Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

1. EL ALMA NEGRA (jams)

La escopeta había sido de su abuelo, contaba al sobrino mientras caminaban. El gatillo tenía la particularidad de que, por un defecto de fábrica, al estampido del disparo le precediera un chasquido que advertía a la víctima.

Por puro instinto, se giran, y mueren mirando el alma negra del cañón.

Basilio no quería que su hermana le echara de su casa una vez más, no tenía donde ir, e intentaba ganar su confianza atendiendo al sobrino, Fabián. Fracasó con el fútbol, y ahora confiaba en aficionarle a la caza. Le compró unas botas de campo, una gorra de tiras fluorescentes, y se inscribieron en una montería de jabalí.

Al chaval le agotaba andar sin destino por el monte. Basilio, prudente aunque excitado por la batida, le mandó que rodease unos jarales hasta un abrevadero donde debía esperarle. Fabián no encontró la fuente, pero tropezó con un ciruelo que decidió recolectar. Hasta escuchar el ruido indefinido de la espesura. Jamás había visto un jabalí pero le aterraba encontrarse a solas con uno. Llenó de ciruelas la gorra y se parapetó tras un murete de piedras. Cuando asomó, apenas consiguió ver un destello, pero en el silencio distinguió, nítidamente, un chasquido metálico.

120. Erre que erre

Bartolo, estaba hasta la coronilla de las quejas de Felipa. Tanto suspiro, tanto “me vas a matar” “me quiero morir” “ay, qué larga es esta vida que me ha tocao vivir”. Así un día sí y otro también.

Una mañana que Felipa andaba con fiebre, Bartolo se levantó más amable que de costumbre y le preparó el desayuno.

–Toma este tazón de sopas con leche y achicoria, Tordilla,  y no te levantes de la cama en toda la mañana.

Felipa  no se levantó ninguna mañana más. Cayó fulminada. Según Bartolo de unas fiebres maltas.

La paz y la tranquilidad empezaron a reinar en la pequeña casa hasta que un día una sombra se dejó ver por las habitaciones.

Al principio, el hombre no hizo mucho caso, pero después la convivencia fue insoportable.

Los suspiros, las quejas de la Felipa volvieron y esta vez el retintín aunque diferente de cuando estaba viva, era igual de irritante.

–Si crees que de mí te has librao, estas pero que muy equivocado, pájaro de mal agüero. Esto va a durar la tira, que muero porque no muero.

119. LADOS

Los contemplo tras  los barrotes: solos, en parejas, en grupos. Me atrae  la algarabía de sus sonidos Me divierte como gesticulan, pasean, se exhiben.

Pero no puedo evitar sentir tristeza cuando los observo. Lamento que mientras yo vivo feliz rodeado de cuerdas y arbustos con los que poder jugar y donde  tengo las frutas raíces y hojas frescas que necesito, esos seres de pelajes extraños que caminan erguidos, que  emiten sonidos que no entiendo, y que forman parte de mi vida estén prisioneros tras los hierros de una gran jaula.

118. OTRO DÍA DE SECUNDARIA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Bajo la luz del baño, por enésima vez, Teresa mira su reflejo. Vuelve a cepillarse el pelo, retoca el labial, comprueba que la ropa le combina. Pero por más que compruebe, por más que cepille y retoque, sus ojos hacen foco en la boca. “¡Alambre de púas! ¿Quién te va a querer besar?”. Reprime las lágrimas, y con gran esfuerzo, se sacude la crueldad de sus compañeras de clase. “Esta cárcel, estos hierros no van a durar para siempre”, repite mientras palpa la estampita en el bolsillo, forzando una metálica sonrisa ante el espejo. Inspira profundamente y en el mismo bolsillo, bien pegado a la estampa, coloca el labial. Ahora sí. Ahora sí está lista para irse.

117. LA EDAD DEL GOL (Ignacio J. Borraz)

Qué duros estos destierros, amigo Alonso, qué duros y qué injustos. No me mires con ese afán reprobatorio por debajo de la boina ceñida, que te conozco, que son muchos años de cuitas. Si en el fondo somos todavía esos chavales ingenuos y zascandiles de antaño, por mucho que digan los médicos. Esos lo que tienen es solo interés en atarnos en corto asustándonos con nombres rimbombantes de enfermedades y pastillas de almidón coloreado. Pero los muchachos paran cuando me acerco, temerosos de golpearme, me dicen «pase abuelo, pase» y yo me hago el remolón, pero no entienden que quiero jugar con ellos. ¿Te acuerdas, Alonso, de aquella vez que ganamos la liga de la región frente al equipo del pueblo de al lado jugando con nueve? Ay, Alonso, qué tiempos aquellos y qué tiempos estos de duros destierros. Yo solo quisiera marcar un último gol.

116. “Un soliloquio optimista” Elysa Brioa

En esta oscuridad en la que habito, solo puedo dedicarme a recordar. Rememoro el tiempo en que solo era capaz de susurrar siempre las mismas palabras: ¡ay, qué larga es esta vida! Era mi mantra, un suspiro hondo que me ahogaba el alma y me impedía ver el sol que me daba calor, la lluvia que alimentaba la tierra o el amor de los míos que me envolvía en una crisálida de cariño. Estaba ciego, era incapaz de disfrutar y solo sabía quejarme, de mi mala suerte en el trabajo, de mi falta de expectativas, de mi mujer, de mis hijos… Ahora que vivo en esta negrura he aprendido a valorar todas esas cosas, pero ya no puedo demostrar que he cambiado. Lo único que tengo aquí es tiempo, mucho, tanto que a veces vuelve mi antiguo yo a recordarme que resido bajo dos palmos de tierra. Pero no le dejo ganar, no, he practicado eso de ver la botella medio llena y me estoy convirtiendo en un optimista, al menos no me han incinerado.

115. ¡Felicidades!

Quiera Dios que renazca y tome buena posesión de mi andadura.
Quiera Dios que comprenda que amar no es pesar,
que el amor por sí mismo es gozo, no cruz.
que no hay esta cárcel, estos hierros, ni piedras ni deudos,
que no hay mal mayor que el temor.
Que vivir no es morir,
que el que nace siempre vive
y el que muere revive,
que en el confín eterno donde todo mora y todo parte
El que Ve y Sabe, Crece
y en el camino que tuerce y muere
de la fuente de agua infinita y sabia,
que otorga el poder de lo eterno,
Bebe.
Quiera Dios que nazca y muera,
Y vaya y vuelva
Y deje y regrese.
Quiera Dios que al fin todos comprendan
que vivir no es morir,
que la cárcel no es el cuerpo,
que la belleza de la vida es volar libre
y comprender que cada instante es abundante y perfecto.
Que bajo el cielo duermo, habito y me alimento
Y al fin, cuando la vida no da más de sí,
vuelvo
y luego regreso
y vuelo
y sueño
y amo
y todo es eterno
Amo
porque todo es Eterno.

114. Puntos de vista

Al salir de la misión, el guerrero MBo me dice algo en su lengua, parecen muchas palabras o tal vez pocas pero largas. Al pasar Henríquez, que sabe todos los idiomas, le hago una seña para que venga y me ayude.

MBo repite,  todo suena exactamente igual que antes. Henríquez va traduciendo:

-Dice que entiende el bello poema que ha leído el misionero. Esa mujer desprecia la vida y quiere morir. Dice que él también conoce cómo usar esas mismas palabras.

-Luego cuenta que su mujer acaba de morir al dar a luz y el niño también. Todo con grandes padecimientos. Él la acarició hasta el final mientras ella decía: muero y no sé por qué muero.

-Dice que él mismo quiso matar al curandero cuando vio los hierros que había usado en el parto, pero que otros de la aldea se lo impidieron: no lo hagas, te desterrarán o irás a la cárcel.

-Por lo visto, su mujer no ansiaba morirse, sino más bien ver crecer a sus hijos.

-Dice que él también siente como si unas fieras lo estuvieran devorando.

-Y nos muestra esa tela ensangrentada por si nosotros sabemos decirle  dónde el alma está metida.

113. Matar a un ruiseñor (Jesús Mollinedo Gómez-Zorrilla)

Circunspecto, el Inquisidor Bernardo de Cienfuegos prosigue con el interrogatorio.

¿Y dice vuesa merced que nunca llegó a conocerla?

-No, mi señor.

En opinión de este tribunal hay algo diabólico en ella ajeno a este mundo.

-Ni esta cárcel, ni estos hierros, jamás podrán acallar estas manos guiadas por la Divina Providencia-, afirmó el acusado.

¡Insolente, no pongáis el nombre de Dios en vuestra boca!

-Me llamáis insolente porque desconocéis el camino de la perfección y la pureza. Yo lo encontré en una sola palabra y lo transformé en piedra inmortal.

Jugáis con el fuego purificador de la Santa Inquisición. ¡Blasfemáis!

El momento es tenso y el verdugo gira la polea que atenaza sus extremidades. El dolor es supremo, inmenso.

¿Estáis seguro de no haberla conocido, de no mantener tratos con ella ajenos al control de nuestra Santa Madre Iglesia? ¿Abjuráis?

-Nooooo…mi señor, ¿acaso uno puede renegar del amor?

Aquella noche Gian Lorenzo Bernini no pudo conciliar el sueño. El sofocante calor romano, la humedad del Tíber. Nuevamente hojeó el libro de la Santa de Ávila y en el margen de una hoja comenzó a trazar un pequeño boceto al que llamaría “el éxtasis de Santa Teresa”.

112. Veinticinco

… veintiuno… veintidós… veintitrés… veinticuatro… veinticinco… El foco vuelve a la pared norte. El cálculo de Goslin era correcto. Dejaré pasar un par de veces y correré hasta el esquinazo de la torre donde se aposta el relevo nocturno. Aburridos, improbable que presten atención. Aún así, este mono gris oscuro se confunde lo suficiente con el suelo para los somnolientos ojos de los centinelas. Muchas cajetillas de rubio me ha costado. Lo peor será la alcantarilla. Ahí sí me la juego. Veinticinco segundos. Correr de puntillas, levantar la tapa sin hacer ruido, descender, colocar la tapa. Parece sencillo pero el tiempo es escaso y no me deben oír. Salvar la alcantarilla o volver al infierno, al borrado del alma… Lo conseguiré. Voy a conseguirlo, voy a conseguirlo. Voy a salir. A follar con mi mujer y a beber whisky por primera vez. A olvidar las rutinas de esta cárcel, estos hierros cuya estridencia al chocar tras el toque de queda tanto me ha irritado, las tulipas iluminadas simultáneamente a lo largo del pasillo para despertarnos de golpe, la sorda tensión del comedor, la presión de las mafias, las humillaciones de estos hijos de puta… Uno… dos… tres… cuatro…

111. La condena del minino

Los  gatos tienen siete vidas. Pues yo comparto la misma maldición. ¿Don? ¡No señor! Siete vidas, significan siete comienzos con sus siete finales. El precio que pagas por cada renacer es la muerte que se lleva parte del alma. La nueva vida, cruel e implacable verdugo, destierra a los confines inalcanzables de la memoria lo bueno de la anterior. ¡Que duros estos destierros! logros, caras, sentimientos, vagan en la niebla del exilio sin poder cruzar la frontera del presente. La última, sosa y descolorida vida, agarrada al cachito de espíritu que te queda, titila débilmente…

¡No quiero titilar, quiero arder! ¡No quiero siete vidas! Quiero una única, plena, con el alma y los recuerdos intactos. Quero equivocarme y aprender de mis errores, quiero caerme para volver a levantarme, quiero amar una sola vez y no intentarlo siete. Quiero cansarme y poder decir: “¡Ay, qué larga es esta vida!” Y quiero tener una única muerte, que libere un espirito entero, cargado de vivencias y emociones inolvidables.

¡Qué bueno sería tener solo comienzos!…desgraciadamente cada comienzo supone un fin. Los gatos tienen siete vidas. Pues yo comparto la misma maldición.

110. Ha nacido una estrella (Lola Pacheco)

Louis trabajó sin descanso hasta poner a punto el invento. Anhelante, apostado frente a la puerta con su cinematógrafo, le quedaba solo esperar la salida de los obreros de la fábrica: los operarios, el guarda, las oficinistas… Y entre estas, por última vez, fugaz, refulgía Thérèse.

Después llegaron días de luces y sombras encerrado en su laboratorio en los que proyectó sin pausa las ondas de su vestido, la oscilación de sus brazos al andar, el momento justo en que se giraba hacia la cámara… Y en ese preciso instante, la atrapaba. Y por un tiempo indefinible, Thérèse le miraba solo a él.

Cuando asumió el rechazo, decidió que su tributo sería compartirla con el mundo del que ella renegaba, y que eso no podría ser sino en la «Ville Lumière».

Ante el deslumbrado público parisino, temió que en su devoción hubiera un atisbo de venganza, porque Thérèse no quiso casarse con él; prefirió hacerlo con su dios y habitar en una cámara oscura, enclaustrada. Para entonces, Louis ya la había convertido en eternos haces de luz en movimiento, y su amor, en una nueva forma de arte encarnado en cuerpo de mujer.

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