Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
1
8
minutos
2
0
Segundos
5
1
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

60. Siluetas descalzas (Calamanda Nevado)

La noche del catorce de Abril, Neptuno, sus caballos blancos, ninfas y náyades, escucharon al mar murmurar que su fría morada oceánica albergaba cientos de aturdidos náufragos.
Antes que Poseidón, así lo llaman en las profundidades y en sus castillos dorados, reaccionara, sus delfines y corceles lo deslizaron por la marea, atraídos por música de violines que ellos y las olas bailaban, y él tarareaba maldiciendo la persuasiva desobediencia de su mundo acuático.
Extrañado y furioso, las aguas siempre le rendían pleitesía para no provocarlo, se dejó llevar por sus caballerías hasta un lujoso buque, hundido en el caos.
Observaba las miradas inocentes sumergirse cuando, sin dar crédito a sus ojos, vio abrirse paso a los espíritus de los jinetes del camarote ciento quince, cabalgando sobre elegantes monturas marinas. Trotaban una y otra vez sobre las aguas, trasladando pasajeros hasta embarcaciones de rescate.
Mientras, la neblina desdibujaba abrazos y sonrisas.

59. EL ÚLTIMO BAILE (Puri Otero)

Había conseguido aquel pasaje para el Titanic en el camarote 115, gracias a los favores que le había hecho al barón y los cuales su mujer desconocía.

Me puse mi traje negro entallado y las perlas que él me regaló y me dirigí al salón de baile y entre tanta gente me encontré con el hombre mas apuesto que había visto en mi vida.

Cruzamos nuestras miradas y sin mediar palabra nuestros brazos se unieron para a continuación deslizar nuestros pies por la pista . Estuvimos así durante horas, ajenos a todo lo que nos rodeaba, la música no dejaba de sonar y nuestros corazones latían acompasados. Yo temía sus palabras y por eso sellé su boca con un beso y ese fue el final.

Abandonen el barco, nos hundimos, las mujeres y los niños primero -se podía escuchar por los altavoces- Yo entre sus brazos me negaba a abandonarlo,era como un imán del que no podía despegarme.

Todo se cubrió de agua, pero antes de que el mar nos sepultara para siempre pude leer en sus labios : Te amo.

Aunque tarde comprendí que el amor existía.

 

 

58. LOCURAS DE AMOR (La verdadera historia del Titanic)

RELATO FUERA DE CONCURSO

El primer oficial, William Murdoch, la observa embarcar en Southamptom por la  escalerilla de estribor que conduce a la cubierta B, de primera clase. Enseguida queda prendado de su porte, de su elegancia y de sus gestos suaves y femeninos. No tarda en averiguar que se llama Helen Caldwell, que viaja sola y que se aloja en el camarote 115.

Durante los primeros días de navegación, William aprovecha sus horas libres de servicio para buscarla por el salón de lectura, la cafetería o la cubierta de paseo, y entablar conversación con ella; se ofrece a mostrarle el puente de mando y la cámara de oficiales. Helen se siente cortejada y se muestra complacida e ilusionada.

Hacia la media noche del cuarto día de navegación, Murdoch está de guardia en el puente de mando y, desatendiendo las órdenes del capitán Edward J. Smith, cambia el rumbo y sale a la cubierta exterior provisto de cincel y maza.

Tras largos minutos de pánico y horror, el Titanic desaparece bajo las aguas. Helen, agarrada a un madero flotante, aún puede ver, en lo alto del iceberg, su nombre y el de William en un gran corazón perfectamente esculpido en el hielo.

 

57. La jaula de oro (Izaskun Albéniz)

La cárcel no era necesariamente el edificio que todos conocían como El Penal, ella lo sabía bien. Vivía en un lugar apacible, lleno de comodidades y, sin embargo, la libertad le estaba vedada. Las puertas de su hogar vestían una tapia invisible y el mundo a su alrededor se había tornado gris a excepción de un arcoíris rojo, morado, verde y amarillo que semana tras semana anidaba en el mapa mudo de su piel.
Fantaseó con la idea de huir, evaporarse, desaparecer de cualquier modo, pero también la fortuna le fue esquiva entonces. Por eso, cuando él le mostró dos pasajes para un crucero, a ella se le antojó que, quizás ese gesto podría modificar las rígidas fronteras de su relación. Sin embargo, pronto descubrió que el camarote ciento quince tan sólo era un compartimento más de la extensa celda en la que se había convertido su vida.
Finalmente sucumbió al delirio mientras escuchaba el aullido metálico del alma del trasatlántico. Observó impertérrita cómo el agua helada lamía sus pies y, con un leve alborozo, dio la bienvenida a la dama que tendía hacia ella su mano descarnada alcanzando al fin, sosiego y libertad donde otros abrazaron una desesperada finitud.

56. LA NOVIA DE FRANK

14 de abril de 1912 7 p.m.

― ¿Dónde está Frank? ¡Hay que empezar! ¡Todo está preparado y Frank, sin aparecer!
¿Es que nunca ha viajado en barco? ¿Está enfermo? ¡Id a buscarlo!
―Frank no está.
― ¿Qué quiere decir que no está?
―Su camarote está vacío.
― ¿qué significa eso?
―Pero señor es que no entiende. Frank-no-está. El-camarote-está-vacío.
― ¿No subió Frank al barco contigo?
―La última vez que lo vi le acompañaba una mujer esbelta, colmada de rizos castaños.
― ¿Una mujer? ¡Venimos a trabajar no a divertirnos!
―Le hablaba con vehemencia.
―Pero ¿subió, no?
―No sé.
― Y qué hacemos sin pianista. ¿Sabéis cuánto ha costado este piano? ¿Sabéis a qué nos hemos comprometido en este viaje? ¡Volved a mirar!
― El camarote 115 está vacío, intacto. Frank no ha subido al barco, alguien le ha visto abandonar la pasarela.
― ¿Qué hacemos?
― Theodore Brailey, el pianista del Carpatia está aquí.
― ¡Ve a buscarle! Tenemos poco tiempo.

15 de abril de 1912 3 a.m.

Las notas de Sueño de Otoño surgían de los dedos de Frank mientras el Titanic, aterido de frío, agonizaba. Su novia, satisfecha, lo besaba. Le aterrorizaba el mar y su misterio.

55. PLANTÓN de Piluca Illana Herraiz

El novio disimulaba su nerviosismo. Miraba la puerta de la iglesia de soslayo. No se atrevía a hacerlo de frente. Media hora de retraso era mucho tiempo y en todas sus citas, ella siempre había llegado la primera.

Los invitados sin embargo no disimulaban nada. Desde el minuto dos de la espera ya sabían que la puerta no sería el marco de ningún vestido blanco. Ninguna novia la cruzaría ese día.

Uno de ellos la había visto comprando los pasajes. Eran dos. Para ella y su pareja, solo que su nombre no coincidía con el enamorado y plantado novio. La noticia se extendía silenciosa por el sagrado recinto. El viaje de luna de miel no sería para él.

Ante el altar, desesperado esperaba. Todos sabían que este plantón le dejaría frío como un témpano de hielo, sin vida. El impuesto desamor como un iceberg helado, le ahogaría sin remedio aplastando y hundiendo su alma herida.

Mientras tanto ella entraba en el camarote 115 del Titanic. Lo hacía sobre los brazos del mejor amigo de los dos. El más leal. El que le ofrecía a él su eterna y fiel amistad y a ella una nueva y ardorosa vida al otro lado del océano.

54. TITANICFOBIA (Edita N.T.)

No volvió a subir a un barco; ni siquiera a una lancha de pedales. En realidad, nunca más fue capaz de acercarse al mar. Hasta se borró de la piscina municipal. Incluso está pensando en cambiar la bañera por una ducha. Todo por culpa de la última película que vio, la del famoso transatlántico que se iba a pique. No pisará otra sala de cine en su vida, aunque proyecten un filme rodado en el desierto almeriense; quién sabe, igual aparece un oasis con una charca.  Además no puede borrar de la mente aquel camarote, casualmente con el mismo número que su casa. Y lo peor es que, desde que pintarrajeó el 115 de la fachada convirtiéndolo en 776, no le llegan las cartas del banco. ¡Con la ilusión que le hacían…!

53. La vida que emerge (La Marca Amarilla)

Hubo una cabaña en un árbol, en medio de un valle alejado de todo mar, a la que llamaron camarote 115, los centímetros que medía el intrépido Jeremías.

Jeremías, en su camarote, leía novelas de aventuras marinas al río que pasaba a pocos metros, pues el agua parecía la misma pero siempre era diferente, y el día que comentaba las vicisitudes del “capitán de 15 años” de Verne se le ocurrió la osadía.

Bajó la cabaña, la remendó para asegurar su flotación y, convencido de poseer la embarcación más segura del mundo, pensó zarpar el día en que cumpliera 15 años.

Escribió una nota: “Ver el mar y que la libertad marque mi rumbo. Eso quiero. Como dice papá: la incertidumbre no debe frenarnos, sino envalentonarnos”, y partió.

No llevaba mucho recorrido cuando en un meandro la embarcación se golpeó fatalmente con una enorme piedra. El joven logró llegar a la orilla, pero al camarote 115 se lo tragó la corriente, despedazado.

Jeremías volvió hundido a casa y mamá se apresuró a guarecerlo.

Papá, que inculcó el albedrío a su hijo, ya pensaba en construir el camarote 162.

–  Si quieres navegar tu vida, necesitarás una buena embarcación – le dijo.

52. En el 115

Burbujas.  Silencio. Burbujas. Silencio. Muchas burbujas.

Alguien se acerca. ¡Desaparecer!

¿Quién nos va a ver, después de tantos años?

Alguien que busque venganza. Alguien que crea que puede encontrar a las personas que cometieron un asesinato.

¡Callad! ¡Que vienen!

¿Quién nos va a escuchar a nosotros? Los cuerpos que no fueron encontrados. Los desaparecidos.

¡Idioteces! Seguimos vivos. Nos siguen buscando. La prueba de ello son las burbujas que vienen y van. Las luces que descubren objetos, la erosión. Las máquinas que entran en los viejos pasillos y en los camarotes y emiten ese sonido extraño que parece que lo vean todo.

¡Dejad de discutir! Nos van a descubrir. No deben saber que estamos aquí, limpiando lo ocurrido la noche del 12 de Abril. Más que desaparecidos somos condenados.

Silencio. Burbujas. Silencio. Burbujas. Retratos que se iluminan. Rostros conocidos sin cuerpos que los identifiquen, que giran por el interior del camarote. Rostros que miran y que parecen hablar. Retratos de un tiempo, de un pasado. Vidas que ya no son y que tal vez lo fueron.

Burbujas. Silencio. Oscuridad. Oscuridad.

¡Ya se han ido!

Volverán. Tarde o temprano volverán y sabrán que fuimos nosotros…

¡Callad! Y prosigamos eliminando las pruebas.

51. NÚMERO SIETE (Yolanda Nava)

Él afrontaba el viaje como todo lo demás: con optimismo. Aunque antes de salir hubo de asegurarse de que no había ningún gato negro a la vista. No le importó, por fin iban a conocer Nueva York, después de perder su anterior oportunidad ante la negativa de ella de partir un día trece.

Ahora estaban a punto de embarcar en un lujoso buque por cuyo pasaje habían pagado una cifra indecente, que además se incrementó por el capricho de ella de alojarse en el camarote número 115 argumentando que la suma de los dígitos era su número de la suerte, tal y cómo él ya debería saber.

Todo estaba en orden al fin, aunque ella se pegó a él balbuceando que había escuchado el triple canto de una lechuza a lo lejos.

Ahora, mientras la veía desdibujarse entre el agua y el miedo en medio de una lancha llena de niños y mujeres, pensaba que tal vez siempre había tenido razón, y que sí, que la mala suerte existe, así como las personas gafes que la atraen.

50. LÍQUIDO AMNIÓTICO (REVE LLYN)

 El bebé de Annie McGowan no quiere nacer aquí, se niega a salir y no atiende a razones. Este es un lugar como otro cualquiera, no hay olas ni tempestades, tan sólo débiles corrientes y la perpetua tiniebla que nos ayuda a sobrellevar la realidad, no vemos el óxido en las aristas del buque ni se saturan nuestras retinas de verde liquen.

 Desde que Marjorie se cansó de barrer la capa de fango que tapiza el suelo no bailamos para no hundirnos en ella, además, los músicos se quejan de tener los dedos entumecidos y su repertorio nos resulta ya monótono y repetitivo. Como era el único ejercicio que veníamos haciendo empezamos a tener una textura blanda y elástica, como de medusa. No está mal, tenemos menos sensibilidad pero no duele nada.

 Hemos sabido que a la familia de Harold, el quinto oficial a bordo, pretenden cobrarle el uniforme que perdió durante el hundimiento. El pobre hombre se ha echado a  llorar de pura rabia e impotencia. En eso va a llevar razón el bebé de Annie,  aquí las lágrimas no sirven de nada.

 

49. Naufragio Bipolar (María José Escudero)

No tuve en cuenta las señales de peligro y entré en el camarote perseguida por él y por el otro que se atrincheraba en su ánimo. Los dos me miraron  con deseo desde un mismo rostro, pero no sentí miedo porque, aunque sólo con uno compartía el desbarajuste de sábanas y susurros,  estaba acostumbrada a dormir con los dos.

Apenas advertimos el silencio de la orquesta, tres campanillas anunciaron el final, y un estruendo de agua y de cristales se desmoronó sobre nuestra locura. Luego fuimos empujados con furia a la oscuridad del océano.

Sus trajes y mis sombreros navegaban indolentes sobre la frialdad del oleaje, ajenos a las voces y a los lamentos atrapados en el hielo. Después,  el tiempo se detuvo en su desorden y un silencio castigador se adueñó de nuestro rumbo.

Él, aterido y suplicante, quiso abrazarse a mi cuerpo amenazado. El otro, airado y obsesivo, se aferraba tenazmente a los restos del naufragio. Siempre me había dejado las fuerzas tirando de su alma tornadiza. Esta vez, el destino se hizo cargo. Los miré sin piedad desde mi tabla de salvación: yo me rescataba, ellos se hundían. Y no me sentí culpable ni indecisa.

Nuestras publicaciones