Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

133. Desmemoria

Desmemoria
Las delicadas manos de pergamino eligieron el libro rojo de la estantería. Ella lo abrió despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre sus dedos, y se detuvo frente a una palabra subrayada: «siempre». Aquella señal despertó un recuerdo apagado en su memoria y cimbreó su cuerpo de pies a cabeza. Las letras se elevaron de improviso en el papel, formaron una estrecha escalera de caracol, y arrastraron su espíritu en un remolino. Allí, los sueños olvidados se enredaron en sus cabellos grises volviéndolos de un castaño intenso, y su rostro marchito se transformó en una cara pecosa de ojos vivos. Conocía aquella historia; hablaba de ella. Podía sentir cómo las emociones la envolvían y caían nuevamente a sus pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Abrió poco a poco los ojos, y regresó.
El hombre de rostro cansado esperaba su vuelta, sin moverse de su lado, con una sonrisa amable y un leve destello de dolor en los ojos. Ella se preguntó quién sería aquel desconocido que colocaba el libro en su lugar y la besaba en la mejilla. » Siempre», musitó él en voz baja. Pero ella ya no lo escuchaba.

132. USER’S MANUAL

Ayer volví a la librería Manderley y me compré un libro electrónico. Siguiendo mi inveterada costumbre,  lo forré cuidadosamente con aironfix pegajoso y le añadí un separador propaganda de una librería gay con el consabido paisaje de Klimt. Luego lo examiné durante un rato, lo que me permitió comprobar que no tenía hojas pegadas ni esas molestas babillas. El libro abordaba una complicada trama sobre una multinacional electrónica, incluía diversos planos y diagramas aclaratorios y venía acompañado de la traducción japonesa. No obstante, era pequeño y manejable. Decidí  subrayar un par de ideas importantes con un edding rojo de punta gruesa.  Con el libro regalaban un extraño aparato negro con pantalla que arrojé en la primera papelera, dispuesto como estaba a no seguir llenando la casa de trastos.

 

 

131. Al otro lado de todo

Vivir ya detrás de todo,
al otro lado de todo

Pedro Salinas

En los estertores del universo la gente deambulaba por las calles. No había destino cierto ni espacio físico en el que sobrevivir.

El cielo estaba rojo, escocía de calor, pero mamá me obligó a abrigarme porque, allá donde íbamos, podía hacerme falta. Como lloraba, le hice caso. Papá condujo hasta las afueras y entramos en un recinto vallado guardado por soldados. En la explanada vimos un cohete pequeñito, de colores, y muchos niños alrededor. Solo niños. Ahí me entró la pena, cuando supe que ni papá ni mamá iban a viajar conmigo al interior de la ficción.

130. PAPEL MOJADO (TÍNDARO DEL VAL)

Disfrazado de violetera atraviesa el mercado central sin ser reconocido. Al llegar a los soportales se queda paralizado en blanco y negro durante más de tres horas, porque le pilla la hora del almuerzo. Ya por la tarde, y a todo color, cruza la calle sin mirar y una camioneta casi lo atropella, pero le da tiempo de esquivarla vestido de banderillero. Con el rostro desencajado le dedica al conductor una calavera, un burro y un váter. Llega a la plaza mayor justo cuando el reloj marca las doce. Ahí está «El Rana», con su mandíbula cuadrada y su eterno aire de matón. Se acerca a él camuflado de planta, saca la porra dispuesto a golpearle en toda la cocorota, pero de repente…un temblor…todo se desdibuja…mientras una enorme tromba de agua inunda la viñeta.

¡Disfraz de buzo!

¡Me cachis en la mar!

¡Un poco de atención ahí arriba, que ya es la tercera vez esta semana!

 

129. EL DÍA MÁS LARGO

Mi mujer y las niñas han ido a ver a los abuelos, así que me levanto temprano, dispuesto a acometer una tarea que llevo posponiendo mucho tiempo. Empiezo por los estantes más bajos, aquellos donde guardo los libros de la infancia, los de Dickens y Verne con ilustraciones a plumilla, y desfilan en hilera sensaciones ya olvidadas. Un rato más tarde, aparecen las primeras dedicatorias con letra de mujer; son libros de Hesse, de Borges, de Cortázar, y me tengo que demorar por fuerza. Vienen los veintitantos,  Flaubert, los rusos, Yoknapatawpha. Entre las nubes de polvo oculto mi ensimismamiento. Llega el matrimonio, los libros de ella, los tratados de psicología infantil, los cuentos a color, aquella “Enciclopedia del estudiante” tan imprescindible. No me entero ni de la hora de comer. Por la tarde empiezo con los no leídos, esos tomos de Proust y Joyce ya amarillos, los ensayos históricos, Montaigne, los libros de memorias. El final del día me pilla con “De brevitate vitae”, de Séneca, en las manos. Miro hacia afuera y un hombre viejo me quiña un ojo desde el reflejo del cristal.

128. La última lectura (Nicoleta Ionescu)

            Emma encontró en el paquete un libro que no había ordenado, titulado El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de un tal Cervantes Saavedra.

            Primeramente quiso devolverlo, pero, hojeando el tomo, la atrajo el gusto del pobre Alonso Quixano por las hazañas de los caballeros andantes y de las damas de sus almas. Le parecía muy romántico. El hidalgo se convertía en Don Quijote y se enamoraba de Dulcineea, que no era más que una torpe y fea labradora…

            Sin duda, este libro le pareció familiar, como si el autor lo hubiese escrito especialmente para ella. Por entre las líneas descifraba sentidos ocultos y detrás de su sonrisa empezaron a brotar lágrimas.

            En el escritorio la esperaban las cartas de Rodolphe, Léon y Justin. De repente, los vió a los tres exactamente como eran en realidad: torpes y mezquinos, despojados de sus auras; simplemente hombres. La imagen era insoportable. Ya no podía continuar así.

            Abrió lentamente el pequeño cajón donde guardaba el frasquito verde. Lo destapó y lo acercó a sus temblorosos labios.

            Desde la cubierta del libro, Cervantes guiñaba el ojo, susurrando malicioso: «Madame Bovary, c’est moi.«

 

127. Fluir (Isabel López Soriano)

Puedo pensar que ahora no es el mejor momento de mi vida.
Dado que yo decido pensar en ésta o en cualquier otra cosa, decido que yo decido, es más, decido dejar de decidir. A partir de “ya” voy a dejar de pensar, voy a dejar de existir, simplemente voy a continuar viviendo mi vida sin mente, atendiendo sólo a mi propósito, sin peleas, sin luchar. Voy a ser.
Yo y el fluir pausado de la vida.
Empiezo a escribir este legado a los que vengan tras de mi.
Escribo, garabateo rápido un montón de páginas con unas normas sencillas, básicas para seguir. Parecen trazos inconexos pero sé que quien las recoja y analice comprenderá el fundamento de mi nueva vida.
Pero, ¿dónde depositar un tesoro tal de conocimiento como éste? ¿Dónde para que pueda ser encontrado por el erudito que entienda y transmita al resto de mortales?
Tardo. No se me ocurre el mejor sitio. Desespero en mi frustración hasta que, por fin, alcanzo lo ideal.
Las olas mecerán la botella el tiempo suficiente para ser encontrada.

126. Una fotografía

Leía, y al pasar la página del libro encontré una fotografía.  Al observarla me vi en ella.   El libro cayó al suelo y sus páginas volaron  por la habitación. Mi interés se posó, entonces,  en la fotografía de colores brillantes, fondo de espesa vegetación, casas de techo desteñido y paredes blancas.  Un grupo de extraños personajes me acompañaba. Mi  torso sobresalía debido a su elevada estatura, camisa floreada,  cabello negro y una incipiente barba. ¿Dónde estaba? Fue como volver a un pasado olvidado.   Sin quererlo, comencé a encogerme, como para entrar en la camisa floreada.  Mis piernas se doblaron , las rodillas se pegaron al mentón.  El cuerpo se fue desliando, y un pasaje de sólido a gaseoso, me introdujo en la escena en forma de humo  indagador.  Un canto en idioma ininteligible de mujeres chillonas acompañadas de panderos, me ensordeció.  Los hombres parecían limpiar con plumeros los cuerpos de sus vecinos de danza…yo, los emulaba.  Alguien me llamó con insistencia.  La imagen se veló.  Las páginas voladoras  descansaban sobre la alfombra.   Enfadado, comencé  a recomponer el libro.

125. La nota

Y fue entonces que la vi, había abandonado por años aquel libro de poemas que me obsequiaste, estaba dolido, nunca regresaste ni supe de ti. Al tomarlo emergió entre sus páginas perfectamente doblada, aun conservaba tu perfume, sorprendido la abrí y su lectura echó por tierra todo el rencor que había acumulado con el paso del tiempo y tu olvido.

Me decías que ya no había esperanzas, que era irremediable, que más allá de todo me seguirías amando…

Un tremendo frio recorrió mi cuerpo, miré al cielo y pedí perdón.

Ahora te llevo flores.

124. Entre las páginas. (Manuel García García)

La noche era fría y tenía la chimenea encencida.

Había comprado varios libros de historia antigua y la verdad era que no me apetecía para nada ponerme a leer en esos momentos, pero al final me puse a ojearlos por encima hasta que me quedé dormido en mi sillón de cuero.

Cuando desperté eran cerca de las siete de la mañana. Hacía demasiado frío para mis pobres y viejos huesos, encendí de nuevo la chimenea con leña de encina y me preparé un buen vaso de café. Cuando lo terminé, me puse con un viejo libro de los que compré en el mercadillo. Se trataba de la historia de La Cábala. La verdad es que no me estaba interesando mucho, pero de repente observé que entre las páginas del libro sobresalía un papel muy viejo y doblado, pues estaba amarillento y tenía muchas manchas. Desplegué aquel papel como pude, pues se deshacía con solo mirarlo.

Cuando por fin puede tenerlo desplegado por completo, comprobé que había muchos renglones escritos en un idioma conocido por mí. Eran muy borrosos y no entendía nada. Solo pude leer una anotación. «El sudario sagrado está en To…». Solo pude leer eso.

123. Entre las páginas. (Jesús Lara Vanegas)

Entre las páginas se desahogaba inconscientemente. Sus ojos, tan inquietos como los de un recién nacido contemplaban atónitos el resucitar de aquellos folios.

Derek Paterson no se explicaba el cómo ni el por qué se encontraba bajo aquellos escalones húmedos y desgastados. Su sagre se mezclaba junto con la tinta de aquella pluma de importción que le había regalado su madre en el cumpleaños pasado. Ahora ella yacía muerta a su lado izquierdo.

Los mimos y las caricias pasaría a ser cosas del ayer, meros recuerdos que le producían al inquieto Derek un retorcijón de tripas insoportable.

Prisionero de su propio egocentrismo y ayudado por sus paranoias, Derek Paterson decidió asesinar a toda su familia con la única intención de pasárselo bien.

Su forma de jugar y su forma de encontrar placer cruzaban los límites de lo prohibido, pero ahí estaba él…con su gran sonrisa y su desparpajo juvenil intentando retratar aquella escena tan escalofriante y tan artística a la vez.

Tan solo había dos problemas.Uno: le encantaba dicha escena, era tanto así que pasaría a ser una de su favorits entre tantas..y dos…tan solo tenía ocho años.

122. LA NIÑA CANDELA (Ana Tomás García)

La niña Candela se volvía invisible de lo silenciosa que podía llegar a ser. Nadie hacía cuentas con ella porque desde que nació nadie la tuvo en cuenta. Se alimentó a base de cuentos de viejas y leyendas y aprendió a gatear imitando a los gatos que ronroneaban siempre alrededor de ella. No era fantasma, más bien parecía una sombra de esas  que a nadie asusta. Fue por aquel entonces que el General Grandiosa llegó asolando aquellas tierras y el que no salió huyendo pereció bajo el fuego y la tiranía de aquel delirio de grandeza, que nublaba la mente de un loco que quería convertir en Imperio aquella República Bananera. Ante la alarma de los vecinos que gritaban: ¡Ya llega!¡ya llega!, la niña Candela se escondió en el hueco de un árbol envolviéndose entre las páginas amarillentas de una gaceta. Fue con el correr de los años, al poner de nuevo en pie las barracas de los indios y limpiar de brozas los aledaños de la hacienda ruinosa, que dieron con el hueco del árbol y sacaron de sus entrañas aquel milagro. La niña silenciosa abrió sus grandes ojos de almendra y dijo con voz queda: Me llamo Candela.

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