Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
0
horas
0
5
minutos
4
0
Segundos
4
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

6. PRECIPITACIÓN LUNAR (Salvador Esteve)

Narciso Sánchez observaba en el espejo sus rasgos perfectos, ¡qué guapo era, diantre!  No comprendía cómo sus padres, dos carcamales de lo más vulgar, habían concebido un ser tan lindo.  Cuando acabó de acicalarse se cruzó con su hermano, el gordo, y con un gesto, mezcla perfecta de superioridad y desprecio, hizo que éste bajara la cabeza avergonzado.

Narciso salió a la calle e inspiró profundamente.  Cuando pasaba por la calle Arenal en la intersección con la avenida España, escuchó un fuerte ruido que le hizo levantar la mirada.  Entonces vio la luna, pero no la luna referente de poetas y trovadores, la que Neil Armstrong pisó, o bestializa a los licántropos, sino una luna de tres por dos que la señora Gutiérrez había comprado para decorar su vestíbulo.  Un cabo de la grúa se había roto en su intento de izarla al octavo piso.  De repente, vio su rostro reflejado en el espejo, cada vez lo veía más nítidamente, aún tuvo tiempo de pensar ¡qué lindo soy! antes de que la luna y su cara estallaran en rojo vanidad.

Narciso no murió en aquel accidente, pero su ego está en cuarto menguante.

 

5. LAS VIUDAS BLANCAS (Paloma Casado)

Dicen que en las noches de plenilunio, regresan para tejer juntas la ropita de los hijos que nunca parieron.

Uno del derecho y otro del revés o en punto bobo, van surgiendo de sus agujas plateadas jerseys y patucos tejidos con hilo lunar. Cantan a coro y sus voces se confunden con el rumor de las hojas de los álamos cercanos que agita el viento.

Luego recorren las calles del pueblo buscando a niños frágiles que vestir con sus mortajas. Por eso, las madres velan sin descanso las cunas de sus pequeños enfermos y a veces, tras un ondear de visillos, observan un estremecimiento en sus cuerpecitos y sienten la fría caricia de unos dedos.

Son las viudas de los jóvenes que marcharon al frente. Ellas murieron solas,  ellos en el campo de batalla, añorándolas.

 

 

 

4. Hombría (Mar Horno)

Eran un pueblo festivo. No terminaban una celebración cuando ya estaban preparando la siguiente. A pesar del  carácter parrandero de los vecinos, a nadie le terminaba de gustar «La Fiesta de las Hachas», que siempre se solemnizaba en luna llena. Con los años, las formas de esconderse se habían perfeccionado hasta convertirse en un refinado arte. Incluso algunos se perdieron para siempre. Pero la mayoría habíamos disfrutado en mayor o menor medida de  pequeños cortes que tomábamos como la penitencia necesaria en pago de nuestras faltas. Amputaciones que curábamos a base de contrición y paciencia. Menos las del Macario, arribado a  la aldea hace poco, y que,  a pesar de conocer la tradición, se veía con la Rosario a espaldas de su marido. Perdió su hombría de un certero tajo. Durante las partidas de dominó todos le enseñábamos algún muñón para consolarlo pero él negaba con la cabeza y salía del bar cabizbajo. Luego pasaba por debajo del balcón de su amada y lloraba porque ya nunca podría recitarle versos con lengua.

3. LA FIESTA (JAMS)

Aunque la romería se repita cada diez de agosto, la tradición señala celebrar el Martirio solo cuando la luna llena coincide con la noche de San Lorenzo. Suben de todo el valle. El lugar siempre es el mismo, la ermita del santo en la Braña de la Lumbre; un claro amplio y llano en medio de un monte de viejos castaños. En un extremo se delimita un espacio con cuatro postes que soportan guirnaldas, luces de colores y banderolas de países desconocidos.

Debajo se instala un escenario pequeño, con un toldo de lona verde, en el que se aprietan tres músicos. Están tocando un pasodoble instrumental que reconocería cualquiera. Nadie les escucha. En la pradera solo hay una docena de niños dándole patadas a un balón. Los demás están en el otro extremo; aplauden y jalean frente al atrio de la ermita, congregados en torno a la hoguera.

Gabriel desciende por la pista con su todoterreno. Llega tarde. Viene reprochando a su mujer que le haya entretenido con una estúpida oveja recién parida.

-Espero que aguante vivo más que el último -le dice. Baja la ventanilla, mujer, y escucha. Chilla como un cerdo el muy cabrón…

 

2. «Resacas» (Luis San José)

Crucé la carretera y bajé por un angosto sendero que llevaba hasta la cala que tantas veces había sido testigo de nuestras caricias. A la mitad del camino ya no se veían las ruinas del hotel. Me detuve en la misma piedra que había sido confidente de mi locura, donde retorcí el cigarro que utilicé para intentar borrar mi desesperación y mi ruina. Las olas reventaban en mis oídos reproduciendo los gritos de varios años atrás mientras la luna prolongaba su lujuria hasta el horizonte. Era la misma luna enorme y completa que quiso rivalizar en esplendor con las llamas del hotel, la que presenció impávida cómo se retorcían sus paredes y mi esperanza.

– Necesito respirar –me dijiste.

Eran tus ganas de vivir. Fue la carretera, sierpe silenciosa, quien te arrastró mucho más allá de los árboles, lo sé.

Llegué hasta la playa. La resaca se había llevado, inmisericorde, tu nombre, tus pisadas y la ilusión que guardada en aquel castillo de arena. Como entonces, vacié cientos de botellas en el agua. Me tumbé en la orilla con la boca muy abierta y me tragué todas las olas, esperando que otra resaca me devolviera tu nombre y tus pisadas.

129. La flor de los Monegros

No sabe porqué pero se ha despertado. Un par de vueltas más en la cama pero ya no puede dormir.  Se acerca a la ventana.  El mismo paisaje de siempre le da los buenos días.  Los camiones cruzan el desierto incansablemente, como una serpiente que zigzaguea en medio de la nada.  Abajo, en el bar, suena un bolero de los Panchos. Si tú me dices ven, lo dejo todo. A Lupe siempre le gustaron y hubo un tiempo en el que los bailaba con un empresario de Barcelona que prometió llevarla algún día con él. Ahora ya no lo espera. Sus ojos se cansaron de escudriñar el horizonte amarillo en busca de aquel Mercedes blanco que vendría a rescatarla.  El tiempo ha pasado y ella sigue allí, en ese viejo hotel de carretera donde ya no vende su cuerpo por dinero, sino su alma por conocer el mar.  Cada noche se reúne con el diablo y pactan nuevas condiciones, aunque de momento sigue allí, y mientras llegan a algún acuerdo, continúa marchitándose un poco más cada día, como una flor en un jarrón sin agua.

128. Nunca pasa nada en la 201

El cadáver espera paciente a que lleguen los operarios de la funeraria con el ataúd de pino que le correspondía según el contrato formalizado, muchos años atrás, con la compañía aseguradora de decesos. La rubia suplica a la policía para que le dejen irse y alega que ella nada tiene que ver con la muerte de aquel hombre, que es una honrada profesional de la prostitución que se dedica a hacer su trabajo lo mejor que puede, que cada vez era más difícil llevarse un sueldo digno a casa y encima hay que descontar la comisión del hotel y lo que se lleva su chulo. Que cuando el cliente le dijo el número de la habitación, a ella ya le había dado muy mala espina porque corrían rumores acerca del mal fario que tenía el numerito dichoso. La recepcionista se santigua una y otra vez repitiendo que es un castigo divino por aceptar dinero marcado por el pecado y que nunca tendría que haber aceptado aquel trabajo. El forense dictamina que ha sido ataque cardiaco y el comisario ordena, otra vez contrariado, retirar el precinto que había decretado sobre la maldita habitación doscientos uno.

 

 

127. EL PRECIO

Los espero encerrado en mi mundo. Ellos ajenos a mí actúan, viven, sueñan. Van y vienen como olas o viento  y acaban desapareciendo entre murmullos y nostalgias. A veces me imagino si supieran, si conocieran mi presencia, cual sería su respuesta. Como taparían su desnudez, como bajarían la mirada, como sellarían sus voces. Tan solo tendría que abrir la boca, pronunciar un sonido, humano como el de ellos y todo cambiaría, pero temo el total aislamiento y la  soledad. Así pues me conformo con observarlos, participar en silencio de sus parcelas de vida y seguir por siempre, siendo el  hombre invisible en el que un día, por decisión propia, me convertí.

126. El artista de Viena

 

 

Con un paño de fieltro retira los restos de linaza; dos pasos atrás y observa el lienzo, ahora el magenta reluce igual que una perla irisada. Los ocres van surgiendo igual que dedos de sol, iluminan igual que el oro el cielo. Surge el porche, que embellece el portalón, a un lado y al otro dos sillones emergen con pinceladas sutiles, gotas ambarinas a su alrededor hacen que adquieran la apariencia de dos hermosas vestales; ahora toma en su mano la brocha mas gruesa, y un arco inmenso se refleja encima del tejado, las estrellas adquieren la viveza de los ojos de los niños, de los mismísimos ángeles…, la satisfacción que le produce terminar la obra provoca un inmenso suspiro de alivio, vuelve a sonreír. El hotel de carretera había acaparado casi todo el lienzo; más bien un bello parterre de lirios en el Olimpo pareciera, volvió a sonreír.

125. EL AZAR JUEGA MALAS PASADAS (Miguel Ángel Pegarz)

El Inspector Garret entra en la habitación del hotel de mala muerte con gesto asqueado, esquivando a los periodistas y a los de científica.

La víctima presenta un punzón clavado entre la tercera y quinta vértebras cervicales, con inserción limpia. Los brazos cuelgan a los lados y la cara yace sobre la mesa escritorio de la habitación. Esa contusión y los brazos sueltos constituyen la única variación del modus operandi de las cinco víctimas anteriores. Lleva ya tres meses buscando pruebas al límite de la desesperación, sin frutos.

Sobre la mesa una guía telefónica, con un número marcado en fluorescente. El inspector la hojea y comprueba que hay marcado algún número más. Toma su teléfono móvil y marca el de la página por la que hallaron abierta la guía. La voz del contestador dice llamarse como reza la documentación de la última víctima.

124. Antítesis de una princesa

– Sal del coche, toma doscientos euros y buena suerte, muñeca.  
Falda rayando la indecencia, tacones imposibles, labios rojos como cerezas, en una calle no precisamente cualquiera. Un soplido al oído:
– Vente conmigo, muñeca.
Un par de portazos. Luces por todas partes. Risas distorsionadas por la lejanía y una canción de los 80, mientras el llanto del asiento de atrás se acelera como el latir de un gato enjaulado. Él la mira. Ella rehúsa. Parada en seco, como un azote que le hace temblar por lo venidero.
¿Y mañana qué, muñeca?
«Me largó con doscientos al pié de un hotel de carretera»

 

 

Nuestras publicaciones