Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

SEP137. HILO SUELTO, de Ana Fúster

Ella, desnuda en el labrado lecho, lo estrangula con el único hilo que no tejió en sus días de insoportable soledad: “Tú no eres el padre. En realidad, Telémaco es hijo de Homero”.

SEP136. DORMIDOS, de Rubén Gozalo

ZPJ-X sólo pensaba en volver a casa, en atravesar Orión y perderse más allá de la puerta de Tannhäuser. Aun así, la misión de la Confederación Estelar era clara. Debía reconocer la tierra para una posible invasión en siglos venideros. Evaluar los riegos y saber más acerca de sus habitantes. Tras semanas de investigación, descubrió que los humanos eran idiotas: trabajaban más horas y, para ser productivos, se bajaban el sueldo, se hipotecaban por encima de sus posibilidades, votaban una y otra vez a los mismos políticos a sabiendas de que eran corruptos, se pasaban las horas muertas pegados al plasma viendo interminables sesiones de telebasura, permitían que les recortasen en educación, sanidad y ayudas a la dependencia sin hacer nada y sólo se movilizaban cuando ganaba el Real Madrid, el Barcelona o la selección de fútbol.
Sólo entre las jaulas del zoo encontró vida inteligente.
La invasión resultaría pan comido.

SEP135. TRES MINUTOS DE CERTEZA, de Elena Villanueva

Lo vi en el centro comercial. Caminaba con un adolescente a su lado, que sin duda era su hijo. Los dos con paso decidido, seguros de sí mismos, dos cuerpos esbeltos que se saben pero no le dan importancia. Los dos sonriendo, resplandecientes entre el tumulto. Venían directos hacia mí. Era mi hombre, mi futuro. Le hice una seña hacia el cajero, necesitaba sacar dinero para el parking. Un minuto y estoy con vosotros. Un minuto y te acompaño durante el resto de mi vida. Él y yo. La certeza del acierto, la certeza de habernos encontrado. Recogí el dinero y la tarjeta, y cuando me di la vuelta… desperté. Desde entonces, me acuesto todas las noches invocándolo para que vuelva, pero aún no lo he conseguido.

SEP134. EL RETORNO, de Gloria Arcos Lado

Hacía unos días que lo había decidido. Iba a retornar a su tierra tras 50 larguísimos años de ausencia obligada.
Aunque la Guerra Civil era ya, desde hacía cuarenta años, sólo una línea en la Historia, a él le había costado olvidarla unos cuantos años más.
Pese a que los medios de comunicación de medio mundo no hacían más que hablar del milagro de la transición y del acercamiento de las dos Españas, tardó en decidir que debería comprobarlo en persona.
Quería regresar como en su día hicieron personajes como Rafael Alberti, Josep Tarradellas o Dolores Ibárruri.
El motivo de su demora, era darse tiempo para que sus cicatrices del cuerpo y el alma, se cerraran definitivamente.
Este entrañable sabio, al que le costaba cargar con sus huesos y recuerdos, precisaba una vuelta acogedora.
Necesitaba encontrarse con la España de siempre, alegre y vital, y saber que tras cuarenta años de férrea dictadura, había desaparecido el país en blanco y negro, dónde solo reinaba un temeroso silencio.
Quería dejar al otro lado del Atlántico la última visión que recordaba de su patria, un país roto, del que había huido porque pensaba de manera diferente al de sus nuevos amos.

SEP133. ODISEA ÚLTIMA, de Plácido Romero

Cuando regresó de sus atribulados viajes, debilitado, exhausto, agradeció el aparente sosiego que le ofrecía su isla. La tranquilidad acabó pronto. Los familiares de los pretendientes muertos llegaron para exigir justicia. Tuvo que matar al más pugnaz; los otros acabaron aceptando la justa ejecución de quienes aspiraban impíamente a tomar en matrimonio a una mujer casada.
Más difícil resultó explicar lo sucedido a las madres y a las mujeres de los que le habían acompañado a la guerra. Durante todos esos años habían esperado su regreso cargados con los tesoros innumerables que su rey (o la imaginación) les había prometido.
Un día advirtió que la isla en que había nacido, que gobernaba, su isla, era un trozo de roca en la que no se habría detenido durante sus viajes. Acabó pasando los días encerrado en palacio. Pero incluso allí no dejaba de ver a su mujer y al contemplarla se daba cuenta de que él también había envejecido.
Un día abandonó el palacio de madrugada, sin que nadie le viera, y se subió a un pequeño bote de pesca. Cuando perdió de vista la minúscula isla, Ulises se sintió el más feliz de los hombres.

SEP132. LA ESTACIÓN, de Antonio Diego Araujo Gutiérrez

La visita cada tarde, como buen feligrés de la nostalgia, recorriendo un camino flanqueado por sombras y recuerdos. Ella, la vieja estación, le espera detrás del último repecho. Hace tanto que fue abandonada por el tiempo que la soledad se ha derruido en sus escombros. Cuando atraviesa el pórtico principal de la fachada, lo que queda de ella, siente un beso de sal y ceniza, y recuerda lo bonita que estaba el día que la dijo adiós desde un tren muy triste que partía en un viaje tan largo como una vida. Otro día, harto del destino e inservible para el mundo, decidió regresar. Pero los trenes ya no regresaban.
A veces espera a que anochezca y observa cómo la oscuridad desciende lentamente sobre sus andenes para hacerla el amor. Luego, ya cerrada la noche, contempla el despertar de una hilera de farolas mortecinas que estiran su luz al infinito, como si quisieran alumbrar el horizonte por donde vendrá el tren que ha de llevarles al olvido.

SEP131. CARRERA URBANA, de Alfonso González Cachinero

Esperando que el semáforo cambie, rodeado de un apretado grupo. Delante de mí, mujeres atestadas de compras como mozos de estación, adolescentes hablando a gritos, parejas agarradas a punto de descoyuntarse, papás y mamás con bárbaros y cochecito, un perro enorme sujetando al dueño, turistas de indestructible sandalia-calcetín… Rivales que alcanzarán la meta de enfrente antes que yo. Siempre pendiente de todo, intento abrirme paso entre ellos subrepticiamente, pero han cerrado huecos los muy listillos. Al otro lado de la avenida, otra multitud idéntica, compacta, aguarda para cruzar. Ahora que lo pienso, mis verdaderos enemigos están allí, no aquí. En realidad mis vecinos de acera y yo formamos un equipo —heterogéneo y fortuito, pero equipo al fin— y tenemos que llegar primero. ¿Cuál vencerá? Semáforo en verde. Con qué decisión saltamos, como dos ejércitos, el uno hacia el otro. Paso firme, miradas asesinas mientras avanzamos. Mujeres, turi
stas, familias, perrazo…, ninguno se aparta. Cuando la colisión es inminente, los bandos se atraviesan con milimétrica limpieza, sin rozarnos siquiera, zigzagueando con una esquiva digna de Pernell Whitaker. Piso la acera exultante: hemos ganado. ¡Dios, olvidé recoger al peque! Media vuelta, y soy el último de mi nuevo equipo.

SEP130. DE TANGO Y RANCHERA, de Jerónimo Hernandez de Castro

Las nieves del tiempo habían plateado su sien pero él conservaba la recia planta de varón porteño. Ella, como siempre, nerviosa y propensa a la exageración: – Voy camino a la locura –solía decir, pero a él le encantaba ser el responsable del trastorno. Veinte años habían sido demasiado y no iba a buscarla más errante en las sombras. Cuando se encontraron, sus vidas y sus quereres volvieron a pertenecerles y no hubo necesidad de palabras, ni de tango, ni de ranchera.

SEP129. EL HELADO DE LECHE MERENGADA, de Mª Rosario Val Gracia (Rosy)

Está sobre ti, pero tu mente vuela. Dejas a la mujer en la cama, la que se gana la vida con quien la desea y te lo llevas a él, contigo. Cogidos de la mano, camináis por el paseo marítimo, globos de colores os miran al pasar, altaneros. En el mercaillo del puerto te paras en cada puesto, todo te encandila, babuchas, chucherías, pañuelos… quiere regalarte uno; el de flores, el grana, o quizá el azul… te cuesta elegir ¡son todos tan bonitos!. Disfrutando como una niña chica, corres hasta el carrito de los helados, te pides uno, bien grande. Te sabe a casa, a tu madre, a sus maravillosas gachas con leche, con su canela en rama y una mijita de matalahúga, ese ingrediente estrella que ella a nadie desvelaba. Hace poco que se fue, cansada de parir, estropeada. De tu padre, prefieres no acordarte.
Dejas de soñar. Se acaba el helado, vuelan los globos, se esfuma el pañuelo. Sabes que nunca te llevará de paseo, es como los otros, solo paga lo que consume. Vuelves. Él sigue ahí, sobre ti.

http://desdemipinar.wordpress.com

SEP128. EL RASTREADOR, de David Vivancos Allepuz

Le susurro algo a mi montura para tranquilizarla. El indio descabalga y corre hasta los restos de la hoguera. Remueve las cenizas, toma un tizón y lo estudia con detenimiento. Levanta la vista, el sol lo obliga a entornar los párpados. El rastreador deja que el aire abrasador del desierto le acaricie el rostro. Parece olfatear una presa invisible. Su perfil anguloso se muestra ante mí como una misteriosa máscara ritual, fascinante, recortada en cuero.

Acerca la oreja al polvo del camino, los ojos todavía cerrados. Escucha durante aproximadamente un minuto y se incorpora. Sin necesidad de interrogarle, me cuenta que son tres hombres, que nos llevan unas siete horas de ventaja. Que se dirigen a Arkansas. Retoma la auscultación del suelo pedregoso. Me informa ahora de que Virginia y Tennessee también se unirán a los estados confederados. Y de la batalla de Gettysburg y del asesinato de Lincoln dentro de dos años.

Quiero saber más. Pregunto por la invención del fonógrafo y, ya puestos, por la guerra de Cuba. Vuelve a pegar la oreja a las piedras. Sin éxito. Se confiesa incapaz de decirme nada nuevo. Entonces le ofrezco la cantimplora. Creo que ha llegado el momento de regresar.

SEP127. AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS, de Estíbaliz Dilla Muñoz

A veces me gustaría volver a aquellos años en los que podíamos ir al cine a ver una película sin que nos molestara un espectador que estuviera hablando por el móvil. Cuando uno podía ir a los funerales sin tener que pasar vergüenza ajena porque en medio de la misa sonaba una melodía que acusaba a alguno de los presentes. Cuando podías tomar una caña con los amigos y mantener una conversación cara a cara y no cara a Iphone. Volver a sentir esa emoción al coger del buzón sobres blancos estampados con nombres de pueblos españoles que contenían las cartas manuscritas de mis amigas; cuando desenfundaba maravillosos discos de vinilo y posaba la aguja sobre los surcos negros que desprendían canciones que serán eternas; cuando abría el cassette para dar la vuelta a la TDK porque se había acabado la cara A.
Supongo que la cara A de mi vida toca a su fin y ahora debería de cambiar a la B, pero me da mucha pereza. Por eso de vez en cuando pulso el botón de rebobinar y si la cinta se engancha, hago rodar un Boli bic sobre la ruedecilla dentada hasta que vuelve a su lugar.

SEP126. AL FINAL CADA QUIEN ES CADA CUAL, de Marga González Ancinas (Desasosegada)

Una sirena resquebraja la noche portuaria, mientras, los viajeros se acomodan.
El barco, cual torre de babel tendida sobre las aguas, parte hacia oriente; tres mil personas agitan sus pañuelos despidiéndose de su vida cotidiana.
Acunados por el vaivén del mar; nobles y villanos, prohombres y gusanos comparten destino mientras mueven patosos las caderas en clase de bailes caribeños. El sol les uniforma con un elegante color dorado que todos lucirán, cual medalla, a su vuelta.
En cada puerto, el barco vomita su preciosa carga volviendo a engullirlos al caer la tarde.
El periplo concluye en mismo lugar en que empezó y entre prisas y sonrisas se produce la diáspora.
Cuando la sirena del barco vuelva a resquebrajar la noche y parta con otra remesa humana, nuestros amigos, ataviados con corbatas, buzos, delantales o uniformes, regresaran a su vida, conscientes de que llegó el final, por una semana se olvidó que “cada quien es cada cual”.

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