Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

FEB78. MALAS ARTES, de Nicolás Jarque Alegre

«Jonás no sé que… o Ramona Wartroki, ¿qué nombres son esos por Dios?» se quejaba el director del certamen en la galería vacía donde estaban expuestos los autorretratos que optaban al premio que él mismo convocaba. Con sonrisa siniestra cambió la urna que recogía el voto popular de los visitantes por la que portaba y se marchó con el juicio legítimo entre sus manos. Con las luces ya apagadas fue la creación más vanguardista la que alzó la voz: «¡Qué triste! ¿Vamos a permitir que este tipejo se salga con la suya?». Y entonces se inició un debate acalorado entre las decenas de creaciones, en el que las obras de los más grandes guardaban silencio a sabiendas que estaban en el centro de la polémica. La algarabía se prolongó horas y finalizó con la determinación de actuar de la única forma posible.

A la mañana siguiente, el mundo cultural que esperaba el veredicto del prestigioso galardón se debatía entre creer en las cacofonías ofrecidas por el programa de lo paranormal o censurarlas. Como es lógico, esta polémica empañó el inexplicable fallo, que como en otras ocasiones recayó en un pintor reconocido, y fue el principio del fin del prestigioso concurso.

escribenicolasjarque.blogspot.com

FEB77. BAJO EL INFLUJO DE UN RETRATO, de Miguel Pereira Rodrigo

“…Algunos nos hemos levantado una vez antes de amanecer, después de una de esas noches de insomnio que casi nos llevan a enamorarnos de la muerte” y… aunque me hubiese gustado, este no era el caso. Lo cierto es que no sabía cómo había llegado, ni que hacía frente a ese retrato; pero rápidamente me sentí atraído por su fuerza. Cada pliegue de su cara, cada ínfimo detalle del rostro transmitía verdad, y el anciano semejaba ser de carne y hueso. El pintor del lienzo, con un sublime juego de luces y sombras, me había cautivado.
Interrumpido por el flash de algún osado retomé la sugerente imagen, escrutando cada milímetro del brillante cuadro. Fue entonces cuando me fijé en su mirada. Me llamó poderosamente la atención ver en la pupila derecha el reflejo un hombre de pelo canoso, de mediana edad y fino porte, que observaba con avidez algo. Busqué ese mismo reflejo en la otra pupila… cuando caí en que el hombre descrito era yo. Me invadió la congoja más profunda que jamás haya sentido y, desbordado por lo surrealista de la situación, intenté huir. Era demasiado tarde; el óleo se había secado.

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FEB76. LOS ÚLTIMOS DÍAS DE GOYA, de Jesús Lozano López

– Entonces ¿qué demonios es lo que quiere?
– Desearía un retrato, pero que le salga bien egregio -respondió el conde de Osuna altivo como una aceituna-.
– Eh, ¿un trato bien de precio?
– A ver, que lo que quiero es un retrato ecuestre.
– ¿Cuestre lo que cuestre? Entonces hay trato.
– No, trato no, retrato, ¡pardiez!
– ¿Cómo? ¿Diez retratos? -inquirió Don Francisco ajustándose la trompetilla-.
– Un RE-TRA-TO, ¡caray!
– ¡Sin trato previo, imposible!
– Pues sea, trato y retrato.
– Osease, tres tratos.
– Por algo me recomendaban al tal Delacroix. Cochero, dispón la calesa, pues partimos hacia París. ¡Que a este Goya se le ha ido la olla!

FEB75. CON LAS MANOS EN EL PECHO, de Mayte Gil Cabello

Corro veloz. Tanto que apenas siento la ardiente arena bajo mis pies. Desnuda, y con las manos cubriendo mi pecho, giro la cabeza, una y otra vez, deseando que no me alcance. Cuando cansada me detengo, ante mí aparece un inmenso cristal tras el cual cientos de personas me invitan a traspasarlo. Quiero hacerlo, pero la arena me hunde. Me absorbe y cubre la mitad de mi cuerpo. Intento zafarme. Estiro los brazos pero debajo alguien tira fuerte. La arena me cubre la garganta y dejo de luchar para rendirme a lo evidente. No escucho, no siento, no respiro. Abro la boca e inhalo con las fuerzas que me quedan. Estoy sentada sobre una cama, en una habitación nívea y fresca. Mis pechos están cubiertos y en una mesilla un retrato. Cuando lo cojo y lo miro de cerca, me veo a mí, en el centro de una espiral con los brazos levantados. De mi cintura salen cientos de cabos de cuyo extremo tiran decenas de mujeres con rostros alegres y esperanzados. En el extremo inferior derec
ho una frase que involuntariamente pronuncio en alto:
-Lucha. No estás sola.

PURO AZAR

NECESITO QUE ALGUIEN ME DIGA UN NÚMERO PARA QUE EL AZAR ME AYUDE… TIENE QUE SER MENOR DE… 200 Y MAYOR DE … 1

FEB74. EL GÉNESIS ESTÁ EN LA BIBLIA, de María Elejoste Larrucea (MEL)

Ni sé, ni me importa en absoluto cual fue el crimen que cometió el monje Herman para ser emparedado vivo. De hecho me alegro, hiciese lo que hiciese, ya que me ha permitido conocer su obra. Suplicó, imploró y el abad aceptó conmutar la pena de muerte si escribía el mayor códice de la Cristiandad en una sola noche. Dice la leyenda que vendió su alma al diablo para conseguirlo, aunque quedó preso de por vida. El maligno incluyó en el libro sagrado su famosa imagen. Miles de veces dibujado por la imaginación humana, jamás retratado al natural.
Los monjes blancos y negros, como peones de ajedrez, se han disputado la biblia maldita durante siglos. Escondido por la Iglesia, codiciado por emperadores, incluso la reina Cristina de Suecia llegó a obsesionarse con él. Su misterio se intuía, pero nadie ha conocido nunca su verdadero poder. Yo sé que es real. En el museo de los tesoros de Estocolmo, dentro del manuscrito espera cual genio de la lámpara ¿por qué, si no, la octava maravilla del Medievo iba a medir un metro y pesar 75 kilos? Yo, Dorian Gray, esta noche le liberaré y pactaré mi propia leyenda: la inmortalidad.

SOBRE SER JURADO , de Miguelángel Flores

¡¡Por fin parió la burra!! Esta votación ha sido larga y costosa. Eran muchos y muy buenos. Un altísimo nivel.
Para mí es la segunda ocasión en la que hago de jurado en esta casa. Y lo hice de nuevo porque me lo pidió Juan. Y cuando él te lo pide, como habréis comprobado los que ya habéis pasado por esto, es muy difícil negarte. Pero sigo pensando lo mismo que la primera vez. Y es que, a pesar de que es una gran experiencia en la que compartes y aprendes de los demás en esas valoraciones, que son auténticos tratados sobre narrativa muchas veces, sigo sintiendo un disgusto interior en esto de decidir con tu voto: tú sí, tú no (que me trae a la memoria además aquella desagradable tonadilla de: esta sí, esta no, esta me gusta y me la como yo). Y, por supuesto, entiendo que alguien ha de hacerlo y que si te toca, te toca. Y volveré a hacerlo si llega el caso. Pero no podré evitar de nuevo la sensación esa de ser por momentos un pequeño-dios-cabroncete-al-que-no-hay-duda-de-que-todo-le-importa-un-comino de esos que tanto abundan en el mundo. Y la verdad, me sobra corazón para ello.

FEB72. FIESTA EN EL PARAÍSO, de Leonor Sebastián Birch

El retrato de la abuela siempre estuvo allí. Ocupaba una pared casi entera del vestíbulo. Proyectaba una imagen recta y solemne y parecía vigilarnos con la mirada cuando subíamos y bajábamos las escaleras.
Una mañana bajé adormilada y cuando me giré vi que el retrato había desaparecido. El cuadro seguía allí. El marco tallado y cubierto con una pátina de oro, el fondo negro y la butaca sobre la que la abuela se apoyaba levemente estaban en su sitio. Era la abuela la que había desaparecido. Desperté a los demás. Mi marido y yo lo mirábamos minuciosamente preguntándonos quién habría pintado encima o lo habría sustituido por el original. Los niños buscaban por toda la casa encantados de que la abuela hubiera salido del cuadro para jugar con ellos al escondite. Pero nadie encontró nada y al cabo de unos días nos habíamos acostumbrado a verlo vacío.
Dejamos de mirarlo y por eso no nos percatarnos enseguida de que la abuela había vuelto. Fue el más pequeño de los niños el que preguntó a los demás ¿qué hace la abuela con un casco de moto, el pelo rojo y chinchetas en los pantalones? ¿Y por qué ahora se ríe?

FEB71. PAREJA DE BAILE, de Blanca Oteiza Corujo

Como cada noche a la misma hora allí estaba ella, con su mirada melancólica observándome.
Su infinito azul me traspasa el alma y el corazón se me encoje al verla sonreír, o eso al menos me parece ver en sus finos labios. Se muestra recatada donde sólo deja entrever el inicio de su cuello adornado con perlas a juego con los pendientes que se intuyen entre la dorada melena lisa por debajo de sus hombros.
Me gustaría sacarla a bailar y danzar abrazados los dos en mitad de la amplia sala a merced del resto de las miradas. Pero como cada noche ella permanece inmóvil en su ventana dorada a juego con su cabello. Agarro mi escoba y sigo el recorrido de cada noche sin demorarme más en mi trabajo.

FEB7O. CUCÚ CANTABA LA RANA, de Marcos Santander Llona

(Boceto uno. Los espacios blancos también se leen. Ah, la blanche, la blanche!)

Escudriñaba con todos los apéndices de mi cuerpo capaces de ello en busca de alimento en un mundo de arco iris                                    de cuatro colores azul-blanco-negro-ocre de distintas y                                 nuevas tonalidades. Tan pronto me encontraba a punto de abandonar            el vértice triangulado de un pezón como recorriendo                                     uno a uno los casi dos mil novecientos centímetros cuadrados de                          un mar de olas afiladas y de aristas entre axilas borrachas de amor antes y             después de traspasar la cortina. Alcanzo  la orilla y a través de un rostro que se       me   antoja africano desciendo
                                                            desciendo                                                                                                                              desciendo para trepar a un monte misterioso cuya triangulidad          abandono para meterme de lleno en un ocre bosque de tonos semianaranjados.  Cuando creo que he alcanzado el borde imposible de mi finito mundo                  alzo el vuelo y recobro mi aspecto humano. Miro hacia atrás y me sorprende                         la mirada de los cinco pares de ojos más bellos y prolíficos que nunca supe              haber imaginado. En ese momento comenzó la vida que merecía la pena ser vivida súbita y cubistamente hablando.

FEB69. UNA NOCHE SINIESTRA, de Rusvelt Nivia


Era viernes. Hacía calor. Estaba lloviznando bajo la noche. No había nadie. Una muchacha en la sala, la contemplaba. Y mucha gente. Luego ella desaparece del recinto como por arte teatral. Cayó en la oscuridad, murió extrañamente, apenas acabó el magnífico monólogo.

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