Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

130. ¿Pesadilla? (Elysa Brioa)

Despierta al oír el cuchicheo, abre los ojos y alza la cabeza para atisbar en la penumbra de la habitación. Se sobresalta al observar una fina raya de luz que recorre el piso desde el guardarropa. Pone los pies en el suelo y camina hacia esa luminosidad, asoma la cabeza y una expresión de absoluto desconcierto se apodera de su rostro. Durante unos minutos permanece inmóvil contemplando el interior, no hay ropa, solo un pasillo interminable del que no se alcanza a ver el final e infinidad de portezuelas que se pierden en la oscuridad del fondo. Avanza inseguro, gira el pomo de la primera puerta y lo asalta la imagen de un laberinto de pasillos que se bifurcan en direcciones imposibles, hace lo mismo con la segunda y se repite la escena. Asustado intenta volver sobre sus pasos pero su espalda choca contra un muro. Lleva la mano a la garganta con la esperanza de contener la sensación de ahogo, pellizca con fuerza la mejilla, no sirve de nada, todo su cuerpo empieza a temblar sin contención cuando una voz, que suena como vidrio arañando las paredes, le susurra: espéranos, ya vamos, y no…, no estás soñando…

129. Libertad y respeto (David Moreno)

Un niño nació. Y nació niño. Creció. Lo hizo rodeado de coches, pistolas y balones de fútbol. Siguió creciendo. Todavía niño. Niño. Niño. Eres un niño. Las voces se hicieron cada vez más tenebrosas. Niño. Niño. Se sumergió en un laberinto de dudas. Qué me pasa. Soy niño, niño, niño, dicen. Asustado corrió de un lado a otro. Recovecos sin sentido. Callejones oscuros. Desolado, finalmente encontró la salida. Y sin saber la razón, siguió corriendo, esta vez con una sonrisa en los labios y los pliegues del vestido acariciando sus piernas de mujer.

128. FIDELIDAD

Cuando consiguió salir del laberinto, el Dinosaurio seguía allí.

 

(Relato fuera de concurso por ser jurado este mes)

 

P.S.

No iba a dejar de perderme  en el laberinto de ENTC

 

127. Para el lunes

Lo apearon ante el caserón con una palmadita en el hombro y cruzó el umbral de la puerta con un te lo vas a pasar bien, hijo, que él interpretó como adiós, hasta el domingo. Pero pensó en aprovechar la situación para acabar la tarea:

“…Sorteó el laberinto de muebles que atascaban el hall y, cuando subía por la escalera al segundo piso, observó cómo dos espectros venían a por él, desplazando el polvo que en silenciosas volutas ascendía por los haces de luz que se colaban por los resquicios del artesonado. Retrocedió por el pasillo atrancándose en un cuartucho cuya puerta cedió a la presión de la espalda. Toc, toc… Los aparecidos golpearon la puerta y su corazón el pecho. ¿Estás ahí, verdad? Dijeron desde el otro lado. Y dónde si no, respondió con cierto descaro”.

…Toc, toc. Sus abuelos entraron, le estamparon dos besos y le recordaron que desayunaban a las nueve (si, si…), que almorzaban a las dos (ya, ya…),  que el router de cinco a siete (vale, vale…), y que sería difícil lidiar con su fantasiosa imaginación por más de tres días (pues lo sentía, pero tenía que finalizar la redacción para el lunes).

126. Imágenes

Me adentro en un laberinto de altos setos, caminitos geométricamente trazados, solamente me falta encontrar un conejo corriendo de un lado a otro como en el cuento.

Avanzo y en el primer recoveco  aparecen imágenes que titilan ante mí como si tuvieran vida propia, una niña saltando a la cuerda, juega y monta en bicicleta comiéndose el mundo en cada pedaleo. Sonrio alegremente.

Doy la vuelta y en la primera esquina, el corazón me dá un vuelco, que veo!!!!, mi primer beso, mi rostro ligeramente maquillado, suspiro con nostalgia ¡¡¡¡ qué época!!!.

Un nuevo sendero , escucho las voces de los niños que corren y saltan, sonrio agradecida a la vida.

Un camino estrecho, me detengo y asomo la nariz, un gran sofá me envuelve mientras leo y tecleo en un ordenador ultramoderno, miles de ideas sobrevuelan el espacio, respiro paz y saboreo esos instantes durante unos momentos.

Está ya oscureciendo, el sonido del silencio barre el entramado, busco la salida y al dar la vuelta, el futuro ya me espera iluminado bajo el reflejo de una inmensa luna.

 

125. A ESCALA 1:200

Se escuchaban los pasos de otro intruso al aproximarse. Más veloces y ruidosos, mientras los enanos seguían escondidos tras los tabiques del pasillo. Pulgarcito contó señalando a Mudito, Gruñon y a él mismo. Tan solo quedaban ellos tres, pero ninguno conocía el camino. Lo habían intentado hacia delante, hacia atrás, saltando por encima de las paredes y perdiéndose en los otros cruces. Y seguían sin conseguirlo. De vez en cuando se encontraban al enorme hámster, al único que sabía cómo entrar y salir de allí, pero siempre era peor, una auténtica carnicería en la que fue devorando al resto de gnomos, trasgos y seres diminutos que partieron junto a los tres supervivientes.
De repente reconocieron a la recién llegada y al unísono gritaron su nombre: ¡Alicia! Ella les informó que si crecían gracias a su poción, podrían salir de aquella trampa amurallada y derrotar al ratón. Sacó unos botellines con la palabra “Bébeme” escrita en sus etiquetas y le dio una a Pulgarcito, otra a Mudito y la última, ¡la había perdido!
Los cuatro incautos se volvieron cuando una enorme sombra los cubría. Entonces vieron al sucio y gigantesco roedor que babeaba y hacía rechinar sus afilados dientes.

124. MORIRSE DE ABURRIMIENTO (Jes Lavado)

El pequeño José Aquilino de Todos los Santos languidecía en el funeral, pero no de pena, sino de aburrimiento. Y fue quizá el tedio lo que le llevó a aprovechar el momento de dar la paz ­–ese paréntesis en el que las disciplinadas  bancas de la iglesia se agitan como un  banco de sardinas visitado por un escualo─ para trepar de moflete en hombrera, de joroba en peluquín, como un chimpancé a la fuga. Faltándole el  aire (y casi la vida), atravesó un laberinto de abrazos incómodos, esquivó besos repulsivos, pasó de la prisa a la ansiedad y de ésta a la desbandada frenética. Y así, buscando la salida de aquella jungla, acabó, nadie sabe cómo, en un funeral distinto, donde de repente le llamaban Pepín con gran familiaridad y se dejaba consolar por una multitud susurrante. Este hecho, que al principio le causó gran inquietud, se tornó ciertamente pavoroso cuando, finalizadas las exequias, José Aquilino de Todos los Santos, ahora Pepín, se quedó allí incapaz de moverse, asido a las manos de sus nuevas tías solteronas, junto a sus recién adquiridos primos translúcidos y un nutrido grupo de parientes espectrales, mientras la noche gélida caía sobre el cementerio.

123. ANTROPOFÍSICA CUÁNTICA (Paloma Hidalgo)

De la mano de la estrella fugaz que encontré en sus ojos me lancé al vacío. Abrí los míos justo a tiempo de descubrir la constelación de pecas de sus pómulos, y alunizar en sus labios para besarlos una y otra vez. Víctima del magnetismo de su piel, recorrí los diminutos cráteres que la varicela sembró en sus hombros, hasta adentrarme después en el espacio desconocido en el que orbitaban un par de planetas gemelos, deliciosamente suaves, de los que sin dudar me hice satélite. Perdida la noción del tiempo, a medio palmo de su ombligo, justo entre sus piernas, una nebulosa oscura que yo siempre había creído a años luz de mi centro de gravedad, me invitó a disfrutar de su entropía.
El Big Bang nos hizo arder y arder. Y arder.
Desde entonces ella es el universo donde habitan todos los sentimientos que antes vagaban sin dueño, en el laberinto de mis sentidos.

122. El laberinto de la vida

La abuela tenía una enorme verruga en el pómulo derecho. Cuando se ponía nerviosa se lo bordeaba con el dedo corazón. Así conseguía unir la vida que partía del inicio de la sangre con esa protuberancia formada sólo por piel.  De niña creía  que de esa verruga había partido el resto de su cuerpo. Me gustaba pensar  que la abuela había  nacido de un pequeño garbanzo de piel. Era pequeña,  escurridiza y hablaba poco. Andaba por la casa sin hacerse notar como en el laberinto de las cosas por colocar. A su paso todo quedaba siempre en su sitio. Yo tenía siete años cuando desapareció. Se inventaron historias sobre Dios y el cielo. Yo supe siempre que se había escapado rodando hacia otro lugar en el que volver a crecer para escurrirse de nuevo entre las cosas.

120. SUPERVIVENCIA DE HILOS

A esta hora, como cada año, mi madre recuenta, uno a uno, los puntos de ganchillo del jersey que no parece querer terminar. Es mi regalo de cumpleaños, dice, y no quiere que el balance final descuadre. Por eso me llama apurada, con ese fastidio con que pretende ligarme a jornada completa. Quiere que pose otra vez, así que obedezco en silencio, muy quieto, mientras hurga en mi cuerpo patrones de su ADN con manos torpes y lana roja. Y entonces lo ve: un punto suelto por encima de mi ombligo que la hace perder la paciencia y llorar, con esa obsesión de enmendar un instante de cordón roto. Y aunque le digo que no se preocupe, no me hace caso; no me oye, porque enseguida vuelve a lo suyo: a ganchillear cicatrices, como cada año, desde aquel día de pasillos laberínticos y quirófanos; con esa continuidad de parir con que se empeña una madre que ovilla un deseo.

119. Turistas y otros miedos (Montesinadas)

Giro la cabeza, me vuelvo y el guía no está en mi campo de visión, ha sido sólo un segundo, menos diría yo. De pronto, devorada por la muchedumbre que camina entre las callejuelas no localizo a ninguno de mis compañeros de viaje. Acelero, tropiezo, rompo una chancla y empiezo a angustiarme, siento que todos los ojos comidos de raza me atraviesan,  conocen mi miedo y mi extravío. Veo el sombrero Indiana Jones de Carlos doblando la calle dos laberintos más  abajo. Corro. Ahora, un burro repleto de sacos casi me aplasta, los niños corren entre mis piernas y rompo la otra chancla. Intento salir de esa ratonera velada de turbantes, tuerzo. Una calle aún más estrecha que termina en otro callejón sin salida y una plaza. Fieles descalzos entrando a la mezquita  y un extraño que me persigue, camino más deprisa, todo lo rápido que puedo, descalza, y él cada vez más cerca, casi me toca, me atrapa, tira del vestido de gasa y grito.

Despierto en la habitación del hotel sudada, con la garganta seca. Él sólo tendrá que esperar agazapado en el laberinto de calles a que vuelva a dormirme.

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