Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

NOV122. EL PAQUETE, de Gemma Castro Guzmán

Escribió un mensaje, tomó el paquete y salió de la casa  sin hacer ruido para no despertar a sus padres y hermanos que dormían apaciblemente.
      Amín había reflexionado muchas veces sobre aquel trabajo que le habían prometido, había sufrido noches enteras sin dormir y sus ojeras no habían pasado desapercibidas para su madre, pero él las había justificado achacándolas al trabajo duro que realizaba en el puerto: cargar paquetes demasiado pesados para su espalda casi infantil. Pero aquel paquete era especial. No pesaba mucho en sus manos, pero sí en su conciencia ¿Qué sería de su familia?
      No lo hacía por la recompensa, sino por lo que, estaba seguro, su obligación. Por su pueblo sojuzgado, por obediencia a su Dios, a sus jefes, a sus fe.
      Después de escribir el mensaje para su madre, tomó el paquete, lo abrió, sacó una especie de chaleco lleno de cartuchos, se lo abrochó fuertemente a su escuálido cuerpo, se colocó encima un anorak a pesar del calor del mes de julio, salió de la casa y se dirigió al mercado que empezaba a llenarse de gente con carritos de la compra…

OTRA PLATA WONDERLAND…

…mientras esperamos saber qué pasará el próximo viernes, en donde esperamos alguna que otra plata (¿¿¿alguien se da por aludido???) nos llega el chivatazo de un éxito ya confirmado.
ha sido el ganador semanal  del concurso del programa Wonderland de Radio 4 y la Escola d´Escriptura de l`Ateneu Barcelones.
Qué bien, Xavi, nos alegramos…
y esperamos tu fuego de este mes…

NOV121. FUEGO ABRASADOR, de Silvia Asensio García

No aprendo, soy humano, tropiezo no una sino mil veces en la misma piedra. He vuelto a comer cuscús picante con setas y otros platos especiados. Siento verdadera debilidad por la comida hindú, es casi una atracción enfermiza.
Por mi garganta desciende un fuego abrasador que me quema las entrañas, que me roe por dentro y me obliga a permanecer en posición fetal o semisentado para calmar mi dolor y mi ansia. Un flujo de demonios variopintos corretea desde mi boca hasta bien entrado el intestino sin pausa aparente.
 Llevo días alimentándome de omeprazoles sin notar mejoría alguna. El especialista refiere que paciencia, que Roma no se construyó en un día.

NOV120. LA PRIMERA VEZ, de Fernando Sopeña Lopez

Arde la calle y el sol entra rabioso por la ventana del salón, es mediodía en el barrio de los Tendales de Sevilla y yo me asomo entre los rayos en busca de una breve brisa siquiera, ahora me cuesta abrir los ojos con tanta luz y entonces la veo pasar con su vestido de lunares y su pelo recogido. –Sufro por tu belleza serena- le digo, casi a gritos.
Cuando mira hacia arriba y me ve sonríe, sonríe mucho mas de lo que he visto sonreír en toda mi vida y empiezo a sentir un cosquilleo en los pies y para no caer giro agarrandome al butacón y con cara de enamorado primerizo y porque soy muy feliz les suelto a mis padres, que me miran entre asombrados y divertidos, -mama, papa, voy a ser poeta-

NOV119. ROMPECABEZAS, de Carolina García

Primero fuiste una imaginación celestial. Sólo eso. Tus palabras se me clavaron como esquirlas. Y caí a tus pies como arena. Y muero desde entonces.
Después me llegó tu envoltura con la primera fotografía. Una anatomía magnética. Un trozo menos de oscuridad. Ése que devora tu espalda. Los cimientos perfectos para erigir mi hogar.
Más tarde sentí vértigo con el vaivén de tus articulaciones. Y con ese grito que me pintó un poco tu garganta. Tu desesperación.
Hace poco que te oí en una voz más calma. Hace poco que se me eriza la piel.
Estoy a horas de unirte a la caligrafía. A esos garabatos inquilinos de tus dedos.
Pero ahora descubro que me faltan piezas. Para completarte. Justo ahora. Que tengo esta miseria tan viva. Tan viva y abrasante. Como fuego.
Necesito, entonces, colocarte una piel. Un aroma, mil susurros, un sabor. Sueños y silencios. Un calibre a tu cuello. Y memoria a mis manos. Y un ritmo cardíaco a tu pecho. Para así poder ser dueña de algo. Finalmente.
Y armarte. Y desarmarte. Y amarte. Sin des. Una y otra vez. Las veces que sea necesario para que te que quedes conmigo.

NOV118. LA NOCHE MÁGICA, de Belén Molina Moreno

Por las noches, cuando las personas duermen y  los juguetes  hablan, Gisela, la bailarina de cera, se derrite con el recitativo pasional de Alberto, el cantor de PVC con ropas de príncipe.  Ambos, como en el ballet de Adam, están condenados a amarse disparatadamente.
Gisela ha pasado toda la tarde  haciendo  piruetas  obligadas por los juegos de los niños.  Esta noche  mágica , olvidada en el salón y desconsolada por el amor insoportable de su personaje, baila el soñado “grand assemblé”  hasta el borde de la chimenea donde ejecuta un “grand jeté” inmortal que la lanza al corazón de la hoguera.
Alberto, el príncipe inmovilizado por  el abismo de la habitación,  aúlla su aria de muerte, como el fuego que devora a Gisela.

NOV117. O UNA COLUMNA DE HUMO, de Mar Horno García

Le obligaron a ponerse el último. Subió un poco la cabeza y vio que la cola se perdía en la lejanía. Sin querer, empezó a imaginar que aquella fila era una sarta de cuentas de colores de un collar infinito. Una larga cadena de preciosos eslabones dorados.  Una hilera de olivos de su tierra  amada. Una línea discontinua de una carretera que desembocaba en la playa. Una bandada de pájaros que volaba hacia el sur. Una ristra de conchas marinas unidas por un hilo de plata. Una retahíla  de palabras que formaban un poema,  y se olvidó, completamente, de que sólo eran una recua de reses que caminaba hacia el matadero. Y al fondo, los hornos crematorios.

NOV116. OMNE TRINUM PERFECTUM, de Esperanza Temprano

Nací un tres del tres y me creí inmune a la desgracia, por eso siempre he jugado con fuego: A los tres años me quemé los dedos intentando encender una cerilla; con trece empecé a chamuscar mi adolescencia en una pandilla que saboreaba la vida en pastillas y esnifaba las tres en raya. A los veintitrés ya había churruscado mi juventud con un malnacido que me saltó tres dientes por amor y al que abandonaba tantas veces como perdonaba. A los treinta y tres calciné el poco futuro que me quedaba entre el alcohol y la cárcel y ahora, recién cumplidos los cuarenta y tres, aguardo en una urna que alguien esparza mis cenizas. Han transcurrido tres meses, tres semanas y tres días y sigo aparcada al fondo de una estantería esperando que alguien me saque a tomar el aire. Confié en la máxima de que todo número tres es perfecto, pero olvidé su condición de número primo.

NOV115. GRATITUD, de Jes Lavado

La casa está en llamas, y nosotras ya estamos muertas. Lo vi venir en cuanto encendiste ese último cigarrillo diciéndome con mucha guasa que a tus ochenta y cinco el tabaco ya no iba a matarte. Después, entre lentas caladas, comenzaste una de tus digresiones nostálgicas sobre lo hermosa que fuiste. “Podía haber tenido a cualquier hombre, querida, pero el matrimonio no es para mí, ¡siempre fui un espíritu libre!”, decías siempre. Y nos dormimos. Tus dedos enredados en mis orejas y yo ronroneando estruendosamente. Cuando desperté, las cortinas ya ardían, crepitantes y vivarachas. Pensé en alertarte ─un leve arañazo hubiera bastado─ pero entonces vi el incendio reflejado en tus ojos. Y que en lugar de apretar el medallón de teleasistencia domiciliaria, te arreglabas el pelo con cuidado, colocabas las manos sobre el regazo y adoptabas una postura glamurosa, muy digna ─como de estrella de cine mudo─, mientras contemplabas con calma cómo el fuego daba cuenta de las fotos de familia. Noté que me rascabas cariñosamente la nuca, y supe que, a tu manera, me agradecías el sutil empujoncito que le había dado al cigarrillo.

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NOV114. LA HIJA DEL JAGUAR, de Ignacio Rubio Arese

Tras subyugar a los belicosos chancas, el Inca Pachacútec partió en busca de tributos por todo su imperio. Recorrió los ayllus del altiplano y de la puna, de los desiertos costeros y las faldas del volcán, hasta que, en mitad de la selva, se produjo un encuentro que cambiaría su suerte.
Una joven de belleza felina salió al paso del séquito. En lugar de arrodillarse y bajar los párpados ante el Hijo de Inti, se le aproximó altiva, mostrándole un ídolo que brillaba como el fuego.
– ¿Cómo osáis profanar la tierra de los hijos del jaguar? – bufó amenazante.
Por insolencias menores, el Inca hubiera desollado vivos a todos los miembros del clan. Sin embargo, quedó prisionero de una hipnosis embriagadora y decidió apoderarse de aquella mujer indómita para su harén del Cuzco.
Cuentan que nunca llegó a poseerla. Que la cautiva se arrojó desde un torreón de palacio, sosteniendo contra su pecho el ídolo protector. Pachacútec perdió el juicio. Mandó embalsamar el cadáver e instalarlo en sus aposentos.
A la mañana siguiente amaneció encorvado, emitiendo rugidos febriles.
Pacha Mama no le devolvería su apariencia humana hasta que la momia retornase al corazón de la jungla.

NOV113. TARDE, de Luis Molina

Los gritos me alertaron, algo pasó, rápido tome su mano y salimos al palier. Obviamos el ascensor, rápidamente nos dirigimos a la escalera.
En medio del caos comenzamos a descender  los ocho pisos. Una anciana tropezó y cayó, me volví para ayudarla.
Le grité que siguiera bajando, que no se detuviera, dudó un momento y continuó. Se escuchaban gritos y sirenas, todos corrían sin detenerse a ayudar, casi a oscuras no podía cargarla, sólo hacerla bajar  apoyada en mi. Sentimos un fuerte temblor, ya sólo faltaban tres pisos, la anciana me abrazó llorando.
 –Vamos, (le dije) falta poco. Ya llegando al segundo un fuerte olor nos recibió, (era gas) que en unos instantes estalló en llamas, nos detuvimos, el fuego era intenso,  comenzó a subir por el hueco de la escalera, ni un milagro podía salvarnos.
Alcé la vista buscando refugio y la vi, era etérea.  Me tendió sus brazos y dijo; Ven.
¡Sucedió! Bajo mis pies, sentí que todo cedía,  la tomé de la mano, sentí  que me elevaba, ya era tarde, el edificio se derrumbaba, ella me sonreía mientras me llevaba a lo alto.
Mi cuerpo junto a la anciana quedó sepultado. Ella sonreía…

 www.luismolin.blogspot.com

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