Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
5
horas
1
5
minutos
4
3
Segundos
5
8
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

104. No podemos ser dioses

        Mordisqueándose las uñas, el joven aguarda su turno al final de la improvisada cola. Se siente privilegiado por colaborar en el C.A.B., el ultrasecreto Centro de Análisis Bibliológico, donde se codea con los mejores criptógrafos del planeta.

     Tiene delante, entre otros, al genio que descifró el Códice Voynich. Le sigue un rabino que encontró nada menos que la Segunda Poética de Aristóteles y el Necronomicón. Y unos pasos más allá sonríe el legendario descubridor de cientos de cuartetas de Nostradamus, por las que cualquier servicio de inteligencia estaría dispuesto a matar.

       Todos ellos ambicionan comprobar en persona un nuevo hallazgo, fruto de una de aquellas proféticas estrofas: un libro de 1998 ―cifra resultante de multiplicar 3 (número de la Trinidad) por 666 (número del Maligno)― que otorga la sabiduría omnisciente. Porque quien pronuncie seis veces la sexta palabra del sexto renglón del capítulo VI alcanzará el conocimiento infinito del universo y su razón última.

          La fila vuela.

        En seguida el joven levanta con unción el tesoro e inicia su mántrico conjuro como un poseso. No sabe ―ni sabrá jamás― que la razón absoluta conduce a la locura. Y que a los tres minutos exactos, como sus ilustres colegas, morirá.

103. EL SUEÑO DEL PEQUEÑO SAN JORGE

 

Me despertó el olor a humo. En casa nadie fuma, tampoco es invierno para que la chimenea esté encendida. Por un momento, temo lo peor. A punto de salir corriendo de mi habitación gritando ¡fuego!, ¡fuego!, doy con el origen de aquel aroma. Al pie de mi cama, junto a mis zapatos, se encuentra el libro de cuentos que estuve leyendo anoche. De entre sus páginas asoma la cabeza de un dragón, que a cada ronquido exhala una pequeña fumarola.

102. Me llamo Fahrenheit 451 (Elysa Brioa)

A la memoria de Ray Bradbury

Hubo un tiempo oscuro, en el que la humanidad cayó en la locura. La moral no existía y ser humano significaba pisar a tu semejante. Lo llamaron crisis para disfrazar la decadencia de todo lo decente. Lo primero que atacaron fue la cultura, solo una minoría privilegiada podía disfrutarla. Después llegó el desprecio, decidieron que había que quemar los libros, que confundían a las masas, que los obligaban a pensar. Todo parecía perdido, hasta que surgió la guerrilla de las personas-libros. Algunos locos soñadores, inspirados por las ideas que habitaban entre las páginas de un volumen, se rebelaron contra la sinrazón; lo hicieron tomando el nombre de su obra literaria favorita. Cada resistente la memorizaba para, aunque el papel fuera quemado, las palabras pudieran ser preservadas y algún día cuando el futuro fuera más benévolo volver a gozar de todo el saber. Muchos cayeron en estos años aciagos, pero la tenacidad, la esperanza, el deseo de aprender han ganado. Se han perdido grandes obras, aun así hemos conseguido superar a la oscuridad y hoy por fin volveremos a imprimir un libro. Ese honor me ha correspondido a mí. Me llamo Fahrenheit 451.

101. Erase una vez

— ¡La cena está en la mesa! —gritó por segunda vez desde la cocina. Terminó de servir la sopa y con un suspiro fue a buscarla a su habitación. Cada noche igual.

—Que se enfría…— pero estaba vacía —, ¿dónde estás?Miró en el lavabo, en la salita, volvió a la cocina. ¿Dónde se habrá escondido? Regresó al dormitorio y buscó bajo la cama, tras las cortinas.

Finalmente sus ojos tropezaron con el libro abierto sobre la cama. Echó un vistazo a las páginas amarillentas, releyó un párrafo y le saludaron cordiales los enanos. Ella también se alegraba de verlos y les devolvió el saludo. Observó el lejano castillo y reparó inquieta en la luz de una vela que ascendía hasta lo alto de la torre. Desde que le enseñó a leer sabía que esto ocurriría. Ten cuidado con el dragón, hija mía.

100 -TORMENTA EN UN VASO DE WHISKY Marta López Cuartero

El joven grumete soltó el cabo de la botavara y arrió con dificultad la vela mayor. Las embestidas de la tormenta lo tambaleaban en la cubierta. Cogido con fuerza al timón, sollozaba:

-Dios mío, ayúdame. No debí salir, lo sé…

 Sentado en el sofá, Luis se revuelve y agita inquieto los cubitos del whisky que se ha preparado esa tarde de sábado.

Se desplegó una encolerizada marea que le terminó de arrebatar el control del rumbo, la embarcación ya a la deriva se acercaba hacia los riscos puntiagudos de la escollera. El muchacho …

Pasa la página. El líquido se arremolina sobre el hielo, y este sobre el cristal, como el oleaje. Una brisa salobre salpica su cara. Bebe.

Apenas quedaba media milla para alcanzar tierra firme, pero la cresta de una ola … 

 Levanta la vista, se quita las gafas y pasa la página. El líquido del vaso se ha desbordado, tiene la camisa mojada. Mira por la ventana. Recuerda la discusión con su hijo adolescente, el portazo. Hace horas que se ha ido y no sabe dónde. El mar está negro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

99. «CAÍDA «LIBRO»

 

Me sobresaltó una voz quebrada que no paraba de gritar:

–        ¡Todo a babor! ¡Largad más trapo que se nos escapan! ¿Es que no escucháis, inútiles despojos humanos? ¡Voto al diablo que os pasaré por la quilla como me llamo Barbarroja!

–        Barrrbarrroja, Barrrbarrroja. –repetía la estridente voz del loro sobre su hombro- Grrrrrroaaaaaa.

Maniobraba el timón apenas a un metro por delante de mí.

De repente un golpe de mar me barrió de la cubierta.

Estaba oscuro. Pensé que estaba muerto. Pero no. A través de una escotilla divisé un montón de estrellas… ¡Y la luna acercándose a gran velocidad!

–          ¡Vamos a estrellarnos! Capitán Nicholl –Escuché a Barbicane que gritaba.

El impacto parecía inminente y cerré los ojos esperándolo. Pero nada ocurrió.

Ahora escuchaba un rítmico entrechocar de aceros.

–          D´Artagnan ¡A tu espalda!

–          Gracias amigo Porthos ¡Huid cobardes! Y decidle al Richelieu que aquí le esperamos los  mosqueteros de la reina.

De pronto, sentí la punta de la espada de Aramis presionando mi cuello. Me desmayé de miedo.

¡Menos mal que la estantería acababa allí  y di de bruces en el suelo!

Porque esto de caer de libro en libro desde lo alto de la librería…es demasiado estresante.

97. Señorita a la de tres

-A veces Darío pillaba un libro, se metía en la cama y se quedaba allí hasta terminárselo. Ese truco lo aprendió a los 9, cuando una apendicitis le mantuvo hospitalizado el tiempo necesario para leerse todas las ¡Hola! e Interviú de la planta. Toma, esta es nueva, le decían.

-¿Quiénes? ¿Los médicos?

-Y las enfermeras, y todo el mundo. A partir de ahí, lo puso en práctica una semana si y la otra también. ¿Pero, otra vez enfermo…? Tengo la alergia, refunfuñaba. Tosía, escondía la cabeza entre las páginas y se cerraba como un lirio al atardecer.

-¡Qué listo! Pues voy a coger un Diario de Greg

-Ni lo sueñes, señorita. Lo que vas a coger es la cama, apagar la luz (clic) y dormirte a la de tres.

-¿Y a Gerónimo Stilton?

-Tampoco.

-Mamá, ¿dónde está Darío?

Ssst, Corín. A dormir. Se hace tarde.

Aprobó la PAU y se fue a Salamanca a estudiar Literatura. Escribía largas cartas para practicar, decía. La adversidad del azar y un deficiente sistema inmunológico pasaron esa queridísima página de nuestra historia. Pero la vida nos mostró la siguiente aun por escribir. Pelo negro, mirada inquieta… Es la viva imagen de su hermano.

96. Vértigo (Izaskun Albéniz)

Cerró los ojos y se recostó con un suspiro entrecortado. No sabía qué le depararía el destino a partir de ese momento pero las últimas semanas habían sido agotadoras: Centroeuropa con Mary Ann y sus recuerdos, Japón de la mano de Masako y finalmente, un pequeño descanso en Balanzategui, junto a Mo y Pauline.
Abrió los ojos y encontró a David a su lado, fiel a su cita semanal. Extendió el libro que mantenía entre sus manos y observó el implante que, bajo su piel, daba paso al veneno que le permitía seguir viviendo. Qué paradoja. Ella que nunca tuvo tiempo para detenerse un minuto y disfrutar del paso del tiempo, para leer siquiera, vivía ahora postrada en la cama, dueña de cada una de sus horas, viajando a través de las páginas de los libros del hospital, y disfrutando de uno de los escasos deseos que aún podían cumplirse: ahuyentar por unas horas el vértigo de sus pensamientos.

95. HISTORIAS CERCANAS (Ana Fúster)

Ya sea porque el roce hace el cariño o porque el azar los puso frente a frente, Lola y LeBron se enamoraron. Una mañana, mientras tocaba el saxo en su apartamento de Harlem, en la 114, él empezó a lanzarle miradas tiernas, y Lola, acodada entre los geranios, le correspondió. Como LeBron era de pocas palabras, fue Lola quien propuso irse a vivir con él. En la boda, sin venir a cuento, algunos invitados se empeñaron en ser protagonistas: Nastia, la vecina rusa de al lado, en vez de la tarta se comió a la arquitecta de la 23, pero la historia no cuajó por la distancia; el pastor, borracho como una cuba, se puso a bailar desnudo, así que los gendarmes de la 118 lo detuvieron por escándalo público.

Cuando Lola y LeBron tuvieron su primer bebé, cada hueco se llenó de biberones, patucos y pañales. Como les apetece aumentar la familia pero no hay margen para más, están pensando alquilar sus dos páginas de la antología de micros a Nastia –ahora felizmente emparejada con Keiko, la geisha de la 109- y mudarse a una novela. Eso sí, breve, que los precios están por las nubes.

94. Collage

Platero y yo estuvimos esperando a Godot hasta que el capitán Alatriste nos comunicó que había sido encerrado en la casa de los espíritus. Allí pasará cien años de soledad, tras ser hallado culpable de matar a un ruiseñor.

Afligidos y siguiendo lo que el viento se llevó, abandonamos la ciudad y los perros buscando un mundo feliz. Atravesamos el jardín de los cerezos y, llegados a la encrucijada, escogimos el camino de Swann, embellecido, aquellos días, por las flores del mal.

Tras varias jornadas vagando por la montaña mágica, nuestras almas muertas necesitaban descanso. Fue Zalacaín el aventurero, al que encontramos entre la niebla, quien nos recomendó la Casa de muñecas, emblemática posada regentada por Madame Bovary.

Nos duchamos rápido y entramos al abarrotado comedor presidido por el retrato de Dorian Gray. Tomamos asiento junto a los dublineses, encargados de zunchar los pilares de la tierra, y compartimos cinco horas con Mario en una sobremesa amena.

Al atardecer, el ruido y la furia provocada por el tambor de hojalata que aporreaba, inmisericorde, el señor de las moscas, casi nos impide escuchar aquel sonido triste. «Por quién doblan las campanas», preguntó el principito. «Por el difunto Matías Pascal», contestó Frankenstein.

93. El libro del cementerio (Gabriel Bevilaqua)

Vivir en un piso veinte tiene sus cosas. En una ocasión, por ejemplo, una nube se coló por la ventana de mi dormitorio y se detuvo junto a mi cama. Atónito, sin cerrar el libro que estaba leyendo, limpié mis lentes y, al volver a colocármelos, descubrí que un ángel, escalerilla mediante, se había bajado de la nube. Con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó de qué iba el libro. Le comenté que se trataba de la historia de un chico que vive en un cementerio. Al instante me arrebató el libro de las manos y se puso a hojear las primeras páginas. «¡Huy, asesinos y fantasmas!», dijo, y me suplicó que se lo prestara, que a más tardar el jueves por la noche me lo devolvía. Le tomé la palabra y, acto seguido, lo ayudé a mover la nube hasta la ventana. Luego la abordó rápidamente, recogió la escalerilla y se marchó tan pronto como el aire se dignó a soplar. Desde entonces han pasado tres semanas y, aunque ya empezó a pegar el frío, continúo dejando, jueves o no jueves, la ventana abierta.

Necesidad vana que tiene uno de creer.

92. El túnel, por Javier Ximens

En la cárcel de la Isla Rikers, Nueva York, a modo de tortura psicológica —eso se cree el alcaide, que ha clausurado la biblioteca—, todos los lunes entregan a los reclusos las hojas de una novela rosa, una hoja a cada uno, salteadas y con la numeración amputada. Durante las horas de paseo, en los comedores e incluso mediante susurros nocturnos entre celdas, los presos hablan entre ellos, se cruzan información, indagan el tiempo cronológico, establecen la aparición de los personajes, aúnan los escenarios comunes y secuencian los conflictos. En los recuentos se colocan en el orden de la trama que van desentrañando.

Lo que desconoce el alcaide es que para los penados es como estar cavando un túnel pues todos los finales que construyen les llevan a la libertad.

Nuestras publicaciones