Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
0
1
minutos
5
5
Segundos
5
4
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

35. Despertar

La luz se apagaría en un instante y esos enormes ojos azules se zambullirían en un universo lechoso, arropado de pestañas. ¿Qué hacer para regresar? ¿Cómo conseguir retornar y tener el privilegio de ver amanecer sus transparentes pupilas inundadas en hambriento sueño? Sólo esperar la salida le producía estupor.

Abandonado en un lecho, áspero como un sudario, inmóvil, casi inerte, imaginaba  despertar una y otra vez después de sentirse observado por una extraña presencia. Exangüe, se arrastraba por nebulosas estancias deshabitadas, en busca de esos ojos que le perseguían y a la vez necesitaba. Escuchaba su llanto y sus pasos, deseaba correr y escapar de las pesadillas que asaltaban sus sueños.

Escuchó el pitido una vez más, como tantas veces antes, pero en esta ocasión pudo despertar. Respiró. Tumbado, rodeado de instrumentos y cables comenzó a recordar… Sintió frío primero, después miedo y por último soledad. Trató de hablar pero no pudo articular palabra alguna. Intentó gritar pero en su garganta enraizaba un endurecido tubo que encadenaba su voz. Quería comprender pero no lo consiguió hasta que escuchó su risa, vio el cristalino océano en su rostro y sus brazos extendidos diciendo… Papá.

34. DESDE QUE LLEGÓ A SU VIDA (Luisa Rodríguez)

―¡Ay, qué larga es esta vida!― suspiró Lucía con gesto compungido.

Manuel, que acababa de emerger de la somnolencia que lo mantenía secuestrado la mayor parte del día, sonrió. Aquel lamento, que él repetía tantas veces, en voz de ella actuó como un bálsamo contra el dolor que se le había ramificado por todo el cuerpo desde la muerte de Maruja.

Lucía se acercó para ayudarle a llevarse un vaso de agua a los labios, pero con tanta torpeza, que la mayor parte del líquido se derramó sobre la camisa. Sin embargo, una mirada de complicidad fue suficiente para revalidar el pacto de silencio con el que se protegían.

Cuando poco después la llamaron desde la cocina, ambos se habían olvidado ya del incidente y  el anciano volvía a estar adormilado. Por eso, al regresar con un trozo de tarta de chocolate, ella tuvo que tirarle de la manga para que se despejase.

Manuel exageró el gesto de sorpresa, pero lo que en realidad le maravilló fue su propia carcajada cuando, sin que le preguntase el motivo de celebración, Lucía levantó cuatro dedos.

33. LA OCTAVA MORADA (Eduardo Iáñez)

Despierto ante la puerta del castillo. En la torre barbacana, una sola ventana recata su penumbra tras una tupida celosía. Traspongo el cancel y me reciben con familiaridad escaleras y pasillos umbríos. Abro una puerta; en la oscuridad, una fila de personas aguarda su turno para mirarse en el espejo que ocupa el centro de la estancia. Se contemplan un momento y marchan disciplinadamente, unos a la derecha, otros a la izquierda. Cuando me toca el turno, el espejo se niega a devolverme imagen alguna. Quienes están tras de mí exigen que me aparte. Su apremio me causa dolor tan fiero, que rompo el azogue en mil pedazos. En el suelo, cada uno de ellos contiene, completo, mi reflejo. Recojo el fragmento que ha quedado a mis pies y me descubro en una amplia habitación del castillo, cuya luz tamiza el bello enrejado de su único vano. Me acerco, toco con mis yemas la filigrana tallada en oloroso cedro. Siento ceder la madera y mi cuerpo desplomarse en el vacío. Mientras me contemplo en el suelo, en una posición imposible, una jauría lame mi sangre exánime a los pies de la torre. Me duermo sin remedio.

32. Guerrero

Me acerqué cauteloso. Soldado tenía varias heridas. Una en el brazo derecho, que había quedado inmovilizado; ya no podría sostener nada con él. Otra herida le había destrozado el estómago; calculé que le mataría en menos de diez minutos. Cuando me vio, hizo ademán de coger el rifle con la mano izquierda. Se lo aparté de una patada. Me miró.

–Adelante, Guerrero –me dijo.

Había aceptado su destino. Me tomé mi tiempo para disparar, tratando de saborear una victoria que había tardado en llegar.

–¡Ay, qué larga es esta vida! –susurró.

Apunté a la cabeza. La bola de pintura le dejó una marca violeta en el casco.

31. CINCO AÑOS Y UN DÍA

Respondí al alumno y desconecté inmediatamente la señal holográfica que me personificaba en el aula. Tenía prisa por vestirme con la ropa de ciudadano, que sentí áspera y holgada. Recogí el cepillo de dientes y los digigramas, aprobados por el Consejo Censor, que había redactado en mis noches en vela. Luego me senté en el catre a esperar.

¡Qué duros estos destierros! Me salió cara la traslación a código UNI de la constitución ‒aún me duele la prohibición de escribir esta palabra en mayúscula‒. Sabía que las fuentes de descodificación estaban restringidas para los humanos de nivel base y los grandes simios, pero fue la denuncia de un miserable lo que me llevó a esta cárcel, estos hierros. Una alerta luminosa presagió la apertura de la compuerta del calabozo, situado en el sótano del Rectorado. Entregué los sensores de reeducación al funcionario y corrí por los pasillos rodantes hasta el campus, donde sabía que me esperaba la primavera. Dos bocanadas de aire fresco me bastaron antes de regresar a impartir mi siguiente clase, esta vez con tiza y encerado. Haciendo un guiño a los jóvenes rostros que me contemplaban expectantes, no pude por menos que recurrir al clásico “Decíamos ayer…”.

30. Celos

Desde que sabe que va a ser mamá no puede dormir. Un estado constante de alerta la tiene paralizada. Entre sus membranas más profundas reverbera un eco, como si alojara un diapasón en su interior. La imagen de una hembra parasitada por algo semejante a una larva le obsesiona como una pesadilla. En su duermevela imagina un gigantesco útero lleno de líquidos amarillos y placentas rosadas, de capilares de ida y vuelta, de movimientos primordiales. Puede ver a su hijo flotando en flujos turbulentos, moviéndose a cámara lenta como un pequeño astronauta ciego, germinando como un brote. Está  furiosa. Nadie le advirtió. Teme que el embrión pueda percibirlo. Trata de calmarse, pero le resulta muy difícil soportar la certeza de que jamás podrá transmitir esa ingrávida placidez a su hijo, que será incapaz de disfrutar de la plenitud de lo esférico, que no podrá cantarle nanas antes de nacer. Demasiado tiempo seca-piensa- demasiada ansiedad por conseguir lo que en otras es natural ha vuelto su sangre amarga, y  más oscura. ¿Qué le queda? Sólo esperar la salida.

No hace ni dos meses que tomó la decisión, y ya se está arrepintiendo de haberse decantado por una maldita madre de alquiler.

29. Quimera (Juan Antonio Vázquez)

Diluía el tedio buscando formas conocidas a las penumbras que habitualmente rodeaban mi lecho. Ya no recordaba qué fue primero, si la amargura o los martillazos que insistentes marcaban el tiempo. Cuando se abrió la puerta, de nuevo, un soplo de esperanza; y tú a lo lejos.

Quise correr, quise saltar, pero mis pies eran desmañados y solo atinaba a articular metódicos pasos entre sincronías de movimientos de los que renegaba por no ser dueño. Pisé una por una las mismas huellas que otrora había dibujado en el polvo que atestaba el camino, y mis gritos, o más bien lamentos, los ahogó el canto de un inoportuno pájaro que pugnaba por liberarse de las cadenas que impedían su imaginario vuelo.

Quería tenerte, transformar por una vez en abrazo esa efímera mirada que surcaba el aire y sentir el calor que deponían tus besos. Pero con la última campanada la rueda contadera estiró de una leva, y toda una suerte de muelles me secuestraron marcha atrás y con fuerza cuando estaba a punto de alcanzarte.

Te vi marchar girando sobre tu peana: adiós, princesa de mis sueños. Regreso al interior del cuco. Maldigo las horas y lloro esta cárcel, estos hierros.

28. Tela de araña

Aquella mosca por fin cayó en su tela de araña. Llevaba dando vueltas por la habitación varios días de forma bulliciosa, plúmbea, con la insolencia adolescente que te da la ignorancia. Su zumbido resultaba estresante incluso para ella, la cual llevaba cinco días en la ardua labor de tejer con esmero una obra de arte férreo en el rincón de la puerta del comedor. La ventana semiabierta, cual paso del mar Rojo, había facilitado la entrada de toda clase de coleópteros, parásitos y artrópodos a la habitación. Además, aquel olor nauseabundo los atraía sin cesar a la habitación. El trabajo había valido la pena, los perfectos pentágonos conferían un dulce lecho de muerte y suerte para la víctima, la cual quedaba atrapada en esta cárcel, estos hierros. Lástima que cuando la araña fuera a iniciar su ceremonial culinario, aquel inspector decidiera irrumpir con sus zapatos embarrados y gritar: “¡Por los clavos de Cristo!, chicos aquí está el cadáver”.

27. DESDE MI CELDA

Me levanto sintiendo que la vida pasa a mi alrededor y me quedo mirando, como los demás vienen y van, ríen, sufren, aman, lloran, y “viven”, esa vida que me está prohibida y todo por un error, un grave error que ahora me causa dolor tan fiero.
Y desde los barrotes de mi ventana miro al cielo y recuerdo aquel día, donde ésta sumisa empleada no aguantó más y reunió valor para empuñar la grapadora metálica, que tantas veces usó, golpeando a su despótico jefe en la cabeza, una y otra vez, una y otra vez, hasta dejarlo tirado en el suelo, muerto al fin.

26. VIVO SIN VIVIR EN MI

No hay sensación más desagradable como sentirse extraño en tu propio cuerpo. Y la imperiosa necesidad de salir del mismo como si de una cárcel se tratase. Si me miro en el espejo, no me reconozco y mi ira me lleva a machacarlo de un manotazo. Si intento subir hasta mi casa como antes, fatigosamente, me encuentro en el primer rellano de la escalera al primer paso y la puerta de la vecina que se cierra de un portazo. Aunque trato de no darle importancia, en el edificio se murmura que algo está sucediendo, y desde la primera desaparición, sólo pude esbozar tímidas y vagas respuestas ante la policía.

Cuando esta mañana vinieron a arrestarme, les grité que no era yo y que me buscaran un calabozo seguro y vacío. Tal vez por que si muero es porque no muero.

25. ERA TAN FÁCIL… (Ana Tomás García)

Era tan fácil como sólo esperar la salida del humo de la chimenea para saber que ella había vuelto. Sólo esperar la salida del humo de la chimenea… Se me pasaron los días, los meses, los años, vigilando aquel chorro imaginario de humo sentado en el porche del bungalow de enfrente; vigilando por si aparecía el eco de su voz, el destello de su sonrisa…

No he sido capaz de preguntar por ella, acaso nunca estuvo y sólo es un ser imaginario que camufla mi soledad enferma. Lo asombroso es que una noche bailamos juntos bajo la luna llena, sobre la húmeda hierba, puedo jurarlo, aquello sucedió una noche de verano, después de la cena, hicimos un brindis y nos besamos bajo el guiño fugaz de alguna estrella. Se marchó en otoño diciéndome que volvería pronto, que estuviera atento al humo de su chimenea.

Debo de estar loco, pero le dije que la esperaría hasta que volviera, y aquí estoy, enredando de esperanza mi espera, aunque ella quizás no vuelva.

24. La naturaleza de mi corazón

Puedo afirmar con convicción y sin temor a equivocarme que, vivo en el paraíso imperfecto de mis realidades dentro de un mundo de sueños incumplidos. En días nublados disfrazo, de indigente, mi ser para deambular con paso inseguro hacia la benevolencia de alguna buena alma. Entonces, dejo que mi corazón se convierta en un enorme huerto, cuyos frutos florecen durante el tiempo en que el amor pueda mantener fértil el campo de mis ilusiones. Utilizo estas metáforas para no enfrentarme a la pobreza de mi espíritu. ¡Ay, qué larga es esta vida! Llena de encuentros y desencuentros. Ilusiones perdidas de tempranas orfandades, porque me he dado cuenta que no sé amar, por lo que cada vez que termino con alguien que me ofrece sus sentimientos; crece, dentro de mí, un odio que convierte en desierto las parcelas sembradas. Como consecuencia mis descalabros son más breves y tienden a un exilio más prolongado. Por lo que me siento a esperar los diluvios que llegan para hacer, nuevamente, fértil mi tierra; éstos llegan acompañados de nubarrones y malos presagios, pero con el paso del tiempo se convierten en días soleados. Es un ciclo natural que se repetirá infinitamente.

Nuestras publicaciones