Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

12. MARIPOSA NEGRA (Paloma Casado)

Nos besábamos con urgencia en la oscuridad de los cines, en el anonimato de los portales y bajo las sábanas de una cama de alquiler. Escogíamos la misma habitación del hotel de carretera al que nos dirigieron, por primera vez, nuestros amores clandestinos. Me gustaba contemplar, en el espejo del armario, su cuerpo tendido sobre mí, el brazo que me cubría y mi dedo escribiendo palabras en su espalda.

Su mujer, sin saberlo, gobernaba nuestra relación desde la silla de ruedas en donde languidecía tras el accidente. La culpa era una mariposa negra que revoloteaba sobre su cabeza en una órbita tenaz e inoportuna.

Me enteré por una esquela del periódico: “Su desconsolada viuda pedía una oración por su alma” y yo no recordé ninguna para acompañarle.

He regresado a la habitación 106 y allí, entre las aguas plateadas del espejo, continuamos haciendo el amor. Sé que algún día las atravesaré para encontrarle, libre al fin, de la mariposa negra.

 

11. El empleo

-¿A quién contratan para trabajar en un hotel de carretera?. ¿Alguna vez alguien se lo pregunta acaso?. ¡Pues mira, me contratan a mí!. Yo pensaba que eso era un negocio familiar… Debo ser el tipo más tonto que han encontrado. A veinticinco kilómetros de mi casa y sin vehículo a motor. ¿Que cómo lo hago para ir y volver?. ¡Pues en bici!. ¡Usted qué se ha pensado!. ¡Si no llega ni el autobús! Es porque mi madre me obliga. Me lo ha dicho bien claro:-”O trabajas o te vas a la calle”.- Y con mi profusa experiencia es del único sitio del que me han llamado. (Por si no se ha dado cuenta lo de “profusa” es un sarcasmo). En fin, que allí me tengo que presentar a las seis de la mañana del lunes para hacer de limpiador de piscinas, botones, camarero… ¡Ni se!. Por lo menos tengo un uniforme bonito y las propinas son para mí… Igual puedo comprar un coche de segunda mano para final de año. ¡Quita, quita! Que eso gasta mucho… -Chico, me alegro de lo de tu trabajo. Pero dime lo que quieres o quita ya de en medio, que me estás formando cola.

10. Carretera sin tráfico (Salvador Esteve)

El paisaje era desolador. El hotel parecía un espejismo al lado de la solitaria carretera. Un único surtidor de gasolina anunciaba su entrada. A unos doscientos metros, un gran hangar y una pista de aterrizaje hacían anacrónico el conjunto. El hotel estaba regentado por el matrimonio Smith, de cutis cortado pero manos cuidadas. Poca gente paraba, pero al joven matrimonio y a su hija de seis años les había sorprendido la noche, y el cansancio hacía mella en la pequeña. Los Smith acomodaron con una amabilidad exquisita a la familia. Como era su costumbre les ofrecieron limonada bien fría, agradecidos ante el sofocante calor de agosto la tomaron. A los pocos minutos una apacible somnolencia cerraba sus párpados.  Los Smith trasladaron al matrimonio y la niña a la habitación blanca y se pusieron sus guantes de látex.

Hombres y mujeres, que no se resignaban a perder ante la muerte, esperaban.  El avión, un jet último modelo, siempre estaba preparado.  En el hangar, coches, Harleys y demás vehículos seguían amontonándose.

9. Servicio de habitaciones

La empresa daba muestras de deterioro, y Jaramillo, preocupado por lo que parecía ser el fin de su prostíbulo, prefería matar el tiempo reparando desperfectos en aquel renqueante negocio. En las habitaciones vacías, entraba y se ocupaba de la instalación, y en uno de esos cuartos observó algo que lo desconcertó. Unos cables pelados se asomaban al cabezal de la cama y amenazaban con descargar su fuerza en quien los tocara. Vio que no era como para causar grandes males o la muerte, aunque sí podría ser doloroso el menor roce. Mientras se afanaba protegiendo los hilos, que por cierto no alimentaban ninguna lámpara o aparato, entró un cliente casi desnudo, acompañado por una joven que le vendaba los ojos, le ataba las muñecas y lo tumbaba sobre la cama. La chica, acostumbrada a las estrecheces, se mostró indiferente a la presencia de otras miradas, y así sacó una fusta, se puso un antifaz, quitó las protecciones de los cables y echó al incrédulo electricista del cuarto. Mientras cerraba la puerta, la chica le guiñó un ojo y se dirigió a él en una lengua desconocida. Ya en el pasillo, Jaramillo escuchó unos gemidos desconsolados.

8. Un amor imposible (Ginette Gilart)

Raymond estacionó su coche en el parking del motel, se dirigió a recepción, pidió una habitación para una noche y pagó por adelantado. Luego miró su reloj : “ No debería tardar mucho. Vaya idea la suya de venir andando a través del bosque para que nadie la viera.”
Encima de la cama desplegó un mapa de carreteras y con ayuda de un rotulador trazó el camino que tenían pensado recorrer,luego se sentó en un sillón a esperar. El día empezaba a declinar cuando miró otra vez su reloj :”¡Qué extraño que no haya llegado! Puede que se haya echado atrás . Tal vez se haya reconciliado con su ex novio, el ayudante del sheriff. Qué se había imaginado, que de verdad huiría con él, un viejo de cuarenta.»
Por la mañana llamaron a la puerta. Eran el sheriff y Fred su ayudante:
-Hola Raymond, lo siento, tienes que acompañarnos a comisaría.
-¿De qué se trata?
-Han encontrado en el bosque el cuerpo sin vida de Allison.
Todavía aturdido Raymond obedeció. En el momento de subir en el coche policial giró la cabeza y en el rostro del ayudante le pareció ver dibujada una sonrisa malévola.

7. OJOS QUE NO VEN… Virtudes Torres

 

¡¡UF!! ¡Casi me pilla!

Mira que me lo ha dicho mil veces: “Que no te vea en un motel de carretera”

Con el genio que gasta. Ella tan estricta, tan púdica, tan decorosa.

Mejor me meto rápidamente en la cama, antes de que llegue.

¡Ah! ¡La puerta!

Ha llegado

¡Por los pelos! Me haré el dormido.

Por esta vez, me he librado de una buena.

Estaría tomando una coca cola. Después del viaje de negocios, tendría que estirar las piernas la pobrecilla.

Menos mal que vi su coche aparcado a la puerta del motel.

A veces me sorprendo de la suerte que tengo.

6. De un hotelero de Coria. “EL MIRLO” (J.Redondo):

Atado al poste, ante la pared norte del cementerio, cayó fusilado el mirlo. Bastó una bala.
El Mirlo adoraba a los pájaros. Esto y su pequeña talla originaron su remoquete. Se jactaba de ser el más “rojo” de los anarquistas extremeños. Tan era así que a un polluelo de mirlo, nacido en un seto bajo la higuera de su huerto, lo amaestró para silbar la “internacional”.
Cuando el cabo de la guardia civil pasaba frente a su casa, el Mirlo, mientras ceremonioso recitaba el saludo acorde al momento del día, incitaba al enjaulado a desarrollar su sonata, sacando de quicio al benemérito.
Terminada la guerra civil el Mirlo fue condenado al paredón. En prisión, nuestro personaje, amasando día a día migas de la exigua ración de pan del rancho carcelario, modeló un crucifijo, lo que junto a sus lánguidas miradas consiguió ablandar el corazón del capellán. Así, por pío, logró ser indultado.
El vesánico cabo, fuera de sí, ató al mirlo al poste. Siete balas, unas por piedad, otras por impericia, señalaron su impacto con el humo de polvo de cal de la tapia; una única bala asesina dejó plumas rotas suspendidas en el aire vacío de un pentagrama inconcluso.

5. Chantaje (Susana Revuelta)

Antes de meter la llave en la cerradura, Edgar vuelve la cabeza para echar un último vistazo al aparcamiento. Dos Buick descoloridos, una moto cruzada en la acera. Un gato relamiéndose junto a un cubo de basura volcado sobre los charcos.

―Edgar, no estás de servicio.

―Chicago es peor que una cloaca.

Entran en la habitación. Cuatro paredes desnudas, una ventana desvencijada. Afuera retumban los truenos, arrecia la tormenta. Edgar coloca encima de la mesa su arma, las esposas, la placa. En el respaldo de la silla la chaqueta, la camisa, los pantalones. La ropa interior. Su compañero le rodea con los brazos por detrás y comienza a mordisquearle la oreja, a provocar el latido de su virilidad. Un relámpago ilumina esta escena de pasiones prohibidas, de sexo furtivo. Sus cuerpos tiemblan con el roce de sus dedos, con la tibia humedad de sus besos. Al borde del éxtasis, ambos se funden en uno solo. Y cierran los ojos

Una ráfaga de luces alumbra la estancia, pero hace rato que cesó el golpeteo de la lluvia contra los cristales. Edgar se gira hacia la ventana a tiempo de verles huir en la moto.

Con sus cámaras.

Malditos hijos de puta.

4. De película, pero cierto.

Corrían los años noventa. Yo era joven y audaz. Tras un largo viernes de trabajo decidí abandonar Bilbao y pasar el fin de semana en Alicante. A la altura de Gandía renegaba de la idea. Necesitaba dejar de conducir y descansar.

Tenía que haber desconfiado de las parpadeantes luces rojas y azules que anunciaban aquel hotel de carretera a las afueras del pueblo, pero el cansancio pudo con el sentido común. La recepción era cochambrosa; el recepcionista, repulsivo y la habitación la más sucia que jamás se vio. No había posibilidad de tumbarse en esa cama infecta. Por supuesto, el aire acondicionado -¡en pleno julio!- era un lujo asiático para los estándares de semejante establecimiento.

Al menos, tenía terraza. Sin embargo, la terraza era común. Se accedía desde todas las habitaciones de la planta y estaba ocupada por varios huéspedes. Evidentemente, compartíamos el mismo problema. Para mayor desgracia, asomaba sobre un cine de verano con su correspondiente proyección a todo volumen, así que cuando amaneció yo ya estaba llegando a Villajoyosa.

Esa fue la primera vez que vi “Pretty Woman”. Es cierto que no pagué entrada al cine, pero… ¡ay, qué caro me salió!

3. Pastillas para no soñar (Eva García)

Que no, que yo no soy así. Las cosas, si se hacen, hay que hacerlas bien, no de cualquier manera. No entiendo a las mujeres de ahora, que huyen del romanticismo y las buenas intenciones: cualquiera diría que no saben apreciar a un caballero, a un hombre de verdad que desea darles una estabilidad y rodearlas de amor puro.

Ya volverá,  necesita tiempo para darse cuenta de que solo yo puedo ofrecerle lo que realmente desea.

Cada vez que recuerdo su obstinación por parar en aquel motel de tres al cuarto, para que retozáramos desnudos sobre vaya usted a saber que tejidos sin lavar, me entran escalofríos. Porque yo, en el coche, en el campo o en la playa, no me inspiro: la gente  desconoce los peligros de la falta de higiene y de la exposición del cuerpo a los gérmenes ambientales.

Que no, si algún día damos el paso, será en mi casa, si no están mis padres claro, o en un hotel con suficientes estrellas y garantías. Lo nuestro merece ser especial, ¿no cree doctor?

Porque volverá, lo sé: tan solo hace quince días, un mes y diecisiete años que se marchó… pero… ¿qué me está usted recetando?

1. CUANDO SE HACE TARDE

El sexo anal le parecía sucio y humillante, detestaba el sabor ácido del tabaco cuando la besaba y dudaba que fuese médico, como decía. Ella ya se sentía mayor para flirteos furtivos, prácticamente anónimos y fundamentados en un deseo que acabaría apagándose.

Él se manejaba bien en la adulación, y a ella le encantaba escucharle hablar de su pasión por los grandes veleros, con un vocabulario de lugares y objetos nuevo para ella; pero tenía la sensación de que la mentía cuando miraba, con el gesto torpe del mal actor que pretende evitar la sobreactuación. No quería sufrir; ni abandonarle cuando el roce hubiese tejido un cariño cotidiano. Por eso, por cuarta y última vez, había acudido a la misma habitación de hotel, tenía puesta la lencería rosa que le gustaba y se disponía a hacerle pasar un buen rato antes de explicarle que su relación había terminado.

Se acomodó en la cama para esperarle y encendió el televisor; la programación y el cansancio la llevaron a un sueño apacible.

La despertó el frío de la madrugada. Por la ventana abierta se colaba una penumbra de luna moribunda que pintaba las paredes del cuarto de una infinita tristeza.

 

139. Hemisferos

Aquella fatídica noche la yaya Martina perdió a la mitad de su marido.

Desde entonces él canta pero no habla, copia pero no escribe. Juega al parchís pero no a los bolos. Sonríe dibujando una asimétrica media luna.

La yaya sabe que él solo la ve si se acerca por la izquierda. Desde ese lado le habla, en una conversación en la que ella inventa y pone voz a la otra mitad. Ya no discuten, solo se miran y se interpretan,  como si buscaran salir de un laberinto.

Ella se empeña en compensar esta extraña partición: ahora le quiere el doble que antes. También está el doble de cansada. Nunca imaginó que se pudiera morir a plazos.

Ya está empezando a habituarse a este nuevo marido manso y silencioso, a esa línea imaginaria que divide su cuerpo en dos, dejando una garra a un lado y una mano al otro, a ese movimiento infinito de ida y vuelta de la cama al comedor en la silla de ruedas. Contempla los radios de las enormes ruedas que giran como un interrogante a lo largo del pasillo.

No entiende, pero acepta. Como cada vez que la vida le dio una noticia inesperada.

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