Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

26. LA BALÍSTICA COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES (Eduardo Iáñez)

Cuando le hice notar al director que los cañones tienen alma, me miró condescendiente. “No me refiero al hueco de la caña”, le aclaré, “sino a un principio dinámico, a un espíritu como el suyo o el mío.” Y aunque su mirada se tornó inquisitiva, esa noche me permitió dormir en el interior del cañón. A la mañana siguiente me negué a salir y le comuniqué mi deseo de pasar el resto de mi vida en el alma de Berta. Durante semanas intentó disuadirme, pero todo cambió en cuanto los medios se hicieron eco de las hazañas del mejor hombre bala del mundo. Ahora apenas si saco la cabeza por el bocal para asistir al homenaje de pueblos y ciudades, preocupado únicamente por que se cumplan mis indicaciones sobre la potencia de los cartuchos de pólvora. Me complace sentirlos bajo mis plantas y adivinar cómo ceban la carga, saberme envuelto en el alma de Berta y salir despedido entre ovaciones de admiración. Voy preparando así el número definitivo: la entrega amorosa de mi cuerpo, hecho jirones de estrella fugaz, hojas de palma resplandeciente.

25. BABEL II (Serendipia)

Fue todo un escándalo. A mi compañero de gabinete le acusaron de expolio ¡Y la denuncia la había interpuesto el gobierno belga! Angustiado repetía que la pieza de artillería de ocho libras había aparecido en las obras de construcción de una piscina en la casa de sus padres.

Nadie le creyó, aunque yo sabía que era cierto.

Cándido fue contratado hace tres meses en el Centro después de un apasionante año de investigación para una novísima universidad castellana. Pudo disfrutar en profundidad de los “Archives Nationales” en Fonteneblau, del “Musée National Napoleónico” en Château  Malmaison o del pequeño “Musée Wellington” en Waterloo.

Cordial e infatigable, en el día a día era minucioso en la búsqueda y exquisito en el tratamiento del dato. Siempre encontraba el documento preciso. Parecía un hombre en continuo estado de gracia.

Pero había algo más.

En muchas ocasiones pude observar como aparecían entre sus dedos, sin control y de la nada, pliegos y legajos. Y que mientras el miraba su cuaderno de notas las referencias emergían solas en el papel de forma inexplicable.

Hoy, antes de dejarnos, Cándido Martínez corregía sus datos: los cañones que mandaba el Teniente General Thomas Picton eran 92 y no 91.

24. BONJOUR, MON GÉNÉRAL (JM Sánchez)

Ya no escucha el general más que la desbandada de sus tropas; no ve más que el pillaje de los pueblos que dejan atrás; no huele sino la pólvora mojada de su exánime artillería; se palpa la casaca impoluta y nota que ni siquiera está manchada de sangre. Su boca le trae el amargo despertar de un sueño desmoronado.

Bonjour, mon général —le dice una voz desconocida con acento extranjero, y es entonces cuando piensa que no habría debido dejarse llamar majesté.

Su convicción le impide aceptar que aquella alianza vencedora vaya a traerle al continente nada mejor que su imperio, pero su razón lo lleva a reconocer la derrota en buena lid.

—¿Cree que ha sido por una causa justa —acaba dirigiéndose a su carcelero— o me equivoqué pensando que la razón estaba de mi lado? ¿Acaso los que vengan van a ser mejores que yo?

No recibe respuesta alguna y, como sus callados cañones, se repliega y se deja arrastrar al exilio.

23. EL HOMBRE BALA (Beatriz Carilla Egido)

Saluda una vez más al público antes de dejarse engullir por la boca del cañón. FiuuuFiuuu. El proyectil humano, embutido en un disfraz de superhéroe desconocido, se santigua entonces con devoción porque nadie puede verle. Tachánnnn. Un payaso de cara triste acciona el dispositivo. El lanzamiento se realiza con éxito. Humo de pólvora que huele a chamusquina. OOhhhh, se escucha a coro en las gradas. Atraviesa con precisión el aro de fuego simulado que sostiene un segundo payaso, éste de cara alegre. Aterriza en la red, de culo, en una increíble voltereta final. PlasPlasPlas. Un tercer payaso, el serio, lo despide con honores. El toque de trompeta, imprescindible. TuTuRuTuuu. De vuelta a su caravana el señor Buenpartido, hombre bala para los niños, se desnuda muy lentamente. Posa una mirada furtiva sobre uno de los póster que decoran el remolque, La batalla de Waterloo. Creo que ha llegado la hora de rendirme, le dice al espejo mientras pone su dentadura en un vaso con agua. Un Napoleón circunspecto, rodeado de cadáveres y a lomos de su caballo, parece haber tomado la misma decisión.

22. “HERMOSA, AMADA, DULCE LIBERTAD”

Su estruendo invade los cielos y sangra los martillos internos de los oídos. Los pájaros surgen espantados de sus escondites mientras el hombre se envuelve sobre si mismo. El humo cruza horizontalmente el cielo y surge verticalmente de las entrañas de la tierra. Las piedras saltan. Los edificios caen. La humanidad muere.

Son recuerdos. Imágenes que ella conserva cuando lo acaricia y recibe su frialdad pétrea en la palma de su mano. Sus ojos grises observan la ciudad reconstruida. Llorada. Resucitada. Mira intentando descubrirla de nuevo. Aspira no ver la sangre derramada. Las heridas abiertas. Las calles muertas y los auxilios que no fueron escuchados. Anhela ver la vida que ahora la recorre. Las risas que corretean por sus parques. Los besos de vida que silencian rostros y recogen cuerpos.

Su mano recorre la caña de piedra que apunta a la capital. Su cuerpo se aproxima al bocal. El lugar del que surgieron todos sus recuerdos. Mira a la nueva ciudad desde el interior del cañón. Por primera vez en años, se siente poderosa. Casi pólvora. Decide expulsar sus demonios, su dolor con la esperanza que alguien los escuche. Con la idea de apagar sus lágrimas. Y GRITA:

21. El cañón de agua. (Daniel Irazu)

La versión autorizada fue concluyente: el anciano se murió él sólo, porque se abrió la cabeza cuando se la golpeó contra un bordillo, al caerse de repente debido a que, él mismo y sin que nadie le obligara, perdió el equilibrio que hasta entonces le había mantenido erguido.

En alguna televisión se preguntaron qué hacía allí el viejo. Por cierta prensa, se pudo saber que el fallecido tenía empapada la ropa.

20. MISIÓN ENCOMIABLE (Edita N.T.)

Su comportamiento extraño y un aspecto físico peculiar le impiden pasar desapercibido por más que se esfuerce. Sentirse tan observado añade dificultad a su cometido, ya de por sí complejo. Mas la reacción de la gente está justificada porque lleva varios meses en la zona y todavía no lo han visto en una celebración, en el centro de salud o en la tienda. Ni siquiera han hablado con él. Saluda a todo el mundo con amplia sonrisa y gestos amables, pero no sale una palabra de su boca. Sólo saben que pernocta en la casona abandonada. Desconocen cuál es su profesión, y esto es lo que produce mayor desconfianza en el pueblo. Han llegado a especular con la posibilidad de que fuera un terrorista o un fugitivo. Incluso se han organizado para vigilarlo por las noches, sin éxito alguno: su vivienda permanece siempre en silencio absoluto y a oscuras. Cada día, abandona la casa temprano y desaparece andando; al anochecer, regresa aparentemente cansado.

Están muy lejos de imaginar que trabaja para ellos; que allí seguirá hasta la consecución del objetivo: el diseño de un cañón granífugo eficaz. A no ser que descubran antes su ovni camuflado en el bosque…

 

19. Algo interminable (Ginette Gilart)

Todavía se percibía, a lo lejos, el ruido de los cañones en la batalla. Sin embargo, por la radio, habían anunciado el final de la contienda: «la guerra ha terminado», así acababa el comunicado que leyó el locutor. Solo un poco más tarde el estruendo cesó.
A Primogénito, el pastor, le daba igual quién ganará, lo único que deseaba era cuidar, tranquilamente, de sus ovejas.
Pasaron unos días y como era su costumbre bajó a la tasca del pueblo a tomar unos vinos. Cuando llegó a altura del cementerio escuchó unas detonaciones. Se acercó con cautela y escondido detrás de un árbol pudo ver los cañones de unos fusiles apuntar y disparar hacia la tapia.
A partir de entonces no iba a encontrar la paz deseada, seguirían más disparos, de escopetas, de pistolas, oiría gritos y llantos amargos.

18. Los otros cañones (Jesús Redondo Lavín)

De entre aquellos cautivos, cada año, el día del santo patrón, era escogido un condenado para ser torturado. Era costumbre inveterada elegir al más gallardo, al más desafiante de los presos. Sería una injusticia pero así era el signo de los tiempos desde mucho antes de  la Inquisición. Al inocente reo se le hacía agachar la cabeza hasta que la barbilla se le clavase en su pecho. Luego con un superficial tajo en la cerviz se procedía a debilitar al penado mediante un abundante sangrado. Aún le quedaban fuerzas al indefenso para emitir espasmos con sus miembros y estertores crepitantes, hasta que entraba en un letargo tan profundo que no reaccionaba cuando introducían su cuerpo en una tinaja de agua hirviendo. Cuando lo sacaban su cuerpo era un macilento bulto. Lo pelaban y a machetazos quebraban sus extremidades. Lo emasculaban y  utilizaban el hueco entre sus ingles para eviscerarlo. Ya no había vida visible en aquel guiñapo que me tiraban sobre la mesa.

—Continúa tú Jesusín.

Yo, aprendiz de verdugo, solo podía dar pellizcos con las yemas de mis dedos en aquella piel yerta, hasta que le arrancaba los 100 cañones que habían envainado las plumas de su pechuga.

17. PRISIÓN DEMENTE (Carles Quílez)

La prisión de los pensantes se alzaba sobre un risco junto al mar. Según se contaba, las vistas desde la torre vigía eran tan bellas que una vez un centinela perdió la cordura y a raíz de aquello, empezó a tener ideas propias. Cuando le descubrieron exponiendo sus pensamientos, fue detenido y de vigilante pasó a convertirse en vigilado.

Juan Q. siempre había sentido curiosidad por saber cual podía ser ese preso que se había atrevido a mirar más allá, pero las consecuencias de aquel acto le asustaban y cuando estaba de guardia, jamás levantaba la vista del patio.

Desde allí arriba, los presos parecían inofensivos muñequitos naranjas. De cerca, sin embargo… El servicio de comedor era el más peligroso de todos, pues allí no iban amordazados y si uno no andaba con cuidado, podía oírles razonar.

Un día, un prisionero se subió a una mesa y mientras el resto de condenados formaba un cinturón de seguridad a su alrededor, les habló sobre la libertad.

Antes de que un cañonazo los abatiera a todos, Juan no pudo evitar escuchar sus palabras.

“El pensamiento os hará libres” recordó cuando, encaramado en la torre, sus ojos bebieron el azul del mar.

16. EL SALTO DE LA NOVIA (José Ángel Gozalo)

Noche de luna llena  en un pequeño pueblo que mira al mar. En un  santuario erguido  en lo alto de una montaña, un joven escribe con sus manos una inscripción con pintura sobre  uno de los antiguos cañones apostados  en el mirador que rodea el templo. Mientras dibuja los finos trazos en el metal frío como el mármol de una tumba, puede ver a sus pies  las luces del pueblo.

Los mayores  dicen que es la costumbre, pero ya nadie se atreve desde que una novia  abandonada en el altar,  se encaramó a uno de los cañones y saltó al vacío.

De regreso por la carretera, surgida de la nada, una figura vestida de blanco se abalanza sobre él, haciéndole perder el control de su motocicleta.  Un momento después, en el santuario, un soplo de aire apaga una de las velas.

Día de celebración  en un pequeño pueblo que mira al mar. Una novia radiante de felicidad, posa con su marido  frente al fotógrafo,  cuando de pronto, reconoce la letra desdibujada por el tiempo  en un cañón y se  siente morir de dolor.

—Si quiero amor mío— pronuncia al viento girándose hacia el mar para que no la vean llorar.

 

15. LA HORA ACIAGA

Cabizbajo y con las manos en la espalda, sus bufidos, salvo los momentos en que acerca la copa a los labios, se pueden escuchar a varios metros de distancia. ¡Necesito otra victoria!, grita una y otra vez.
Desde su confinamiento, al fijar la mirada al Norte sus ojos adquieren un brillo especial al tiempo que esboza una amplia sonrisa. Ya ni recuerda el dantesco espectáculo del campo de batalla cubierto de cuerpos destrozados del quinto Regimiento cuya sangre solo sirvió de elixir para un enjambre de pestilentes moscas verdes.
Tras quitarse la bata de piqué, se mete durante media hora en la bañera. Bien perfumado se viste de militar y plantado ante el espejo con mano temblorosa al pecho, orgulloso exclama: ¡voy a ganar!
Sin embargo su buena estrella se eclipsa una vez más.
– ¡Déjelo, general! ¿No ve que apenas cuenta con un puñado de hombres y la cuarta parte de cañones que yo?
– ¡Jamás! Un corso nunca se rinde, Sr. Welling.
– Señor, mi nombre es Cornet y soy su lugarteniente. Ya son cerca de las doce. Váyase a descansar y mañana continuaremos la partida.

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