lápida que reza, a modo de sepultura: «Aquí yace la escultura al inexorable paso del tiempo, pues así fue… le llegó el momento».

44. Material efímero

Manchas de zumo en la camisa. ¿Fue antes o después de que llamara su marido? “Cariño, prepara cena para mis colegas”. Otra vez. Cariño, le dijo, como si pronunciara mesa o desatascador. Mientras, pelea de gallos. Aullidos, carreras, arañazos y mordiscos alrededor de la mesa de la cocina. Cogió las llaves del coche y huyó. En el cielo, una  luna con manicura francesa. Al amanecer, se encontró junto a un mar desconocido. Dormitó varias horas antes de pasear por la playa. Entonces las descubrió: esculturas de arena. Entre ellas, su propia cara. “Llevo mucho tiempo soñándote —le dijo el artista— Por eso es igual a ti. Perfecta”. Hablaron poco. No hacía falta. Buscaron una habitación frente a la costa y decidieron amarse para siempre. Tentáculos de anémonas adheridos a las sábanas. Pero no fue la luz del día entrante sino el silencio quien la despertó. Faltaban los gritos de los niños. Cerró la puerta con sigilo y caminó bajo una lluvia irrisoria. De pronto, un trueno. Gotas de acero golpeaban las figuras de la playa. El coche ronroneó. Miró desde la ventanilla y vio el busto de su rostro. Devastado. Apenas un montoncito de arena.

43. EL AMOR ES TUERTO (Jesús Alcañiz)

Carlos me veneraba sin reservas: todo cuanto yo rechazaba en mí era objeto de su deseo. Me hacían única, decía, la deliciosa asimetría de mis senos, la suave verruguita de mi frente, mis graciosos incisivos ligeramente montados. Deja, no seas bobo, le contestaba siempre, pero él insistía con el recuento de mis peculiares atractivos: las varices sutiles de las piernas, los pequeños hoyuelos de mi celulitis, la mortecina transparencia de mi piel.

Aun así, soy consciente de que cualquiera de mis imperfecciones, tan comunes y corrientes, acabará llamando su atención en cualquier otra. Juraba y perjuraba que nunca me reemplazaría por nadie, pero yo conozco bien a los hombres. Porque Carlos no puede ser una excepción, estoy segura, y retenerlo me obliga a superar el dolor y el miedo, a traspasar todos mis límites, más allá de donde ninguna mujer se atreva a llegar; lo que sea necesario para que me siga deseando a mí sola, para siempre, por este último y, espero que definitivo, defecto.

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