Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

AGO50. FALSA IDENTIDAD, de Concha García Ros

¡Pero qué asco de comida! ¡Qué manía de ofrecerme esa masa pringosa! Y luego… dale que dale con lanzar cosas. ¿Por qué me mira extrañada?
Me cae bien. Le agradezco que me haya traído a su casa y que me haya curado las heridas. Pero… se comporta de forma rara.
Ayer le contó entre risas a una amiga que me comía el polen de las flores del jardín (no pretenderá que me coma la bazofia que me da) y que agitaba las orejas como si quisiera volar. ¿Qué orejas? ¡Si no tengo! Pobre chica, creo que está un poco loca.
Ahí viene… ¡No, eso sí que no! ¡La correa no me la pones!
Y a Marta la picadura le molestó varios días.

AGO49. LA CONQUISTA SILENCIOSA, de Adrián Pérez Avendaño

Cada noche, ejércitos de polillas, carcomas y pececillos de plata se cuelan sutilmente en las grandes bibliotecas del mundo. Dentro, devoran con paciencia un libro detrás de otro. Cuando llegue el gran día, solo las cucarachas habitarán nuestro desolado planeta. En cambio ellos, sabios insectos bibliófagos, habrán adquirido el conocimiento suficiente para mudarse a un lugar mejor.

AGO48. ESPERO QUE TE GUSTEN LOS INSECTOS, de Mikel Aboitiz

Ha dejado la margarita calva de tanto deshojarla —me llama, no me llama— y se siente nervioso como un mosquito en medio de un vendaval, confundiendo su estómago con una bolsa repleta de mariposas. Todo comenzó cuando sus amigos le confiaron entre risas: —Le llaman la mantis —. Entonces, su cerebro de mosquito se hinchó hasta el tamaño de un escarabajo pelotero para albergar la posibilidad de sexo. Sin pensárselo, corrió hasta la chica alta y feúcha para darle su número y ella lo aceptó escudriñándole desde arriba, miope y burlona: —Me gustan los insectos. Te llamaré. —Cuando quieras —tartajeó él, sumiso, irremediablemente enganchado a su tela de araña. Y «cuando quieras» es ahora: el móvil comienza a vibrar como un abejorro encerrado en su mano. Descuelga triunfal, anticipando una cita con ella, viéndose ya agarrado a su talle de avispa, izándose sobre las puntillas para susurrarle cositas picantes al oído (cochinilla). Se lleva el
móvil a la oreja donde su voz sensual de mantis juguetona es un insinuante aleteo de mosca: —Ya sabes, me gustan los insectos —y él adivina por qué le llaman la mantis cuando añade eufórica:— En el terrario a las siete, ¿vale?

AGO47. LA CARTA, de Javier Palanca

Enfiló la entrada de los tribunales erguido sobre sus patas traseras. Lo frenaron dos malencarados soldados. Les mostró, contento y orgulloso, la carta en la que el juez Kierling expresaba su deseo de contratarlo como secretario. Sí, y yo mañana general -dijo el alto. Necesitas un pase para entrar y se expiden en una ventanilla interior –dijo el fornido.
Consiguió la dirección de Kierling. El mayordomo lo trató de farsante porque el juez había sido asesinado días antes de la fecha de su carta. Ante su insistencia le achucharon los alacranes.
Arrastrándose sobre sus seis patas llegó a una miserable pensión.
Le despertaron con fuertes golpes en la puerta y se lo llevaron arrestado sin explicaciones.
Días más tarde, su abogado de oficio le iluminó: En el lugar del crimen de Kierling se encontró una pata de escarabajo pelotero.
– Pero yo soy un escarabajo verde y tengo todas las patas ¡Caso cerrado!
– Bueno, eso tendremos que demostrarlo.
El día del juicio le preguntó por qué no había escarabajos en el jurado.
– Muchacho, aquí nos regimos por las leyes de Louisiana-1883.
– ¡Pero estamos en Praga!
– ¿Y?

AGO46. LEYENDAS DEL PUTUMAYO, de Fernando da Casa de Cantos

El calor pegajoso del Caribe invitaba a pasar la noche en vela. El viejo abanico traído de España apenas cumplía con su rancia función relajante. La niña Mersé daba vueltas en la cama, con sus grandes ojos bien abiertos. Su negro la abanicaba sentado en una silla, aprovechando la soledad de la mansión familiar.
–Cuéntame un cuento, negro. Hoy no puedo dormir.
–¿Qué tipo de cuento?
–No sé. Algo de tu tierra.
–¿Del Putumayo?
–Sí, del Putumayo.
El negro cerró sus ojos. Las ventanas abiertas de par en par daban paso a la luna, que venía sola. La brisa no la quiso acompañar. Los veleros arriaban su aparejo. La ciudad calmaba su sed de sueño, entre sudores esclavos y suspiros criollos. Las luces del castillo de San Felipe servían para iluminar los recuerdos del negro.
–En Putumayo tenemos un insecto muy peligroso, muy grande y muy feo, que le dicen la machaca.
–¿Cómo de peligroso, negro?
–Dicen que si te pica te mueres.
–Ay, negro, no me asustes… ¿no hay solución?
–Sí… Dicen que si te pica sólo te salvas haciendo el amor.
–¿De verdad?
–Te lo juro, eso dicen.
–¡Ay, negro, creo que me picó la machaca!

AGO45. HAM EL LIMPIO, de María del Carmen Guzmán

Miles de cucarachas invadían aquel edificio cuyas terrazas repletas de macetones con plantas eran los únicos puntos bellos que resaltaban sobre la descascarillada corteza del monstruo de acero y hormigón.

La comunidad de vecinos decidió poner fin a la invasión y para se buscó los servicios de un fumigador. Lo más económico que encontraron fue un hombre de acento extranjero que decía llamarse Ham, o al menos ese fue el nombre que entendieron, y como era el que iba a limpiarles la casa de bichos, le añadieron El Limp, para abreviar.

En poco tiempo, el edificio quedó limpio de cucarachas: fue una gloria verlas salir por las escaleras hasta morir boca arriba y pataleando. Un verdadero espectáculo.

Pero como el tiempo transcurría y Ham no cobraba el precio pactado por su trabajo, en revancha prendió fuego al edificio. La gente, a duras penas, y con lo puesto, no tuvo tempo de salvar nada, sólo sus vidas.
Desde la acera de enfrente vieron cómo el edificio ardía desde los cimientos hasta la azotea, al tiempo que miles de cucarachas huían aterrorizadas por las aceras.

Ham el Limp, hacía sonar su flauta mientras los niños volvían sus cabezas…

AGO44. ARICIA MORRONENSIS, de María Sergia Martín (Towanda )

Él escudriñaba cabañuelas, recostado y absorto, cuando la vio aparecer. Morena y regia, su anatomía simulaba una figura de vidrio y le confería un aspecto de extrema fragilidad. Jamás había contemplado algo tan hermoso. Se incorporó embelesado siguiendo con la vista sus gráciles y armonizados movimientos, que interpretó como una danza de intencionada seducción. La siguió con la mirada y sintió que la deseaba…
Ella había salido, como hacía cada mañana, cuando topó con unos ojos azules que observaban el cielo. Quedó fascinada y, por un momento, creyó que un pedazo de firmamento había anidado en las cuencas de ese hombre reclinado en la hierba, entre redes y cachivaches.
Sus miradas se acercaron acrecentando en él el deseo por poseerla.
El hombre se aproximó y ella se sintió aturdida cuando los vapores del narcótico, impregnado en algodón, comenzaron a emanar su efecto. Notó que se le iba la vida al descubrir el alfiler alojado, de un certero pinchazo, en su abdomen. Supo que sus majestuosas alas no serían suficientes para huir de su captor, como también fue consciente de que sería clasificada; catalogada con latinajos y exhibida como un trofeo más en una urna de cristal colgada de cualquier pared.

AGO43. ETIQUETAS, de Sara Lew

Te desperezas despacio. Desentumeces las piernas. Estiras los brazos hacia arriba como queriendo llegar a ese techo blanco y redondo que, efectivamente, tocas. No eres gigante, no, aunque la estrechez de tu encierro así te lo sugiera. Tampoco eres un insecto dentro de un frasco diminuto —pálpate bien: tienes nariz, boca, dos orejas y dos ojos, algunos pelos y, además, piensas— si bien las paredes cilíndricas y transparentes con las que te chocas te llevan a esa idea ridícula, que enseguida descartas por otra no menos absurda, pero más conveniente. “Es solo un sueño” te repites una y otra vez mientras miras a tu alrededor con espanto. El yonqui de los tatuajes, la tía buena del bar, el vecino gay, el banquero gorrón, el negrito del locutorio… todos ellos están también ahí, catalogados en la estantería.

AGO42. LA PRUEBA FINAL, de Raquel Ruiz-Moreno

El momento había llegado y con él, el útimo tormento. Sin vuelta atrás, sólo quedaba proseguir con aquella sádica prueba. Mi sudor estaba a punto de delatar mi terror, pero mi verdugo no podía saberlo. Fingí calma cuando se acercó hacia mí con una caja en sus manos y una sonrisa sardónica en sus labios. “Cerdo perturbado”, pensé, pues conocía bien su contenido. En ella, miles de insectos se amontonaban con el fin de torturarme. Y aquél psicópata sería el encargado de procurarme tal dolor.
“Adelante”, ordenó. Obedecí, introduciendo la mano en la caja. Aun sintiéndome desfallecer, agarré el primer bicho que encontré y lo saqué. Miré su caparazón negro y las patitas que, con ansia, querían liberarse de mi mano. “Es una Blatta orientalis”, dije, con el rostro pálido y controlando una arcada. “Correcto, hijo!” dijo el depravado, sonriendo con júbilo. Y con tal rapidez finalizó mi suplicio y la demostración de que era un hombre digno de hija. Pues mi torturador no era más que mi futuro suegro, un fetichista de los insectos incapaz de aceptar como yerno a alguien que no apreciara a tales criaturas. Y esos seres eran mi máxima fobia. ¡Qué bonita relación nos esperaba!

AGO41. EVERCLEAR NOVENTA Y CINCO GRADOS, de Esther Gomez

No es un sueño. Levanto mis párpados y la pesadilla no termina. Sin embargo es al abrir los ojos cuando, con una espeluznante claridad, puedo ver miles de diminutas hormigas, incesantes en su ir y venir. Sus antenas dirigen sus pasos sin equivocaciones, formando un ejército obediente y bien organizando. Se expanden por todo el suelo, son incontables y comienzan a subir por mis pantalones, metiéndose entre estos y mi piel. Siento sus pequeñas mordeduras como pinchazos de alfiler.
Unos eléctricos escalofríos sacuden mi cuerpo de arriba abajo, no paro de retemblar. Doy manotazos sin sentido en el aire, intento sacudírmelas, necesito quitármelas de encima, pero no paran de subir y subir, son infatigables, no cesan en su empeño. Me he convertido para ellas en el más suculento de los alimentos, me están comiendo. El sudor corre por mi rostro desencajado y de mi garganta salen los gritos mas desgarradores: !NOOOO! !AYÚDENME!
Unos brazos me sujetan fuertemente, la aguja desliza un líquido en el interior de mis venas. Siento mi cuerpo liviano. Todo va quedando en silencio.
Mi mente alcohólica empieza a descansar, los insectos comienzan su retirada.

AGO40. LOS AMOS DEL CLIMA, de Gloria Arcos

El breve aletear de sus frágiles alas era el anuncio de la llegada de la primavera. Su presencia siempre bella, con su cuerpo encarnado, adornado con sus curiosos lunares negros, alegraba cada año nuestras largas tardes, mientras jugábamos en las frías aguas del río. Cada niño que lograba atrapar a una de las bellas mariquitas adquiría entonces un lugar predominante en el grupo, ya que se suponía que, con ella, se convertía en el poderoso dueño del clima, y tenía desde entonces la capacidad para cambiarlo a su antojo.

AGO39. EL CICLO DE LA VIDA, de Aurora Royo Cañadas

En mi vida hay dos amores. Uno es femenino y otro masculino. Ambos son importantes caudales, fuente de enseñanzas y experiencias. Los dos me han ayudado a entender que ningún instante es igual a otro y que la vida es un constante fluir. Ambos han forjado mi carácter. Me han enseñado que es muy difícil domeñar su fuerza y que cuando se enfurecen, el hombre es incapaz de detener su voluntad. Ante sus avenidas he visto aflorar lo mejor y lo peor del ser humano.

Estos dos amores son el Ebro y la Ría del Nervión. Y esta historia tiene como fundamento servirme de excusa para introducir un asunto que me ronda la cabeza.

Cuando niña crecí a orillas del Ebro, bañándome en sus aguas y cogiendo lombrices para servir de cebo para la pesca. Ahora es inviable. La contaminación impide ambas actividades. Sin embargo, puedo pescar en la Ría.

Ayer recorríamos las veredas, junto al Pilar, siguiendo la ruta del Ebro, a bordo de un “ESCARABAJO”. Hoy tengo que cambiar de coche y creo que me decantaré por un “NEW BEETLE”. Lo estacionaré a orillas de la Ría, mientras me doy un refrescante baño junto al Guggenheim.

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