Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

102. El elegido (Mel)

Uno no elige de quien se enamora. Solo sucede. Tocas el cielo o te mueres por dentro, o las dos cosas a la vez. No era ni guapa, ni alta, ni tenía nada de especial, solo aquella mirada de niña que nunca fue princesa. Y ese roce, eterno, cuando sus dedos se pausaban en mi mano al tenderle, cada atardecer, la llave de la habitación. Siempre la misma. Ni la más bonita, ni la menos fea. Solo era la que estaba encima de recepción. Por si acaso.

No eran nadie para ella, solo trabajo y trocitos de tiempo en un hotel de las afueras. A ellos no les regalaba su mirada azul, como cuando se giraba y me sonreía al entrar en el ascensor. Cada día elegía a un hombre distinto. Y yo, cada día, me enamoraba. Hasta ayer. Hasta que escuché gritos pidiendo auxilio y subí a zancadas. El disparo en mis oídos, el muerto a mis pies y la pistola en mis manos.

Uno tampoco elige a quien odiar. A quien sí se elige es a los amigos, a los cómplices, a las víctimas; o a los tres a la vez.

101. Motel

Sabía que la volvería a encontrar en el antiguo motel de madera que preside la Peña. Conforme me acercaba, sus recuerdos se mezclaban con las palabras y las promesas dichas. Al salir del coche y mirar hacia el motel, el viento ululaba con la voz de ella. ¿Era posible volverla a ver? Lo sabría si apartaba el miedo y me refugiaba en el interior de aquel lugar dónde estuvimos por última vez.

Atravieso la puerta muerta que da acceso a la recepción polvorienta del motel. A su izquierda, las escaleras que suben a las habitaciones de encuentros casuales, me advierten de que no siga. Pero nada impide que llegue al primer piso y la vea cruzar hacia nuestra habitación. La habitación que tantas veces compartimos y que, en una noche de tormenta, su marido también descubrió.

Corro hacia su aroma y esencia. Cruzo la puerta de nuestra habitación y la veo desnuda en la cama, esperándome. Cierro la puerta y la oscuridad funde mis recuerdos, su imagen y mi deseo de encontrarla. Al tacto de sus huesos con mi cuerpo, miro hacia el espejo que me devuelve las lágrimas que no derramé aquella noche en que falleció. Una vez más.

100. Psicosis, claro

—¿El recepcionista, te has fijado?

Laura no le presta atención, agobiada por la avería del coche, por pasar la noche en ese hotel de carretera, en esa habitación con restos de uñas y pelos en el rosa chillón de la alfombra, bajo la luz insuficiente de una lámpara amenazante como una araña hambrienta colgando de su hilo.

—Clavadito a Anthony Perkins. ¡Qué bombón! —continúa Juana soñadora—. Le pega mucho a este sitio horrible. Imagínate aquí sola…

Una nueva ráfaga de lluvia apedrea la ventanas mientras la luz pierde potencia, como si la araña del techo agotara sus fuerzas.

—Es tétrico. ¡Ji, ji! —Juana no calla ni retocándose el rímel—. Primero inspeccionaremos la ducha antes de quedarnos a oscuras y tener que avisar a… ¡Anthony! ¡Anthony, cariño! ¡Ja, ja, ja!

Derrotada, Laura se sienta palpándose las sienes, cabizbaja. Descubre un reguero de manchas surcando la moqueta. Son goterones secos. Avanzan hasta el baño y mueren a los pies de Juana que descorre la cortina de la ducha y grita. Un trueno sofoca su alarido. Se ha ido la luz. En la oscuridad su rostro huyendo del baño es una luna pálida y asustada que murmura trémula:

—Anthony.

 

99. No Molestar

Era tarde. Irene se sentía demasiado cansada para seguir conduciendo.

Aquél hotel en medio de la nada no era el Hilton, pero no estaba la cosa para lujos. El antro parecía decente, sin sustancia pero aseado, como el recepcionista. Pidió una habitación y una botella de agua. El hombre, además, resultó ser diligente; ni siquiera le reclamó una identificación. Subió a la habitación, se desvistió, se metió en la cama y apagó la luz.

Esa noche tocaba sueño erótico. Pero algo no encajaba. Demasiado convincente, demasiados besos carnosos en el cuello, de esos de chupetón. Encendió la luz y vio al  tipo que yacía junto a ella. Era tan real como el chasquido de la bofetada que le soltó.

– ¡Degenerado! ¿Qué hace?

– Oiga, es mi habitación, he pagado la tarifa Noche con Sexo.

Irene se vistió lanzando sapos por la boca y salió de allí, seguida por los sapos.

– Es una forma de cita a ciegas. – le aclaró el recepcionista – Gratis para las damas, son los caballeros quienes pagan la estancia.

Pidió otra habitación, y esta vez dejó muy claro que, salvo que fuera el mismísimo Brad Pitt, no quería ver a nadie en sus sueños.

 

98. Falsas Apariencias (Montesinadas)

Había pasado tiempo desde el empujón que desencadenó todo. Ella metió la llave en la cerradura con miedo a encontrar algún objeto que hubiera cobrado vida, pero todo estaba inmóvil, frágil, como a punto de quebrarse. Él aún tenía llaves, podría haberlo encontrado, inesperadamente, en el salón,  sentado, con la cabeza entre las rodillas, llorando arrepentido por haberla tirado de la escalera y provocar la pérdida de un bebé no deseado.

Sólo los huecos de la estantería y el espacio vacío de la mesilla donde faltaban sus libros mostraban, paradójicamente,  signos de vida.

Él erraba de una pared a otra de la habitación del hotel donde se ocultaba desde aquella noche. Vivía enjaulado, se castigaba bebiendo, fumando y tomando pastillas a todas horas. Insistentemente, con la obstinación enfermiza que uno se ata a las cosas que le perjudican. Esperando tener el valor suficiente para terminar con su vida.

Los dos sabían que no había sido un accidente fruto de la acalorada discusión. Él había dado una patada a la escalera mientras ella subía.  En el suelo todavía, la foto de su boda atravesada por cristales y en el techo aún, el cable arrancado del que ella quiso colgarse.

96. «El Fagoril» (Luis San José)

Detuve el coche en la pequeña explanada dejando que el parabrisas enmarcase las paredes ahumadas del hotel y la vegetación salvaje que lo estaba devorando. Se respiraba soledad y abandono. Mis pulmones se hicieron más grandes. Recliné el asiento y mis recuerdos también retrocedieron hasta el día en que llegaste espléndida y exuberante. Tu risa de pájaros alborotó aquellas paredes que me estaban enterrando y que nunca quise regentar.  Me pediste habitación.

– Solo dos días – dijiste.

Pero aquellos dos días fueron veinticuatro. Veinticuatro días de pasión y sexo salvaje que recorrieron todas las habitaciones del hotel. Veinticuatro días enredando sueños en el laberinto de tus cabellos desmadejados. Veinticuatro días donde mi amor y mi patrimonio ardieron al mismo tiempo como yesca en fogaril.

Finalmente, la carretera que se pierde más allá de lo árboles, te llevó envuelta en su piel de serpiente. Tú no querías, lo sé. Eran tus ganas de vivir.

Escuché a mi espalda, más allá del asfalto, romperse las olas en el acantilado. Un cigarrillo vino a interrumpir mis recuerdos. Años atrás pensaba incluso que podía borrarlos con él. La luna, inmensa y redonda. Iluminó de repente mi conciencia y las paredes ennegrecidas del hotel.

95. Adaptación evolutiva

El hotel con el que nos ganábamos la vida estaba junto a una de las carreteras que salían de la ciudad. Yo lo había heredado de mis padres y, con el paso de los años, habíamos visto como la metrópoli cada vez más cerca amenazaba con engullirnos. Así, habíamos dejado de ser una encantadora casa rural y quizás acabásemos por convertirnos en uno de esos hoteles que hay en los polígonos industriales, llenos a partes iguales de altas voces y de gemidos.
Yo miraba con aprensión a mi mujer, que era de misa diaria, y me preguntaba qué sería de nosotros cuando trasformasen la iglesia en una discoteca y nuestro pequeño pueblo en un satélite con cuatro casas.
Qué tonto soy, ¿verdad? y qué olvidadizo.
En cuanto volvimos de despedirnos entre lágrimas del cura, un buen amigo, ella puso la radio a todo volumen, empezó a mover las caderas, a guiñarme un ojo y a servirse un lingotazo de whisky. Sentí otra vez un pellizco en el corazón y recordé el modo en que nos habíamos conocido, el momento exacto en que habíamos decidido vivir y sobrevivir juntos.

94. Verosimilitud (Marta Trutxuelo)

Mi padre se llama Alfred y es director, director de películas. Hacer películas es tener una silla de director de cine con tu nombre escrito. Mi padre también coge un embudo, se lo pone en la boca y chilla: “Acción”. Entonces los actores y las actrices hacen su trabajo, que es actuar en las películas. Esto lo hace mi padre más de mil veces al día y cuando otro señor hace “clac” con una cosa que se llama claqueta, otras mil, mi padre vuelve a casa.

Hoy mi padre le ha contado a mi madre que han encontrado un hotel en la carretera para la nueva película, y que han rodado la escena de la ducha y que ha quedado muy verosímil. “¿Qué es verosímil?”, le he preguntado. “Significa que es creíble, real, que le puede pasar a cualquier persona”, me ha explicado. “¿Y qué pasa en la ducha?”, le he preguntado. “Eso no te lo puedo contar, tienes que esperar a que se acabe de rodar la película”, me ha respondido él. No importa, esta noche dormiremos en ese hotel, así que no tendré que esperar a terminar el rodaje… ¡antes de dormir tengo que ducharme!

 

93. 1998: El silencio de F. Albert (Izaskun Albéniz)

Cansado, el anciano cantante toma asiento en la suite del Holliday House, un discreto hotel de carretera que fue testigo de cuanto aconteció aquella noche, cuando aceptó el único encargo en toda su vida contra una mujer. El trabajo sin embargo, ya estaba hecho cuando llegó, y él se limitó a llevarse el cadáver y disponer la casa que tan bien conocía como el plató de la que iba a ser la última actuación de la actriz. Ella había sido primero su amante y posteriormente su confidente; a ella le debía haber contactado con la élite, aunque después aborreció ese privilegio, quizás demasiado tarde, cuando fue consciente del deterioro de la mujer, de su lento marchitar aún en plena juventud.

El resto era historia. La habitación 303 permanecería indiferente al paso del tiempo por expreso deseo del hombre que ahora descansaba en la butaca. El mismo que había comprado el silencio del propietario del hotel a golpe de talonario.Todos aquellos dólares, sin embargo, no pudieron acallar la melodía que cada nueve de mayo inundaba los pasillos de la tercera planta, donde una voz dulce y apasionada, casi lasciva, entonaba con falsa inocencia Happy Birthday dear President.

92. Un hotel en ninguna parte

¿Qué como terminé trabajando en este anodino hotel de carretera?

No sabría decirle.

Llegué agotada; cansada de pelear contra mi aciago destino, cansada de abusar de mis padres, de engañar a mis amigos, cansada de cansar, cansada de estar cansada.

Pero las fuerzas no me dieron para continuar la huida y embarranqué en este hotel. Incapaz de pagar el alojamiento me ofrecí como camarera para condonar mi deuda.

Siempre  pensé que me marcharía rápidamente pero primero me faltó energía y luego valor.

¡Y aquí me tiene usted! atendiendo a quien decide descansar en este lugar en medio de la nada.

Todos llegan con prisa; unos huyendo y otros buscando, pero todos afanosos.

Yo me limito a hacer por todos, lo que hoy estoy haciendo por usted; procurar que descansen para que al día siguiente puedan seguir corriendo, como ratones dando vueltas en la misma rueda.

Yo estoy bien aquí porque sé que da igual cuanto galopemos, todos estamos atrapados en nuestra soledad y que este es un lugar tan bueno, como otro cualquiera, para ver pasar la vida.

Cada mañana les despido con un cordial “Buen viaje” y les dejo que sigan peleando con sus fantasmas.

91. DESENLACE FUGADO DE PSICOSIS de Piluca Illana Herraiz

Los cristales sudaban rocío y las luces estrelladas en ellos se contorneaban al ritmo de la música que sonaba dentro del vehículo… Sus destellos iban y venían al mismo tiempo que las notas musicales liberadas de la radio permutaban del  agudo al grave y a la misma velocidad con que los faros del auto engullían los kilómetros oscuros de la desconocida carretera.

Su frente brillaba húmeda. La calefacción marcaba el máximo y a pesar de que exudaba,  seguía sintiendo frío. No recordaba cuanto tiempo llevaba conduciendo,  ni cuál era su destino. Solo el instinto de alejarse y de huir la mantenía agarrada al resbaladizo  volante y es que sus dedos rezumaban agua. De su frente resbalaban gotitas de sudor o ¿también eran de agua? y sus manos  empapadas temblaban de miedo. No llevaba puesta ninguna ropa y en su mente retumbaba el sonido chorreante de una espeluznante ducha rebotando y refrescando su cara.

Solo recordaba una desesperada carrera y aquella silueta oscura y retorcida de mujer anciana y esperpéntica, amenazándola con las tijeras en alto, el rostro bipolar y psicótico de loco…  escondida tras las luces de neón en aquel hotel de carretera…

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