Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

69. El tiempo es vida

Peinaba ya algunas canas cuando un duendecillo me otorgó el don de la escucha. Mi primera consulta vino por un bebé aquejado de latido repetitivo. Nada más auscultarlo supe que su corazón recuperaría el compás perdido si dormía junto a un metrónomo y lo alimentaban con biberones de pentagramas. Sus padres, agradecidos, aceptaron encantados la factura por el servicio prestado: dos minutos al contado, los que me donarían de su propia vida cada uno de ellos. La noticia corrió como la pólvora y acudieron por miles con patologías desconocidas: sumiller de la nada, mirada zigzagueante o cumulonimbofilia anticiclónica. Minuto a minuto, fui rejuveneciendo hasta volver a la más tierna infancia y acabar de nuevo en la tripa de mi madre. ¡Eso sí que era vida! Echaba tanto de menos flotar mecido en ese suave vaivén y escuchar el pum, pum, pum de su corazón que nunca más quise salir, pero no por ello dejé de socorrer a quien lo necesitase.

Mi madre jamás envejeció y con el tiempo sobrante creamos una caja de ahorros, haciendo feliz a mucha gente al poder permanecer junto a sus seres queridos, aunque solo fueran unos minutitos más.

68. El mensajero

La niña pasaba las horas sentada sobre la lápida aún caliente. Ya no tenía más lágrimas por derramar. Su única compañía eran las flores marchitas y yo, un pobre sepulturero que iba a verla después de acabar la faena. Un buen día, no pudo evitar darme un abrazo. Pala en mano, me quedé en silencio, petrificado. Al poco, recogía crisantemos frescos de otros funerales y se los llevaba a la chiquilla para que no se sintiera sola. Un día ella me susurró algo al oído. Accedí a su deseo y un colibrí revoloteó desde el interior de la tumba. No dejaba de perseguirla y yo trataba de espantarlo. El mismo pájaro acudía a diario en busca de la niña que pronto se acostumbró a su presencia. El ave seguía entrando y saliendo del sepulcro y se le acercaba como si quisiera hacerle cosquillas en las orejas para provocarle una sonrisa. Empezó a dejar de ir despeinada y, una tarde, se puso sus mejores galas, la misma en que tan sólo hallé el cuerpo sin vida del colibrí.

67. Misión imposible

Se sientan la una frente al otro y abren la caja de su particular puzzle. Cansados de intentarlo, deciden que esta será la última vez.

Como siempre, empiezan por el borde y desde ahí hacia el centro. Esta parte la hacen de carrerilla: sus primeras citas, sus primeras veces, sus primeros viajes, la mudanza a su diminuto piso, las noches de ron y sexo, la despreocupación… se miran con ternura mientras las piezas se deslizan entre sus dedos, acoplándose a la perfección

Ahora el rompecabezas se complica: hay que encajar los abortos, la desesperación, las inseminaciones fallidas, los créditos bancarios, las discusiones, el embarazo de riesgo, el nacimiento de los gemelos, las noches sin dormir, la dificultad de llegar a fin de mes… Después de forzar varias fichas, consiguen avanzar.

Y así, llegan a la última sección, donde siempre se atascan: el ascenso de él, sus continuos viajes, la distancia entre ambos, especialmente en la cama, las copas de más de ella y, finalmente, las infidelidades.

Prueban de todas las formas imaginables. Intercambian y combinan piezas hasta que, agotados, lo aceptan: es un puzzle imposible.

Se levantan, lloran, se abrazan, y él hace las maletas y se va.

66. La casa del mar..

Marina aún conserva ese candor que la distingue y su dulce sonrisa. No ha sido fácil regresar para ella. Abre la puerta despacio, entra en el salón, siente frío, el frío húmedo del mar que se cuela por el ventanal. Un sinfín de sensaciones vuelven a su memoria. Reviven los aromas familiares y el dulce eco de las voces amadas, recorre con una mirada todo el entorno para luego contemplar el cuadro que domina la pared desgastada. Marina se reconoce con su vestidito de espuma. Siempre ha estado ahí, junto al sillón preferido de su padre, se sienta, se arrebuja y cierra los ojos para evocar su presencia. 

La ausencia y el silencio impregnan la estancia, unos pocos rayos dorados del atardecer se cuelan curiosos y parecen querer arroparla y poner una nota de tibieza.

Se acerca al cuadro y se detiene en la firma, que con el paso del tiempo es apenas visible, solo recuerda vagamente a la muchacha que la observaba cada día en la playa mientras pintaba. 
Acaricia la imagen de la pequeña con ternura, muy suave, como si quisiera mimarla y protegerla para siempre..

 

 

65. Regreso a los orígenes

«Tres, dos, uno… navegas entre selvas, escuchas rugidos, trinos, sientes un viento cálido y húmedo que te recuerda a tu infancia, o a otra infancia más lejana», dice la voz.

«Te miras. Estás casi desnuda, pero no te avergüenzas. Detienes la canoa. En la orilla te reciben otras mujeres como tú. Están alegres, cantan, bailan, y te informan de que ha llegado tu gran día. Jamás perderás tu poder, te dicen, y te llaman por tu nombre».

Renata tiene los ojos cerrados; está tranquila. La voz, la hipnótica voz quizá no esté diciendo todo eso. Puede que incluso no exista, o sea un simple eco del pasado. Pero ella lo escucha, lo siente. Por eso está regresando a ese lugar salvaje que jamás ha visto. Al Gran Río, a su tribu. Y ríe, y baila.

Y todo se nubla.

 

—Mo… montaré a caballo, y… tensaré mi arco —murmura, adormecida aún por la anestesia—. Jamás perderé mi poder.

—¿A caballo? Cariño, primero… debes empezar con la quimio. Pero todo irá bien, ya lo verás —le dice suavemente su marido.

—Lo sé, solo estaba bromeando —responde ella, sonriente. Con ese brillo peculiar que solo poseen las verdaderas amazonas.

64. DE IDA Y VUELTA (Belén Sáenz)

Puse la taza de té sin terminar en el alféizar cuando vi que por fin había dejado de llover. Cogí la correa de Robbie y salimos en busca de un cielo sin nubes que se pareciera al de Madrid. Con la absurda ambición de recobrar a Yolanda. No sé si saltamos por impulso o nos absorbió una corriente de nostalgia en aquel charco calmo que reflejaba un azul casi mediterráneo. Tras un fundido a sepia surgí, como un león, en la plaza de Cibeles. Permití que Robbie guiara el carro de la diosa que nos emparejaba y decidiera entre Gran Vía o Alcalá. A mí me bastaba con reencontrar el pasado. La vida, tal y como me hervía en los genes, se representaba en las calles y no era necesario pagar entrada. Pero cruzábamos la frontera entre el verano y el otoño, y pronto la gente empezó a regresar al abrigo de sus casas. Entonces rememoré aquellos sorbos del té inacabado, la lluvia anglosajona que zarandea las telarañas, la chimenea en el pub de la población circundada por una soñolienta campiña donde había construido mi hogar hacía ya muchos años. Y anhelé regresar sin demora a Amanda.

63. Saudade. 2014

Anónima

Lágrima sobre papel

 

A mi cerebro le gusta abrir los cuartos más oscuros de mi alma en los días lluviosos de otoño. Sin embargo hoy, a pesar de la lluvia, cuando he cogido el viejo álbum de fotos y acariciado sus hojas de papel, ha entrado por la ventana el sol de un día luminoso de verano en el que tres niños corretean por la casa llenando el aire con sus risas. Acaricio sus siluetas y me pregunto por qué renuncié a aquellos momentos, por qué no luché más, por qué me fui. Y de pronto todo se oscurece. ¡Cómo olvidar por qué huí! Pudieron más los gritos, el miedo y las amenazas.

Me sirvo otra copa de vino y pienso que quien inventó los álbumes de fotos modernos con su cubierta de plástico en cada hoja sabía bien del poder destructor de las lágrimas sobre el papel.

62. PRIMER DÍA DE COLEGIO

En el patio hay un árbol nuevo. Es como el trampantojo de la interpretación libre de un árbol. Un ejemplar que tiene un aire desconcertado y que resulta desconcertante. La directora cuando lo vio pensó que era inapropiado porque es desproporcionado, los colores no guardan ninguna coherencia y es imposible saber a qué especie corresponde. Además, dijo entornando los ojos: «¡Este árbol no estaba aquí el año pasado!».

Ante el asombro del equipo directivo el conserje señaló que el día anterior tampoco había árbol y que tanto el personal de limpieza como el de mantenimiento podían corroborarlo.

La jefa de estudios se acercó y acarició el tronco, miró a María y dijo: «es un árbol imaginado, alguno de los chavales nuevos que están en clase y que ha venido de lejos lo ha traído hoy. Seguro que el chico tuvo un ensueño, un recuerdo y aquí está».

-Si continúa podremos montar un jardín botánico –rio el secretario.

La directora muy seria no se lo pensó mucho: «Esto es una locura. Se nos va a llenar el colegio, el parque y medio pueblo si no hacemos nada. Comentadlo entre los compañeros. Mañana lo trataremos en el claustro y buscaremos una solución».

61. El encargado

Cuando los obreros se cambian en la caseta, él  ya está en la obra. Indica a los camioneros que descargan materiales y  distribuye las tareas, aunque los hombres apenas le escuchan con el ruido de la hormigonera.
Atiende a una pareja que viene a ver los pisos.
-Puerta de roble  americano, suelos de caoba de Madagascar y regalamos el microondas -explica orgulloso. Todos van al bar de la esquina, pero él come en un banco cerca de la obra. Acaba un bocadillo con demasiado pan y se sirve otro vaso de vino, maldiciendo el abrefácil del brick. Entonces  recuerda cuando  en su vida todo estaba por construir. Siente el sol calentándole la espalda a través de la camiseta de tirantes, y la ilusión por abrir la fiambrera para descubrir que había puesto la Paca. Siguiendo el hilo del tiempo perdído, encuentra el olor del pelo de los chicos al darles el beso de buenas noches.

La inauguración es un  momento agridulce. El orgullo de ver terminado el edificio se mezcla con una sensación de vacío, de pérdida. Cuando empiezan los discursos el jubilado se aleja arrastrando los pies, buscando otra obra para ocupar su vida los próximos meses.

60. Reencuentro (Jesús Navarro Lahera)

Una tórrida mañana, decidí abandonarlo todo e irme al sur. Mientras había sol caminaba sin detenerme, y de noche me tumbaba al raso para dormir. Con todos los que me crucé se repitió la misma conversación. Primero me preguntaban qué me sucedía, cuál era el motivo de que llorara, y yo respondía que estaba enfermo de una dolencia antigua como el mundo.

Entonces me sugerían acudir a un médico cercano, pero yo me despedía tras asegurarles que era inútil, porque se trataba de una enfermedad sin cura. Luego no hablaba más. De qué les habría servido saber que me dirigía a la playa donde la conocí, ese oasis de palmeras y arena blanca en el que nos comprometimos a estar juntos el resto de nuestras vidas.

Allí, de la mano, contemplamos atardeceres que teñían el horizonte de colores naranjas irreales. También paseamos juntos mientras las olas acariciaban nuestros pies. Porque ese era el sitio en el que, con las últimas luces del día, iba a avanzar hasta que el agua me cubriera por completo, y así, al fin, cumplir el anhelo de reunirme por siempre con ella donde justo un año antes había lanzado sus cenizas al mar.

59. Verum vinum  (fuera de concurso)

Si me invitáis a una copa, os relataré mi aventura en la montaña más alta del mundo, sin oxígeno, sin miedos, sin compañía. Pero tal vez no sea del todo cierto.

Con la segunda, juraré que vi una sirena entre las rocas, con la cola de escamas, su pelo de algas y una sonrisa de espuma. Aunque quizás os estaría mintiendo.

Con la tercera, os contaré aquella vez que me perdí en la jungla y sobreviví comiendo raíces, semillas y larvas. Y probablemente será tan falso como todo lo demás.

A partir de la cuarta, recordaré los viejos tiempos y os hablaré de aquel día en el que fui feliz.

58. LA CHICA DE AYER (Rosalía Guerrero Jordán)

Cierro los ojos y dejo que la música me envuelva en su seda dulce y suave.

Un día cualquiera no sabes qué hora es,

Te acuestas a mi lado sin saber por qué.

Sus manos rodean mi cintura mientras los versos vuelan de sus labios a mi oído.

Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer.

Jugando con las flores en mi jardín.

La cálida brisa de su aliento me acaricia la piel. Mi vello grita, electrizado.

La luz de la mañana entra en la habitación.

Tus cabellos dorados parecen el sol.

Alguien dice mi nombre y abro los ojos.

Canciones que consiguen que te pueda amar.

Abuela, ¿quieres que apague la radio? No, no.

Demasiado tarde para comprender.

¿Por qué lloras, abuela?

Mi cabeza da vueltas persiguiéndote.

Por nada.

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