Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

107. EL ASESINO SE ESCONDÍA ENTRE LAS PÁGINAS. (Manu Garpe).

Era un verdadero devorador de novelas policiacas y solía presumir de haber leído casi todas, pero una al menos parecía resistírsele. La buscaba con obsesiva insistencia entre todas las tiendas de libros de la ciudad y siempre obtenía un no por respuesta. Cuando ya estaba a punto de darse por vencido descubrió una vieja tienda de libros descatalogados y de segunda mano  que no recordaba haber visto antes. Entró nervioso, y con cierta euforia contenida, dejando casi con la palabra en la boca al dependiente cuando éste le indicó la estantería donde podía encontrar la ansiada novela. Rebuscó entre varios de los títulos depositados en aquellos estantes polvorientos hasta que, vieja y amarillenta, la encontró. Sopló el polvo que la envolvía y la abrió leyendo al azar una de sus páginas. Su gesto entonces mezcló rasgos de satisfacción, incredulidad y temor al creer entender que era él a quien el asesino estaba a punto de disparar al finalizar la lectura  del tercer párrafo. Aterrado, cerró el libro antes de que la bala pudiera alcanzarle en la cara.  Tras volver a colocarlo donde estaba quedó perplejo al observar el humillo que salía del interior de sus páginas.

106. REENCUENTRO

Debido a la excesiva presencia de tecnología en nuestra vida actual, llevaba varios años sin detenerme frente a la estantería de los libros. Pero hoy me pareció escuchar unos sollozos lastimeros que llamaron mi atención. Una película de polvo los cubría. Tomé uno de ellos al azar y al pasar las páginas, las letras desgastadas se deslizaron dejando un trazo de polvo grisáceo e irregular; en otro ejemplar, detrás de la portada, un raquítico superhéroe luchaba a duras penas por agarrarse y no caer; en otro de lomo grueso que apoyaba en lo alto de la estantería superior un protagonista envejecido y ojeroso apenas mantenía el orgullo de su condición y cuando abrí el de la esquina inferior descubrí a un grupo heterogéneo de brujos, ciclopes, centauros y unicornios que lloraban acurrucados y temerosos de los fantasmas de la oscuridad a la que habían estado sometidos.

Todos me miraban, de repente, como aliviados. Entendí que nunca más debería olvidarme de ellos.

 

105. LAPSUS (Jes Lavado)

El niño abre el libro por el cuento del elefante amnésico. De inmediato queda atrapado por las brillantes ilustraciones y pasa la página con avidez de piraña. Pero al otro lado aguarda un pirata sanguinario que canta ópera y se alimenta de tuétanos. Entonces, la sed de aventura le devora y avanza veloz, derrapando entre viñetas y párrafos, para colisionar fatalmente con el joven Holden Caulfield, al que han expulsado otra vez del internado, y que, como él, no encuentra su lugar en el mundo. Noqueado, no puede parar, y deambula de cataclismo en cataclismo, padeciendo con el hombre que se convirtió en cucaracha; deslumbrado por las fantasías de un cuarentón norteamericano hacia una preadolescente. Da varias vueltas al mundo, pasa unas semanas en Macondo y varios milenios escalando una Montaña Mágica. Algo cansado, decide anidar un rato en un verso de Neruda. Entonces el niño se mira las manos, que ahora son quebradizas y huesudas, las de un anciano. Todavía perplejo, ve cómo el poema que leía comienza a emborronarse con lentitud, creando un vórtice de tinta. Desafiante, acepta el reto y se arroja al abismo, permitiendo, sólo por esta vez, que un sueño atroz le derribe los párpados.

104. No podemos ser dioses

        Mordisqueándose las uñas, el joven aguarda su turno al final de la improvisada cola. Se siente privilegiado por colaborar en el C.A.B., el ultrasecreto Centro de Análisis Bibliológico, donde se codea con los mejores criptógrafos del planeta.

     Tiene delante, entre otros, al genio que descifró el Códice Voynich. Le sigue un rabino que encontró nada menos que la Segunda Poética de Aristóteles y el Necronomicón. Y unos pasos más allá sonríe el legendario descubridor de cientos de cuartetas de Nostradamus, por las que cualquier servicio de inteligencia estaría dispuesto a matar.

       Todos ellos ambicionan comprobar en persona un nuevo hallazgo, fruto de una de aquellas proféticas estrofas: un libro de 1998 ―cifra resultante de multiplicar 3 (número de la Trinidad) por 666 (número del Maligno)― que otorga la sabiduría omnisciente. Porque quien pronuncie seis veces la sexta palabra del sexto renglón del capítulo VI alcanzará el conocimiento infinito del universo y su razón última.

          La fila vuela.

        En seguida el joven levanta con unción el tesoro e inicia su mántrico conjuro como un poseso. No sabe ―ni sabrá jamás― que la razón absoluta conduce a la locura. Y que a los tres minutos exactos, como sus ilustres colegas, morirá.

103. EL SUEÑO DEL PEQUEÑO SAN JORGE

 

Me despertó el olor a humo. En casa nadie fuma, tampoco es invierno para que la chimenea esté encendida. Por un momento, temo lo peor. A punto de salir corriendo de mi habitación gritando ¡fuego!, ¡fuego!, doy con el origen de aquel aroma. Al pie de mi cama, junto a mis zapatos, se encuentra el libro de cuentos que estuve leyendo anoche. De entre sus páginas asoma la cabeza de un dragón, que a cada ronquido exhala una pequeña fumarola.

102. Me llamo Fahrenheit 451 (Elysa Brioa)

A la memoria de Ray Bradbury

Hubo un tiempo oscuro, en el que la humanidad cayó en la locura. La moral no existía y ser humano significaba pisar a tu semejante. Lo llamaron crisis para disfrazar la decadencia de todo lo decente. Lo primero que atacaron fue la cultura, solo una minoría privilegiada podía disfrutarla. Después llegó el desprecio, decidieron que había que quemar los libros, que confundían a las masas, que los obligaban a pensar. Todo parecía perdido, hasta que surgió la guerrilla de las personas-libros. Algunos locos soñadores, inspirados por las ideas que habitaban entre las páginas de un volumen, se rebelaron contra la sinrazón; lo hicieron tomando el nombre de su obra literaria favorita. Cada resistente la memorizaba para, aunque el papel fuera quemado, las palabras pudieran ser preservadas y algún día cuando el futuro fuera más benévolo volver a gozar de todo el saber. Muchos cayeron en estos años aciagos, pero la tenacidad, la esperanza, el deseo de aprender han ganado. Se han perdido grandes obras, aun así hemos conseguido superar a la oscuridad y hoy por fin volveremos a imprimir un libro. Ese honor me ha correspondido a mí. Me llamo Fahrenheit 451.

101. Erase una vez

— ¡La cena está en la mesa! —gritó por segunda vez desde la cocina. Terminó de servir la sopa y con un suspiro fue a buscarla a su habitación. Cada noche igual.

—Que se enfría…— pero estaba vacía —, ¿dónde estás?Miró en el lavabo, en la salita, volvió a la cocina. ¿Dónde se habrá escondido? Regresó al dormitorio y buscó bajo la cama, tras las cortinas.

Finalmente sus ojos tropezaron con el libro abierto sobre la cama. Echó un vistazo a las páginas amarillentas, releyó un párrafo y le saludaron cordiales los enanos. Ella también se alegraba de verlos y les devolvió el saludo. Observó el lejano castillo y reparó inquieta en la luz de una vela que ascendía hasta lo alto de la torre. Desde que le enseñó a leer sabía que esto ocurriría. Ten cuidado con el dragón, hija mía.

100 -TORMENTA EN UN VASO DE WHISKY Marta López Cuartero

El joven grumete soltó el cabo de la botavara y arrió con dificultad la vela mayor. Las embestidas de la tormenta lo tambaleaban en la cubierta. Cogido con fuerza al timón, sollozaba:

-Dios mío, ayúdame. No debí salir, lo sé…

 Sentado en el sofá, Luis se revuelve y agita inquieto los cubitos del whisky que se ha preparado esa tarde de sábado.

Se desplegó una encolerizada marea que le terminó de arrebatar el control del rumbo, la embarcación ya a la deriva se acercaba hacia los riscos puntiagudos de la escollera. El muchacho …

Pasa la página. El líquido se arremolina sobre el hielo, y este sobre el cristal, como el oleaje. Una brisa salobre salpica su cara. Bebe.

Apenas quedaba media milla para alcanzar tierra firme, pero la cresta de una ola … 

 Levanta la vista, se quita las gafas y pasa la página. El líquido del vaso se ha desbordado, tiene la camisa mojada. Mira por la ventana. Recuerda la discusión con su hijo adolescente, el portazo. Hace horas que se ha ido y no sabe dónde. El mar está negro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

99. «CAÍDA «LIBRO»

 

Me sobresaltó una voz quebrada que no paraba de gritar:

–        ¡Todo a babor! ¡Largad más trapo que se nos escapan! ¿Es que no escucháis, inútiles despojos humanos? ¡Voto al diablo que os pasaré por la quilla como me llamo Barbarroja!

–        Barrrbarrroja, Barrrbarrroja. –repetía la estridente voz del loro sobre su hombro- Grrrrrroaaaaaa.

Maniobraba el timón apenas a un metro por delante de mí.

De repente un golpe de mar me barrió de la cubierta.

Estaba oscuro. Pensé que estaba muerto. Pero no. A través de una escotilla divisé un montón de estrellas… ¡Y la luna acercándose a gran velocidad!

–          ¡Vamos a estrellarnos! Capitán Nicholl –Escuché a Barbicane que gritaba.

El impacto parecía inminente y cerré los ojos esperándolo. Pero nada ocurrió.

Ahora escuchaba un rítmico entrechocar de aceros.

–          D´Artagnan ¡A tu espalda!

–          Gracias amigo Porthos ¡Huid cobardes! Y decidle al Richelieu que aquí le esperamos los  mosqueteros de la reina.

De pronto, sentí la punta de la espada de Aramis presionando mi cuello. Me desmayé de miedo.

¡Menos mal que la estantería acababa allí  y di de bruces en el suelo!

Porque esto de caer de libro en libro desde lo alto de la librería…es demasiado estresante.

97. Señorita a la de tres

-A veces Darío pillaba un libro, se metía en la cama y se quedaba allí hasta terminárselo. Ese truco lo aprendió a los 9, cuando una apendicitis le mantuvo hospitalizado el tiempo necesario para leerse todas las ¡Hola! e Interviú de la planta. Toma, esta es nueva, le decían.

-¿Quiénes? ¿Los médicos?

-Y las enfermeras, y todo el mundo. A partir de ahí, lo puso en práctica una semana si y la otra también. ¿Pero, otra vez enfermo…? Tengo la alergia, refunfuñaba. Tosía, escondía la cabeza entre las páginas y se cerraba como un lirio al atardecer.

-¡Qué listo! Pues voy a coger un Diario de Greg

-Ni lo sueñes, señorita. Lo que vas a coger es la cama, apagar la luz (clic) y dormirte a la de tres.

-¿Y a Gerónimo Stilton?

-Tampoco.

-Mamá, ¿dónde está Darío?

Ssst, Corín. A dormir. Se hace tarde.

Aprobó la PAU y se fue a Salamanca a estudiar Literatura. Escribía largas cartas para practicar, decía. La adversidad del azar y un deficiente sistema inmunológico pasaron esa queridísima página de nuestra historia. Pero la vida nos mostró la siguiente aun por escribir. Pelo negro, mirada inquieta… Es la viva imagen de su hermano.

96. Vértigo (Izaskun Albéniz)

Cerró los ojos y se recostó con un suspiro entrecortado. No sabía qué le depararía el destino a partir de ese momento pero las últimas semanas habían sido agotadoras: Centroeuropa con Mary Ann y sus recuerdos, Japón de la mano de Masako y finalmente, un pequeño descanso en Balanzategui, junto a Mo y Pauline.
Abrió los ojos y encontró a David a su lado, fiel a su cita semanal. Extendió el libro que mantenía entre sus manos y observó el implante que, bajo su piel, daba paso al veneno que le permitía seguir viviendo. Qué paradoja. Ella que nunca tuvo tiempo para detenerse un minuto y disfrutar del paso del tiempo, para leer siquiera, vivía ahora postrada en la cama, dueña de cada una de sus horas, viajando a través de las páginas de los libros del hospital, y disfrutando de uno de los escasos deseos que aún podían cumplirse: ahuyentar por unas horas el vértigo de sus pensamientos.

95. HISTORIAS CERCANAS (Ana Fúster)

Ya sea porque el roce hace el cariño o porque el azar los puso frente a frente, Lola y LeBron se enamoraron. Una mañana, mientras tocaba el saxo en su apartamento de Harlem, en la 114, él empezó a lanzarle miradas tiernas, y Lola, acodada entre los geranios, le correspondió. Como LeBron era de pocas palabras, fue Lola quien propuso irse a vivir con él. En la boda, sin venir a cuento, algunos invitados se empeñaron en ser protagonistas: Nastia, la vecina rusa de al lado, en vez de la tarta se comió a la arquitecta de la 23, pero la historia no cuajó por la distancia; el pastor, borracho como una cuba, se puso a bailar desnudo, así que los gendarmes de la 118 lo detuvieron por escándalo público.

Cuando Lola y LeBron tuvieron su primer bebé, cada hueco se llenó de biberones, patucos y pañales. Como les apetece aumentar la familia pero no hay margen para más, están pensando alquilar sus dos páginas de la antología de micros a Nastia –ahora felizmente emparejada con Keiko, la geisha de la 109- y mudarse a una novela. Eso sí, breve, que los precios están por las nubes.

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