Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

82. PREMONICIONES (Rafa Olivares)

Me desperté echado en un pasillo no muy largo de altas paredes de granito. Entreabrí los ojos y una tenue luz cenital apenas me permitió percibir los límites del lugar. Un sonoro zumbido en mi cabeza me impedía acceder a la memoria para poder entender dónde estaba y cómo había llegado allí. Poco a poco, concentrado en una respiración profunda, fui recobrando el equilibrio y mi mente la actividad.

No sabía cuánto tiempo podía haber transcurrido, quizás horas, quizás días. Unos recuerdos borrosos me situaban en un entorno de ansiedad, hastío y autocompasión.

Cuando me sentí con fuerzas suficientes me incorporé y, apoyando los brazos en los candentes muros, avancé despaciosamente. Observé que el corredor tenía accesos sin puertas, a derecha e izquierda, a otras galerías igual de largas y con el mismo tipo de conexiones. Estuve recorriéndolas durante horas, sin hallar ningún detalle de contraste que rompiera su absoluta monotonía, y con la inevitable sensación de haber pasado repetidas veces por los mismos sitios.

Al cabo, una luz pareció abrirse paso en mi cerebro y empecé a comprender. Aquel no era otro que el final del camino de perdición sobre el que tanto me habían advertido de joven.

81. Rumbo al Sueño Americano (María Ordóñez)

Cuando logra abrir los ojos, la luz que se cuela entre las ramas la obliga a cerrarlos de nuevo. 40 grados a la sombra. La tierra arde. Su cabeza estalla.

No te vayas, m’hijita, no te vayas. Su garganta reseca, ya no produce sonido alguno.  Amá, sin luz, me perdí entre los cactus. El pollero taconea la tierra desesperado. Vámonos  chica, nomás faltas tú. ¡Ya voy! No llore, viejita. Lueguito le mando dinero pa´que pague el hospital.

Un vehículo se acerca.

Agua, mamá, agua.

Llegaron de noche a la frontera. Al desierto. Brincaron el muro y siguiendo una única lámpara, a caminar en semejante laberinto. Con hambre, rendidos, todos avanzan entre los espinos. ¡La migra! gritó el pollero. Los hombres corrieron. Ella también, pero perdió la luz y allí quedó.

¿Qué hora es? Su pierna arde. Agua, viejita, deme agua. M’hija, quédate. Lueguito regreso, má. No llore. No llore.

Una sombra cubrió su cuerpo.

Sus brazos gozosos levantan agua del río y sonriendo salpica a sus hermanos. Agua, agua. Hija, por favor, no partas. Cómo no partir. Sólo allá podrá juntar dinero para salvar al padre.

Está viva, señor.

Vuelvo pronto, viejita. Recuerde ¡la quiero!

Súbanla a la patrulla. Todavía respira.

 

 

80. El laberinto verde

Bel, la niña de ojos tristes, entra en un profundo sueño. Cuando despierta se halla sola en medio de un laberinto verde. El lugar no es tan sombrío  como parece. Es fresco, de un color esperanza. Tan solo le acompaña su libro de Alicia en el país de las maravillas. Pero ha de salir pronto del lugar o el mal se la llevará, le susurra una oruga.

Bel es sorprendente. Abre el libro y le habla. Pide ayuda a la reina de corazones para que con su ejército de naipes la ayude a salir de allí.  Su Real Magestad pone a su disposición tres barajas de soldados, que como migas de pan, le ayuden a encontrar el camino de vuelta a casa.

Al salir un gato llamado Chester sonríe y se despide de ella.

El ejército que la acompañaba comienza a volar víctima de una racha de aire. La ventolera termina por despertar a la dulce Bel. Abre los ojos. Abraza a su madre con fuerza, no la suelta y, de reojo, guiña al libro de Lewis Carroll que se halla sobre la mesita. Lo peor de la operación a vida o muerte ha pasado, y Bel sigue soñando.

78. DE NUEVO

Elegí el camino equivocado, pensé que todo iría rodado una vez me decidiera, pero no fue así, lo que parecía amor solo era necesidad de compañía;  cómo saberlo, quizá si hubiera tenido más experiencias.  A los 25 tampoco se es muy maduro, por lo menos yo no lo era.

Volví a errar una segunda vez cuando creí que aguantar solucionaría los problemas, toleré que la relación se degradara  basándome en ese prejuicio cultural que dice que a través del sufrimiento se llega a la redención.

Me costó encontrar la salida del  laberinto emocional que construí para justificar lo que de antemano había decidido hacer, con el desgaste moral que supuso esta experiencia.

Y ahora que he madurado a base de caer y levantarme, mi psicoanalista me felicita por haberme  liberado del  superego que me estrangulaba cada noche.

Uf! Después de tanta licencia tendré que buscar alguien a quien engancharme  y comenzar de nuevo.

77. Dédalo

Armada hasta los dientes me dispuse para la batalla.  Ajustado el yelmo a mi cabeza, la cota de malla al cuerpo y el escudo alzado protegiendo mi pecho, abandoné la aldea sin mirar atrás.  Yo era sólo una niña pero todos habían depositado en mí la última esperanza.

El castillo estaba protegido por un tenebroso laberinto que, según contaban las leyendas, se encontraba poblado de terribles criaturas.  Tardé años en atravesarlo.  Fue tal mi soledad en aquel tiempo que rezaba cada noche suplicando encontrar al Minotauro.  Cuando por fin salí de él, me había convertido en una mujer y maldije mi suerte por haber perdido media vida a la caza de un fantasma.

Hasta que pude verte una noche paseando a las puertas de tu fortaleza.  Entonces comprendí que sólo una herida de muerte pudo empujarte a levantar aquella maraña de calles sinuosas que unicamente pretendía aislarte del mundo.  Mis miedos se esfumaron y supe entonces que solamente debía esperar a que bajaras la guardia para enamorarte y curar tus heridas.  Acampé frente al castillo y ahí continúo, dispuesta para el asalto final, esperando que apagues la luz para asaltar el palacio y conquistar tu corazón.

76. Aniversari

Vuelvo de comprar fresas en la huerta.
¡Me encanta esta canción!
Giro mi cabeza sin querer mientras veo pasar, a cámara lenta, ese muro, esa antigua casa abandonada.
Aparco de cualquier manera mi furgoneta blanca y recorro el sendero exterior de la vieja tapia.
Donde piso malas hierbas y cardos hay un camino cuidado y encespedado.
Me agarro a la verja oxidada.
Hoy cumplo 7 años y mamá dice que es un día muy especial. Por eso ha preparado en el jardín una gran fiesta.
Todo está perfecto.
Los músicos tocan en el templete y cuando nadie mira me cuelo entre los setos altos de boj.
Salgo llorando con el vestido nuevo roto y sucio.
Mamá viene hacia mi y me protege en un abrazo infinito. Me seca las lágrimas, me atusa el pelo y entonces, todos a una, empiezan a corear con las velas encendidas de la tarta:
-«¡que pida un deseo, que pida un deseo!»
Concentrada, levanto lentamente mi cabeza y presto atención a un punto impreciso de la vieja verja oxidada.
Agarrada susurro: «pide un deseo, pide un deseo».
Un segundo
Dos segundos
Tres segundos
Cuatro y cinco.
Sonrío, apago las velas y salgo a mi encuentro.

75. A lo Cortázar

Era miembro de un grupo de comunistas, y así me presenté; él se rio, me explicó que al residir en un país capitalista solo era una simpatizante del sistema. Desde ese momento me adoptó como su alumna-amante. Me hizo sentir vergüenza por preocuparme de mi amigo desempleado mientras en Etiopía mueren niños de hambre, de la religión de mis padres, de mi entusiasmo por las pequeñas cosas, de mis opiniones sin cita bibliográfica; de mi ignorancia y mi ser romántico. Pero en el sexo sentí mi dominio; por completo indefenso se entregaba a mis simplezas. Él describía con palabras perfectas y yo le dibujaba su mundo teórico en cada una de sus células. Encontró a su Maga y también a ella, a su igual.

Cuando me preguntó si prefería pasar con él la Navidad o recibir el Año nuevo, me estremecí; sabía la respuesta correcta. Era como dar otra oportunidad a Edith Aron y a Julio en mi historia. Le propuse jugáramos por última vez a perdernos en algún barrio, dejar al destino nuestro encuentro, y entonces respondería. Él aceptó.

Hoy, en su vida, una de las dos es su esposa y la otra un personaje de su primera novela.

74. Mitología moderna

Vacilé, pero acabé adentrándome en aquel laberinto de polvo con el valor de una heroína. Cuando me enfrenté a los primeros monstruos no dudé en echar a volar, en elevarme parapetada por alas blancas; pero, desgraciadamente, quise acercarme demasiado al sol y acabé hundiéndome en el más profundo de los océanos.

73. Recaída

Descendió de nuevo por la madriguera, y llegó hasta el familiar pasillo. Estaba preparada para regresar. Esta vez enfrentaría sus miedos, y escogería la puerta correcta. El tiempo no volvería a escaparse tras el dichoso conejo blanco, porque sus días estaban llenos de proyectos. No habría más dudas sobre el camino a seguir, ni dejaría que nada enredara su mente a la hora del té. Sonrió al contemplar el tatuaje con forma de corazón, dibujado en su brazo.Tenía respuestas para todos, incluso para aquella voz felina que retumbaba en su cabeza.
Ahora que Miguel estaba con ella, no volvería a temer por su vida. Aferrada a su mano se sentía segura; la apretó con fuerza, dispuesta a dar el paso. Se volvió hacia él para buscar su mirada alentadora, y una fuerte descarga la sacudió de pies a cabeza. Descubrió, horrorizada, cómo su ángel guardián tomaba un trago del pequeño frasco de licor que había sobre la mesa, y comenzaba a hacerse más y más pequeño. Arrastrada por el impulso de seguir junto a él, Alicia también bebió, y rompió a llorar desconsoladamente.

71. Encrucijada (La Marca Amarilla)

Aquella noche Ariadna se durmió entre lágrimas, madurando la idea de divorciarse. Cuando despertó no estaba en su habitación sino en medio de un oscuro laberinto de altos setos. Se asustó y comenzó a correr en busca de una salida. Aplicando el sentido común cogió el camino más despejado, pero los setos eran más frondosos a cada paso; entonces intentó desbrozar alguno pero solo consiguió lastimarse. Ariadna decidió probar por otras veredas, pero por una surgía la incertidumbre, por otra el “qué dirán”, en alguna senda vio importantes motivos económicos, en otra sus padres se mostraban decepcionados y, en la más compleja, sus hijos suplicaban que no lo hiciera… Siempre encontró obstáculos que le obligaron a retroceder hasta el punto donde se encontraba su cama. Cansada, se tumbó sollozando de coraje pero sin dejar de pensar en un nuevo intento, convencida de que sería lo mejor para todos… Entonces se durmió y la pesadilla del laberinto se repitió varios días hasta que una mañana le despertaron los niños, jugando en su cama entre risas y alboroto.

–         Pero… ¿por dónde habéis entrado? – preguntó Ariadna, desconcertada.

–         Por la puerta, mamá – respondió extrañado el hijo mayor.

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