Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

62. El recuerdo de la dama carmesí (Jesús Navarro Lahera)

Dicen que la vieron salir de su casa y dejar la puerta abierta. Comentan que se adentró descalza en el desierto, vestida con un chubasquero rojo y un paraguas del mismo color entre las manos. Algunos afirman que lloraba, y que la oyeron hablar de aquellos días lejanos de cálidos abrazos en que la lluvia golpeaba el cristal de su ventana. Otros sostienen que había perdido la cabeza, pero se equivocan. Solo yo sé que partió en busca del único hombre en el mundo al que había amado. Ese era su verdadero anhelo: reunirse de nuevo conmigo. Aunque solo pudo encontrar al sol, que hizo que su cuerpo ardiera junto al mío y quemó las huellas de sus pies sobre la arena.

61. A prueba de todo

De jóvenes bromeábamos diciendo que no existía nada capaz de despeinar a nuestro amigo Nono —tal era la sensación que transmitía su siempre impecable tupé—, cuando no inventábamos cosas similares sobre el resto de su persona. Porque Nono era sabio como el rey Salomón en poder de su anillo, valiente como el hijo de Simbad con su cinturón mágico, fuerte como el dios Thor empuñando su martillo Mjölnir, apuesto como todos ellos juntos. Nono atesoraba tantas virtudes en su ser que se nos antojaba poco menos que invulnerable.

 

No es extraño, pues, que su prematuro final supusiera un enorme varapalo para nosotros. En parte por privarnos en adelante de su grata y querida presencia. Pero sobre todo porque socavó los mayores fundamentos que hasta ese momento teníamos acerca de la existencia. Resultaba desolador contemplar su figura tumbada en la cabina del tanatorio. La enfermedad había hecho estragos en su fisonomía: afilado su nariz de corte griego, deformado sus antes delicadas manos, aflojado su enérgico mentón, borrado la eterna sonrisa de su boca. Nada, en fin, quedaba en él de aquel estado de fábula que siempre mostrara en vida, si no era ese fantástico peinado pompadour, sin una sola greña.

60. Egagrópilas

El dueño del circo quiere que Carmen actúe también en el pase diurno. Pero ella se niega.

—La gente no viene a ver al faquir, Carmen, ni al enano bicéfalo ni a la mujer barbuda, ¡ellos quieren ver tu show! —le dice, casi rogando, con el bigote erizado.

Y tiene razón, porque, cuando Carmen se planta en medio de la pista y su rechoncho y viejo abdomen empieza a convulsionar, el público del pase nocturno queda hechizado al instante. Después, dos gritos desgarradores, tres arcadas apocalípticas y… sucede. De su desdentada boca emerge esa enorme bola de pelos, huesecillos y letras. Una maraña que cae, se amontona y se derrama, formando esqueletos amorfos, rostros inciertos, y palabras inventadas. En la grada, claro está, todos achinan los ojos, elucubrando: ¿qué será eso?, ¿qué pondrá ahí?…

Y entonces, sin más, Carmen se limpia y se larga. A su rutina, su bayeta, sus nietos y su artrosis.

Y el jefe la sujeta del brazo, implorando. Insistiendo en que eso es arte, belleza. Dinero.

Pero ella que no, que no; que no puede desatender su otra vida.

Que… si quieren ese espectáculo, hay que dejar las cosas como están.

59. Tiempo de contemplación (Juana María Igarreta)

A Sabina le gusta su casa como está. Con los suelos salpicados de arañazos y quejumbrosos bajo las pisadas. “A esta casa y a mí nos sucede lo mismo: que somos viejas”, suele comentar a las escasas visitas que recibe. Sus sobrinos no entienden cómo puede vivir rodeada de tantas antiguallas. Pero ella, octogenaria y avezada en soledad, percibe en cada cosa el aliento de los que se fueron. Contemplando los ajados tapetes trabajados a ganchillo, rememora las hábiles y laboriosas manos de su madre; reconoce todavía en cada cuadro la pericia de su hermano con los pinceles; presiente, dormidos sobre la gran mesa del viejo comedor, los ecos bulliciosos de las prolongadas comidas familiares de antaño.

Hoy Sabina se ha levantado temprano. Tiene que reencontrarse con una amiga muy especial. El deseo de volver a verla aumenta tras cada tormenta.

Al llegar, fatigada y sudorosa, observa con alivio y deleite que su amiga centenaria sigue conservando su magnífico porte. Consciente de que puede ser la última vez que la contempla, le dedica un abrazo largo y efusivo, mientras se lamenta de parecerse a ella únicamente en el nombre.

58. Anhelos inesperados

Desde hace tiempo me acostumbré a vivir esa vida que, a esas alturas, yo consideraba plena. Tenía un puesto directivo en una importante empresa, algo complicado para una mujer, máxime si además tienes un marido cariñoso y tres hijos ejemplares, como es mi caso. Algo que no hubiera sido posible sin la ayuda de los abuelos, y después por nuestros buena posición para pagar extraescolares que nos permitieran alargar el horario escolar y llegar a tiempo a recoger a los niños a la salida del colegio. También gracias al círculo de amistades formadas por padres y madres de nuestros hijos. Todo era perfecto, hasta que recibí tu mensaje anunciando que regresabas a la ciudad de forma definitiva, tal como siempre había anhelado en mis pensamientos. A pesar de que sigo esperándote desde aquel verano que nos amamos en Playa Blanca, reconozco que la noticia me ha pillado por sorpresa. Dudo si mi alma ha estallado por los aires de la euforia o si se ha derrumbado por la incertidumbre. De lo que tengo certeza es que desde ese instante ya nada volverá a ser igual, no sé que, pero algo cambiará para siempre.

57. El elefante de la suerte

Bongani me regaló un pequeño elefante de cerámica. Me lo entregó con los ojos agachados en señal de agradecimiento por ayudarlo a regularizar sus papeles, y me aseguró que me traería suerte. Lo acepté amablemente y debo reconocer que sin convicción. No soy supersticiosa. No creo en chamanismos ni cosas por el estilo contrarias a la razón. Y lo olvidé sobre una balda cualquiera del aparador.

Lo cierto es que no dejaron de sucederme cosas buenas en los siguientes meses: me despidieron del bufete de abogados donde padecía una jornada inflexible y un trato despectivo. Luego, para ahorrar, dejé el piso que tenía en alquiler cuyas manchas de humedad provocaban mis frecuentes alergias y, temporalmente, regresé a casa de mis padres. Hacía tiempo que no contemplaba unos rostros tan alegres y que no comía en condiciones. Además, me dejaron en paz los malditos brotes de rosácea: eliminado el estrés, regresó mi piel de nácar.

Pero, un aciago jueves de marzo, un execrable atentado acaparó todas las portadas del mundo. Bongani se hallaba entre las víctimas y, tras las concentraciones de repulsa y los homenajes, le concedieron la nacionalidad. Sobrecogida, recordé que el elefante se había hecho añicos durante la mudanza.

56. EL MUNDO SE ACABA (Fernando da Casa)

Mi vecina quiere tener sexo conmigo. Menos mal que mi mujer no lo ha escuchado, entre el ruido de la lavadora y la niña berreando no se ha enterado. Yo, con cara de bobo, no he sabido responderle. Me he limitado a coger la taza que portaba entre sus manos.

Eso sí, he cerrado la puerta. No podía arriesgarme a que entrara detrás de mí y repitiera lo que me ha dicho delante de Pilar.

-Buenas tardes, vecino. ¿Me puedes dar un poco de azúcar? Por cierto, el mundo se acaba y no puedo quedarme con las ganas de preguntártelo. ¿Te apetece hacer el amor conmigo?

Cuando he regresado ella ya no estaba. ¿Habrá sido una alucinación? Vivimos en un permanente delirio… No, la taza existe, esto es real. ¿Qué hago? ¿Llamo a su puerta? Pensará que estoy aceptando su proposición. ¿Me quedo en casa? Pilar preguntará qué hago con la taza de la vecina.

Está buena.

Buenísima.

Pero no.

-Cariño, ¿quieres devolverle la taza a la vecina? Me ha entrado un apretón y ahora no puedo…

Hace ya dos horas que fue. Escucho jadeos y gritos desde entonces.

No quiero pensar que, de verdad, el mundo se acaba.

55. UN CROMOSOMA DE MÁS (Rosalía Guerrero Jordán)

El diagnóstico prenatal les cambió la vida. Les dejó noches sin dormir y el estómago sellado, mientras la duda oscilaba sobre sus cabezas como el nudo corredizo de una soga.

Pero en cuanto vieron la carita sonrosada y sintieron la mano minúscula aferrarse a la vida, anclada en sus dedos adultos, las dudas se disolvieron entre las paredes blancas del quirófano vacío, y el amor se desbordó inundando la planta de maternidad.

Todavía recuerdan los primeros años, peregrinando de consulta en consulta, saltando de un ingreso al siguiente, respirando aliviados al regresar juntos a casa una vez más.

Desde entonces han vivido celebrando cada pequeño avance, cada logro diminuto, cada meta que se antojaba imposible de alcanzar por ese niño feliz que te besa y te abraza sin motivo; ese niño risueño que te cuenta un cuento con su lengua grande y su hablar espeso; ese niño curioso y obstinado que observa el mundo con sus ojos rasgados y su sonrisa perenne.

Ese niño grande, autónomo a pesar del cromosoma de más, que no perderá su pícara inocencia jamás.

54. Cadena trófica: lo bello de la naturaleza imperfecta. (Montesinadas)

Sentar a las hormigas y otros insectos frente a las lagartijas fue el primer error. Lindando con estos reptiles, las lechuzas giraban sus cabezas atentas a los nerviosos rabitos de los pequeños saurios sin apreciar la asfixiante vecindad de unas cobras que las hipnotizarían antes de comérselas y que felices, arrastraban ya su lengua bífida por los manteles olvidando el peligro que les rondaba porque, una mínima distracción, y serían pasto de la bandada de rapaces diurnas de gran tamaño que llegaron temprano y clavaron sus garras en las sillas sin importarles que, por otro disparate de la organización, estuvieran rodeadas por un clan de hienas camorristas que las acosaban con su aliento y apostaban que engullirían a esas aves sin desplumarlas, antes de los postres, y se reían, tanto se reían, que no pasaron desapercibidas a la manada de leones ubicados en la mesa imperial que agitaban sus melenas y daban dentelladas al aire, tan pagados de sí mismos, que no pudieron huir de aquellos humanos a los que mordían otros humanos, estos últimos armados con un cuchillo de carne. El festín había comenzado. Arriba en el cielo los buitres volaban en círculos molestos porque no fueron invitados.

53. Taller de escritura creativa

No pudo continuar porque la bala le atravesó el pecho y le hizo caer de espaldas agarrado a la silla que lo sostenía. Antes de perder el conocimiento aún tuvo tiempo de soñar el futuro de unos jóvenes dispuestos a todo para aprender el oficio. Entusiastas, nada manieristas, sin filtros. Pretendía fomentar sus habilidades y convertirlos en escritores únicos.

Si lograba despertar, corregiría los errores de enfoque que estaban cometiendo en esta lección práctica sobre Los cadáveres exquisitos.

52. En la desembocadura del tiempo

Quizás la eternidad tan solo exista en la imperfecta intensidad de un instante incompleto, aquel que guarda escenas desfiguradas, palabras borrosas que el tramposo tiempo recompone y devuelve en su forma más amable.

Podría tratarse de Antonio, o tal vez de María. Lo cierto es que nos vale cualquier persona, seguramente de edad avanzada, una de tantas que contempla fotografías, o quizá vídeos, mientras deambula por los arrabales de su memoria bajo la arena caprichosa de un reloj que gotea granos de momentos. Algunos los recoge al vuelo y los esconde en el lóbulo que menos duele, cerca del hipotálamo; otros se mezclan en sus ventrículos, acelerándolos entre la vieja sangre tantas veces bombeada. El cosmos parece estrecharse con parsimonia hasta que esa persona cualquiera regresa irremediablemente de los lugares imposibles para seguir a la velocidad del tiempo. Entonces, cada imagen del álbum, o quizá de la pantalla, quedará de nuevo errante y huérfana, como un suspiro más en el viento.

51. Pasa la vida (Aurora Rapún)

En el último sorbo de café, el borde descascarillado se tropezó con su labio y le hizo un corte. 

Miró la taza con irritación, luego con pena; por último, la contempló con extrañeza al recordar de pronto que fue el primer objeto que compró cuando inauguró su vida de adulta. La fregaba, la secaba y la guardaba una y otra vez. Solitaria en el armario.

Luego llegó una segunda taza, después los vasos y las copas. Todos fueron arrinconados por los biberones, que enseguida desaparecieron para volver a poner en primera posición a las tazas, que se fueron rompiendo una a una. Hasta que solo quedó esta, la primera. Lo más extraño, pensó mientras se lamía el corte, es que el armario también había desaparecido, y la cocina, y la casa. Y sin saber cómo, las dos habían llegado hasta aquí: una, con el borde desportillado; la otra, con los labios agrietados.

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