Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

24. Falso duelo.

El alba les sorprende con un neblina espesa y naranja que otorga un halo telúrico al bosque. Los bufidos de los caballos surgen de lugares inciertos, inoportunos en el despertar del día. Todo es fortuito en ese claro. Hace frío y las cosas empiezan a perder el maquillaje nocturno. El hombre mira a su alrededor confundido. Últimamente le cuesta asimilar las consecuencias. Los duelos no sólo están prohibidos, sino que siempre acaban mal.

Alza la mirada y observa a su compungido rival, un muchacho que apenas acaba de asomarse a la vida, un pazguato, un lechuguino inconsciente. Y entonces se pregunta por un instante sobre el valor de rasgar una vida fuera del campo de batalla.

¿Podrá lidiar con esa carga otra vez?

¿Constituye ese petimetre una mancha insoportable a su honra?

¿No es acaso un alivio, el entretenimiento perfecto para su esposa?

El capitán levanta el arma y cuenta los pasos mentalmente. Al girarse ve al chaval herido de muerte y lamenta no haber parado aquella locura a tiempo. Los tejemanejes de su padrino nunca dejan nada al azar.

Siempre gana.

Ahora su mujer pondrá los ojos en otro y todo volverá a empezar.

O quizá, no.

 

23. (IN)COMPLETO

Mauro no está entero. La mano derecha se la tomó un falso amigo al que quiso dar el pie, perdió la nariz por el impacto de un portazo al llamar a la puerta equivocada y quedó tuerto por culpa de unos cuervos que nunca debió criar. Se concentra en ayudar a los demás para olvidar su propia tragedia, practica su bonhomía con la mano que le queda, de natural fría, que es compensada con su corazón caliente. Al no darle Dios pañuelo alguno, tampoco nota la falta de la nariz y con su único ojo alcanza a ver la fortuna de tenerlo, pensando que para sí la querría el ciego.

Pese a haber aprendido a vivir con sus carencias, no puede espantar el deseo de verse entero otra vez. Acuciado por esa debilidad, con la parca esperándolo en la mecedora del salón, cede al deseo de mirarse en el vidrio de luna del pasillo. El reflejo en el cristal lo llena de felicidad. Está completo, y es que, a veces, es el alma la que se mete dentro de los espejos.

 

22. Yugo (Susana Revuelta)

«Con qué poco se conforma una», piensa Remedios mientras pulsa el piloto de la cocina de gas y se inclina para prender un cigarrillo. Aspira con deleite el humo, expulsa lentamente cada bocanada y cuando termina de saborear el primer pitillo que se fuma en paz dentro de la casa, enciende otro con la llama azul y contempla a Leoncia, su madre, sentada frente a un cuenco de sopa de fideos volcado sobre el mantel, toda rígida y morada. Se suelta el delantal que lleva puesto desde que tiene memoria y lo tira al cubo de basura junto a los chantajes y amenazas que le ataban a la tirana.

La mira con desdén, echándole el humo a la cara. Pese a ser centenaria, menudos chillidos pegaba, «¡¡¡putaaa, inútil, marranaaa!!!, y con tal de armar follón, y para arrearle unos guantazos, solía reprocharle que la sopa estaba aguachirri o hirviendo o helada. Era incluso capaz de arrancarse un pelo del pubis y echárselo al caldo para insultarla.

Mientras apura el cigarro, observa pasmada las antenas de un insecto que asoma entre los labios azulados. «¿El grillo de la jaula? Vaya descuido que ha tenido, ¿eh, madre?» murmura dando otra calada.

21. POR FIN, PARÍS

No sabía por qué, pero ir a París había sido siempre su sueño.
Tal vez la razón estaba en la belleza de sus barrios, en la luz que iluminaba las aguas del Sena, en las películas que había visto rebosantes de romanticismo, llenas de risas y encanto.
Cada vez le faltaba menos para que ese deseo se hiciera por fin realidad.
No sabía si sería en septiembre u octubre cuando por fin pisaría sus calles.
Las imaginaba llenas de encanto y esperaba degustar los sabrosos platos franceses en las terrazas de sus típicos bistrós.
Y mientras no llegaba la fecha buscaba vuelos y hoteles, estudiaba itinerarios y se imaginaba pisando los destinos más deseados acompañada por aquellos a quién más quería, a sus hijos.
Se llevaría con ella, en su viaje a las estrellas, la icónica imagen de la torre Eiffel.
También la de la catedral de Nôtre Dame, las obras maestras que atesoraba el museo del Louvre o la añorada cena con su familia, al anochecer, en un bateau navegando por el Sena…
A veces, muy pocas, los sueños podían convertirse en realidad, y esta vez, por fin, ocurriría.

20. Las cosas importantes

Contaba catorce años recién cumplidos el día que le anunciaron que debía abandonar los estudios. Solía sacar mejores notas que sus dos hermanos mayores, pero, según sus padres, en la casa había necesidades más importantes. Además, ella era una chica. Y muy a pesar de la señorita Felicitas, su querida maestra, dejó las clases para ayudar en la frutería familiar. Y nadie quiso advertir jamás su desconsuelo. Años después, se casó y sin darle tregua, llegaron los mellizos que se convirtieron en la máxima prioridad. Les dio todo su tiempo, toda su atención, y sublimó las frustraciones atesorando con orgullo las orlas y diplomas de sus queridos hijos. Fue al enviudar, tras una larga y penosa enfermedad de su marido, cuando decidió sacarse la espinita. Con timidez y con cierta inquietud, se atrevió a contarlo. Las miradas fueron elocuentes: Mamá, tienes una edad… está en camino tu primer nieto… Sin embargo, esa vez ya no cedió. Tenía un deseo invencible, algo importante que hacer por ella misma. Así que, resuelta y animada, se matriculó en el centro de educación secundaria para adultos más cercano. Y volvió a sentirse aquella niña que abrazaba los libros camino de la escuela.

19. Quizás para mañana…

Ha sido un verano de diez, te dices.

¿Y ya se acabó todo? -Te replica una voz en tu interior- ¡¡NOOO!!  -La voz se envalentona- Todavía es verano. Hasta que no compres los libros, te matricules en inglés y que empiecen las clases en el insti… Aún estás a tiempo de encontrártelo por las terrazas, donde cruzáis miradas, whatsapps y algo más… ¿Recuerdas aquel finde, que te pasaste de copas? Pues no, no era garrafón. No te mientas. Y ‘aquello’ del cuello no fue un accidente.

Tu cerebro intenta reorganizar la estrategia del sábado. Pero cuando llega el momento tu corazón late alocado. Y no eres capaz de abrir la boca; más que para juntarla con la suya y después dar un trago tras otro.

¡Cobarde! -Te vuelven a gritar desde dentro- ¡Actúa YA!

Aún queda verano, te intentas convencer.

Pero en tu interior se está formando una tormenta, y te da miedo naufragar.

Quizás para mañana ese barco no esté  -Qué pesadita se está volviendo la voz- y haya levado anclas con destino a otro puerto, donde fondeará con más firmeza en otra…

En tu verano perfecto aparecen oscuros nubarrones.

Que sí, que ya, que este sábado…

18. Más vale nunca (Josep Maria Arnau)

Abrió la puerta sin llamar, como siempre. Su ex le había devuelto la llave dentro de una cajita con un corazón dibujado. Una tarjeta atada a la llave indicaba fecha y hora. Después de mucho tiempo portándose bien, ella lo había perdonado. Tarde, pero era una nueva oportunidad. Esta vez no cometería los mismos errores. Había estado ensayando hasta última hora. Antes de salir de la pensión donde se alojaba, había cogido la orden de alejamiento y la había descuartizado con el cúter.

17. QUIZÁS MAÑANA (Rosalía Guerrero Jordán)

El portazo que resuena a su espalda sabe a libertad. Nunca tuvo el valor de abandonar ese hogar convertido en prisión, ese matrimonio convencional en el que simulaba ser feliz.  Ha vivido demasiado tiempo con la sonrisa prestada, representando el papel que la vida le adjudicó. Montada en un carrusel de horarios, pañales, y vacaciones en familia mientras su tiempo se va agotando.

Cada día, al acostarse, el mismo pensamiento la ronda: quizás mañana.  Quizás mañana encuentre el valor que le falta. Quizás mañana reúna el coraje para enterrar lo que ya está muerto.

Pero el mañana nunca llega.

En los últimos tiempos, libres ya de obligaciones laborales, las horas que comparten se multiplican, y el resentimiento se espesa entre los dos. Las manías cotidianas se convierten en pequeñas tragedias. Y la brecha que les separa se agranda hasta convertirse en abismo.

Ahora, con la artritis pellizcando sus huesos, el cabello cano, y la piel sin brillo, ha llegado el momento de recorrer el último trecho del camino, llevando consigo tan solo una maleta y el eco de un portazo que sabe a libertad.

16. El beso de la Flaca

Si te soy sincero, diría que aquel fue uno de los mejores días de mi vida. Aquel domingo de principios de abril. Ya sé que tú no lo entiendes, ya lo sé. Pero porque te acuerdas solo de lo malo. Sin embargo yo he aprendido a mirar las cosas de otro modo. Y en mi memoria brilla el sol en aquel cielo cantarín. Y me viene la risa de los amigos, el murmullo de la calle, el aroma de la comida en la mesa familiar. Cada detalle se ha quedado impreso dentro de mi alma. Y sí, sé que te cuesta entenderlo pero, visto en su conjunto, también el dolor forma parte de esa belleza. Qué curioso que al final, uno termina entendiendo que eso es la vida, en estado puro. Y así… mi domingo brillará por siempre como uno broche de oro que nunca perderá su lustre. A pesar de las lágrimas y los destrozos. Y «¿Sabes cuál es la banda sonora en mi cabeza que envuelve aquella jornada? No te lo vas a creer.» Esto se lo conté a él hace poco, cuando nos encontramos por casualidad. «Eh»…- le dije- «yo iba escuchando La Flaca cuando vi venir el muro.» Y nos echamos unas risas. Qué majo el Pau.

15. Pelillos a la mar

De muy pequeña me di cuenta (¡gracias, abuela!) de que se puede asentar toda una filosofía de vida sobre un solo dicho. Es la mar de cómodo, poco arriesgado, y a veces hasta divertido, reconocer a tiempo muy pasado una culpa. «Mamá, fui yo quien rompí aquel jarrón, no fue la asistenta a la que despedisteis por ello»; «Lucía, fui yo quien dije a Marta que la encontrabas muy pija». Y cuando sueltas tu bomba de sinceridad con cara compungida, las demás (caras) son todo un espectáculo al que solo le faltan luces, porque sonido sí que tiene. «Pero, ¡qué… ¡, ¿cómo puedes ser tan…?, ¿te das cuenta de que por tu…?». Y tú, manteniendo la postura de contrición acorde con el momento, esperas el instante exacto en el que la cosa podría desmadrarse para musitar: «no podía callar por más tiempo, me sentía muy mal, perdón». Y cuela, sí, sí, cuela.

Lo que no sabía es que mi marido había asentado su filosofía de vida sobre el mismo dicho que el mío(¡puñeteras abuelas!), y tendré que perdonarle su «desliz», que así llama él a una mamada extramatrimonial de hace años.

14. Shangri-La

Eres un hombre desgastado por la edad y por las esperanzas. Sobre el desfiladero, una tetera de buitres lleva días  aguardando a que dobles tus piernas. Tan secas como el caparazón de una tortuga. Desde que te hablaron de un lugar donde el destino no es envejecer sino permanecer joven durante siglos, lo buscas. Muchos años ya. Y el futuro que anhelabas no se ha cumplido. Sin embargo, un segundo antes de tu muerte certera, te sobreviene un arrebato de felicidad. Descubres que acabas de llegar al valle secreto. Aislado entre montañas.

 

Te vas recuperando. El azul paz del cielo, el verdor tranquilo del paisaje, el murmullo sosegado de los monjes son ahora tu nueva vida. Aquí estás a salvo. Solo si te marchas, volverá la decrepitud. La muerte instantánea. En un caminar de cangrejo, cada día te sientes más fuerte, más ágil. Te acribilla la curiosidad. Piensas en el Louvre desconocido para ti. Piensas en la chica pecosa que una vez te lanzó un beso desde el andén de una estación. Piensas en sus cabellos rojizos que pintaron con pasión reprimida el lienzo de tu ventanilla en marcha. Piensas si eligieron margaritas para la tumba de tu madre. Lloras.

13. Políticamente en retirada

Pensaba Miriam que no siempre los refranes acertaban y que a algunos eventos era mejor no ir nunca que retrasarse. Había recibido la invitación a la presentación del libro de Gema y, pese a no darse ninguna prisa en acudir, tampoco había sabido negarse. Incómoda en su asiento, pensaba que no pintaba nada en el acto. Apenas conocía a la autora y su libro, que le habían hecho llegar, no le había gustado nada. Lo último que quería era opinar sobre el mismo, pero la concejala de cultura, confirmando sus peores temores, le cedió la palabra.

Tras los saludos de rigor y los agradecimientos, Miriam, curtida en estos saraos, echó mano de la ambigüedad del lenguaje.

«La verdad es que no soy lectora de novela épica, lo mío son las historias cotidianas, por tanto, el hecho de que yo haya leído este libro constituye, per se, una auténtica hazaña»

Tras su escueto discurso, Miriam alegó una urgente llamada de móvil, y salió antes de que a alguien le diese por hacer preguntas y se hiciese demasiado tarde.

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