Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ESCALERAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ESCALERAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el primero será ESCALERAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
14 de FEBRERO

Relatos

41. La estadística

Subía y bajaba las siete plantas por las escaleras para evitar el ascensor. No comía nada crudo. Caminaba con el gas pimienta en la mano. No saludaba a extraños. Le huía a las aglomeraciones, las horas pico y los lugares populares. No utilizaba redes sociales ni traía a nadie a casa. Desconfiaba de inmigrantes y de las bondades de las vacunas. Solo tomaba agua hervida por ella misma. No consumía carnes procesadas (por los químicos), pollo (por las hormonas), ni pescado (por el mercurio). Mantenía cerradas las cortinas para evitar los peligrosos rayos UV. No cohabitaba con nada vivo.

Solo pasó por alto el asbesto de su inmaculado piso de vinilo.

40. Y no al cielo precisamente

Cayó al suelo aferrado a la escalera, sus dedos la agarraban como si fuera su tabla de salvación, aunque los tres agujeros en el pecho, por los que no cesaba de fluir sangre, aseguraban con plomiza certeza que se trataba del final.

No le dio tiempo a recomponerse, a salir del paso con cualquier absurda excusa. En innumerables ocasiones había salvado la situación con cuatro palabras ocurrentes, la labia siempre fue su arma más poderosa, mucho más que su habilidad con los naipes. Como última opción siempre le quedaba mostrar un arrepentimiento casi tan real que incluso alguna vez él mismo lo creyó. No tuvo oportunidad.

Mientras la acariciaba con los dedos creyó que esta era su baza, la que le sacaría de la vida miserable que llevaba, la definitiva. Se maravillaba de que la suerte que tantas veces le fue esquiva por fin le sonriera. Los tres fogonazos irrumpieron en su pecho un segundo después de que un par de ases, de un modo inoportuno, asomaran por la manga de su brazo izquierdo.

39. GUÍAS Y GUÍAS (Rafa Olivares)

Mientras la forense toma notas y el agente de la científica fotografía la escena –con especial atención a la escalera sobre el suelo–, don Ireneo Ripalda lee el prospecto que le alude:

 

                                    «CUERDA DE CÁÑAMO: INSTRUCCIONES DE USO

        – Extraiga el producto de su envoltorio.

        – Introduzca la cabeza por la abertura de uno de los extremos. 

        – Sitúe el nudo corredizo a la altura de la nuca y ajuste sobre el cuello. No apriete en exceso para evitar accidentes.

        – Coloque una escalera de mano bajo el punto de enganche (una viga, el soporte de una lámpara, la rama de un árbol, una farola…).

        – Súbase con cuidado y ate con nudo marinero el otro extremo de la cuerda a la sujeción elegida.

        – Patee con fuerza la escalera alejándola de sí.

        – Trate de relajarse para obtener pronto un suave, cadencioso y elegante balanceo.

        – No olvide guardar en un bolsillo este folleto para mejor instrucción del señor Juez.»

 

Luego, don Ireneo ordena el levantamiento del occiso, dirigiéndose a su oficina a redactar el auto de archivo de la causa. Por el camino, no puede evitar cierto sentimiento de frustración al recordar la estantería de esa multinacional sueca que lleva cinco días sin conseguir montar.

38. Doña Berta

El día que faltó un calcetín de los tendederos le echaron la culpa a Manolín. Encarna no tuvo dudas de que la travesura era obra de aquel gamberro que tenía por hijo. Don Anselmo, dueño del calcetín perdido, le quitó hierro al asunto cuando el chaval, aturdido por la bronca de los vecinos y los gritos de su madre dirigiendo la orquesta, se acurrucó en el hueco de la escalera y comenzó a llorar.

Al día siguiente fueron las bragas de la señora Felisa. Manolín ya estaba castigado y solo salía para ir a la escuela vigilado por su hermana mayor, cuando desapareció la camisa de los domingos de Federico, alias el Pisaverde. La escalera se llenó de juramentos e insultos; alguien vio brotar espuma por la boca del Pisaverde y también algún sapo y varias culebras. Encarna no pudo resistir más y la emprendió a golpes con aquel que había llamado a su niño hijo de la gran… Bretaña.

Con el acaloramiento que dan las trifulcas nadie escuchó una risita ni sintió el frío que bajaba por la escalera cuando el fantasma de doña Berta se dirigía al cuarto de las calderas para consumar su plan macabro y perfecto.

37. Agencia de Viajes Patrióticos

Después de organizar safaris de ensueño, visitas a las profundidades de los fiordos, viajes por la enigmática Ruta de la Seda o circuitos para descubrir la auténtica Polinesia, mi agencia se encontraba en quiebra. Y yo, su director, con un pie en la calle. Entonces se me ocurrió la idea de los Viajes Patrióticos. Encargué un estudio de mercado para localizar el lugar de mayor impacto. Y después rehipotequé mi casa. Con el dinero del préstamo, mandé construir el mirador. Majestuoso. En la mejor meseta fronteriza. Sabedor de la importancia de las escaleras, no escatimé en gastos. Cien peldaños equilibrados hasta llegar a la cima. Los necesarios para escuchar por completo los mensajes entusiásticos de la audioguía. Así, con el corazón insuflado de orgullo, las vistas resultarían aún más espectaculares. Y el éxito ha sido apoteósico. Tanto que la lista de espera alcanza los seis meses. (Lástima del aforo limitado). Porque todos los clientes bajan enaltecidos los cien escalones. Arriba baten palmas y entonan canciones mientras observan el espectáculo: siseos de arcángeles en el cielo transformados en estruendo, en fuego purificador. Y al final lo sublime: el derrumbe de los edificios enemigos alcanzados por las bombas.

36. El blues de tu ausencia

Al subir las escaleras, era muy consciente de que lo hacía por última vez. Y aunque llevaba meses tratando de asimilarlo, comprendió, con un nudo en la garganta, que uno nunca está preparado para despedirse para siempre. Cada escalón que pisaba le traía a la memoria un sinfín de recuerdos, como si estuviera haciendo, en pocos segundos, el inventario de toda una vida. Y las emociones, el vinagre y las rosas de tantos años se le mezclaban por dentro a medida que ascendía. Se acordó de las veces en que lo había negado todo. De sus amigos y también de sus enemigos íntimos. De las buenas y las malas compañías. De sus grandes amores y de las aves de paso. De sus caídas y recaídas… Y así… llegó arriba, donde retumbaba el clamor de quienes le esperaban también llorosos. Sonaron los primeros acordes, y al pisar el escenario, sintió que le temblaban las piernas: «¡Buenas noches Madrid!», saludó entonces mientras, como siempre, levantaba con gracia su bombín de payaso.

35. SATURNINO

Saturnino soñaba que bajaba una escalera interminable. A veces, en alguno de los descansillos se encontraba con alguien. Sobre los siete años se topó con un niño de su edad en el tercero. Sería el amigo fiel que hallaría al día siguiente en el colegio. Años después, encontró a una chica en el entresuelo.  Aunque imperaba la penumbra, sintió su belleza como un bálsamo premonitorio, y el domingo siguiente conoció a Vanesa. Todos sus hijos se le aparecieron antes de su concepción en algún tramo de aquella escalera misteriosa. Ramiro, con el rostro de angelote de los tres años, y Angélica con los ojos vivaces que tendría siempre. Durante años siguió soñando con esa escalera sin llegar nunca a ningún sitio, pues cuando presentía ya el portal surgían más y más escalones que se internaban en lo oscuro. Dejó, en la madurez, de encontrarse con gente en los rellanos, solo quedó la sensación de una búsqueda incierta y la angustia de no encontrar una salida. Hasta que un día apareció una señora de luto riguroso en el piso más profundo y le pidió que la siguiera con un ademán imperativo.

34. MARIETA

Todos los amaneceres encuentran a Marieta limpiando escaleras. Para ayudar a unos parientes necesitados o para colaborar con la parroquia. Nunca para ella.

Peldaño a peldaño va entregando sus vísceras a las hambrientas hienas, el corazón a algún ingrato que lo ha perdido por no tener cabeza… La piel a quien muere de frío por falta de ella.

Tanto se da, tanto se vacía que se ha hecho incorpórea y el dios Eolo la ha confundido con los demás vientos y la ha enviado a remover las olas, a jugar con la arena, a bailar con las coladas en los tendales.

A ella le complace su nuevo estado, pero cuando el dios la convierte en tornado o la envía a mitad del océano a volcar su furia contra alguna embarcación, desearía volver a sus escaleras y, escalón a escalón, soñar de nuevo con ser etérea.

33. STAIRWAY TO HEAVEN (IsidrøMorenø)

No recordaba haberla visto antes. Era una robusta escalera de caracol, pero, ¿qué hacía ahí, en mitad de la nada?

Algo me arrastró a ascender. La escasa visión ante las curvas helicoidales me acentuaba la curiosidad. Quizá llegase al cielo y allí me estaría esperando Led Zeppelin. Qué bueno sería poder saludar a Jimmy Page. Este era un estímulo tentador para seguir ascendiendo porque, yo desde hacía un tiempo, ya no creía en el cielo de los ángeles ni los dioses, pero la «Escalera al Cielo» de Led Zeppelin sería otra dimensión.

Por fin llegué y llamé a las puertas del cielo, se iluminó un cartel: «Knocking On Heaven’s Door».  Allí me abrieron Bob Dylan y  Buero Vallejo, que me llevaron ante un tal Pedro, pero ni rastro de Jimmy ni Zeppelin. Eso sí, Pedro me mostró un hermoso mirador desde donde estoy observando a toda mi familia que lloran ante un féretro. Falto yo.

32. Una extraña noche

Una noche, recorriendo las callejuelas de la ciudad, encontré a un gato negro en una esquina. Me pareció tan tierno y gracioso que fui tras él. De vez en cuando sus ojos me miraban como asegurándose de que le seguía, hasta llegar a un antro, un tugurio desvalijado, desde cuya entrada se divisaba al fondo una sinuosa escalera.

Su diseño dibujaba una espiral, que vista desde arriba, insinuaba un perfecto caracol. El gatito escaló rápidamente los escalones y al llegar arriba me miró nuevamente, invitándome a subir. Le seguí. La madera crujía bajo mis pies y el pasamano parecía poco firme, aun así, continué escalando uno a uno cada peldaño, girando hasta tres veces, antes de llegar al final.

Luego, crucé el umbral de la puerta, y para mí sorpresa, comprobé que la escalera continuaba ascendiendo hacia una oscuridad cada vez más ciega conforme se adentraba en un estrellado firmamento…

A continuación me perdí en aquella negrura hasta tropear con los ojos amarillentos de una pantera… La silueta del gatito fue lo último que vi y su rugido lo último que escuché…

Cuando desperté, Zeus, mi gato negro persa de cinco kilos, yacía sobre mí, mirándome fijamente a los ojos…

31. Blanca y radiante

Con su porción de tarta a medio terminar, Francisco mira el reloj: queda poco para que le lleven de vuelta a la residencia. Se levanta y anuncia que necesita subir al altillo. Sus hijos y nietos, reunidos por su cumpleaños en la casa familiar, se miran extrañados.  ¿Qué mosca le ha picado? Arriba solo quedan trastos viejos y algunas cajas con la ropa de la abuela, fallecida hace varios meses. Solo la hija mayor se atreve a decir que, a su edad, la escalera plegable es peligrosa y podría caerse. Él la mira con la determinación suficiente para que no insista más.

Deja atrás a su perpleja familia y se sitúa frente a los peldaños de metal. A medida que los sube, su corazón late más fuerte. Sospecha que es su última oportunidad de saciar el doloroso y secreto anhelo que le acompaña desde siempre. Cuando llega arriba, grita que está bien y que no le molesten. Cierra la trampilla y, sin perder tiempo, empieza a abrir cajas.

Minutos más tarde, está llorando frente al agrietado espejo. Por fin, a sus ochenta años, a salvo de miradas indiscretas, Francisco es la novia más radiante del mundo.

30. ESCALERA ROBADA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Corre el año 1952. Rosalind Franklin trabaja en su laboratorio en King’s College. Química y cristalógrafa, sonríe complacida, recopilando datos y sacando fotos, segura de que ésa, la número 51, tiene la clave del éxito. No sabe que el enemigo está cerca, que sus colegas – a los que tanto quiere, en los que tanto confía – le muestran todo al equipo rival. Seis años más tarde, la científica muere de cáncer.

En 1962, James Watson y Francis Crick reciben el Premio Nobel por haber formulado la estructura helicoidal del ADN gracias a precisos datos y a una nítida foto. Ninguno menciona a Rosalind en su discurso de agradecimiento.

 

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