Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
0
7
minutos
4
7
Segundos
2
7
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

73. El bebé del año

Basado en hechos reales

No paraba de mirar el reloj y a su rival, la mujer que dormitaba en la cama de al lado. La enfermera entró. La auscultó. Le dijo que ya había dilatado diez centímetros.

–Está a punto.

No pudo evitar sonreír. Estaba cerca de llevarse el premio, el generoso cheque que el ayuntamiento regalaba al primer bebé del año. Ya imaginaba todo lo que compraría con ese dinero. Cuando se recuperara, haría un viaje. A Miami. Siempre había querido viajar a Miami.

La enfermera volvió.

–Vamos a llevarla ya.

–No, no –musitó.

Faltaba una hora. Tenía que aguantar una hora. La camilla recorrió los vacíos pasillos del hospital. La parturienta deseó que aquel trayecto no acabara nunca. Una contracción le hizo estremecerse. En la sala de parto, todos estaban preparados. Iba a decirle algo al doctor, pero le dieron un pinchazo.

Todo sucedió muy rápidamente. Alguien le sujetó los brazos. Fue consciente de que le hacían una incisión en el abdomen. Sintió que la cara se le llenaba de sudor. De repente, le pusieron un bulto en el pecho. Su hijo. Trató de sonreír.

–¿Qué hora es? –preguntó.

72. El médico del reloj (Juana Mª Igarreta)

El “tío Julián” era el médico del reloj. Cuando en invierno al reloj de la iglesia le afectaba la humedad constipando el ritmo de las horas, él subía presuroso a la torre. Accedía a la pequeña estancia desde la que el reloj gobernaba el tiempo e iniciaba un minucioso ritual de inspección, escudriñando con vivarachos ojos y hábiles manos cada una de sus piezas. Algunos del pueblo, menospreciando su labor, le preguntaban: “¿Qué haces ahí arriba, Julián, que te pasas las horas muertas?”; a lo que él solía contestar: “Vigilo el tic-tac del reloj, que es el corazón del tiempo”.

Pero realmente al “tío Julián” nadie lo conocía en profundidad. Vivía solo en una de las últimas casas del pueblo que heredó de un pariente lejano. Hasta su edad era un misterio. Los más antiguos aseguraban que llegó al pueblo el mismo día que se estrenó el reloj de la iglesia. Y de eso hacía mucho.
Una Nochevieja, faltando apenas unos minutos para las campanadas del Año Nuevo, el reloj enmudeció. De su blanca esfera, súbitamente ensombrecida, comenzaron a caer gruesos y oleosos goterones.

Fueron a buscar al “tío Julián”. Tras la herrumbrosa puerta solo encontraron el tiempo detenido.

71. Las manos vacías

Terminadas las uvas se escuchó una decimotercera campanada.

Al ver nuestras manos vacías entendimos que no habría un nuevo fin de año.

70. Miel y escarcha Calamanda Nevado

Junto a la barra ricamente decorada con estrellas navideñas la vi. Era un ser de gran belleza y presencia misteriosa. Su pelo irradiaba tonalidades doradas, y su apariencia parecía provenir de un lugar alejado del nuestro. Mi espíritu la deseaba. Bailamos las canciones más bellas que nadie haya escuchado jamás, y me declaré una y otra vez abrazado a su cuerpo. Me respondía con besos de verdad, y renací.
Todo lo que en aquella fiesta ocurría a su lado, era un descubrimiento. Durante las campanadas de fin de año comprendí que la amaba. Que se instalaba en mi vida como si la esperara. Que comenzaban a hacerse realidad mis deseos, consiguiendo mi metamorfosis. Que me envolvía con su encanto y abría el corazón; y que me invitaba a buscar nuevas sensaciones, regalándome la potestad de sentir pasión sin límite.
La velada nos hacía flotar por mágica. No solo porque fuéramos vestidos de blanco, alumbraran velas de incienso, y se escuchara la mejor música barroca. Era la última del año y la había conocido. Su magnetismo me aseguraba que junto a ella me sucederían cosas increíbles.
Pero amaneció, se aproximó el final de aquellas pócimas sagradas y me reveló su secreto.

69. TRISTE CUENTO DE NAVIDAD

Lágrimas heladas resbalaban por su rostro cansado, en aquella mañana gris y helada. A su lado los familiares cubiertos por el llanto, mientras él miraba al cielo y en silencio maldecía al Dios que se lo había arrebatado.

Tras cerrar el nicho se produjo un largo desfile de abrazos y palabras amables, que se hicieron eternos, quedando el cementerio desierto y dejando allí su corazón y su pequeño.

Volvió a sus rutinas intentando ocupar su tiempo, pero la pena no quería marcharse de su vida.

Llegó el invierno y sus fiestas navideñas. En la televisión explicaban las tradicionales campanadas y él recordaba las últimas fiestas con toda su familia. Una leve sonrisa nació en sus labios al sentir aquel momento, despues frunció el ceño y pensó que sería mejor acostarse y evitar la espera, hoy solitaria.

El sonido del timbre rompió la noche con insistencia. Abrió la puerta y sorprendido vio a sus amigos que sonrientes le llenaban de abrazos, besos y buenos deseos, haciendo que miles de sentimientos se mezclaran en él.

Y mientras se comía las uvas, sintió cercano a su hijo y supo que siempre estaría con él, pues sus recuerdos vivirían por siempre a su lado.

67. Año Nuevo (María Rojas)

Tras el repique de la última campanada, saludando  el primer amanecer del año,  lanzó un tiro al aire.  La bala, pavoneándose, se perdió en lejanías.  Apoyó la mano armada en el palo de billar, pidió una cerveza fría y mandó a entornar la puerta.

Vigilantes esperamos. En cuanto entró al salón se le abalanzó. Fascinados, vimos cómo le dio el beso más  hermoso que nadie, jamás, haya dado en su vida.

66. OJOS PARDOS

No esperaba a nadie a esas horas en el despacho. Me había quedado ordenando las pistas del último caso: una anciana sospechaba que su cuidadora la estaba envenenando. Justo cuando estaba empezando a pensar que aquella anciana se auto medicaba demasiado llamaron a la puerta. Una silueta alta y de curvas pronunciadas se dibujaba en el cristal translúcido de la puerta. Al abrir una mujer rubia con el pelo recogido, un traje ceñido y unos zapatos de tacón que le hacían sacarme casi una cabeza me miro con sus ojos pardos de otro mundo.

-Siéntese por favor. ¿A qué debo su visita?

-Me envía Rosalind, la anciana que le contrató porque cree que le estoy envenenando. Está impedida en la cama gracias a la última dosis. No llegará a tomar las uvas. Antes de que llame a la policía le traigo esta carta firmada por ella en la que confiesa su adicción a los somníferos.

Yo asentí abobado sumido en su perfume.

Hoy, un año después, tomo las uvas con aquella mujer. La anciana no pasó del año pasado. No sé si sobreviviré a la octava campanada pero sería tan bello morir reflejado en estos ojos pardos.

 

 

65. BALA PERDIDA (Beto Monte Ros)

Con el cerebro obnubilado por el vino y arropado por la celebración, el hombre vació en el aire el tambor de su pistola. Tras la campanada del año nuevo, en el hospital de la ciudad, declaraban muerto a un niño impactado en la cabeza.

64. NOCHEVIEJA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Primera campanada: profusión de petardos y fuegos de artificio. Todos brindan, saludan, se besan.

Papá Noel se queda dormido en la silla, la panza llena de sidra y de turrón, tal era su afán, como siempre, por resarcir la ausencia en el festejo anterior.

Masticando sus tajadas de pan dulce, parten los Reyes Magos; no sea cosa que, a medio camino, se les apague la estrella.

Entretanto, ella ya levantó la mesa, guardó lo perecedero en la heladera, y acunó a ese año recién nacido que tanto se hace sentir.

“Misión cumplida”, susurra mientras se va, arrugada y feliz, en el eco de la última campanada.

63. BOICOT

Si alguien se hubiera decidido a abandonar la mesa, acercarse y felicitarle también el año, enseguida habría notado algo extraño en su cara. Y habría sabido, casi seguro, interpretar al momento ese parpadeo repentino y acelerado de sus ojos, ese boqueo de pez sin agua, de labios sin aire. Habría captado, sin duda, el brusco cambio de actitud corporal del adolescente impasible, de nariz desproporcionada y flequillo demasiado largo, siempre adherido al sofá. Quizá entonces, un golpe seco a tiempo entre los omoplatos, una sacudida de hombros, un grito desmesurado, una brusca compresión en el abdomen habría bastado para rescatarlo de esa vereda sombría y sin retorno, recién emprendida al llegar la duodécima campanada. Y probablemente, después de ese día, en esa casa continuarían consumiéndose las uvas, como postre durante todo el invierno y como rito de la buena suerte en noche vieja.

62. La magia de la Navidad (Sergi Cambrils)

Tras las campanadas que anuncian el año nuevo en la tele, no pasa nada remarcable. Es durante la cena de Nochevieja cuando ocurre lo inexplicable.

Los niños se instalan enseguida en la gran alfombra para jugar con una montaña de juguetes y mi mujer y yo aprovechamos para adecentar la atiborrada mesa. En esa tarea, vemos como una copa que cae se queda suspendida en el aire antes de impactar contra el suelo. Ella se queda con la boca abierta. Yo me acerco impresionado y compruebo que en efecto está flotando a un palmo del piso. La toco cauteloso. Oscila levemente como un péndulo desacompasado y vuelve al mismo punto. Ejerzo algo de fuerza hacía abajo para ayudarla a que concluya el recorrido, pero no se puede, se mantiene levitando a centímetros de la supuesta colisión. Lo esperado hubiera sido el choque quebradizo y el posterior barrido de los pequeños cristales esparcidos para que los niños no se cortaran, pero cuando ocurre algo así no hay más remedio que asumir el pequeño milagro y empezar a creer en algo más.

Nuestras publicaciones