Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

132. LAS CUATRO ESTACIONES

 La Bisabuela Anselma, de mirada centenaria y en guerra contra el mundo ha decidido hablarnos con dos vocablos: “trae aquello”, “pon más”, o “no molestes”, todo imperativos y complementos.  Hasta replica cuando yo, divertida, le recrimino su “déjame tranquila” y le expongo que esa orden lleva dos complementos. Ella enfurecida lo rebate con un argumento ortográfico sin saberlo: “pero suena como dos palabras”, y le irrita aún más saltarse su propio castigo. La abuela Bernarda, pura bondad, le disculpa todo y promulga para el resto y para nadie en particular la vida tan dura que ha soportado. La tía Gertrudis bebe a escondidas chupitos de aguardiente pero su sonrisa bobalicona la delata. Entonces habla sin parar y menciona por enésima al pretendiente del pueblo al que la bisabuela espantó. Y mamá no es la misma desde que padre se fue al frente. Ahora apenas sonríe y se pasa todo el tiempo en la cocina haciendo magia para poner cinco platos de comida diarios.

Yo veo el tiempo detenido en ellas y pienso, aunque soy pequeña, que son mujeres en una isla, condenadas a la soledad y a seguir resistiendo mientras los hombres de la familia juegan a la guerra.

131. Pintamorros.

Me costó mucho encontrar la legendaria isla de las mujeres. Una extraña pista me llevó a las coordenadas exactas. Tras navegar por mil mares y enfrentarme a mil monstruos marinos, llegué a la ansiada isla. Nunca antes había visto a una mujer, por lo que fue sencillo identificarlas. Tenían dos barrigas en el pecho y parecía que todas estaban amputadas del pene, la cicatriz todavía les sangraba. Ellas también me miraban raro, nunca habían visto a un hombre. Tocaban con insistencia mi pene creyendo que era una sanguijuela y les resultaba raro ver tanto pelo en mis barrigas desinfladas. Ellas me preguntaron que cómo veníamos al mundo. Yo les dije que nos traía una cigüeña. A ellas también; extraña coincidencia.
Pasé una larga temporada entre ellas hasta que no sé si dejaron de interesarse por mí o yo pasé de interesarme por ellas. Por lo que decidí regresar a la isla de los hombres. Como ofrenda de despedida les dejé mi maquinilla de afeitar. Yo me llevé un pintalabios que te dejaba los labios suaves.
Al llegar a mi isla de origen y verme todos con mis labios rojos pasión tan suaves… se empezó a comercializar el primer “pintamorros”.

130. MONÓLOGOS (Arantza Portabales Santomé)

Hoy como tortilla. Necesito podar el magnolio. Y han despedido a Julián, el del super. Además me he cortado con el cuchillo de las patatas. El pequeño. Me pregunto qué sentido tiene llamarte para contarte estas cosas. Pero las ramas del jodido árbol están a punto de atravesar las ventanas del estudio. Marco tu número. De nuevo el contestador. Aún así te lo cuento todo. Ya sabes que nunca me gustó el jardín. Y hay más cosas. Mi bici sigue en el taller. Sí, es verdad, eso ya te lo conté ayer. Juan y Noelia se han separado y ahora él vive en Isla Mujeres con una mejicana de veintidós años. Se veía venir. Cuando se ve venir es más fácil. Y sí, llamaré a Mario el jardinero de los vecinos. Te lo prometo. No, no me duele el corte. Le he echado Betadine. Y así sigo, hasta que se agota tu batería. Después saco tu móvil del cajón y lo pongo a cargar. Llamo otra vez. Cuatro pitidos. Y tu voz, apenas dos segundos.
Hola, soy Fernando. Deja tu mensaje.
Te echo de menos. Hoy como tortilla.

129. La isla perdida (Nicoleta Ionescu)

Era un secreto muy bien guardado, que las madres susurraban al oído de sus hijas, en vísperas de sus bodas, o en su lecho de muerte: cuando una no podía aguantar más los apuros de la vida, cerrando los párpados y abriendo el tercer ojo podía llegar a las orillas de un gran río. En medio de sus aguas había una isla bien ocultada. En barco, remando horas tras horas, se podía tocar tierra en una oscura laguna. Allí, entre sauces desmelenados, venían las mujeres a desencadenar sus llantos, a plañir sus desengaños, a gemir por maltratos, a gritar por dolor, a aullir como lobas heridas por desamor y traición; lo dejaban todo allí y volvían a sus casas, al alba, capaces de llevar al cabo los quehaceres del día, tranquilas y sonrientes.

Yo no sé el secreto, sólo la leyenda. Dicen que la isla, de tanto dolor, se ha hundido entre las frías aguas del río y el secreto se ha perdido para siempre. Desde entonces, las mujeres llevan consigo, en sus hombros, todo el peso de la vida.

128. Un hombre que nace

Cuando apenas ha conseguido alejarse  de la isla de las mujeres, se detiene un momento a  recobrar el aliento,  separando sus diminutos labios un milímetro para recuperar el resuello. Su boca forma entonces un rictus de asombro que será, desde el punto de vista de los que aguardamos en la orilla apuntándole con imponentes focos,  su primer gesto iluminado.

Todavía está casi sumergido en el canal, pero ya viene sorprendiéndose al  percibir al final de esa marea pegajosa y amniótica un umbral. El mismo que atravesó hacia dentro cuando naufragó treinta y siete semanas atrás y que ahora se aparece como un hueco ovalado que, a fin de cuentas, no es sino un marco, una mandorla en la que está representada mi borrosa imagen de pantocrátor rodeado de un equipo de arcángeles colegiados con la túnica verde característica.

Ea, pues,  exhalado un casi silbido, redoblará su esfuerzo para nacerse del todo, apurar su cáliz de sangres y placentas y llegar hasta su padre para ponerme al día sobre sus misterios.

127. A todas las que estuvieron y están en esa isla (Rosy Val)

Sé que las recuerdas… las carreras por el largo pasillo cada vez que te llamaba.

-Estoy en el váter, Tomás.

-¡Lo primero es atenderme a mí, no olvides gracias a quien comes!

No era menester, él te lo mentaba constantemente… corrías con las bragas casi por las rodillas para llevarle el vaso clarete.

-¡Y agradecida tienes que estar, mujer, jamás te he puesto la mano encima!

Entonces, pensabas en tu cuñado y en la suerte que tenías, que a tu hermana sí le dejaba marcas.

-Pero Tomás, estoy en cuarentena.

-¡Es tu obligación, eres mi hembra!

Apenas te daba tiempo a dejar a mi hermanito en el capazo y guardarte la teta aún rezumando tibio calostro.

-¡Mi madre parió once varones, dos más que tú y además faenaba en la era!

Se esfumó tu vida complaciéndole y cautiva en tu isla, se empañó tu pelo negro.

Has descansado, pero no lo dices, pensaríamos entonces que eres una desagradecida, que no te mereces los cuatrocientos setenta y cinco euros de su pensión, y que comes gracias a él, ¡como nunca trabajaste!… por eso sigues llevándole flores.

126. LA TELARAÑA (Rafa Heredero)

Papá murió cuando yo era muy pequeño, y quedé al cuidado de mi madre, mi hermana mayor y mi tía. Durante años no pude despegarme de ese ambiente opresivo de un hogar custodiado por mujeres siempre vestidas de luto, con sus cabellos recogidos en apretados moños. Hasta que, a espaldas de sus abrazos, busqué trabajo en otra ciudad y conseguí zafarme de los finísimos hilos que seguían tejiendo a mi alrededor.

Fue la época más feliz de mi vida, sobre todo cuando conocí a mi futura esposa, una de esas mujeres, tan distinta a las que había conocido, ante cuya belleza te retraes de modo instintivo, aunque no puedes dejar de mirarlas. Ella, acostumbrada a causar esa sensación entre los hombres, quiso retarme con su mirada. Me sentí muy afortunado de ser el elegido.

Tuvimos un noviazgo breve y placentero, y decidimos casarnos enseguida. No pude evitar que ellas acudiesen a la boda. Llegaron vestidas de primavera, llorosas, alegres, excitadas. Nunca las había visto igual, pero no me dieron miedo. Ya era libre.

Poco después mi mujer se quedó embarazada. A ella le encantaban los críos. Y a los nueve meses nacieron dos niñas preciosas. Mellizas. Las primeras.

125. LA ISLA DE LAS COSTURERAS (Juana María Igarreta)

Al atardecer, la silueta de la gran ciudad emerge cegadora y titilante recortada en el horizonte. Edificios de diseño vanguardista, coronados de enormes y dinámicos letreros luminosos, anuncian importantes firmas comerciales, paradigmas de la modernidad y del progreso.
Al atardecer, en los extrarradios de la gran ciudad, la puerta trasera de un falso almacén, tapadera de un taller de confección ilegal, va escupiendo un largo reguero humano. Son mujeres inmigrantes que durante interminables jornadas de trabajo, y bajo la mirada vigilante e inclemente de un capataz, galopan sobre sus máquinas cosedoras a un ritmo trepidante. Mujeres hacinadas en un sórdido sótano herméticamente cerrado. Aisladas no solo de la luz del día, aisladas del más mínimo rayo de esperanza.

Esta madrugada han llegado al taller dos nuevas mujeres. Mientras en la oficina, en un acto premeditado, la sensual Lucía se contonea ante los ojos lascivos del capataz, Isabel, en el taller, observa y toma nota de las ínfimas condiciones laborales a las que están sometidas esas mujeres. Quiere contar al mundo que tras el refulgente éxito comercial de algunas grandes firmas se esconde un sombrío mar de injusticia, en cuyas aguas se ahogan los derechos y la dignidad de las personas.

123. MÓDULO 3-A (Jes Lavado)

Yo siempre he vivido aquí. Mamá dice que cuando nací era un gusarapo arrugado. Menos mal que ya no estoy arrugado, debe ser por la magia de esta isla, que hace que los niños que soplan el tres viajen misteriosamente al Mundo Real. Dicen que es súper bonito, pero yo no lo creo, porque sus mamás nunca viajan con ellos, se quedan aquí y lloran durante días. Puede que siglos. Yo siempre pienso que sus hijos también estarán llorando allí, igual que ellas. Yo ya he soplado el seis, pero sigo aquí porque mis ojos son achinados como los de un esquimal, aunque nunca he tocado la nieve. La nieve es muy fría, dicen, como las puertas de metal que retumban al cerrarse por la noche.  La Polaca también estaba muy fría el día que no se despertaba y se la llevaron tapada. Mami dice que pronto yo también me iré. Que está bien ver nuevos horizontes. Qué será eso. Se lo he preguntado a la señora del uniforme  y me ha señalado los muros con alambres. No creo que me gusten esos horizontes, por muy nuevos que sean. Porque, al fin y al cabo, yo siempre he vivido aquí.

122. Pescado

Raspa las escamas con el borde de un cuchillo, con movimientos cortos, dejando en cada tajo una mueca de esfuerzo. Con un corte superficial en la parte inferior de las branquias retira las vísceras mientras escucha los gritos eufóricos del resto de las mujeres en la playa.
–         ¡Ya están aquí, ya han vuelto!
El golpe seco del barco atracando en la arena le asusta. Aprieta los puños con fuerza, olvidando que aún tiene las entrañas del pez en sus manos y las de él en su mente. El tacto viscoso de sus manos se mezcla con el viento de júbilo con que las demás golpean la brisa.
Enjuaga a fondo la cavidad del animal con agua fría, para esconder allí su miedo, el temor de que esta guerra se lo haya arrebatado.
Escucha cómo la puerta se entorna. No quiere girarse, no se atreve. Espera ansiosa un abrazo por la espalda, el beso en el cuello que no llega. Al fondo de la sala el sollozo contenido de su hija estalla al fin en un bronco desgarro que inunda todo.

121. EL HOSTAL

Mis primeros recuerdos se cuecen entre fogones y delantales que suspiraban por ser, algún día, vestidos de fiesta. En la cocina de ese hostal de carretera vine al mundo. Lo regentaban mi madre y mis tías, vigiladas de cerca por mi abuela, sumergida en el silencio desde que mi madre le comunicó que esperaba un hijo de un huésped, fue entonces cuando dijo su última palabra: «zorra» y nunca más volvió a hablar. Crecí entre el olor a alcanfor de los ajuares que no llegarían a estrenar y una recua de viajantes y camioneros que desaparecían antes de que les pudiera tomar cariño. A mi padre le conocí en mi quinto cumpleaños, prometió volver para llevarme con él a su isla. Salí con mi maleta a esperarle cada día hasta que descubrí que nunca llega hasta el páramo la brisa del mar. 

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