Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
1
6
minutos
1
9
Segundos
3
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

73. Encerrada en mi propio camarote

Tenía la piel sobresaltada y el estómago atado con una pinza de la ropa. Lo sentía sujeto a una cuerda que alguien movía a través de una polea. Sin embargo no podía articular palabra. La boca no se me abría. Tenía los labios cosidos con cemento armado, el superior pesaba demasiado y aplastaba al inferior que no podía moverse. Mi cuerpo fue una fortificación durante cinco minutos. El tiempo que puede durar un abrazo, comer una pera, leer la página de un libro. Ese tiempo mi cuerpo lo convirtió en la tortura de un campo de concentración. Treinta segundos antes, cuando el cuerpo reposaba en un atardecer libre sólo se oía el ruído ensordecedor de una moto a gran velocidad. De frente un camión. Quedan 10 segundos, suficientes para que vuele un casco que se ha comido una cabeza y un cuerpo que rompe sus huesos contra la luna del camión. Dos segundos. Quietud, silencio, sangre esparcida, sesos, brazo pegado a mis zapatos. Empiezan mis cinco minutos de horror. El tiempo que se necesita para la consciencia.

72. LA ISLA SIN FIN

Hace frío, mucho frío. Y la humedad se convierte en una obsesión. Se mete en los huesos, se respira. La ropa jamás se secará. No sé si hace días, meses o años que no vemos el sol. La luz es tenue, lechosa y no hay horizonte. No hay sombras. La vista tan sólo alcanza unos metros y nunca se hace de noche.

-¿Cuánto hace que Thomas fue a buscar ayuda?

-No lo sé, William, no hay manera de medir el tiempo en este lugar

¿Cuántos éramos en el pequeño bote plegable? ¿Cuántos somos ahora? Porque después de nosotros muchos otros encontraron refugio en éste témpano de hielo a la deriva. Unos aparecen de repente y otros se esfuman sin más.

A Wallace se le vio paseando mientras tarareaba distraído, luego nadie supo dar razón de él.

El Sr. Mayo apareció sentado a mi lado cuando todavía contábamos los días. Sigue aferrado a una bolsa de paño con el número 144.

¿Cuál era mi camarote?

-Mira, ahí va Harry, creo que echa de menos tanto como yo una de sus cervezas.

-El tiempo va carcomiendo la memoria. Nadie se acuerda ya de nosotros, William.

-Nadie.

71. Apreciaciones de un aprendiz (María Rojas)

 

El cadáver conservado en hielo llegó a Terranova. El joven empleado de la morgue, después de observarlo con detenimiento, colgó del dedo gordo del pie derecho de la muchacha la siguiente nota:

«Náufraga, burbujeando sexo, todavía se pregunta cuándo diablos se acabó la fiesta».

11 del 5 del año en curso.

70. Solo esta noche (Jerónimo Hernández de Castro)

-¡De ninguna manera Vincent! No pienso acceder a una locura más. ¿Ni siquiera el hijo que esperamos logrará que cambies? Además de dejar Inglaterra por tu espectáculo ¿ahora esto?

-Anne, mi amor. Nada me importa más que vosotros y nadie más ilusionado que yo cuando embarcamos en Southampton. Créeme todo irá bien en Nueva York. Siempre has confiado mi intuición…

-¿Siempre? Solo recuerdas los éxitos. ¿Quién ha sufrido contigo los abucheos y los fracasos?

-¡Al profesor Vincent nunca le ha faltado trabajo en los mejores teatros de Londres!

-¿Y ya no recuerdas los meses mendigando ayuda a mi familia? ¿Y tus excentricidades? La última al subir a bordo cuando no cejaste hasta que nos cambiaron a un camarote cuyas cifras sumaran siete… ¿Quién te ha seguido siempre cuando nadie daba un penique por un mentalista que decía adivinar el futuro?

-Pero Anne…

-¡No! ¡ni una más! Hace demasiado frío para lo que pretendes.

-Anne, no te pediré más sacrificios pero confía en mí. Nunca antes presentí nada parecido. Sé que este barco es insumergible y no ha habido dificultades estos cuatro días de travesía, pero solo será esta noche, te lo suplico: durmamos en cubierta.

69. Las botellas de Barakaldo

No pudieron reventar la maldita botella contra el casco. Era de Barakaldo, y buenos son los vascos con sus caldos y su vidrio templado. Después de 113 intentos, el capitán Concordia pidió que se la entregaran. La tentó, midió, sopesó, descorchó y la vació de un solo trago. Dibujó un gesto de aprobación y sugirió que hicieran un simulacro con el ancla. El Titánic quedó bautizado.

Capitán y buque eructaron al mismo tiempo y 59.000 caballos se hicieron a la mar sin reparar en los daños del casco. El capitán pidió unas botellas de Barakaldo para analizarlas debidamente, y después de recitar 114 veces la canción del pirata encaramado al espolón, decidió retirarse a meditar. Abrió los grifos de la bañera, se zambulló y se quedó dormido.

El mismísimo Poseidón, a bordo del Olympic, arremetió en singular batalla contra el Titánic y estampó sus enormes ojos de buey en la pared del camarote. El capitán Concordia abrió los suyos y le resultó imposible mantenerle la mirada.

Se dice que le vieron saltar al mar en pelota picada. Se dice también, que la nave se hundió porque no cerraron los grifos del camarote 115, se dice que fue por aquellas botellas…

68. DESTINO (Tanci)

Lamió repetidamente sus labios impregnados con la sal que había sido depositada tras el fuerte oleaje. Los minúsculos trocitos cristalizados sobre barrotes, pasarelas y farolas asemejaban pequeños gránulos de arena dorada y brillante lejos de la costa.

Ella, varada en sus entrañas, lo vio partir en su último viaje hacia el silencio.

67. Nuestro número de la suerte

Es este. El 115. Cerraron la puerta tras su espalda, dejaron las copas por aquí, soltaron las maletas por allá, e hicieron volar sombreros y chaquetas, aflojaron hebillas y cordones,  desabrocharon botones, deshicieron lazos y desataron cinturones incapaces de contener por más tiempo los empujes del deseo. Si lo hubieran planificado no hubiera salido mejor. La respiración se  entrecortó, el ritmo cardíaco se aceleró y los pulmones bombearon el oxígeno que necesitaba aquel ataque de pasión. Habían tenido mucha suerte. Los seleccionaron in extremis para el servicio del buque más grande del mundo e iban a aprovechar aquella oportunidad que les brindaba la vida. Cobrarían un buen sueldo (más las propinas) y al finalizar el crucero tendrían dinero suficiente para empezar casi en cualquier sitio. Con las manos entrelazadas y el corazón palpitante, dijeron adiós al pasado y sus miradas buscaron un futuro esperanzador en la dirección que les marcaba la proa. El  horizonte parecía estar más cerca y las estrellas al alcance de la mano. ¿No era increíble? Definitivamente el 115 iba a ser su número de la suerte.

66. Trauma marítimo (Óscar Quijada Reyes)

Quedé anonadado ante ese monstruo, un barco más grande que el RMS Titanic, cuya tragedia y la percepción que tenía de la misma, era la causa de mi miedo al vasto océano. Yo había llegado al puerto antes de la hora acordada y, ante tal vista, me sumergí en pensamientos perturbadores. Los conceptos de inmensidad, profundidad e inconmensurabilidad horrorizaban mis sentidos cuando estaba cerca del mar. Como en otras ocasiones, me imagine como tripulante de la nave que se hundió en 1912 y que, escondido en un compartimiento, permanecía vivo y era uno de los que podía contar la historia como testigo presencial. Me pregunté: ¿podía alguien sobrevivir quedándose a bordo, quizá en un camarote como el 115, o el 212, o en cualquier otro rincón de la embarcación? Me respondí furioso: ¡no, claro que no, era un lugar muy profundo del océano! Con mis temores en auge, escuché el llamado de abordaje y, de forma discreta, decidí ocultarme y perder un trabajo muy bien remunerado.

65. Con el telón, caen las máscaras

El viaje fue idea suya. Igual que casarse y hacerlo el mismo día. Eran amigas desde siempre y lo habían compartido todo. Y allí estaban con dos flamantes maridos, en un barco enorme, con camarotes de lujo y tripulación exquisita. Debían estar felices, todo iba según lo planeado pero Susan, su amiga, no llevaba bien su parte del trato, y se mostraba triste y reservada.

Cuando el golpe se produjo, Noelia sintió el crujido profundo del casco al partirse, y temió lo peor. El caos imperaba en el barco y aunque todos la empujaban a cubierta, ella solo buscaba a Susan. Cuando sus ojos por fin se encontraron, lo supieron.

El agua llegó al camarote 115 y las pilló dormidas, con los cuerpos enlazados y la expresión tranquila.

64. ICEBERG (María Jesús Briones)

Las sirenas emiten su canto. Envuelta en zorros y medias de seda, espera al primer ministro.
Esos dos ojos desatan su inquietud. ¿Por qué los llaman de buey, si el buey es manso y las aguas están bravas?. Parecen espías al servicio de la inmensidad.

Siente un escalofrío. Se arrebuja en el abrigo. Frente al espejo, ensaya mil caras para el encuentro. Debe ser cálido, caliente… abrasador, y ella está aterida.

Pide un té blanco con plum-cake, el bizcocho que él arrancaba de sus labios para ingerirlo en sus bocas.

Nudillos en la puerta.
-¡Por fin él! -piensa-
Sobre la bandeja un cable para el camarote 115:
«Princesa, este viaje lo harás tú sola. Eres demasiado peligrosa para mí. Ahoga tu ira en espuma de alcohol y sal.
Has convertido mi pasión en un Iceberg que te destruirá»
La orquesta comienza a tocar…

63. ¿ La «m» con la «a «? Begoña Heredia

Subimos a cubierta aterrados. Los zapatos de mi mujer caminaban solos por el camarote. Sin embargo no comentamos nada a la tripulación por miedo a que nos tomasen por locos. La segunda noche decidimos intentar descubrir lo que sucedía. Sentados en la cama esperamos a que cualquier objeto volase. Tras unos minutos, el camisón de mi mujer comenzó a bailar. Quisimos huir de nuevo pero una voz nos detuvo.
_No os vayáis, no me dejéis sola.
Una figura apareció dentro del camisón. No sé si fueron los nervios pero no pude contener la risa al ver cómo las mangas, tan largas, no permitían ver las manos de aquel espectro. Mi mujer ,por el contrario, permanecía en silencio, sonriendo; fija la mirada en la niña.
_Ayer llegué  al Titanic con papá, pero ahora no le encuentro.
Solo acerté a sacarla del error.
_Este no es el Titanic, mira, léelo en las toallas, dice Dinamic.
_No sé leer bien, tengo cuatro años_ me gritó  enfadada.
Desde entonces, cada otoño, procuramos hacer un viaje en el barco y pedimos siempre el mismo camarote. Mi mujer está jubilada de la docencia y dice que es muy lista. Este año quiere enseñarla a multiplicar.

62. 1.912 AMOR IMPOSIBLE

El caudal repentino de agua helada estrellándose con violencia contra su rostro le obligó a comprimir los labios antes de robar una bocanada definitiva en el ambiente, mientras comprobaba cómo el cuerpo liviano de ella era impulsado sin control de un lado a otro de la habitación inundada. El empuje enérgico del líquido acometía su misión, alejándola en todo momento de su alcance. Entregado en una lucha estéril, percibió cómo los brazos persistían cosidos contra su cuerpo, para ratificarle que llegar hasta la joven se había convertido en tarea imposible.

Cuando batallaba impotente bajo la presión insoportable que el agua iba ejerciendo, ni tan siquiera pudo ver con claridad el número grabado sobre la puerta entreabierta, a través de la cual le pareció adivinar el griterío histérico que se propagaba desde la planta superior.

-¡Debería ser suficiente! Por lo visto habéis aprendido la lección -aclaró uno de los cuidadores, comprobando que ellos dos hacían lo imposible por encontrarse en un rincón, dificultados todavía por las restricciones que les endosaban sus camisas de fuerza-. Y si os parece volved a intentarlo, que aquí vuestras escapaditas amorosas las pagaréis en el camarote 115 bajo los efectos de las mangueras.

Nuestras publicaciones