Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

47. LEYENDAS (Concha García Ros)

Cuenta la leyenda que los hombres festejaban el fin de año con uvas y relojes. ¿Qué qué era eso? Unos aparatos para medir el tiempo. ¿El qué? Aún eres pequeño para entender, además hace tanto… Fue antes de que llegaran los libertadores,  cuando los días no eran todos iguales, antes de que dejáramos de tener sueños y pasiones. Pero qué felices somos así, sin dolor, sin futuro. Anda, no preguntes más, aún eres pequeño para entender.

46. Campanadas de cambio (María José Escudero)

Din, don…

Sonaron una a una las doce campanadas, las esperadas campanadas del final y del principio. Festejé cada una con pequeños sorbos de champán y esperé pacientemente en aquel cuarto sin espejos que había sido mi celda durante algunos meses. En la puerta un sencillo maletín aguardaba cauteloso, y yo ansiaba una sola señal para marcharme.

Una enfermera de rostro reseco y amargado entró en la habitación con diligencia y me dedicó una discreta mirada de complicidad. Luego salió nerviosamente dejando un vaso de agua y una píldora sobre la mesita cercana a la cama. Comprendí que aquella era la señal y decidí comenzar mi inaplazable viaje de preguntas encadenadas.

Din, dan…

Tras sonar las doce campanadas, entré en la habitación dispuesta a cumplir con mi deber. En mi profesión no hay fiesta que valga. Él, junto a la ventana y con una copa de champán en la mano, esperaba el momento largamente meditado. Me hubiera gustado decirle que estaba de su parte, desearle suerte. Pero salí de allí un poco acelerada porque no me gustan las despedidas. El doctor Moliner había hecho un trabajo encomiable y pensé: ¡Dios mío, quién la ha visto y quién le ve!

45. El primero del año

Consiguió tragarse todas las uvas a tiempo. Luego, abrió la botella de champán. Dejó que el tapón saliera disparado; le resultaba divertido. Llenó la copa. Se la bebió. Estaba listo.

Cuando abrió la puerta del balcón, advirtió que le temblaba todo el cuerpo. Hacía mucho frío. Se subió a la silla que había preparado. Durante unos instantes dudó. Finalmente lo hizo.

**

Abrió los ojos. Todo era blanco. ¿Dónde estaba? Trató de mover las piernas, los brazos, la cabeza, pero no pudo. No sentía su cuerpo. ¿Así que esto era lo que ocurría al otro lado? No era tan malo. Era como si estuviera tendido en la cama.

Comenzó a recordar. ¿Lo habría conseguido? ¿Habría sido el primero de 2015? Durante unos instantes se alegró. Por una vez, hablarían de él. Su nombre aparecería en los periódicos. Se haría famoso. ¿Le compadecerían? ¡Bah! Ya no importaba.

De pronto, le pareció escuchar una voz. Una mancha borrosa se formó delante de él.

–¿Señor Ortega? ¿Señor Ortega, se ha despertado?

La imagen de la enfermera se hizo nítida. Tardó poco en comprender que también en eso había fracasado.

Debería haber subido a la azotea.

44. Compañero fiel (Blanca Oteiza)

Lo enterraban mientras sonaban las campanadas anunciando un nuevo año. “Nadie le echará de menos”, se decían mientras la tierra húmeda cubría su cuerpo.
A última hora de la tarde irrumpió en sus vidas pidiendo una taza de café caliente o alguna sobra que pudiera aliviarle, sin embargo lo que halló fue la burla y menosprecio.
La gente pasaba por la acera vestida con sus mejores galas apresurada por llegar a la cena de nochevieja. La pareja se encontraba a punto de echar la persiana cuando el hombre harapiento entró en el local. No quisieron escucharle, “será caradura, no ve que estamos cerrando”. Tras una serie de insultos y faltas de respeto llegó el empujón fatal que le tiró al suelo golpeándose la cabeza tan fuerte que ya no despertó.
Junto a los cartones que hacen de hogar el perro espera su llegada, acurrucado sintiendo la ausencia que le proteja del sonido de cohetes y petardos.

43. VISLUMBRE (Carles Quílez)

Juan intentó centrarse, pero aquella luz cegadora le desconcertaba. Un racimo de recuerdos desordenados se desparramó por algún lugar de su mente: La sonrisa con la que el abuelo Nicanor le agradecía las chocolatinas que le traía de hurtadillas; Toby, el perrito que le regaló a su mujer tras el segundo aborto; la manera de llover del día de su jubilación…

Tal como vino, el torbellino marchó y algo parecido a la consciencia fue abriéndose paso entre la confusión. Su sobrino -tenía que reconocer que desde que enviudara, el chico se esforzaba con él- le había invitado a pasar la Nochevieja en su casa de la sierra. Aguantó el tipo como pudo durante la cena, pero tras los postres ya no supo refrenar sus ganas de llorar.

Las campanadas sonaron distintas esta vez. Parecía que iban demasiado rápidas, o quizás fuera él quien iba despacio, pero cuando el resto alzó sus copas para brindar, él todavía intentaba tragar las uvas.

Y entonces, por fin, comprendió. Y gritó, mas no logró articular sonido alguno; y se agitó y pataleó; y cuando la luz se atenuó y distinguió a su esposa tras ella, nuevamente, respiró.

41. La cena de los hipócritas

Por fin ha llegado la Nochevieja. Es la única cena del año en la que nos reunimos todos: la abuela, que no quita ojo a los carabineros que presiden la mesa; el abuelo, que batalla con su dentadura postiza para hincarle el diente al pavo; la niña, cuánto la echo de menos cada día. Se está haciendo mayor, pero para mí siempre será mi pequeña; y mi exmujer, esta Navidad la veo más guapa que nunca. Creo que se ha operado el pecho.
Cenamos, tomamos las uvas y brindamos con champán.
Acaba el simulacro.
Silencios.

Es la hora del aguinaldo y las despedidas.
A Eugenia y Anselmo les ofrezco lo acordado: una cesta de pastillas.
—¡Anselmo, le he puesto ración doble de viagra, disfrútelas!
—Eugenia, no olvide darle las gracias a la gobernanta y dígale que ya me pasaré por el asilo a saldar cuentas.
—Para ti, preciosa, este sobre. Aquí tienes lo suficiente para acabar tus estudios de Arte Dramático.
Ahora miro a mi exmujer y pienso que aún no ha acabado la fiesta. Toca dar la campanada.
—Tome quinientos euros más y pase a la habitación del fondo a la derecha.

40. Rezos, ayunos y abstinencias (basado en hechos reales)

 El eco de las heroicas crónicas que habían nutrido de reclutas el frente pronto quedó relegado al ostracismo más absoluto entre el ruido de las explosiones y la fatiga del combate.

 Tras varios meses y con la percusión de la metralla apostada en los tímpanos, la trinchera había enconado a atacantes y atacados al interminable abrigo de las ratas, el fango y el espino.

 En fin de año de 1915, el general Césaire prometió a sus hombres con la mano sobre el relicario que contenía la foto de su hijo que acabaría con aquella locura. Abrazado a un trozo de tela blanco partió hacia la posición enemiga dispuesto a negociar. Horas después regresó y dio las últimas órdenes; había condiciones.

 Avanzaron hasta ellos decenas de titilantes luces que rasgaron el oscuro manto de aquella fría noche. Los rostros de sus enemigos, de cerca, eran el reflejo de sus mismos miedos y anhelos. A pesar de no entenderse, bebieron, se fundieron en abrazos y entonaron villancicos navideños.

 A las doce: silencio. De los suyos, uno cogió una cacerola; de ellos, otro golpeó con un madero. Tras la última campanada desenfundaron sus pistolas y dispararon. No se sabe quien ganó. Ni importa.

39. Siempre juntos (Esperanza Tirado Jiménez)

Él se había sacado el carnet de conducir. Ella sería su copiloto perfecto.

Fueron haciendo escapadas para ir cogiendo kilómetros. Por la ciudad, a la sierra, al pueblo a ver a los abuelos, a la playa… Siempre juntos.

Una conocida marca de bebidas organizó una Fiesta de Fin de Año. Había que ir y volver en coche. No era problema, él ya sabía manejarse por todo tipo de carreteras. Sacaron las entradas por internet. Llegar sería igual de fácil. Ya era un experto conductor.

Ella tenía pensado su vestido de Nochevieja desde verano. A él le agobiaba todo lo que no fueran sus viejos vaqueros y sus playeros. Pero por ella se vestiría ‘de persona’, como siempre le pedía.

Él dejó su coche reluciente y se vistió elegantemente para ella. Ella se maquilló y se arregló para él. Él fue su chófer particular, conduciéndola por un camino encharcado, pedregoso y sin iluminar.

Fueron llegando asistentes a la nave industrial en mitad de ninguna parte, decorada con luces de colores, serpentinas y enormes pantallas de plasma. La música atronaba desde lejos.

Tras las campanadas del año nuevo desaparecieron de allí. Nadie los vio irse. Quizá nunca llegaron a la fiesta.

38. Tregua

Bueno, ya se acabó el bullicio de todos los años, aunque esta vez ha habido menos cosas por las que brindar y sonreír. Un último trago hasta apurar la copa, y a seguir, que, tras las campanadas, ya es jueves.

37. Año muerto, Año puesto (Esther Cuesta)

El fin de año prometía. Había viajado a Nueva York, donde vivía a la sazón mi novio. ¡Estaba tan emocionada, nuestra primera Nochevieja juntos! Me compré un vestido largo muy elegante y me arreglé para asistir a las campanadas. Cuarenta y cinco minutos más tarde seguíamos sin encontrar un taxi y para colmo, comenzó a nevar. Quise llorar de rabia y mi novio comenzó a gritar cada vez más alto, “que era mi culpa, que si tardaba mucho en acicalarme, que a quien se le ocurre salir con este tiempo, que si…” Dejé de oírle cuando un coche paró delante de nosotros y resultó ser David, un compañero de Universidad. Repuestos de la sorpresa inicial, se ofreció a acercarnos a Times Square; él regresaba al hotel, le habían dejado tirado sus colegas por unas rubias despampanantes. Planteé que se quedara con nosotros, pero mi novio volvió a protestar de forma grosera. En ese instante dieron las doce, y cual Cenicienta, sentí que aquella fiesta se había acabado; me agarré del brazo de David, y le dije -tú y yo nos vamos a buscar mi zapato-

Aquel fin de año dejé a un novio, y encontré a un marido.

36. Hoy sin falta (Jerónimo Hernández de Castro)

Los fondos municipales se agotaron y el descampado seguía cubierto por una flora desigual de escombros y chatarra, de la que parecían brotar unas paredes apuntaladas por los grafitis. Sobre los huecos de lo que un día fueron ventanas, se había construido un tejaroz inverosímil de palos y cartones, la única sombra de los alrededores.

Para variar ese día había comido. Un bocadillo reblandecido perfecto para sus escasos dientes y una birra tibia de marca blanca. Todo dispuesto sobre un calendario del año pasado que sólo conservaba la hoja de diciembre y hacía las veces de mantel.

Por un instante no parecía difícil pasar página y comenzar de nuevo como en una Nochevieja cualquiera, aunque no supiera muy bien en qué fecha de septiembre se encontraba y fueran casi las cinco de la tarde.

-¿Y por qué no? Golpeó doce veces la lata de cerveza con su cuchara de peltre, aún caliente con restos de heroína, dispuesto una vez más a cambiar el rumbo, en cuanto regresara de su viaje.

35. Doce besos

Esta noche contamos estrellas. Son estrellas caseras que el proyector de luz refleja en el techo de tu habitación. Jugamos a descubrir una estrella fugaz, y cuando estás distraída giro la rueda luminosa y una estrella larga, con cola, como la que debió guiar al pesebre de Belén a los reyes magos, cruza el cielo de tu cuarto. Sabes que es noche vieja y preguntas: -«¿Qué son las uvas de la suerte?» -«Un ritual de tantos» respondo, y cómo quieres saber lo que es un ritual, te explico que es una idea que se le ocurre a alguien, de asociar una determinada actitud con el cumplimiento de una expectativa. Es entonces cuando decidimos crear nuestro propio ritual, en base a nuestras perspectivas para el año que se avecina. Como no nos apetecen las uvas acordamos darnos doce besos, uno por cada mes del año, en cuanto oigamos la primera campanada del reloj de la plaza, mientras nos hacemos la promesa de no enfadarnos más tiempo de cinco minutos cada vez, en los próximos doce meses. Cuando suena la campana se abre la tanda de besos mientras las dos pensamos que esta expectativa es muy alta.

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