Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SAUDADE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto portugués de SAUDADE. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de SEPTIEMBRE

Relatos

38. La habitación

Iluminan los primeros relámpagos el cielo, retumban los truenos y, diluidas en ese estruendo, distingue Emily ―como siempre que hay tormenta― las risas marchitadas, las voces antiguas del hijo muerto.

Aguarda inmóvil en la cama, con los ojos muy abiertos. Ve entonces, aterrada, al niño encaramándose a lo alto del armario. Después el batacazo.

Luego el silencio.

Pero el muchacho continúa trasteando, ajeno a su desconsuelo, y se pone a dar volteretas sobre el colchón hasta que tropieza con la mesilla de noche y tira el vaso de agua ―siempre fue un poco torpe―. Y Emily, aún temblorosa, se levanta y recoge con las manos los añicos del suelo.

A la luz de los rayos que alumbran las paredes, vigila la sombra del chiquillo que no para de moverse, de fisgarlo todo, y aguanta despierta hasta que amaina el temporal y el niño se queda quieto.

Hacia las siete entra la celadora, ve los cristales rotos y va a buscar recogedor y escoba. La despertará más tarde ―«por una vez que duerme la pobre plácidamente»― para cambiarle el camisón salpicado de sangre. De los tirabuzones rubios que algunas mañanas descubre en el puño de la anciana, prefiere guardar silencio.

37. Abismos

Decidido a tirarse, ha caminado hasta el borde del precipicio. Al detenerse, ha levantado las manos a la altura de los ojos para contemplar, una vez más, la grotesca imagen de sus nudillos inflamados, los dedos deformes, incapaces de sostener la maza y el cincel con los que antes daba vida al mármol. Abajo, las olas rompen furiosas contra las paredes del acantilado. Ráfagas de viento y agua le golpean la cara, las piernas, el torso.

Ha dejado caer los brazos y ha cerrado los ojos. Había tomado la decisión, pero la lucha interna no cesa. Hasta que la luz del rayo atraviesa la piel de los párpados y enseguida retumba el trueno. Suena como si la bóveda celeste se resquebrajara lentamente. Después, queda un silencio absoluto. Solo siente las gotas de agua que se desprenden de su cabello mojado y le resbalan por la frente. Entonces inspira hondo, despacio. En este instante, decide no dar el paso.

Permanece un tiempo allí, inmóvil, rechazando cualquier idea que pudiese alterar el significado de aquel momento. Finalmente, da la vuelta. Mientras se aleja del abismo, se humedece los labios con la lengua. Saben a sal.

36. NECESARIAS Y SUFICIENTES (Rafa Olivares)

Cada tarde, Bonaparte camina hasta una playa apacible de la isla de Santa Elena. Con el sonido de fondo de las olas al besar la arena, rememora sus brillantes y exitosas campañas en Austria, Prusia, Egipto, Austerlitz, Rusia o España. La grandeza de su imperio, el más formidable jamás conocido, le invistió de un poder, que ahora añora, capaz de convertir en realidad cualquier deseo. 

Medita también sobre las causas que le trajeron a esta reclusión forzada después de llegar a dominar medio mundo. Sigue tratando de entender las razones que le cerrarán la puerta a figurar como el más grande personaje de la Historia, y las encuentra reconociendo sus tres grandes errores: dejar a Josefina meter baza en las últimas tácticas militares, llevar aquel ridículo sombrero con diseño de montaña rusa y, sobre todo, ese jodío vicio de rascarse la tetilla izquierda con la mano derecha por debajo del chaleco.

35. EN UN PARPADEO

Año 1986. Estoy subiendo las escaleras para llegar al aula Magna, hoy hay asamblea para decidir si vamos o no a la huelga. No soy consciente del empaque majestuoso y el romanticismo que emanan estos muros de la Real Fábrica de Tabacos donde paso mis horas entre libros y compañeros. Estoy llena de sueños, reivindicaciones, utopías y unas ansias enormes de aprender, imbuida de ambiente universitario veo abrirse un futuro precioso ante mis ojos.

Año 2024. Estoy sentada, tengo las reivindicaciones metidas en un cajón y sobre la mesa de camilla, los recibos de la luz, el agua, el teléfono…definitivamente este mes tampoco llego a fin de mes. Sé que muchos sueños no podré cumplirlos, ni la artrosis ni el cuidado de los mayores me permiten la libertad de movimientos que querría. He dejado de creer en utopías, sólo hay que ver las noticias en el televisor día tras día.

Mis ansias de aprender y mi ilusión siguen estando casi intactas, porque tengo la buena impresión de que la vida se ha portado muy bien conmigo.

En cualquier caso, Darío decía “juventud divino tesoro”, en la vida solo te da tiempo a parpadear, y eso a veces duele.

34. Noches de insomnio y sueños

Se tomó la pastilla y mutiló la tentación de ofrecerle una compañera. La oyó caer como un cuerpo inerte mientras su cabeza le repetía la inutilidad del gesto.

Se dirigió a la cama arrastrando los pies y se acostó encima de la colcha invocando a los dioses del sueño. Ninguno hizo caso, tal vez el tiempo de plegarias había pasado.

Sí llegó ella, como siempre, puntual a la cita, con sus veinte años y unos ojos donde cabía el universo, y él a su lado agarrando su mano como un naufrago el último salvavidas.

Y otra noche más fue feliz.

33. TIEMPO RECOBRADO

Y de repente aquella luz tan tenue me recordó la época ya lejana en que todo el mundo apuraba agosto dándose un último chapuzón en el mar, donde el sol también se acostaba cada día un poco antes, como anunciando el fin de las vacaciones estivales y el regreso a la rutina. Como entonces, la arena era mi frontera y yo lo observaba todo desde la terraza mojando una magdalena en la taza de tila. Conmovido, me di la vuelta respirando con nostalgia el aire húmedo de mi niñez. Aquellas tardes en las que ya había menos visitantes en el paseo marítimo y el ruido procedente de la playa no era tan molesto anunciaban el periodo del año que más me gustaba, pues tenía para mí toda la acera, aunque ya no pudiera ver hasta el verano siguiente a los niños con piernas.

32. Echar de menos (Alberto Jesús Vargas)

A todos les duele su ausencia. Antes estaban completos. Eran una familia como tantas que viven en el barrio, con su rutina diaria, su economía ajustada y sus domingos y festivos de parque con palomas o palomitas con cine. Una familia sencilla, unida, quizás feliz. Hoy les falta él y les cuesta aceptarlo. Los niños lo echan de menos, pero ninguno de los dos se atreve a preguntar qué ha sido de su padre. Ella, discreta, se esfuerza por aparentar normalidad, pero no puede evitar entreabrir los visillos, de vez en cuando, para mirar melancólica a la calle como si todavía esperara verlo regresar. Hasta el perro sigue haciendo guardia junto a la puerta de entrada deseoso de darle su aparatosa bienvenida de ladrido alegre y rabo inquieto. Aquel al que todos añoran está cada vez más lejos, aunque ahora, el extraño en el que se ha convertido tras perder el trabajo, duerma una nueva borrachera en el silencio oscuro de la habitación matrimonial.

31. SEQUÍA

Mi abuela fabricaba instrumentos para interpretar el gorjeo de los ruiseñores y cajas de música para atraer a las nubes. En su testamento me dejó unas fabulosas semillas para plantar pianos en el jardín, aunque hace tanto, tanto, que no llueve, que apenas alcanzan el tamaño de un xilófono.

30. Dedicación exclusiva

Mientras le vendaba los ojos, el verdugo recordó la gélida madrugada en que empezó todo. Aún conservaba en la memoria el aliento cálido de aquel condenado. No le costó girar la manivela porque entonces era un joven decidido. Ahora, sin embargo, muchas ejecuciones después habían crecido los inconvenientes. Su familia insistía en que cambiara de oficio, los amigos le hacían el vacío y esos malditos temblores de las manos no cesaban. Temía que todo ello perjudicara la calidad de su trabajo. Él se aferraba al hilo invisible que lo unía inquebrantablemente a sus víctimas. Eran lo más sagrado para él. Por nada del mundo se permitiría defraudarlas.

29. Edad amarilla

Entre enormes girasoles de un amarillo ceniciento, la niña de gafas sonríe, escondiendo el vacío que dejó la reciente pérdida de uno de sus dientes. Y se encoge entre las enormes flores ya resecas y cargadas de semillas.

Parece que su blanca piel de invierno empezara a colorearse por el efecto del sol del verano del sur. Que pica más que el del año pasado.

‘¿Nos podemos ir ya?’, parece preguntar, incómoda.

Desde detrás del objetivo se oyen varios clics y una admiración muda del paisaje, revisitado tras un largo año de espera.

Mientras, el calor sigue subiendo como si no hubiera límites en la escala Celsius.

En el álbum la foto, revelada en un verano sin fecha concreta, continúa amarilleando. Como la infancia, tan lejana, que se oculta tras las abrasadas flores del campo.

28. Hikikomori (fuera de concurso)

Hoy, María ha desobedecido sus instrucciones y, mientras parloteaba sobre mohos oscuros y efluvios malignos, ha descorrido las cortinas del cuarto y ha abierto las ventanas. El olor a primavera, la luz de abril, el sonido a vida y el calor dulce de un rayo de sol han invadido la estancia arrancándole una lágrima para la que ni él mismo estaba preparado. Durante noventa segundos se ha permitido saborearla en silencio, antes de vociferar que cerraran todo de nuevo.

Minuto y medio. Más que la última vez.

27. El amor de su vida

Solo piensa en Blanca, en los sueños cumplidos y en aquellos que se precipitaron por el desagüe del para después, “para cuando tengamos tiempo”. Y ahora que el peso del ocio ha encorvado su espalda, ella no está.

Solo piensa en el primer encuentro. En su  falda de nube de algodón que el viento moldeaba en cada descenso de la montaña rusa. Fue Luis quien se la presentó al bajar de la noria. A ella y a su amiga Silvia. Pero sus ojos se detuvieron en Blanca nada más.

Solo piensa en volver a verla —como si los espíritus pudieran regresar—. Y sus zapatos, autónomos, le conducen al viejo parque de atracciones. Un dinosaurio oxidado donde la noria, aunque inservible, sigue en pie. Sube y la rueda comienza a girar y a girar.

Solo piensa en que termine el viaje para conocer a las dos chicas que esperan junto a Luis. En cuanto sus deportivas pisan el suelo, sus ojos se detienen en la más atractiva y enseguida la invita a la montaña rusa. Mientras ella camina delante, observa lo bien que le sientan los vaqueros. No lo duda, ha encontrado al amor de su vida. A Silvia.

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