Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

78. HAZAÑAS BÉLICAS

Los cañones los colocaba siempre en retaguardia, como mi padre me había enseñado. Y es que él sabía de eso, que había servido de artillero. Luego venían los carros de combate, los jeeps y los camiones con pertrechos. Los soldados avanzaban amparados tras los tanques. Eran cientos, de tamaño no superior al centímetro, y coloreados según fueran americanos, japoneses o alemanes. Esa tarde la batalla era la de Montecasino y había construido la abadía a base de cajas de cerillas para las paredes y cromos de cartulina como techo. Una vez colocadas las tropas de ambos bandos, comenzaba el tiroteo: cerbatana de arroz para la fusilería y garbanzos como munición de los cañones. La aviación –había también aviones– no se andaba con chiquitas y dejaba caer piezas de plomo sobre las fortificaciones. Así, ora actuando con un bando, ora con otro, podían pasar varias horas sin sentir. Pero esta mañana, los soldados tuvieron que arreglarse solos, porque tenían que operarme de las anginas. Cuando volví, nada estaba en su lugar. Aún siento, alguna noches de insomnio, la rabia de no poder saber quién ganó la batalla. Y no me vale lo que pongan los libros de historia.

77. Fortunato (un hombre con suerte) Virtudes Torres

 

Fortunato Buendía Alegre, nació feo y patizambo. Creció con los dientes rotos por una coz de Mistela, la mula.

Era cerrado de mollera y en el colegio aprendió poco…, muy poco… ¡Nada!

Cuando pasaba alguna desgracia, siempre andaba cerca, eso le dio fama de gafe. Tenía pocos amigos y amigas ni una.

Intentó suicidarse. Probó con pastillas, antes, leyó el prospecto y pensó que tenían demasiadas contraindicaciones. Se preparó un  coctel con amoníaco pero el olor no le permitió tomar un trago.

Se tiró desde una ventana, justo en el momento que aparcaba un tractor cargado de alpacas de paja. Tomó la escopeta de dos cañones de su padre, la cargó y apretó el gatillo. La cabeza de jabalí trofeo de caza de su progenitor cayó al suelo rompiéndosele un colmillo.

El padre lo mandó al campo con las ovejas. Allí observó el vuelo de los pájaros, estudió las formas de las nubes, conoció cuándo el viento traía lluvia.

Aprendió a predecir el tiempo con las “cabañuelas” y la gente empezó a pedirle consejos sobre cuándo sembrar, o recoger la cosecha.

En el campo, entre los animales, en plena naturaleza, Fortunato Buendía Alegre logró ser feliz.

76. CONTIENDA DE SENTIMIENTOS

Oigo el rugido de la contienda de mis sentimientos que luchan sin tregua para ganar la batalla.

El olor a pólvora que despide tu corazón me quema y me abruma.

Nunca dejas de combatir con tu silencio porque si lo hicieras con tus palabras no existiría esta guerra que desde hace tanto tiempo nos impide seguir adelante y buscar nuevos caminos.

Tus armas son como cuchillos afilados que rasgan mis sentimientos y no responden a los cañonazos de amor y ternura que te lanzo desde hace tanto tiempo.

Quizás   deba luchar en otro frente,  donde el sol se ponga todos los días, y que al mirar al cielo no vea permanentemente nubarrones  sino halos de luz dorada, ojala mi coraza te derrumbe y desaparezcas para perderte en algún otro lugar del mundo.

Amar es mi manera de vivir y así seguiré haciéndolo por muchas batallas que tenga que librar.

75. Historias paralelas

Napoleón orientó los tres cañones con precisión matemática hacia el cuadro de infantería y disparó. La primera bala separó la pierna derecha de George que iba a casarse el próximo verano, la mano derecha de Henry, padre y deshollinador de su Graciosa Majestad, antes de estallar con toda su metralla y cegar a John, escritor novel, Trevor, rastreador en Winchester y Howard, jardinero. La segunda bala botó en la tierra y como una pelota pasó por las cabezas de cuatro hombres, estibadores de Portsmouth, a los que decapitó antes de perderse en la nada. La tercera bala pasó entre los huecos de los infantes para estrellarse contra un coracero de la Royal Guard, excelente cuidador de caballos de Wellington, que se movía con su unidad. La infantería prosiguió sin demora y en cierto orden su camino hacia el objetivo. No querían mirar atrás. Robert, Morgan y Sinclair miraban a su sargento, esperando compartir con él y todos sus compañeros un buen rancho al anochecer tras la victoria. Ya tendrían tiempo de recordar a los caídos. Napoleón volvió a dirigir sus bocas de fuego hacia el cuadro, dispuesto a hacer más historias como Wellington con André, René, Jacques o Francoise….

74. SIN MUNICIÓN (Jes Lavado)

Tras años de asedio, no queda nada que arrojar al enemigo a las puertas. Se acabó el aceite hirviendo, las ballestas languidecen y los cañones bostezan oxidados. Ya no se ven gatos ni perros por las calles y la población deambula famélica. El Estado Mayor ha enviado los planos para fabricar un arma nueva. Nuestra última esperanza, al parecer. Yo soy el encargado de construir esa artillería definitiva, altamente confidencial. Tan secreta que ni siquiera parece un arma. He debido acolchar el interior del tubo de plomo y perfumar la pólvora con talco; colocar globos en la boca del cañón y glasear el enorme artefacto con azúcar y galleta molida, seguramente por razones de camuflaje. Pronto llegará la munición especial. Me pregunto qué clase de balas me traerán, pues apenas queda metal que fundir. Pero dicen que no me preocupe, que han descubierto una fuente inagotable. Ya casi está. Remato los últimos detalles mientras silbo una animada marcha militar, in crescendo, para concentrarme y acallar así los molestos gimoteos, esos llantos infantiles que, desde hace un rato, llegan desde el almacén de proyectiles, amortiguados por gritos desesperados de mujeres, que (desconozco el motivo) entran como cuchillos por la ventana.

73. ASÍ DE SENCILLO

Aquellas palabras tan claras y diáfanas “ no te quiero”, salidas del cañón de su boca como proyectiles inyectados en rencor , la despertaron a la realidad, ya no hacía falta fingir más.

Se le había acabado la munición al cerrar por completo todo posible acceso al diálogo, sus labios se sellaron pero no con un beso, sino con un adiós .

72. IMPOSIBLE MORIR DOS VECES (Concha García Ros)

Esta vez sí. Ni el arsénico con su desagradable sabor ni esa soga tan áspera, tampoco aquella cuchilla oxidada. El cañón apuntando fuerte a mi sien y la cuenta atrás. Tres, dos, uno, ¡ya!

¿Ya? Qué decepción. Aquí sigo vagando aburrido por toda la eternidad y, para colmo, no lo notas.

71. Tiempo atrás

Cerca de la verja de entrada a la finca quedó un cañón, mohoso e invadido por el verdín, sitio favorito de descanso de las gaviotas en sus rutas hacia el Norte.
Dentro de los almacenes otros noventa y nueve cañones, idénticos al de afuera, de tubo largo y patas cortas, quedaron como excedente de la última guerra que mucho tiempo atrás se libró en el Mundo.

A veces pasa algún caminante por los senderos que bordean la finca, donde aún se mantiene en pie la fábrica de armas, ruinosa y desvencijada, con las ventanas melladas, la pintura desconchada, como un fantasma de un pasado tenebroso. Aceleran el paso cuando creen escuchar el eco de los motores de la fábrica en movimiento.
Los niños del lugar que sólo han conocido la paz, intrigados, preguntan a sus mayores por el significado del cañón. A todos les encantaría salirse del sendero para descubrir lo que hay dentro del viejo edificio.
Los adultos se estremecen, rememorando terribles imágenes e historias de muerte, odio y destrucción vividas por sus antepasados.

Mientras, la curiosidad y la inocencia de los niños siguen intentando adivinar qué fantásticos tesoros se ocultan ahí dentro.

70. Habanera (Lola Pacheco)

En Cádiz, los cañones no mueren. Como veteranos de guerra, encontraron su retiro protegiendo las esquinas del maltrato de los carros.

Los que atormentan a Eladio flanqueaban la casa del indiano. Entregaba allí diariamente el pedido de ultramarinos, que recogía una cubana llegada con el último barco tabaquero.

Eladio se anunció:

– ¡Chicucooo…!

Una voz dulzona manó del fondo del patio:

– Chicuco, entra.

Acudió indeciso al penumbroso almacén y la encontró rulando sobre su muslo desnudo un cigarro.

– Mi mamá los liaba así…

Eladio la miraba atónito.

– ¿De dónde viniste tú, niño?

– Del norte -balbuceó.

– ¿Y qué edad tienes?

– Catorce.

– Yo, diecisiete -añadió tras meditarlo.

Después le contó que robaba cigarros al patrón para irse a Sevilla.

– Si encontrara quien me los colocase… -susurró ofreciéndole el que fumaba.

El habano jugueteó de boca en boca, y Eladio, embriagado, acabó perdido entre sus muslos, duros, negros, brillantes de sudor.

La cubana fue descubierta pronto, el chicuco llegó a regentar la tienda, y los cañones siguieron flanqueando la casa del indiano. A veces, a pleno sol, se ve a don Eladio con su puro apoyado en uno de ellos, negro, brillante, candente… Solo reanuda la marcha cuando siente el metal abrasándole la mano.

69. Maldito Cañon, maldito seas por toda la eternidad

El gran cañón de nueve metros de longitud presentaba un aspecto monstruoso. Durante un mes bombardeaba las hasta entonces impenetrables murallas de Constantinopla, destrozándolas y formando una enorme brecha. Giovanni, con sus soldados bizantinos, resguardaba la gran ciudad voceando:

—Por el nombre de Cristo defenderemos con nuestra propia sangre  la cuna del cristianismo.

En el cielo los ángeles, mártires, santos… contemplaban consternados con sus ojos espirituales la espeluznante batalla. La tristeza se había apoderado de todos y afligidos lloraban. San Constantino y santa Elena se acercaron al trono del Señor y se arrodillaron suplicando clemencia para Constantinopla.

—Los imperios son como las personas, nacen, crecen, envejecen y mueren. Esta es la ley de mi padre y hay que acatarla—dijo Cristo con aire compungido.

Los turcos atacaron con todas sus tropas, los cristianos se defendieron como pudieron, pero al final sucumbieron. Mientras ellos asediaban la ciudad, en el cielo con el corazón desbocado la desolación se apoderó de todos los seres de luz. Dos lágrimas hirvientes se deslizaron por las mejillas del señor. Al unísono en el cielo lamentando susurraban:

¡¡¡ Ha caído la gran ciudad, la gran ciudad ha caído!!!

¡Maldito cañón, maldito seas por toda la eternidad!

 

68. Donna Cannone (La Marca Amarilla)

Todos en la Organización sabían que aquella humilde MUJER de campo había sido una infalible MUJER bala utilizada para matar: disfrazada de MUJER fatal, eliminaba la presa que le señalaban. La reclutaron cuando era una MUJER de la vida para convertirla en la MUJER florero de los capos, abusando de ella cuando y como querían, bajo amenazas. Cansada de ser MUJER objeto, empleó sus armas de MUJER para obtener poder y respeto. Lo consiguió con el paso de los años demostrando ser una MUJER coraje, pero ahora, perseguida y acorralada por la justicia, se encuentra abandonada por aquellos que en su día la consideraron la MUJER cañón de la Organización.
Es cierto que nunca ha sido MUJER de suerte, Donna Cannone.
Ella, que solo desea que la quieran como MUJER, MUJER a secas.

67. Desalojadas (María José Escudero)

Cuando el inspector Turing regresó a Waterloo aquella tarde de marzo, las calles olían a chocolate y leña, pero el cielo estaba nublado y el invierno se mantenía imbatible.
Refugiado en las solapas de su vieja gabardina, atravesó la solitaria Plaza del Cañón y se dirigió, apresurado, al lugar de la tragedia.  Mandó retirar el sello de la puerta y entró cauteloso en la alcoba donde las dos mujeres, pálidas y serenas, yacían, cogidas de la mano, sobre una cama limpia y estrecha.
En la mesita reposaban las cajas de barbitúricos y la botella de ginebra que aplastaba, implacable, una carta para el juez. Algunos discos y libros apoyados en hilera se enfrentaban, descaradamente, al voto manifiesto de pobreza y, aunque no se apreciaba signo alguno de atropello ni violencia, todo en aquel insignificante y austero apartamento, estaba ordenado con desesperación, con temor a que la verdad se desvaneciera.
Antes de partir, se asomó a la ventana que miraba hacia la Colina del León y, mientras sonaban furiosas las campanas de la torre del Convento de Fichermont, en las cuerdas del tendal, dos túnicas de novicia se enredaban con el viento y trataban, en vano, de volar hasta las nubes.

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