Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

VOORPRET

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto holandés VOORPRET. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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15 DE AGOSTO

Relatos

42. Quiteriano ganador (Aurora Rapún)

Se sentó en primera fila para no molestar cuando se tuviera que levantar. Era una de esas entregas de premios a las que deben asistir los finalistas para saber si han ganado o no. Quiteriano era un tipo optimista y, a pesar de haber pasado media vida presentándose a concursos y no haber ganado ninguno, seguía manteniendo la esperanza de lograrlo en cada ocasión. Antes de escribir un nuevo poema, sentía un cosquilleo y saboreaba la miel de la victoria. En cuanto recibió el correo en el que se le notificaba que era finalista, empezó a imaginar cómo iría vestido y qué palabras pronunciaría al recibir el premio. 

El momento había llegado y el poeta intentaba contener los nervios, mientras visualizaba cómo ofrecería la mano a la alcaldesa cuando esta le entregara el diploma. 

Cuando la periodista que conducía el acto pronunció su nombre, este compuso una sonrisa comedida y comenzó a levantarse. Se detuvo al escuchar el apellido, sorprendido por el error que desentonaba en un concurso tan bien organizado. Afortunadamente, el otro Quiteriano fue lo suficientemente rápido para llegar junto a la alcaldesa antes de que él pudiera hacer nada, justo a tiempo de evitarle el bochorno.

41. CELESTE

Celeste escudriña las miradas. No percibe nada extraño y se atreve. Se suma a los juegos: “al pasar la barca, me dijo el barquero…” Salta mientras la comba vuela de sus pies a su cabeza. Se deja llevar. Mientras se eleva, olvida que es diferente, que ha mentido cuando ha dicho que no tiene ningún secreto.

Camino de casa, se ilusiona. Piensa que tal vez todo ha pasado y podrá ensartar complicidad y juegos con ellas. Pero llega la noche y la realidad se impone. Intenta ignorar las visiones, mantener los objetos quietos. Le gustaría desconocer que las nanas que canturrea Candela en la cocina, mientras trocea verduras y pasa la mano por su vientre, pronto serán un nudo en su garganta. Daría lo que fuera por ignorar que este año la cosecha de los campos de su padre se perderá por la inminente sequía…

Una más, sólo quiere ser una de ellas y meter en la mochila, entre los libros que esperan una jornada más en el colegio, la certeza de cargar únicamente ese peso.

 

40. La pasión según un ángel caído (Antonio Bolant)

Fue su ángel de la guarda, pero se había convertido en mucho más que una dulce compañía. Intangible e inmortal, moría por tocarla, por llenar de sangre la neutral transparencia y deshacer las costuras de lo etéreo en la antesala de su vientre.

Ella hacía mucho tiempo que dejó de preguntarse por qué mordía los labios al aire, qué bendita sacudida le hacía arañar la espalda a la oscuridad; esa sensación de húmeda plenitud cubría cualquier desconcierto.

Los versos libres no caben en las bienaventuradas leyes celestiales, y el ángel acabó condenado a un ostracismo sin derecho a vuelo. Ella, en sus lánguidas noches secas, aún sigue rezando a las cuatro esquinitas de su cama para que aquellas sensuales sensaciones regresen al amparo de sus caderas.

En un universo hueco y olvidado, entre el barro de la materia oscura, sin tener donde caerse vivo, el ángel se limita a sobrevivir de los despojos de la esperanza. Cada juramento, cada embestida a los soportes del cielo, ha ido conformando un rosario de siniestras alianzas. Hoy, finalmente, todo está dispuesto para una resurrección desde los infiernos a cambio de un alma eternamente rota sin ella.

39. ÉREBO CONSULTING

Hoy tienes que andarte con cuidado porque el jefe está cabreado. Una condición que viene con el cargo, sin duda, y que además adorna como una virtud la carta fundacional de esta gran compañía.

Ya sabes, «en los detalles habita el diablo». Es su frase. Esa y la de «a la puta calle» que pronuncia con una claridad prístina, una entonación precisa y un énfasis tan medido y dramático que al escucharlo uno sólo puede estremecerse. Y es que fuera hace mucho calor.

Te cuento compañero. Resulta que él andaba revisando el macro proyecto en el que está enfrascado el departamento desde hace tiempo. Siguiendo su pasión por el detalle revisaba cada paso dado, analizaba cada dato y medía el resultado conforme objetivos. Imaginaba feliz el momento en que el proyecto se cerrase con éxito. Se le veía satisfecho hasta que apareció el lacayo. Entonces, tras una breve discusión, se desató toda su cólera.

«¡Tantas décadas trabajando para que ahora un imbécil diga que no queda tiempo, que la competencia nos pisa los talones!» -berreó haciendo aspavientos con el rostro inflamado- «¡El gran señor quiere resultados inmediatos!» -rio enloquecido- «¡Adiós al planning!». «¡Pretenden que pongamos en marcha ya el apocalipsis!».

38. Un lobo de mar (Toribios)

Al niño le dijeron que iba a ver el mar. Y un puente colgante por donde pasaban la ría los coches y la gente. El niño contaba los días con impaciencia. Porque del mar tenía una ligera idea por las películas, y el puente lo había visto en una postal que mandaron sus tíos. Pero no es lo mismo. En el cine no se nota la brisa, y en la postal no se ve como se mece la barquilla, ni se oye el crujido urgente del acero. Así que el niño subió al tren de madera y empezó ya a sentir todo aquello, mientras se asomaba por las ventanillas crepitantes y se estremecía con el pitido profundo de la locomotora.

El primer día no pudo ver el mar porque un médico tenía que mirarle con un aparato que estaba muy frío. El segundo día llovió e hizo viento. El tercer día tuvo fiebre.

Pero le compraron un barquito. Uno de plástico, con el casco azul y las velas amarillas. Navegó con él todos los mares. Aún lo tiene. Lo acaba de encontrar cuando vaciaba el trastero de casa de sus padres.

37. Emoción colectiva

Compré las entradas desde el primer día que las pusieron en venta. Era el estreno más esperado del verano, llegaba la secuela del filme que destrozó los récords de Avatar. Tres años de espera llegaron a su fin y la gente esperaba impaciente fuera de las salas.

La expectativa unía al público, que llenó rápidamente el recinto. Todo indicaba que se podía confiar en las actuaciones, la cinematografía, los efectos especiales y la dirección. Transcurrieron veinte minutos, algunos expresaron la monotonía así: «Tranquilos, ya se va a acomodar la cosa». Ya cerca de la hora, los espectadores se manifestaron con silbidos y gritos. Otros pedían el retorno de su dinero. Mi prometida no me devolvía la mirada.

Transcurrida la hora, algunos abandonaron el lugar. Yo me quedé hasta el final, lo peor es que fueron más de dos horas. Cuando llegué a casa empecé a leer las secciones de espectáculos. Los críticos auguraban un fracaso para la película y, por lo general, habían escrito que no estaría a la altura de la primera.

Ahora decidiría entre rescatar clásicos antiguos para ver en casa o aguardar otros estrenos. ¡Ah!, y lo más importante, debía alegrar la vida de una novia enojada.

36. El Dorado

Mi padre encendía un Jean con deliberada parsimonia antes de leer las cartas del tío Toni. Dirigía una cadena de restaurantes en Venezuela. Con él todo era posible. Unas vacaciones colocó a los quince primos en un Seiscientos y nos llevó a comprar helados. En su última carta contaba que había preparado el catering para la visita del presidente Nixon. Me había enviado una foto con su coche, un espectacular Cadillac El Dorado rojo nunca visto en España. En la parte de atrás decía que el día menos pensado metía el carro en un barco y volvía a casa para enseñarme a conducir.
Mi madre protestó con la mirada cuando llegó aquella carta con remitente desconocido.
-Así se hace un hombre -zanjó mi padre.
Un amigo del tío decía que había tenido un entierro de caridad. Lo había acogido en su casa cuando le echaron por impago de la pensión. Recuerdo que salí al balcón, abrumado por un silencio que entonces no entendía. A la luz amarillenta de las farolas vi a un joven y sonriente tío Toni diciéndome adios desde el Seiscientos. Esta vez no llevaba a los primos. Con él se iba, sin ceremonias, mi niñez.

35. PREVISIONES METEOROLÓGICAS (Rafa Olivares)

Estaba anunciado un día gélido y desapacible. Frío, viento y lluvia, ideal para permanecer en casa y tratar de recomponer nuestra relación tras demasiados días de apatía y distanciamiento. Así que puse unos leños al fuego para caldear el salón, despejé la alfombra de estorbos, seleccioné suave música romántica y saqué dos copas y un Rioja reserva del 2004.

Cuando Sonia llegó, paseó una mirada distraída por el lugar, dijo que tenía una terrible jaqueca y que se iba a tomar una aspirina y a meterse en la cama. No recordé que el parte meteorológico hubiera dicho nada de polvo en suspensión.

34. Carne

Madre pega saltos al enterarse: voy a casarme. Hasta los ojos de mi hermana, tan débil la pobre, se llenan de farolillos multicolores. Como si en casa celebrásemos una verbena. No es para menos porque al fin hay esperanza. Siempre supe que mi futura esposa me aceptaría. Llevo meses preparándome. Esculpiendo cada palmo de mi cuerpo para convertirme en el hombre más hermoso del lugar. Y lo he logrado. Las otras jóvenes se retorcerán de envidia. Pero he elegido a Rosa por ser la más apropiada. Porque necesito ambos brazos si quiero abarcar uno de sus muslos. Robustos como un roble. O como las patas de un elefante. De esto último no estoy seguro: ya no existían animales en la Tierra cuando nací. Antes de ir a visitar a mi prometida, saco el hacha del leñero. Es mejor hacerlo cuanto antes. Así, el día de la boda, mi hermana ya estará recuperada. El médico nos aseguró que las proteínas la librarían de una muerte segura. Frente al altar, cumpliré entonces con mi parte del acuerdo —ahora le toca a Rosa—. Y será un matrimonio dichoso, aunque ella, a partir de hoy, deba caminar con una prótesis.

33 NOMINACIÓN (Fernando da Casa)

La academia ha seleccionado a los tres escritores vivos más importantes del momento. Dentro de un mes decidirá quién se lleva el premio.

Cuando me informaron de que me encontraba en esa terna, no me lo podía creer.

¡Por fin se reconoce mi valía!

Tantos años de esfuerzo, vocación indubitada, clases universitarias, admiración divina, lecturas apasionantes, cursos de escritura, preparación exhaustiva, proyectos faraónicos, ambición desmedida, fracasos editoriales, inspiraciones fallidas, trabajos alimenticios, lecturas interminables, envidias literarias, zancadillas epistolares, sonrisas hipócritas, codazos en ferias, fotos robadas, tertulias soporíferas, más lecturas forzadas, novelas de folletín, versos satánicos, rimas asonantes, ignorancia intelectual, bostezos clásicos, aplausos barrocos, firmas solitarias, premios corruptos, lecturas impuestas, textos sin sentido, ejercicios de muñeca, onanismo cultural, charlatanería hueca, alabanzas pagadas, relatos en cadena, ausencia de originalidad…

Yo ya he empezado mi campaña personal para lograr el éxito final.

Pero la sangre es demasiado escandalosa, no salta con facilidad. Me obliga a quemar la ropa.

Un empujón en un acantilado, sobredosis de pastillas, accidente con el coche… Revisaré, entre lecturas y escritos, cuál es el mejor método para que, esta vez sí, no haya dudas de quién es el mejor.

32. Así en la tierra como en el cielo (Francisco Javier Igarreta)

La hermana Imelda, postulante en el convento de las carmelitas de Villamaluenga, tortura sus torneadas rodillas postrada ante el altar, donde un exultante San Sebastián, asaeteado hasta la extenuación, sonríe entusiásticamente. Por más que Grijelmo, su joven confesor, trata de explicarle la peculiar idiosincrasia de los mártires, Imelda no acierta a despejar aquella patente contradicción tallada con saña en madera policromada. Le resulta difícil asociar la viva expresión de felicidad del rostro del santo, con el doloroso aspecto de sus sangrientas heridas. La verdad es que tampoco tiene muy clara la naturaleza de los gozos que, según Grigelmo, la esperan en la otra vida, como premio a las privaciones y sacrificios que tiene que soportar día a día en el convento. Aunque para Imelda, el mero hecho de dejarse acariciar los oídos por su melodiosa voz, ya es una bendición. Si, además, tiene ocasión de intuir tras la rejilla del confesionario el sensual aleteo de sus labios, miel sobre hojuelas. Más de una vez se ha sentido embargada en momentos así por un dulce arrebato. Incluso ha llegado a pensar si no será un atisbo del paraíso. Cuánto le gustaría saber qué diría Grijelmo.

31. El cuco (Susana Revuelta)

Se imaginaba el pollito recién salido del huevo que los gusanos que traía en el pico mamá debían estar deliciosos. Al menos eso le parecía cuando veía al otro pollo del nido alargar el cuello y atrapar vorazmente todo el condumio. Se estaba poniendo gordísimo, pero nunca quedaba saciado y lo hacía saber piando como un energúmeno, exigiendo más y más todo el tiempo. Así que la madre tenía que emprender varios vuelos al día para satisfacer su apetito.

En menos de una semana el pobre pollito, que no había logrado echarse al buche ni la triste pata de un grillo, terminó arrinconado en una esquina donde la madre, cuando regresaba con más comida, ya ni le veía. Pero él sí que la observaba con sus ojillos negros hundidos en el amasijo de huesos y plumas en que se había convertido, y se alegraba un montón cuando ella volvía con un ciempiés o una lagartija. «Qué menús más ricos», deliraba, cada vez más desfallecido.

Hasta que un día el otro pollo dio un estirón, ocupó todo el nido y le empujó fuera. Y mientras caía, y antes de espachurrarse contra unas rocas, soñó que se daba un festín de lombrices.

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