Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

34. El beso

Tras las campanadas del año nuevo él la besó. Ella cerró los ojos y se abandonó derramando inconscientemente su copa sobre el señor del bigote. Él sintió húmeda la pierna. Asustado retrocedió chocando con la mesa. Copas a medias, porciones de pastel y canapés cayeron junto con la ponchera. La mujer del collar de imitación resbaló cuando ingería la última uva. Tenía la boca llena con las anteriores, con sus pellejos y güitos. Se llevó las manos al cuello. El tipo de la camisa a cuadros corrió a auxiliarla. Patinó. Sus manos encontraron asidero en las piernas de ella mientras le hincaba su hombro entre los omóplatos. Arrastró sus leggins en la caída descubriendo que no llevaba ropa interior. Atónita y semidesnuda escupió con fuerza el bolo alimenticio. Atinó en el ojo del bajista que se giró. El mástil del instrumento pego de lleno en la cara del vocalista. Cayeron sobre la batería. La uva rebotó en la nuca del calvo y acabó en la copa vacía de la chica cuando abría los ojos dando por finalizado el beso. Extasiada miró alrededor y esbozó una sonrisa sincera pensando que era cierto: “el primer beso es mágico y nunca se olvida”.

33. Resquiescat in pace, don Sotirios

¿Cómo puedo matar a mi mujer y quedarme impune?

Meditando  tuve una idea brillante. Ella era supersticiosa. Fue facilísimo convencerla de que  si conseguiría  tragar las uvas de Globo con las doce  campanadas del año nuevo tendría  un lustro esplendoroso. Al llegar  las doce de la noche vieja  con las primeras campanadas  y a poner  en su boca las primeras uvas —que más que uvas parecían ciruelas—, a la undécima tenía el color de berenjena: se estaba asfixiando.

Le tapé  la boca y nariz  con mi mano. Como estaba ya medio ahogada, se expiró en seguida.

El forense dictaminó fallecimiento  por atragantamiento.

En el sepelio pensando en todas  las islas  paradisíacas  y las hermosas mujeres que iba a… me emocioné  tanto que no paraba de llorar. Todos decían: “Pobrecito, como la quería”.

En la notaría  tenía  mis uvas favoritas  y al empezar el notario yo comencé a comerlas  una, dos…

“Dejo mi enorme fortuna  a mi queridísima  ONG  Médicos  sin frontera”.

— ¡Don Sotirios ¡ ¡¡¡ DON SOTIRIOOOOOOS¡¡¡

En la lápida estaba escrito:

Aquí está descansando un matrimonio  ejemplar, don  Sotirios,  famoso  atleta y escritor,  tanto amó a su mujer que hasta murió de la misma causa.

“RESQUIESCAT  IN  PACE”

 

 

32. AÑO NUEVO RURAL

El tío Aurelio hizo una promesa que se cumpliría, “Dios mediante”, pasadas las campanadas que anunciaban la llegada de 1999. Nunca supimos si fue cumplidor, como durante toda su vida, o si esa fue la primera vez que faltaba a su palabra.

Nos lo preguntamos cada primeros de año delante de la lápida que tenía encargada y que reza así: “Si falto a mi palabra, faltad a mi entierro”.

Y ante la duda, pues todos fuimos al entierro del tío Aurelio, bueno todos menos mi tío Anselmo –el Tortas- que dice que el Aurelio faltó a su palabra tras las campanadas, pero yo siempre le contesto que lo mismo prometió morirse y que entonces cumplió. Pero mi tío el Tortas no se baja del burro y siempre me responde que el Aurelio fue enrevesado hasta para morirse, y que se marcha al bar del pueblo, que tiene la garganta seca y las tripas revueltas de pensar en el otro.

31. Clarividencia (Arantza Portabales Santomé)

Inés se cubre los ojos con un pañuelo negro y todo recupera su olor, forma y textura. Se pasea por su casa acariciando objetos. El eco de las campanadas aún le resuena en la cabeza. Percibe la frialdad de la vajilla de Limoges. Apoya su mejilla en el gélido cristal de Bohemia. Casi consigue dejar atrás los abrumadores destellos de la Navidad. Porque desde que se operó, ese mundo de luces le está jodiendo la vida. Cuando todo era oscuridad el mundo tenía más brillo. Esos haces luminosos que viajan a 300.000 kilómetros por segundo le rasgan la córnea, el iris y el alma. Le duele el alma. Le duele esa luz que le hizo verlo como era realmente. Le duelen sus mentiras. Sus ausencias. Y sus presencias ausentes. Incluso hoy. Por eso lo hace. En cuanto él sale por la puerta, ella recurre al pañuelo negro de seda. Y por unos instantes vuelve atrás, a cuando el mundo se reducía a un inmenso agujero negro. De nuevo sus ojos son unos ojos que no ven. Y así y solo así, consigue tener un corazón que no siente.

30. La soledad (M.B. Cotero)

Cuando aún faltaban un par de horas para la medianoche, Soledad se sentó a la cabecera de la larga mesa donde minutos antes, sobre el bordado mantel, había colocado dos botellas de champán, dos copas y un par de velas rojas.

Mientras escuchaba a Schumann, hizo repaso de su vida: éxitos y fracasos, pérdidas, ilusiones, sueños y esperanzas. Sin embargo, la música no consiguió mitigar la tristeza que en ese momento embargaba su corazón.

Al mirar el reloj, advirtió que solo quedaban cinco minutos para las doce. Encendió la televisión y cuando empezaron a dar las campanadas de fin de año, de pie, alzó la copa y brindó por todos sus familiares y amigos conocidos y desconocidos.

Acompañada del sonido de cohetes y petardos, pidió un deseo.

29. Érase una vez… antes del Skype

Durante unos años residí en un país lejano donde no se celebraban las navidades y el cambio de año no era el 31 de diciembre. No obstante, dado lo señalado de la fecha, yo escribía postales a mis hermanos, siguiendo la costumbre que nos inculcó mi abuela. Era divertido, porque como éramos muchos, a cada uno le contaba una batallita distinta y correlativa. Ellos se juntaban en nochevieja y las leían, por turnos, en voz alta. El conjunto de todas constituía una buena crónica de mis andanzas desde el mes de agosto, que era el único en el que yo volvía a casa. Ese juego, que fue una ocurrencia de mi madre, les servía para sentirme cerca y no sufrir tanto mi ausencia.

Yo, a cambio, recibía doce postales a lo largo del mes de enero . Cada una con una imagen de mi Bizkaia natal y un mini relato de la celebración de nochevieja. En mi familia es rasgo común el exceso de imaginación. Por eso, a pesar de que todos habían participado en la misma velada, lo que contaba uno difería por completo de lo que contaba otro. Así disfrutaba, a falta de campanadas, de doce nocheviejas diferentes.

28. DESPUES DE LAS CAMPANADAS (Mª Belén Mateos)

Doce uvas desunidas, destripadas, desparramadas por la mesa del comedor. Un reloj de cuco desvencijado, descuidado, desacompasado en su tintineo. Y una estancia descolorida, desordenada, desprovista de calidez y armonía.

 Y él, contando con los dedos de la mano sus doce deseos, uno por cada promesa rota, uno por cada mes de su frívola vida, uno por cada pecado que ansia cometer. Se escuchan los cuartos… y comienza a desvestirla, desflorarla, desentrañarla

26. BYTES

Las campanadas  han  dejado de resonar. Se escuchan gritos de júbilo  por todas partes,  miles de personas de múltiples nacionalidades,  celebran el inicio del año nuevo congregadas en la Puerta del Sol.

Los amigos se abrazan entre  brindis de  champan y las parejas se besan apasionadamente bajo un cielo de fuegos artificiales.

Padre e hijo observan,  como siempre en silencio,  la escena contenida en el disco duro del servidor.

— ¿Por qué reproducen  este video insulso  todos los años papá? —pregunta el niño sin pronunciar una palabra.

—No lo sé hijo mío, debe ser una de las clausulas del contrato. Supongo que los de la corporación Vida eterna,   pensaron que a las “memorias virtuales”   nos gustaría celebrar la Nochevieja para seguir sintiéndonos algo humanos.

25. POR FIN UN AÑO VENTUROSO de Piluca Illana Herraiz

De una en una, sin atragantarse. Lo había conseguido.

Las otras veces habían resultado infructuosas. Una mirada sin querer, un gesto queriendo. Cualquier distracción consciente o inconsciente habían dado al traste con el ritual, que desde siempre había seguido a pies juntillas como mandaba la tradición: Todos alrededor de la pantalla. El reloj a punto, sonando los cuartos, las campanadas del año nuevo. Las uvas contadas una y otra vez para que no fueran ni más ni menos que doce.

Por fin estaba solo. Ahora sí le llegaría la fortuna. Sería un buen año, no como los pasados. Nadie le distraería. Una vez fue su hermano ¿Por qué le había hecho aquel guiño justo en la penúltima? No pudo tragarla. Él se lo hizo cuando le empujó por el terraplén. Un desgraciado accidente. En otra ocasión fue su madre la que distrajo su atención ¿Por qué se le cayeron las uvas?. La encontraron sin vida, víctima de un fallo cardíaco cuando encontró colgado el cadáver de su padre. ¿Suicidio? ¿Asesinato?

SI. Este año sería venturoso. No cabía duda.

La enfermera del psiquiátrico recogió vacío, el vasito de plástico dónde el paciente asesino había comido metódicamente las uvas de la suerte.

24. LA LUNA LOS ALUMBRO

Para celebrar el nuevo año que se precipitaba por instantes, Simón y Carola se reunieron en la alberca y enfocados con la luz de la luna llena, intercambiaron sus regalos.

Ella descubrió el suyo. Era un tarro de cristal que contenía pedazos desordenados de su niñez.

-Es un puzzle, para que recompongas tu infancia-le explicó él

Simón desanudó el suyo. Le sorprendió ver un diario ya escrito en fechas aún no llegadas.

-Es el futuro que te espera, para que vayas construyéndolo-le aclaró ella

Carola arrojó el tarro al suelo haciéndolo añicos; él hizo volar el diario hasta el lago asegurándose de que se ahogaba con todas sus hojas.

Después hicieron la promesa de fabricar juntos el presente.

 

 

23. FIN (Edita N.T.)

Vive sola todo el año, menos el treinta y uno de diciembre. Sus familiares, como siempre, con el pretexto de visitarla, aprovechan la ocasión para cenar como reyes. Luego, vibran con las campanadas en el balcón que da a la Plaza del Reloj, repleta de eructos de alcohol desde varias horas antes. Esta vez, hastiada, se acurruca en una esquina del sofá sin que nadie se percate. Cierra los ojos; ya no soporta ver tanta tontería repetida, tanto jolgorio desproporcionado… Y se olvida de volverlos a abrir.

22. DESDE EL OTRO LADO (ÁNGEL SAIZ MORA)

Encaramados en lo más alto de la valla metálica, sobre la frontera de dos mundos, sus cuerpos se mimetizan con una noche que parece igualarlo todo, sombras que conocen que a un lado está el erial conocido, tapizado de polvo, adherido a su alma desde que nacieron; al otro, la esperanza incierta.

Un agente sube los peldaños de una larga escalera de mano. Tras informarles de su situación irregular, les insta educadamente a descender. Recalca que el intento de salto ha sido frustrado, que deben deponer la actitud y retirarse ordenadamente.

Las mafias apuntaron la medianoche como el mejor momento, con los encargados de la vigilancia pendientes de celebrar la llegada del nuevo año. Parecía posible cambiar las cartas marcadas de su destino adverso, pero desde que han sido descubiertos se escucha el desgarro en los corazones, que no amortigua la agotada piel de ébano, latidos de la miseria que coinciden con el eco de unas campanadas.

Uno de ellos, irreflexivamente, se lanza en caída libre. Los reflectores revelan un hilo de sangre muy roja sobre la tierra prometida, donde millones de personas brindan, se besan, olvidan los problemas, formulan ilusiones.

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