Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

39. Siempre juntos (Esperanza Tirado Jiménez)

Él se había sacado el carnet de conducir. Ella sería su copiloto perfecto.

Fueron haciendo escapadas para ir cogiendo kilómetros. Por la ciudad, a la sierra, al pueblo a ver a los abuelos, a la playa… Siempre juntos.

Una conocida marca de bebidas organizó una Fiesta de Fin de Año. Había que ir y volver en coche. No era problema, él ya sabía manejarse por todo tipo de carreteras. Sacaron las entradas por internet. Llegar sería igual de fácil. Ya era un experto conductor.

Ella tenía pensado su vestido de Nochevieja desde verano. A él le agobiaba todo lo que no fueran sus viejos vaqueros y sus playeros. Pero por ella se vestiría ‘de persona’, como siempre le pedía.

Él dejó su coche reluciente y se vistió elegantemente para ella. Ella se maquilló y se arregló para él. Él fue su chófer particular, conduciéndola por un camino encharcado, pedregoso y sin iluminar.

Fueron llegando asistentes a la nave industrial en mitad de ninguna parte, decorada con luces de colores, serpentinas y enormes pantallas de plasma. La música atronaba desde lejos.

Tras las campanadas del año nuevo desaparecieron de allí. Nadie los vio irse. Quizá nunca llegaron a la fiesta.

38. Tregua

Bueno, ya se acabó el bullicio de todos los años, aunque esta vez ha habido menos cosas por las que brindar y sonreír. Un último trago hasta apurar la copa, y a seguir, que, tras las campanadas, ya es jueves.

37. Año muerto, Año puesto (Esther Cuesta)

El fin de año prometía. Había viajado a Nueva York, donde vivía a la sazón mi novio. ¡Estaba tan emocionada, nuestra primera Nochevieja juntos! Me compré un vestido largo muy elegante y me arreglé para asistir a las campanadas. Cuarenta y cinco minutos más tarde seguíamos sin encontrar un taxi y para colmo, comenzó a nevar. Quise llorar de rabia y mi novio comenzó a gritar cada vez más alto, “que era mi culpa, que si tardaba mucho en acicalarme, que a quien se le ocurre salir con este tiempo, que si…” Dejé de oírle cuando un coche paró delante de nosotros y resultó ser David, un compañero de Universidad. Repuestos de la sorpresa inicial, se ofreció a acercarnos a Times Square; él regresaba al hotel, le habían dejado tirado sus colegas por unas rubias despampanantes. Planteé que se quedara con nosotros, pero mi novio volvió a protestar de forma grosera. En ese instante dieron las doce, y cual Cenicienta, sentí que aquella fiesta se había acabado; me agarré del brazo de David, y le dije -tú y yo nos vamos a buscar mi zapato-

Aquel fin de año dejé a un novio, y encontré a un marido.

36. Hoy sin falta (Jerónimo Hernández de Castro)

Los fondos municipales se agotaron y el descampado seguía cubierto por una flora desigual de escombros y chatarra, de la que parecían brotar unas paredes apuntaladas por los grafitis. Sobre los huecos de lo que un día fueron ventanas, se había construido un tejaroz inverosímil de palos y cartones, la única sombra de los alrededores.

Para variar ese día había comido. Un bocadillo reblandecido perfecto para sus escasos dientes y una birra tibia de marca blanca. Todo dispuesto sobre un calendario del año pasado que sólo conservaba la hoja de diciembre y hacía las veces de mantel.

Por un instante no parecía difícil pasar página y comenzar de nuevo como en una Nochevieja cualquiera, aunque no supiera muy bien en qué fecha de septiembre se encontraba y fueran casi las cinco de la tarde.

-¿Y por qué no? Golpeó doce veces la lata de cerveza con su cuchara de peltre, aún caliente con restos de heroína, dispuesto una vez más a cambiar el rumbo, en cuanto regresara de su viaje.

35. Doce besos

Esta noche contamos estrellas. Son estrellas caseras que el proyector de luz refleja en el techo de tu habitación. Jugamos a descubrir una estrella fugaz, y cuando estás distraída giro la rueda luminosa y una estrella larga, con cola, como la que debió guiar al pesebre de Belén a los reyes magos, cruza el cielo de tu cuarto. Sabes que es noche vieja y preguntas: -«¿Qué son las uvas de la suerte?» -«Un ritual de tantos» respondo, y cómo quieres saber lo que es un ritual, te explico que es una idea que se le ocurre a alguien, de asociar una determinada actitud con el cumplimiento de una expectativa. Es entonces cuando decidimos crear nuestro propio ritual, en base a nuestras perspectivas para el año que se avecina. Como no nos apetecen las uvas acordamos darnos doce besos, uno por cada mes del año, en cuanto oigamos la primera campanada del reloj de la plaza, mientras nos hacemos la promesa de no enfadarnos más tiempo de cinco minutos cada vez, en los próximos doce meses. Cuando suena la campana se abre la tanda de besos mientras las dos pensamos que esta expectativa es muy alta.

34. El beso

Tras las campanadas del año nuevo él la besó. Ella cerró los ojos y se abandonó derramando inconscientemente su copa sobre el señor del bigote. Él sintió húmeda la pierna. Asustado retrocedió chocando con la mesa. Copas a medias, porciones de pastel y canapés cayeron junto con la ponchera. La mujer del collar de imitación resbaló cuando ingería la última uva. Tenía la boca llena con las anteriores, con sus pellejos y güitos. Se llevó las manos al cuello. El tipo de la camisa a cuadros corrió a auxiliarla. Patinó. Sus manos encontraron asidero en las piernas de ella mientras le hincaba su hombro entre los omóplatos. Arrastró sus leggins en la caída descubriendo que no llevaba ropa interior. Atónita y semidesnuda escupió con fuerza el bolo alimenticio. Atinó en el ojo del bajista que se giró. El mástil del instrumento pego de lleno en la cara del vocalista. Cayeron sobre la batería. La uva rebotó en la nuca del calvo y acabó en la copa vacía de la chica cuando abría los ojos dando por finalizado el beso. Extasiada miró alrededor y esbozó una sonrisa sincera pensando que era cierto: “el primer beso es mágico y nunca se olvida”.

33. Resquiescat in pace, don Sotirios

¿Cómo puedo matar a mi mujer y quedarme impune?

Meditando  tuve una idea brillante. Ella era supersticiosa. Fue facilísimo convencerla de que  si conseguiría  tragar las uvas de Globo con las doce  campanadas del año nuevo tendría  un lustro esplendoroso. Al llegar  las doce de la noche vieja  con las primeras campanadas  y a poner  en su boca las primeras uvas —que más que uvas parecían ciruelas—, a la undécima tenía el color de berenjena: se estaba asfixiando.

Le tapé  la boca y nariz  con mi mano. Como estaba ya medio ahogada, se expiró en seguida.

El forense dictaminó fallecimiento  por atragantamiento.

En el sepelio pensando en todas  las islas  paradisíacas  y las hermosas mujeres que iba a… me emocioné  tanto que no paraba de llorar. Todos decían: “Pobrecito, como la quería”.

En la notaría  tenía  mis uvas favoritas  y al empezar el notario yo comencé a comerlas  una, dos…

“Dejo mi enorme fortuna  a mi queridísima  ONG  Médicos  sin frontera”.

— ¡Don Sotirios ¡ ¡¡¡ DON SOTIRIOOOOOOS¡¡¡

En la lápida estaba escrito:

Aquí está descansando un matrimonio  ejemplar, don  Sotirios,  famoso  atleta y escritor,  tanto amó a su mujer que hasta murió de la misma causa.

“RESQUIESCAT  IN  PACE”

 

 

32. AÑO NUEVO RURAL

El tío Aurelio hizo una promesa que se cumpliría, “Dios mediante”, pasadas las campanadas que anunciaban la llegada de 1999. Nunca supimos si fue cumplidor, como durante toda su vida, o si esa fue la primera vez que faltaba a su palabra.

Nos lo preguntamos cada primeros de año delante de la lápida que tenía encargada y que reza así: “Si falto a mi palabra, faltad a mi entierro”.

Y ante la duda, pues todos fuimos al entierro del tío Aurelio, bueno todos menos mi tío Anselmo –el Tortas- que dice que el Aurelio faltó a su palabra tras las campanadas, pero yo siempre le contesto que lo mismo prometió morirse y que entonces cumplió. Pero mi tío el Tortas no se baja del burro y siempre me responde que el Aurelio fue enrevesado hasta para morirse, y que se marcha al bar del pueblo, que tiene la garganta seca y las tripas revueltas de pensar en el otro.

31. Clarividencia (Arantza Portabales Santomé)

Inés se cubre los ojos con un pañuelo negro y todo recupera su olor, forma y textura. Se pasea por su casa acariciando objetos. El eco de las campanadas aún le resuena en la cabeza. Percibe la frialdad de la vajilla de Limoges. Apoya su mejilla en el gélido cristal de Bohemia. Casi consigue dejar atrás los abrumadores destellos de la Navidad. Porque desde que se operó, ese mundo de luces le está jodiendo la vida. Cuando todo era oscuridad el mundo tenía más brillo. Esos haces luminosos que viajan a 300.000 kilómetros por segundo le rasgan la córnea, el iris y el alma. Le duele el alma. Le duele esa luz que le hizo verlo como era realmente. Le duelen sus mentiras. Sus ausencias. Y sus presencias ausentes. Incluso hoy. Por eso lo hace. En cuanto él sale por la puerta, ella recurre al pañuelo negro de seda. Y por unos instantes vuelve atrás, a cuando el mundo se reducía a un inmenso agujero negro. De nuevo sus ojos son unos ojos que no ven. Y así y solo así, consigue tener un corazón que no siente.

30. La soledad (M.B. Cotero)

Cuando aún faltaban un par de horas para la medianoche, Soledad se sentó a la cabecera de la larga mesa donde minutos antes, sobre el bordado mantel, había colocado dos botellas de champán, dos copas y un par de velas rojas.

Mientras escuchaba a Schumann, hizo repaso de su vida: éxitos y fracasos, pérdidas, ilusiones, sueños y esperanzas. Sin embargo, la música no consiguió mitigar la tristeza que en ese momento embargaba su corazón.

Al mirar el reloj, advirtió que solo quedaban cinco minutos para las doce. Encendió la televisión y cuando empezaron a dar las campanadas de fin de año, de pie, alzó la copa y brindó por todos sus familiares y amigos conocidos y desconocidos.

Acompañada del sonido de cohetes y petardos, pidió un deseo.

29. Érase una vez… antes del Skype

Durante unos años residí en un país lejano donde no se celebraban las navidades y el cambio de año no era el 31 de diciembre. No obstante, dado lo señalado de la fecha, yo escribía postales a mis hermanos, siguiendo la costumbre que nos inculcó mi abuela. Era divertido, porque como éramos muchos, a cada uno le contaba una batallita distinta y correlativa. Ellos se juntaban en nochevieja y las leían, por turnos, en voz alta. El conjunto de todas constituía una buena crónica de mis andanzas desde el mes de agosto, que era el único en el que yo volvía a casa. Ese juego, que fue una ocurrencia de mi madre, les servía para sentirme cerca y no sufrir tanto mi ausencia.

Yo, a cambio, recibía doce postales a lo largo del mes de enero . Cada una con una imagen de mi Bizkaia natal y un mini relato de la celebración de nochevieja. En mi familia es rasgo común el exceso de imaginación. Por eso, a pesar de que todos habían participado en la misma velada, lo que contaba uno difería por completo de lo que contaba otro. Así disfrutaba, a falta de campanadas, de doce nocheviejas diferentes.

28. DESPUES DE LAS CAMPANADAS (Mª Belén Mateos)

Doce uvas desunidas, destripadas, desparramadas por la mesa del comedor. Un reloj de cuco desvencijado, descuidado, desacompasado en su tintineo. Y una estancia descolorida, desordenada, desprovista de calidez y armonía.

 Y él, contando con los dedos de la mano sus doce deseos, uno por cada promesa rota, uno por cada mes de su frívola vida, uno por cada pecado que ansia cometer. Se escuchan los cuartos… y comienza a desvestirla, desflorarla, desentrañarla

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