23. Una historia de amor
Mientras otras tortugas superaban peligros de todo tipo y se dirigían a desovar en la playa, Manolita, la única díscola del grupo, se volvió para dejar sus huevos en un recodo del río. Tras un interminable y difícil camino corriente arriba, al fin pudo llegar al lugar en que conoció a Rodolfo, el hermoso sapo cancionero que la engatusó y amó una noche de luna llena en ese lugar paradisiaco que nunca olvidó.
Hoy, unos pequeños reptiles inquietos de una especie desconocida juguetean en las cascadas, entre traviesas truchas, ante la mirada atenta de sus progenitores que cantan felices al sol.
Preciosa historia de amor, Ezequiel, rompiendo las barreras entre especies. Me gustaría ver cómo son los miembros de esa progenie y también oír cantar a la tortuga, jejeje.
Suerte y abrazos.
Gracias, Ana María. A la progenie la tengo por ahí, jugando en mi mente, y algún día saldrán y te los presentaré
Descendientes herederos del amor furtivo de una noche. Estupendo relato! Un abrazo y suerte.
Gracias, M. Paz. Del amor furtivo de una noche hermosa no puede salir nada malo.
A mí también me gustaría ver esa nueva especie. ¡Viva la biodiversidad!
Un abrazo y suerte.
Pues lo dicho, Rosalía, ya te los enseñaré. Un abrazo y gracias por leerme.
Sapos y ranas se parecen y son reptiles. Además, el amor todo lo puede, hasta unir especies diversas. Algunos los llamarían mutantes, o algo así, pero quién sabe si esas criaturitas no saldrían adelante mejor que otras muchas.
Imaginativo y simpático relato, Ezequiel.
Un abrazo grande.
Gracias, Ángel. Desgraciadamente, en muchas ocasiones parece que ver a alguien feliz lo convierte en un ser extraño y mutante.
Tu micro ha dado mucho de si: biodiversidad, mutantes, una tortuga que canta…Y la progenie jugando en tu cabeza! A mí, también me gustaría que me la presentaras.
Nos leemos
Gracias por tu comentario.
A la vista de vuestro interés, cualquier día organizamos una fiesta de mutantes y diversos.