Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

116. Perenne (María Elejoste-Mel)

 

La brisa del atardecer mece mis exiguas hojas  despertando olores olvidados. El de la tierra mojada que acogió mi primer brote. El perfume de la amiga hierba pugnando por alcanzarme. Recuerdos perdidos, como el cosquilleo de las primeras yemas naciendo al cálido sol de la mañana. Un nuevo soplo, más frío, me recuerda el dolor lacerante al grabar un corazón en la joven corteza antes de tornarse  leñosa. Aún recuerdo cuando la resina era espesa y borboteaba en mi interior y yo crecía orgulloso hacia las nubes, cobijando en mis ramas a polluelos cantarines. He sido padre de tantos alimentándolos con mis frutos y protegiéndolos las tardes de aguaceros.

Ahora partido por el rayo y carcomido por la vida me aferro a mis raíces. Tengo miedo del hacha que ha de derribarme. He sobrevivido a incendios y no quiero ser leña. He columpiado niños y no quiero ser mueble. Deseo ser oruga y renacer en libros con nuevas hojas, que como las mías, ya amarillentas, cuenten historias con corazón de papel y sangre-savia.

115. LUZ (María Jesús Briones)

Cayó de las páginas de aquel libro del Sistema, empolvado en el desván.

Palpé su relieve, acariciando tu recuerdo. Disecada me devolvió a tu cuerpo.
De pié en el parque jugueteabas con un tallo de rosal, protagonista del pacto de nuestra amistad. ¿O existió algo más?.
El árbol, como un regalo, desprendió su hoja mas tierna, fue el lienzo donde plasmar nuestra alianza.
«La sangre ha brotado de las yemas como dos gotas de coral -dijiste-
Con ella mojamos nuestro labios.
Éramos dos sedientos en busca de una boca líquida hasta encontrarnos.

Un vigilante nos dispersó el futuro.

Te llamabas Luz e iluminaste mis ojos apagados

113. Pájaros sin alas

No sé de dónde han llegado ni por qué no se marchan. Al principio parecían inofensivos pájaros andando a saltitos. Sus coloridos plumajes, sus trinos evocadores, sus extraños nombres: el beso que no di, la palabra callada, la carrera que abandoné, el hijo que no tuve.

Con picotazos duros e implacables han empezado a arrancarme trozos de carne. De momento parece que solo atacan a mis pies, pero si no los paro subirán por las pantorrillas, los muslos, el sexo; llegarán hasta el corazón, y  a eso, sospecho que no sobreviviré.

Pruebo rompiendo las hojas del libro que tengo entre las manos. Hago pequeñas bolitas de papel con ellas y se las lanzo. Parece que de momento eso les calma.

 

112. Resurrección (Montesinadas)

El protocolo de reanimación es siempre el mismo. Un suave tirón en el lomo, como un pellizco en la nuca que te despierta de un letargo profundo y prolongado sobresaltando al corazón. La posterior inclinación produce un  cierto vértigo causado por el brusco cambio de postura que desaparece pasados unos segundos, cuando liberado del estante, empiezas a respirar de forma torpe inicialmente, despacio, inhalando aún ese polvo añejo que da la inmortalidad.

Una vez abierto y sin la presión de la portada, el aire vuela entre las  páginas y comienza la resurrección,  el espacio para el culto, la república de la vida. Cada uno cumple su papel de manera disciplinada, unos se sienten héroes desde la frase inicial, otros deberán esperar a capítulos posteriores para enriquecer la obra y crecer psicológicamente en situaciones comprometidas.

Los que se saben amantes y dueños del placer cubren sus cuerpos desnudos con la hoja ya amarillenta y esperan su momento para el asalto, los secundarios mantienen la humildad  y no olvidan detalle para ser tal cual están descritos, todos cumplen con ilusión renovada, incluso aquellos que saben, como yo, que volverán a morir en la siguiente página.

111. ALMAS EN LA NIEBLA

Como cada anochecer del último año, cuando las primeras estrellas comienzan a despuntar en el cielo de la Costa de la Muerte, encuentran  la figura de María con la mirada perdida  en el horizonte,  esperando ver regresar el barco de Marcos.

Permanece allí, muy quieta, desafiando al viento que se empeña en derribarla, hasta que sube la marea y  las olas del mar  rompiendo contra el acantilado,  trepan hasta besar sus lágrimas.

La luz del viejo faro que no pudo salvarlo,  despide sus pasos cansados de regreso a casa.

Antes de dormirse, plasma  en un pequeño diario los recuerdos de su vida juntos,  antes de que se los arrebate  el olvido.

<<Te esperaré siempre amor>>  escribe al final de cada página.

Ésta mañana, el pueblo ha amanecido envuelto en una  densa  niebla que se ha adentrado durante la noche desde la costa. También se ha colado  por la ventana abierta  de María,  llenando cada rincón de su habitación.

Pero ella no abre los ojos para despertar. Su cuerpo sin vida,  muestra sin embargo en su semblante un rictus de felicidad.

Sobre su pecho, manchando su camisón de tinta,  reposa su diario mojado, y entre sus páginas emborronadas, olor a mar.

110. EL POEMA (Rafa Heredero)

Siempre que podía trataba de embriagar a mi maestro, un poeta del que aprendí todo lo que sé. Para ser buen escritor —era su consejo más repetido, como si fuese un mantra— había que renunciar a casarse: la rutina de la mujer, la familia y los hijos acababa por matar a la poesía.

Pero cuando lograba hacerle beber, cuando el alcohol lo derrumbaba y sus ojos se inundaban con esa tristeza tan parecida a la derrota, me volvía a contar la historia, que yo había escuchado cientos de veces sin cansarme, de un grueso volumen de poesía, muy manoseado, del que nunca se separaba, el que lo había salvado y convertido en lo que era.

Aún podían verse en él los ecos de un disparo certero que no llegó a rozarle el corazón por milímetros. Dos huellas, semejantes a los surcos que trazan las lágrimas, horadaban el libro. Y allí, entre las últimas páginas que no había conseguido atravesar, seguía prisionero y palpitando como una herida, un poema más bello que cualquiera de los que él hubiera creado, el más hermoso de cuantos jamás pudiera imaginarme: la mirada encendida de una mujer enamorada.

109. SON GIGANTES DE PAPEL

 Una niña acogía en un orfanato iraquí. Aparece tumbada sobre la figura de la madre ausente, a la que ha dibujado con tiza sobre el cemento del patio. Y debido a su procedencia oriental, antes de acostarse en su regazo deposita respetuosamente los roídos zapatitos a los pies de la figura materna.

No es más que un recorte de periódico doblado con esmero para no estropear la fotografía. Reposa en una página cualquiera de un libro cualquiera, siempre a la espera de ser descubierta. Para que la imagen de una niña anónima, de nombre desconocido, produzca ese revolcón en las tripas a todo aquel que no esté dispuesto a olvidar su historia.

Una vieja instantánea nos recuerda que ya nunca seremos jóvenes.

Un billete de tren que pudo cambiar nuestra vida.

Quizás un décimo de lotería que decidió no cambiárnosla.

Una dedicatoria, una firma, una fecha…

Todo está en los libros que ocultan entre sus páginas los senderos de vidas ajenas. Por eso, querido Sancho, no doblaremos las rodillas ante el frío ingenio digital. Porque nos obligaría a dejar de ser nosotros mismos. A dejar de descubrirnos entre las páginas de papel.

108. CONTINUARÁ

Pasé cien años de soledad buscándola por las calles de Macondo, después de recorrer sin éxito cada lugar de la Mancha. Vagué como un poeta triste en Nueva York, contraté a Sherlok Holmes en Londres y me dejé seducir por las luces de bohemía de Madrid. Errante, revisé todos los castillos, los senderos del agua y los montes de Toledo e incluso las charcas donde algún maleficio pudiera haberla dejado convertida en rana.

Leí cada libro que dejó en la mesilla de noche, junto al sofá de la sala, los enlaces del ordenador… Seguí su rastro palabra a palabra convencido de que la nuestra era la historia interminable, pero supongo que todo lo que importaba cabía en aquella maleta gris.

Sin darme por vencido, fui a la biblioteca pública, al puesto de segunda mano en el mercadillo de los domingos e incluso ese banco del parque en el que alguien libera libros. La mayoría ya los he leído, pero confieso que ha vuelto a sorprenderme que el coronel no tenga quien le escriba mientra tú me dejas dedicatorias, mensajes en clave subrayando palabras y, entre guerra y paz, por fin, una cita.

 

 

107. EL ASESINO SE ESCONDÍA ENTRE LAS PÁGINAS. (Manu Garpe).

Era un verdadero devorador de novelas policiacas y solía presumir de haber leído casi todas, pero una al menos parecía resistírsele. La buscaba con obsesiva insistencia entre todas las tiendas de libros de la ciudad y siempre obtenía un no por respuesta. Cuando ya estaba a punto de darse por vencido descubrió una vieja tienda de libros descatalogados y de segunda mano  que no recordaba haber visto antes. Entró nervioso, y con cierta euforia contenida, dejando casi con la palabra en la boca al dependiente cuando éste le indicó la estantería donde podía encontrar la ansiada novela. Rebuscó entre varios de los títulos depositados en aquellos estantes polvorientos hasta que, vieja y amarillenta, la encontró. Sopló el polvo que la envolvía y la abrió leyendo al azar una de sus páginas. Su gesto entonces mezcló rasgos de satisfacción, incredulidad y temor al creer entender que era él a quien el asesino estaba a punto de disparar al finalizar la lectura  del tercer párrafo. Aterrado, cerró el libro antes de que la bala pudiera alcanzarle en la cara.  Tras volver a colocarlo donde estaba quedó perplejo al observar el humillo que salía del interior de sus páginas.

106. REENCUENTRO

Debido a la excesiva presencia de tecnología en nuestra vida actual, llevaba varios años sin detenerme frente a la estantería de los libros. Pero hoy me pareció escuchar unos sollozos lastimeros que llamaron mi atención. Una película de polvo los cubría. Tomé uno de ellos al azar y al pasar las páginas, las letras desgastadas se deslizaron dejando un trazo de polvo grisáceo e irregular; en otro ejemplar, detrás de la portada, un raquítico superhéroe luchaba a duras penas por agarrarse y no caer; en otro de lomo grueso que apoyaba en lo alto de la estantería superior un protagonista envejecido y ojeroso apenas mantenía el orgullo de su condición y cuando abrí el de la esquina inferior descubrí a un grupo heterogéneo de brujos, ciclopes, centauros y unicornios que lloraban acurrucados y temerosos de los fantasmas de la oscuridad a la que habían estado sometidos.

Todos me miraban, de repente, como aliviados. Entendí que nunca más debería olvidarme de ellos.

 

105. LAPSUS (Jes Lavado)

El niño abre el libro por el cuento del elefante amnésico. De inmediato queda atrapado por las brillantes ilustraciones y pasa la página con avidez de piraña. Pero al otro lado aguarda un pirata sanguinario que canta ópera y se alimenta de tuétanos. Entonces, la sed de aventura le devora y avanza veloz, derrapando entre viñetas y párrafos, para colisionar fatalmente con el joven Holden Caulfield, al que han expulsado otra vez del internado, y que, como él, no encuentra su lugar en el mundo. Noqueado, no puede parar, y deambula de cataclismo en cataclismo, padeciendo con el hombre que se convirtió en cucaracha; deslumbrado por las fantasías de un cuarentón norteamericano hacia una preadolescente. Da varias vueltas al mundo, pasa unas semanas en Macondo y varios milenios escalando una Montaña Mágica. Algo cansado, decide anidar un rato en un verso de Neruda. Entonces el niño se mira las manos, que ahora son quebradizas y huesudas, las de un anciano. Todavía perplejo, ve cómo el poema que leía comienza a emborronarse con lentitud, creando un vórtice de tinta. Desafiante, acepta el reto y se arroja al abismo, permitiendo, sólo por esta vez, que un sueño atroz le derribe los párpados.

104. No podemos ser dioses

        Mordisqueándose las uñas, el joven aguarda su turno al final de la improvisada cola. Se siente privilegiado por colaborar en el C.A.B., el ultrasecreto Centro de Análisis Bibliológico, donde se codea con los mejores criptógrafos del planeta.

     Tiene delante, entre otros, al genio que descifró el Códice Voynich. Le sigue un rabino que encontró nada menos que la Segunda Poética de Aristóteles y el Necronomicón. Y unos pasos más allá sonríe el legendario descubridor de cientos de cuartetas de Nostradamus, por las que cualquier servicio de inteligencia estaría dispuesto a matar.

       Todos ellos ambicionan comprobar en persona un nuevo hallazgo, fruto de una de aquellas proféticas estrofas: un libro de 1998 ―cifra resultante de multiplicar 3 (número de la Trinidad) por 666 (número del Maligno)― que otorga la sabiduría omnisciente. Porque quien pronuncie seis veces la sexta palabra del sexto renglón del capítulo VI alcanzará el conocimiento infinito del universo y su razón última.

          La fila vuela.

        En seguida el joven levanta con unción el tesoro e inicia su mántrico conjuro como un poseso. No sabe ―ni sabrá jamás― que la razón absoluta conduce a la locura. Y que a los tres minutos exactos, como sus ilustres colegas, morirá.

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