Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

38. La travesía

Mientras se despide en silencio de sus padres y se hace sitio en la embarcación, contempla Malek el cielo estrellado y sonríe, ilusionado, imaginándose con la camiseta del Olympique de Marsella, metiendo un gol decisivo y siendo aplaudido durante varios minutos por un estadio a rebosar de aficionados.

―Nada podrá pararme ―había dicho testarudo a sus padres.

Lleva en la mochila almendras con miel, pan de maíz, tres naranjas, higos deshidratados. En los bolsillos interiores, envueltos en paquetitos que la madre ha forrado con mucho celofán para que no se mojen, ha metido el padre el documento de identidad, el móvil, unos billetes de veinte euros y una libreta con teléfonos de parientes y vecinos que viven en algún lugar de Francia o España. Sobre las mudas y calcetines, un odre con cuatro litros de agua, pues aunque se supone que serán solo unas horas de viaje, por si se complicara. Porque los tres han oído, aunque ninguno habla de ello, de olas de cinco metros que se forman a veces en medio del Estrecho, que avanzan amenazantes y pueden desestabilizar una lancha de goma sobrecargada, hacerla zozobrar, arrojar al agua a Malek, dejarlo a la deriva en el mar.

37. Un camino difícil

Marie compró una entrada para la última función del circo en la ciudad. Podría haberse ahorrado el dinero, unos días antes formaba parte de la compañía circense. Era la trapecista estrella. Pero esa tarde, Marie prefirió la discreción, solo quería despedirse de François. Él había decidido continuar la gira, ella quedarse y establecer allí su residencia.

A las seis apagaron las luces, quedaron dos trapecios iluminados sobre el escenario. Sonó la música, en un trapecio subía François y en otro Juliette, una joven acróbata con gran parecido a Marie. Quizás por eso, Marie sintió náuseas al verla. La figura de Juliette era perfecta. Marie se vio a sí misma junto a François llenando el espacio, moviéndose al unísono, conectando con el escenario, con el trapecio, con el público que aplaude cuando François recibe a Juliette en su trapecio. Ahora, Marie siente un pinchazo en el vientre. Los ve impulsándose, dejándose caer, sus piernas meciéndose entrelazadas. Más impulsos. Más balanceos. Más aplausos. Marie siente un mareo, se levanta y, tambaleándose, busca la salida.

Ya fuera, Marie creyó precipitarse al vacío. Inspiró. Luego, soltó el aire lentamente mientras se alejaba del circo con una nueva vida en sus entrañas.

36. Esta brillante soledad

Mi guitarra está muda. No sale ni una nota entre sus cuerdas. Y me desespero. El fin del plazo para entregar las nuevas letras se acerca, amenazante. La miro como si no la reconociera. Después de tanto tiempo juntos…

‘Veo una estrella brillante’, vaticinó el gerente de la compañía el día que firmamos nuestro primer contrato. Éramos cuatro, pero lo dijo mirándome a mí. Los demás no le importaron lo más mínimo. Tardó poco en echar esos culos piojosos de los estudios de grabación a la calle.

Al año siguiente mi nombre, adecuadamente modificado para dar una sonoridad más comercial, figuraba en el top ten de las listas de ventas. Un sueño. Ya era una estrella de la canción.

Dediqué mi primer disco en solitario a mi grupo. A mis amigos de siempre. Entusiasmado por mi triunfo, envié un LP con una carta personalizada y firmada para cada uno.

Ninguno respondió.

Ni un ‘¡Tío, eres grande!’

Ni un ‘¡Enhorabuena, Artista!’.

Nada.

Ahora deambulo en solitario por este camino que soñaba, deslumbrado, lleno de música, felicidad, éxitos, fama…

Pero mi buena estrella parece debilitarse, al callado compás de mi guitarra. Que tampoco me contesta.

35. Luminarias

─¡Abuelo, abuelo, corre, ven! ¡La estrellita más pequeña se ha perdido!

La chiquilla tiraba de la mano del abuelo, arrastrándolo hacia la ventana.

─Bueno, bueno ─sonrió el hombre─, vamos a ver donde se ha escondido esa pequeñaja.

─¡Mira! Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis… ¡Falta la última! ¡La más pequeñita! ¡No está!

Cada noche, Sofía buscaba en el cielo la Osa Mayor. Era su constelación favorita. Una familia de siete estrellas que recorría el firmamento en busca de aventuras y ayudaba a los viajeros a encontrar su camino, le había contado el abuelo el día que las vio por primera vez. Desde entonces, antes de ir a dormir, ella les hablaba en silencio e imaginaba lo bonito que sería acompañarlas.

─Tranquila, cariño. Vamos a buscarla bien.

Una lágrima rodó por la mejilla de la niña.

─¡Ay, abuelo!, ¿dónde está?

─¿Ves esas nubes que tapan un poquito el carro? Seguro que ha ido a jugar con ellas, no te preocupes.

Una ráfaga de viento sopló fuerte, traicionando el escondite de la estrella.

─¡Mira! ─palmoteó con alegría la pequeña─ ¡si estaba ahí, detrás de la nube! ¡Será traviesa!

Cómplice y llena de historias, la Osa Mayor teñía de magia las alturas.

34. Romanticismo tardío

Doroteo envió desde las antípodas un mensaje a su amada en un avioncito de papel. Podría haberlo lanzado con fuerza y subido a un lugar elevado, pero confiaba tanto en el poder cósmico de su amor que lo hizo desde la misma orilla del mar y sin mucho brío. El caso es que todo le fue saliendo bien. Pronto una bolsa de aire templado le hizo ganar altura y los vientos impulsaron después su vuelo a una estimable velocidad; también las corrientes guiaron su rumbo en la dirección adecuada, la lluvia y la nieve se detuvieron a su paso, las aves que fue encontrando le ofrecieron vórtices amables en los que cobijarse…, de manera que poco a poco fue dejando atrás tierras y mares, salvando montañas, sobrevolando desiertos y valles, alternando luz y oscuridad durante meses, hasta caer una tarde mansamente, ajado y exhausto, frente al nicho recién sellado de su destinataria.

Los asistentes al entierro empezaban a abandonar el cementerio cuando aterrizó. Uno de ellos lo aplastó con el zapato mientras hablaba distraído a su acompañante. «Una verdadera pena —le decía—, tan joven y bella como era». «Murió de tristeza —acertó a decir el otro—, encerrada noche y día junto al teléfono».

 

33. A MÍ TAMBIÉN, AUNQUE NO LO CREAS (Rafa Olivares)

Frances siempre soñó con triunfar en el cine. Desde bien joven quedó deslumbrada por las estrellas de la pantalla y se propuso ser una de ellas, si bien, sus encantos físicos estaban muy lejos de los cánones de cualquier época. Siendo generosos podría decirse que tenía una belleza más bien abstracta. Ello no mermó ni un ápice su ilusión y su afán.

Con los ahorros, que consiguió reunir sirviendo cafés y tortitas de maíz en la cafetería de una perdida gasolinera de carretera en Illinois, sacó un billete de autobús y se plantó en Hollywood dispuesta a realizar su sueño. Pronto descubrió que para ello tendría que pagar ciertos peajes sexuales y, en su caso, las oportunidades quedaron limitadas a libidos muy desesperadas de productores de menor nivel. Bien que mal, a falta de virtudes estéticas, Frances se fue abriendo camino gracias a las interpretativas de las que iba sobrada. Tanto, que varios Oscar fueron cayendo en su currículum. Cuando apareció el movimiento «Me too», tuvo una primera intención de levantar también la mano pero algo la detuvo. Fue un pensamiento: ¿Para qué, si nadie me va a creer?

32. EL COMIENZO DE UNA NOCHE ESTRELLADA

 

Mi ciudad duerme la noche desapasionadamente, desposeída del resplandor de esa diosa que ilumina. Mi calle guarda un silencio que será eterno hasta que llegue el nuevo  día.

Desde la cristalera, miro el cielo sin sol y sin luna. Sé que será entonces cuando dé comienzo la gran fiesta. Todas las estrellas vienen de oriente, desde  la más pequeña a la más luminosa y  cuando llegan frente a mi ventanal, me bailan una hermosísima danza ocupando todo ese espacio sobrenatural; se divierten dando vueltas y más vueltas llenas de luz mientras algún ciprés se estira intentando acariciarlas.

La ciudad sigue muy muy quieta.

Yo no puedo dormir. Cojo el pincel, y entonces, todos los astros penetran frenéticamente en el lienzo desnudo sin dejar de trazar curvas y más curvas en el cielo nocturno.

31. ESTRELLITA

Siempre tronando contra todo, Estrellita era un torbellino de tres palmos y de piel albina, y además escritora, aunque vivía, como todos, de un oficio menos brillante y algo más lucrativo, eso sí, sin renunciar a alcanzar la fama.
—Como no lleguemos, te tragas los folios.
El plazo del concurso con el que saltar al firmamento literario vencía en unos minutos, por eso traía a su amigo el escritor JM Sánchez con la lengua fuera por esas calles, a esas horas y con zancadas impropias de una persona tan menuda. Estrellita se preocupaba por las cosas pequeñas: las tildes, los peldaños, las minúsculas, la altura del timbre, pero nunca se quejaba de su propia estatura ni siquiera cuando, llegados a la editorial, el mostrador escondía todo salvo una voz que recogía los manuscritos recitando:
—Relato, título y autora Úrsula García.
Para reconocer a su interlocutora, el empleado se deslizó sobre aquella repisa hasta descubrir una figura de aspecto improbable observándolo con gravedad.
Ya en la calle, el escritor JM Sánchez, viéndola más relajada, quiso invitarla a un café y así poder preguntarle algo.
—¿Quién es Úrsula García?
—Pues yo.
—Entonces…, ¿Estrellita?
—Dicen que soy como una enana blanca.

30. LA PRISIONERA Nº A19201

En la fila de la incertidumbre, bajo un manto de estrellas escupiendo indiferencia, Katharina obedece órdenes y  desnuda su cuerpo. Después viene el rapado. Al caer, las finas hebras de su abundante cabellera cobriza, se funden con la estrella cosida en la manga de la prenda que yace a sus pies. Siente el zarpazo del miedo que, como una herida letal, no deja de morder. Un empujón la urge a avanzar. Es su turno. Cuando la tatúan y la guían junto a las demás, va pensando en Jasibe, en sus ojos de pajarillo asustado, en su extrema delgadez. No lo habría soportado. Ella estaría en la otra fila, en la de aquellas que no merecen ni un número tatuado… Por eso no se arrepiente de haber cambiado su costoso abrigo por el suyo cuando oyeron llegar a los soldados.

 

29. Dark side Paloma Hidalgo

Seguí las instrucciones al pie de la letra, orden de añadido de ingredientes, cantidades exactas, tiempos, y mezclé con energía. El cóctel reposó durante tres días. Lo abrí el viernes noche. Nada. El mejunje grisáceo siguió igual durante el fin de semana. Sin embargo, el lunes, al volver del colegio, me encontré un grupo de Perseidas diminutas flotando en el salón, una mini nebulosa que se asomaba al espejo del baño grande, y había bastantes microsatélites acampando en el cuarto del abuelo, vacío hasta que volviera a las cinco del centro de día. Papá, lloroso, pero feliz al contarle lo que había hecho, entró en la cocina a observar la bandada de planetas bebé aprendiendo a rotar, mientras mamá, que repetía emocionada que a Laura le encantaba la astrología, estaba eufórica, también lloraba, y me abrazaba tras enterarse de que había sacado de la basura el libro de hechizos de mi hermana. Del resto de la historia, de cómo encontré de verdad la receta con la que acababa de dar una segunda vida al contenido de la urna en la que ella había acabado, siguiendo un sortilegio meses atrás, por mi culpa, es mejor que no conozcan lo detalles.

28. Apagón

Has venido a por tus cosas. Has querido que fuésemos igual de equitativos a la hora de desarmar nuestro hogar, como lo fuimos para montarlo. En la despensa solo quedaron dos cervezas de un pack de cuatro y seis huevos de una docena; en el dormitorio, el armario desvencijado busca boquiabierto su segundo cuerpo y, del edredón nórdico seccionado, tres o cuatro plumas de tu mitad se disputan, en el suelo, una esquina de las dos que me dejaste. En la biblioteca ya no ha sido reparto, ha sido matanza. En equilibrio inestable sobre serrín de estanterías, los libros agonizan, desmembrados, desvalidos, no son más que mitades de historias y prólogos. Te miro desde la ventana escondido tras un jirón de visillo. Es de noche. Te veo «entera» cargando el maletero de tu coche, mientras yo me encuentro roto. Entonces voy a por el destornillador de estrella, me subo en el alféizar y, aunque creas que aún te quedan muchos astros en tu cielo, uno a uno los iré aflojando.

 

27. Gotas de esperanza para un planeta moribundo

La oscuridad ha borrado el nombre de las calles. Y, abandonados en las aceras, se encuentran grandes arcones de titanio que, cargados de reliquias, parecen aguardar el momento de emprender el último viaje.

El Sol se escondió hace ya décadas y tras él la Luna y los colores, pero según aseveran los viejos cosmonautas que nos instruyen, las estrellas siguen ahí, suspendidas en la espalda de las nubes. Y nos esperan. Hoy, mientras escuchábamos sus cuentos, el llanto de un recién nacido nos ha arrancado un suspiro, y unas gotas de colonia fresca han salpicado de esperanza el aire opresor de este maldito búnker. Después, sin más herramientas que nuestras quebradizas manos y una mochila de agua y oxígeno, hemos continuado trabajando en la construcción de la nueva nave.

Algunas veces, el resentido que me habita quisiera enfrentarse al Comité de Sabios. Sus decisiones imprudentes nos han negado el sosiego de la lluvia y el consuelo del paisaje, y ahora pretenden empujarnos, con engaños, a soñar sus quimeras. Sin embargo, aunque mi pulso se agita en la penumbra, entibio la mirada y callo: me falta valor para desvanecer la ingenua fascinación de mis compañeros. Además, ya casi no queda colonia.

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