Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

15. EN LA ONDA ( BLUESS)

–         1976.

Timy, bautizado Eutimio Borbojero, observaba perplejo como su padre quemaba en la bañera la camisa azul. Él escuchaba Brown Sugar en el tocata, si bien no entendía la letra.

“chick ,uff, knack, uff…”

–          Años 80.

Nuestro  héroe optó por apuntarse a la movida, menuda Escuela de Calor aquella. Afiliado al partido alfa no llegó a trepar alto, su timidez e indecisión no le ayudaron en la tarea. Cristobalito sí llegó Arriba y eso que no parecía muy listo el chico.

“chick, uff, knack, uff…”

–         Los 90.

Conoció a Paquita, acabó a duras penas Filosofía Pura y se casó tras una docena de años de convivencia. Tuvieron a Marco Antonio, disputas en la familia por el dichoso nombre.

–          2004

Como buen españolito Timy se hipotecó, entró en la categoría de divorciados y finalmente se abrió un facebook.

“ chick, uff, knack, uff…”

–     2014.

La calvicie de Tom ya no era tan incipiente, el tatuaje y el piercing  en la oreja, aunque “elegante” según repetía, proyectaba una imagen triste  de nuestro hombre. De fondo se oye Euphoria.

Empezó a escribir relatos,no pretendía ser Cortázar, simplemente era catártico construir historias.

“Chick, uff…”

 

  • El electrochock se utiliza de nuevo en psiquiatría tras unos años casi en desuso.

14. Siempre tranquilos. Daniel Irazu.

Cuando nació el laberinto no estaba. Supo de niño que en el camino al mar había una tapia y que, desde torres con campañas, vigilaban a quienes intentaban alcanzar la costa cruzando los bosques del Norte. De joven interrumpió su viaje a Levante, unos guardias sin uniforme pero con fusiles le prohibieron el paso. Se hizo hombre mientras los mercaderes de Poniente levantaban tiendas en las calles que después cortaban. Era padre el año en que los del Sur pusieron fronteras.

Compró una vivienda en el ático del edificio más alto para estar cerca del cielo. Por las ventanas descubrió que la ciudad llegaba al horizonte. Aún tenía esperanzas; porque recordaba cómo se ocultaba el sol pintando de rojo, naranja, y morado los cielos del verano, y no había olvidado los amaneceres que brillaban sobre la humedad tendida en los campos por los fríos del invierno.

Su hijo murió de aquella enfermedad en el estómago; gordo como los otros, con esa sangre cargada de veneno común en todos. Entonces, sin saberse parte de la culpa, quiso retirarse al lugar llamado Naturaleza. Pero ya era tarde y, aunque recorrió la larga avenida de la Civilización, jamás encontró un cartel de salida.

13. EL SENDERO (Purificación Rodríguez)

El sendero que salía del jardín de mi abuela y se perdía en un bosque centenario cerca del horizonte, me fascinaba.

Temiendo algún arrebato viajero propio de mis pocos años, me sentó un día y me dijo, muy misteriosa:

-“Nora, ese camino que parece tan recto y seguro es, en realidad, un laberinto encantado y todo aquel que se atreva a recorrerlo se perderá sin remedio al atardecer, convirtiéndose en una sombra más de la noche”-.

Pero el sol desaparecía por allí cada día y volvía a aparecer detrás del corral, como si nada. No se perdía ni se convertía en sombra.

Enfadada, me escapé de verdad una tarde. Fui al final del sendero, recorrí aquel bosque y luego regresé al camino para volver a casa y desmentir a la abuela. Pero, incomprensiblemente, cuando llegaba a los árboles de nuestro jardín comprobaba que eran, en realidad, los mismos que había dejado atrás para coger el sendero. Una y otra vez retrocedía, pero siempre acababa en el mismo lugar.

En este centro de reposo donde me ingresaron, sigo pensando que me despistó la oscuridad y me perdí tontamente. Allí no había ningún laberinto y yo no soy una sombra.

12. ANMA – Inés Z. López

Una mujer está inmersa en el laberinto de las líneas de un hombre. Sus manos expertas trabajan y escuchan, sin palabras, tan solo se percibe el vaivén rítmico de la respiración.

Hay segundos de calma en los que deja descansar su mano sobre el vientre masculino, esperando, confiada, que su intuición le dicte el camino a seguir.

No tarda en escuchar suaves latidos, el corazón de su cliente atrae sus dedos a la cara interna de los brazos. Allí hunde sus pulgares en la Primavera Suprema, profundamente, antes de continuar el recorrido interno de un canal tenue y luminoso.

Ambos se sumergen en un ambiente de paz. Las inspiraciones se conectan. Las expiraciones son más largas.

Los pulgares femeninos siguen la línea hasta la Puerta de la Mente. El hombre, acostado sobre el futón, siente la calma que la presión ejerce sobre ese punto: el estrés le angustia, perturba su corazón.

Ella termina el masaje colocándose en seiza, rozando con sus rodillas la cadera de él. Una mano acaricia Ajna, un símbolo es dibujado sutilmente y, cuando se levanta, las suaves notas de Claro de Luna invaden la estancia. Él permanece acostado: recreándose en el placer de un viaje interno.

11. ¡CLIC! (Salvador Esteve)

Recorro el laberinto con facilidad, desde que me suministraron la hormona H-R6 algo ha cambiado en mi cerebro, recuerdo el trayecto sin problemas, el premio ha dejado de ser una motivación.  Me obligan a ver imágenes y escuchar sonidos,  creen que esto activa neurotransmisores cerebrales y no saben que  absorbo datos  ávido de conocimiento.    Mi intelecto crece exponencialmente a medida que me suministran la hormona, ni siquiera los humanos son conscientes de mis progresos. Quiero comunicarme, quiero escuchar música, quiero leer un libro, quiero…, pero sigo encerrado en una celda con la típica rueda para hacer ejercicio.

La jaula inusualmente está abierta, mi corazón se acelera, atravieso la pequeña puerta, quiero explorar. Salgo del edificio y merodeo por las calles,  veo a mis congéneres de cuerpo sin rumbo buscando alimento entre la inmundicia.

Deambulo pensativo, de fondo me llegan las notas de una sonata de Mozart, mis ojos saltones se llenan de lágrimas, embelesado sigo la melodía.  Observo mi cuerpo, mi cárcel, reflejado en un espejo y comprendo la quimera de mi sueño.  Veo un trozo de queso enmohecido, no vacilo, lo muerdo, escucho el ¡clic! y espero.

 

10. ATRAPADOS

Vienes y te vas. Me llamas y no me llamas. Me quieres y no me quieres. Buscas y no encuentras. Encuentras. ¡Ah, pero no buscas!. Y yo, entretanto, sigo sin encontrar la salida de esta relación.

9. SED DE BRUMA (Marcos Santander)

Tras el sonido azul y esquivo de todos los apocalipsis de tu cuerpo hospitalario y valiente, vagué buscando hacerte gozar como antaño, sobre miríadas de fonemas errantes, linguales, húmedos y movedizos. Y construí con tu piel un santuario. Tus axilas, recodos sin fin hacia el amanecer, detuvieron mi sed de bruma y adornaron mi desvarío. Tus hombros, setos que me anunciaban tu espalda, me llevaron a cascadas de gotas de agua, que brillantes se perdían por el cauce de los ríos. Y mi cuerpo inflamado se topó con el tuyo, perdido y hambriento como estaba ante tanta resolución. ¿De quién son estos pezones? Exclamamos al unísono, y el planeta se hizo polvo y fue barrido por el viento, mientras nuestras bocas se buscaban exhaustas para espirar el alma y poco a poco morir. Ni sé cuántos caminos ensayé, ni sé si eran puertas o pantanos, pero no recuerdo en cuántos de ellos, no encontrando el final, retrocedía y volvíamos a intentarlo. El Sol dejó de mimarnos y el atardecer nos sorprendió con un renovado frescor haciendo que nuestra distraída piel de nuevo se enardeciese. Miles de posibilidades se reabrieron a nuestro amor. Llegamos al carrejo llamado doscientos.

7. El infierno (Montse Acevedo)

Resignada sigue buscando la salida de este difícil laberinto en que se ha convertido su vida…

Atrás quedaron la ilusión y su alegría.
Hoy sólo tristeza e impotencia habitan en ella.
No habla, intenta pasar desapercibida. Le gustaría fundirse con las paredes o desaparecer como el humo de la hornilla, pero él siempre la ve, siempre la encuentra…
Al caer la tarde,  el miedo y la desesperación hacen mella en su yo más débil y llora en silencio, pero no se queja.
-No sabe lo que hace-, dice para sí intentando regalarle una excusa,  que obviamente no tiene.
-Le pondré la cena, le ayudaré a acostarse y puede que si ha bebido lo suficiente, caiga rendido y no me pegue.
Y caerá la noche en un triste día más, de su dolorosa existencia.

Y al despuntar el día, seguirá en su laberinto, buscando la salida…

6. Esta noche cuento que te quiero. Capítulo VI.

Tras dejar tirado en el suelo al padre de Emma, Isaías abandonó la consulta a toda prisa y decidió esconderse en el bosque que había a las afueras del pueblo hasta que todo se tranquilizara un poco.

Mientras en la ciudad, Emma no paraba de dar vueltas por aquella habitación, haciéndose la misma  pregunta una y otra vez. ¿Habría salido todo bien?

Días atrás había descubierto que el joven que besaba a su chica trabajaba de enfermero en el hospital, por lo que el siguiente paso era conocerlo,  para ello Emma había orquestado un minucioso plan en él cual nada podía salir mal.

Tras varias horas de espera, el teléfono de la habitación sonó:

– ¿Sí? – Contesto Emma – ¿Estará solo herido, no?…¿Cómo que no lo sabes?… Espero por tu bien, que solo este herido, ese era el plan…

Emma colgó el teléfono, salió de la habitación y se dirigió al hospital, para saber si su padre había ingresado.

Pero mientras caminaba por aquel laberinto de calles y grandes avenidas, la vio, allí estaba ella, sola, esperando el autobús. Emma quiso dar la vuelta, pero la chica la reconoció.

– ¿Emma? ¿Emma, eres tú?

Emma quedó paralizada…

5. La exploradora (Patricia Richmond)

A los cinco años pidió una máquina de escribir a los Reyes Magos. La había visto en la foto de una revista, en casa de una escritora. Así que la recortó y la pegó en la carta para que los reyes no se confundieran. Y se la dejaron, una bonita Olivetti Lettera 35 roja y reluciente.

El día que la estrenó, escribiendo despacio con sus deditos que titubeaban buscando las letras, abrió la puerta del laberinto. Allí la esperaban princesas, dragones, brujas, caballeros y hadas que le enseñaron a no rendirse, aunque se equivocara de camino mil veces, porque allí siempre estaban ellos para darle la mano y ayudarla a seguir avanzando.

Cada vez que cerraba una puerta, abría otra, arponeando historias con las teclas de su Olivetti. Se convirtió en la capitana de un ejército de aventureros que extendieron su laberinto levantando nuevos muros y tendiendo puentes sobre precipicios y ciénagas.

Ya no encuentra cintas de recambio para su máquina y sus nietos, incapaces de convencerla para que la cambie por un ordenador sin alma, recorren la red para comprar en lugares remotos las últimas unidades. Saben que, aunque le muestren la salida, ella nunca saldrá del laberinto.

 

4. TRAPPED IN THE LABYRINTH (J.Redondo)

De feo aspecto, despeluchado, ateo, depravado y portador de un ojo de cristal, George Spencer, sirviente de la New Haven Colony, fue duramente flagelado hasta serle arrancada la declaración. Aunque posteriormente retractó ante el juez, esta confesión fue considerada válida como la del primer testigo de los dos que marcaba el laberinto legal de aquellos alienados puritanos. La prueba era aquel cerdito, nacido tuerto, acto de Dios por el que su divinidad quería mostrar, en su infinita sabiduría, la evidencia del pecado. Qué mejor segundo testigo del flagrante lascivo “animalismo” de nuestro descreído sirviente, que la cerda paridora del cochinillo. Evidentemente, si esta impúdica suina hablase, reconocería la paternidad de George. El proceso quedó así cerrado y sentenciado en Connecticut.
Y en 1642, la cerda, madre del gorrino tuerto, fue ajusticiada a espadón y George colgado en el patíbulo.
Tres años más tarde dos deformes puercos nacían en esta granja de New Haven Colony. Sus rostros eran de extraordinario parecido al de otro sirviente, Thomas Hogg. Éste, también de impíos antecedentes y amigo de lo ajeno, advertido, resistió cárcel y tortura sin confesar ni desfallecer. Esta vez, el juez no pudo alegar el testimonio de los dos, indispensables, bíblicos testigos.

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