Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

OCT176. HASTA QUE LA MUERTE LES SEPARE, de Luis Miguel Moreno Rodríguez

-Ya voy, ya voy pelmazo- le digo mientras se me va la mano con el cianuro en su café del desayuno.
Pero que estará haciendo esta pesada. No veo el momento de que se vaya a trabajar, lo único que siento es el coche, lástima que acabe así. Fue una suerte que a ella le gustara tanto vivir en lo más alto de la colina.
-Querido aquí está tu café, disfruta de tu desayuno. Yo me voy que se me hace tarde.
-Muy bien amor, ten cuidado con el coche…
-*-*-*-*-
Uy que se me escapa la bruja de la esposa de mi padre, y tengo que darle el camibazo de coche, mi cari ha “tuneado” los frenos del mío para acabar con ella.
-Espera, si no te importa te cambio el coche, que tengo que traer material y no me cabe en el mío.
-No cariño, espeeeeraaaaa, no le cambies el coche- le digo a mi hija dando el último trago de café y sin que me haga ningún caso.

OCT175. VIDA BAJO TIERRA, de Yolanda Muñoz

Mientras mi cuerpo permanece tumbado, oigo voces. No alcanzo a reconocer ninguna. Apenas me puedo mover, siento frio. Intento arropar mis piernas, pero mis manos no tienen suficiente fuerza para hacerlo. Siento mis labios como si estuviesen sellados, intento abrirlos poco a poco. No veo nada, está demasiado oscuro. Quiero salir de aquí, no sé donde estoy. Empiezo a tocar a mí alrededor, subo los brazos hacia arriba sin poder ver nada. Percibo que estoy atrapada y respiro lentamente, estoy agobiada.
Mi única salida es gritar, dar golpes con manos y pies. Será la única manera de que me puedan oír.
-¡Socorro!, ¡Socorro!
– ¿Alguien me oye? Una y otra vez, apenas me quedan fuerzas para seguir gritando. Tras unos segundos callada oigo pisadas muy cerca de mí, y de nuevo vuelvo a gritar con todas mis fuerzas.
– ¡Socorro!, ¡Socorro!, estoy aquí…
Alguien se acerca. -¡Aquí!, ¡Aquí! Creo que me han escuchado, las pisadas se detienen. – ¡No se vaya por favor!
-Tranquilícese no me voy a marchar, intentaré sacarla- replico en voz alta.
-¡Dios!, esto es un milagro ¡está viva!, ¡está viva! – dijo echándose las manos a la cabeza.

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OCT173. DONDE EL CIELO ES SIEMPRE GRIS, de Arantza Portabales Santomé

Impulsada por una fuerza desconocida emerjo bruscamente sobre las aguas de este mar embravecido de mi amado Finisterre. Mi cuerpo, liberado incomprensiblemente de toda oposición, se desliza veloz sobre las aguas oscuras y frías. En dos minutos alcanzo la playa, y en otros dos, atravieso el camino de tierra que lleva a casa. Todos mis temores, tras años de ausencia se desvanecen en cuanto mamá abre la puerta. Al momento me estrecha en sus brazos, meciéndome suavemente. Incrédula. Como con miedo. Sus labios besan mi rostro y sus lágrimas se mezclan con la sal de mis cabellos, reducidos a una absurda maraña de algas y fósiles. «Mi dulce Elisa» susurra.
Resulta increíble estar de nuevo abrazada a ella.
Pero es extraño no sentir los latidos de su corazón.

OCT172. ORGASMO, de Adriana Ríos

Impúdicamente, se estremece complacida al sentir el calor que lame sus muslos.
Arquea su espalda y percibe por primera vez la dureza de sus pezones.
Desea estar libre de ropas y entregarse desnuda al feroz abrazo.
Extasiada, implora que no ardan su corazón ni sus entrañas.
Quiere conservarlos intactos para el próximo encuentro.
Mientras se consume en un éxtasis de cuatro horas, grita varias veces el nombre de su amado y acaba convertida en cenizas.

«30 de mayo de 1431, Viejo mercado de Rouen, Francia.»

OCT171. ¡YA SOY MAYOR!, de Víctor J. Menargues Ramón

Cada vez que te acompañaba a que hicieras pis, me decías por el pasillo: «¿Le has dicho a papá que ya sé hacerlo solo?». A continuación me parabas y me mirabas; yo no podía evitar sonreír, y me regañabas: «Aún no se lo has dicho, ¿a que no?». En lugar de responderte, yo siempre te hacía la misma pregunta mientras abría la puerta del cuarto de baño: «¿Te ayudo?», y tú me dabas siempre la misma respuesta: «¡No, ya soy mayor, nunca te acuerdas!». Me quedaba entonces esperando en el pasillo a que acabaras, y luego entraba y limpiaba con la fregona las mil y una gotitas desperdigadas; después te lavaba y te cambiaba. «Voy a mi habitación, tengo sueño, ¿vienes a taparme, mamá?», solías decirme por las noches, o a la hora de la siesta. Y, siempre, yo iba contigo y te tapaba. Ayer también lo hice, antes de que te condujeran desde la sala siete del tanatorio hasta la capilla. Ahora, en casa, estoy mirando en la pantalla del móvil una foto que me ha mandado Iván desde Auckland, junto a un mensaje: “Es tu nuevo nieto, papá, la familia crece, díselo al abuelo, tq mxo, bss”.

OCT170. DE UN PLUMAZO, de Antonia Garcia Lago

Aproveché el momento que me ofrecía el azar, nadie en la mansión, para acabar liquidándote.
Tiempo de insultos y palabrotas, de gritos desaforados en mitad de la noche. De no dar descanso, de no dejar de controlar y fisgar en las vidas ajenas, y más concrétamente en la mía.
Lo he preparado todo como si hubiera sido casual, ni rastro de violencia, ni huellas. Me cuidé mucho de utilizar guantes, y soy muy silenciosa cuando lo pretendo.
Así, que manipulé con precisión la cerradura mientras dormitabas. Luego fue tan solo atraparte con fuerza, taparte los ojos, abrir la ventana del último piso y dejarte caer.
¡Adiós, loro parlanchín!

OCT169. DÉJÀ VU, de Esperanza Temprano

No me di cuenta de que venía a toda velocidad, el coche me embistió y me lanzó con fuerza por los aires, me estrellé contra el suelo y la película de mi vida pasó ante mis ojos: los llantos de bebé, las primeras letras en la escuela, mi graduación en la Universidad, el día de mi boda, el nacimiento de mi hija, mis éxitos profesionales, el coche que me arrolló y la luz al final del túnel. Antes de que la luz me envolviera borré la última secuencia.
Estoy en la acera viendo cómo se acerca un coche a gran velocidad, cuando se aleja cruzo la calle. Tengo la sensación de que esto ya lo he vivido antes.

OCT168. PRETERIDOS, de Mei Morán

El maquillaje deja entrever las cicatrices del tiempo. El traje, escogido con sumo cuidado, le confiere una imagen pulida, de una severa elegancia. Un cansancio viejo de siglos surca sus rasgos. Hoy también, sale a la calle.
Un coche de cristales oscuros llega por la izquierda, a toda velocidad, obviando toda precaución. El miedo paraliza a los transeúntes. El choque contra un árbol inoportuno lleva al vehículo a las alturas. Dos cuerpos desencajados, apenas cubiertos de ropa, destrozada por el impacto, arriesgan unos bucles de acrobacia antes de golpear el suelo, que les acoge con frialdad y una dureza estricta.
Es el momento en el que ella se acerca, mira a sus víctimas y en un instante de debilidad, de generosidad arbitraria, les deja yaciendo, con un estertor indeciso, sin rematar su trabajo.

OCT167. ¿FELIZ CUMPLEAÑOS?, de Jesús Coronado

Ciento sesenta y cinco años. Hasta yo empiezo a dudar de mi edad, y no soy el único. La mayoría piensa que les engaño con la partida de nacimiento, pero sólo hay que mirarme. Ya soy como los muñecos de cartón piedra. Otros, más ciegos, dicen que tengo un pacto con el diablo pero, maldito pacto, si me estoy consumiendo como la madera de una cerilla. Lo más triste de esta historia es que mi soledad va en aumento, la gente empieza a huirme y ya no tengo familia cercana. No sé si porque ya huelo a muerto, o simplemente porque me tienen miedo.
Aunque soy de naturaleza cobarde, he intentado quitarme la vida en varias ocasiones, pero sin éxito. Siempre vuelvo a la vida. He llegado a pensar que la muerte se ha olvidado de mi o, simplemente, que se venga cruelmente con esta inmortalidad que me maldice.
Pero algo en mi interior me dice que sólo se trata de un caso de impuntualidad. La Parca es un ente muy ocupado y yo, me olvidé de asistir a la cita.

OCT166. ÓRBITAS, de Rosa Molina López

Decidí aparecerme para congelar su felicidad con mi frío de fantasma, pero siempre llegaba cuando mi mujer iniciaba sus orgasmos. Y ahí, mirándoles gozar, como un pasmarote, comprendí sus razones para mi asesinato y lo que siempre había sido para ella: un pobre hombre con rutinas de contable.

Deseché mi inútil venganza y me elevé. Atravesé nubes, auroras boreales y descubrí que las galaxias son poderosos espíritus rodeados por legiones de adeptos. Durante un tiempo gravité en la sabia inercia de la gran galaxia Sócrates. Más tarde, floté en la Cervantes. Pero al fin, tras conocer otros soles de dudoso linaje y alternar con planetas brutos y sin brillo, me convencí de la necesidad de fortalecer mi núcleo hasta desprender mi propia luz, potente, intensa, viajera que, acaso un día, llegara hasta la Tierra y le hiciera a mi mujer gracia y compañía.

OCT165. PESADILLA ROJA, de Puri Menaya

Es siempre la misma pesadilla. Empieza en blanco y negro, con banda sonora, y termina con el triunfante color de la sangre empapando mis sábanas. No es música de suspense, sino la misma tonadilla pegadiza y estúpida que se ha metido en mi cabeza y que no puedo dejar de oír, ni despierto ni dormido. Lo único que ahoga esa canción es la sangre. Por eso cuando el silencio me despierta siempre hay sangre en mis camisas, en mis manos, en mi boca, en mis cuchillos de cocina.

OCT164. ENAMORADOS, de Jes Lavado

Hacia el crepúsculo es fácil encontrarnos encendidos de deseo, rodando colina abajo en un amasijo de huesos pálidos. Ya a la sombra lunar de los cipreses, encajamos las caderas con estrépito, crujientes y sonrientes, y alborotamos a los ingrávidos murciélagos. Nuestras risas agitan el sueño de los vecinos, que se remueven indignados, pero nada resulta tan placentero como cobijarnos tras el pedestal del ángel doliente, quien no puede evitar un leve temblor (¿puede sentir envidia el mármol?) justo en el momento del clímax, y levantar una difusa aura de polvo de nieve. Ya satisfechos, nos complacemos en las grietas provocadas en los mausoleos y reímos imaginando el terror de los aldeanos, que cada noche sienten con pavor nuestro seísmo, sin sospechar de nuestra cita diaria de medianoche, sin recordar cuánto odiaban nuestro amor de hombres. Ignoran que, a pesar de ellos, surcamos esta noche eterna abrazados. Ahora, acurrucados el uno junto al otro, dormitaremos exhaustos mientras el aire gélido se cuela por nuestras cuencas vacías, serpentea entre nuestros dientes y sale por el agujero del calibre 38 que adorna nuestros parietales, produciendo un curioso silbido.

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