Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

66. Los retornados

Juanito, el hijo pequeño de los vecinos, fue el primero en regresar y salvo por la mirada perdida y el color cetrino de su piel, parecía normal.

Sus padres, que tras su partida habían quedado paralizados en el tiempo, retomaron sus rutinas diarias. Regresaron al trabajo, llevaron a sus otros hijos al colegio e incluso volvieron a sonreír. Todos parecían felices, todos menos Juanito, que era como la pieza que nuca encaja en un puzzle.

Tras él, regresaron muchos más, y todas las familias esperábamos ansiosos la llegada de alguno de los nuestros.

En casa, regresó la abuela. Al principio me puse muy contento ya que apenas era un bebé cuando se fue, pero enseguida me di cuenta de que la señora de mirada fría que ahora ocupaba el sillón principal del salón, no era la misma anciana adorable que yo conocía por fotos.
La carne apenas cubría su esqueleto y desprendía  un olor insoportable. Mamá lo achacaba a los años que llevaba enterrada y a qué había regresado en el mes más caluroso. Para tranquilizarme me prometió que todo mejoraría con los primeros fríos del otoño, porque los calores no son buenos para estas cosas, decía.

65. Piel de dragón

Hay rabia en cada golpe de martillo. Vuelan las chispas del metal y las gotas de sudor de su cuerpo. Tiene el brazo entumecido, el hombro agarrotado, la espalda dolorida. Jadea, pero continúa.
Tras devolver la pieza a la fragua, bebe un trago de aguardiente y escupe las últimas gotas hacia las brasas. El fogonazo araña las cicatrices de su piel y atormenta sus ojos. En la llamarada cree ver a su demonio. Da un paso atrás y remueve el carbón con el atizador. Restriega su frente con el antebrazo, recompone los vendajes de sus manos y ajusta el delantal de cuero sobre su cuerpo lacerado.
Vuelve al yunque. Golpea una y otra vez hasta que tiene la última pieza forjada con trozos de escamas de la bestia alada. Se viste con la armadura y se acerca al fuego. Sonríe. No siente el calor; tampoco sentirá el aliento abrasador de su enemigo.

64. Recaída. (montesinadas)

Ella nunca se enamoraría de mí. Lo sabía, pero no me la quité de la cabeza desde la primera vez que la vi. Yo no era su tipo, no pertenecía a ese mundo de jóvenes imberbes que la mariposeaban. Tampoco tuve, en todo el tiempo que la seguí, el valor de explicarle mis sentimientos, aunque forcé ocasiones para ver si cruzábamos alguna palabra. Sólo aquel día que me pidió un cigarrillo. Era demasiado joven, pero se lo di y al encenderlo me miró. “Tenía que ser mía”.

Con todo preparado: el sótano bien limpio e insonorizado, un camastro, cuerdas y la cerradura nueva, la llevé hasta allí, no recuerdo con qué engaño. No le valieron los gritos, ni el llanto, ni sus falsos intentos de seducirme. A las dos semanas me detuvieron y fui condenado por secuestro y asesinato. Seguro que has visto mi foto en los periódicos.

Hace un mes salí de la cárcel y he regresado a casa, no tengo otro lugar. Todo sigue igual que el día que me detuvieron. He cumplido, estoy viejo y enfermo y no puedo explicarme por qué estoy siguiendo a la chica nueva del súper.

¿Habrá empezado todo de nuevo?

63. Fuego en el cuerpo

Hay incendios que pueden durar una vida entera. Cuando llega la hora siento la inquietud de los animales ante las llamas. Me deslizo por el pasillo y llego a tu habitación sin aliento. Nos buscamos en la penumbra, mis sentidos te eligen por aclamación. Forcejeamos con el pudor hasta ponerlo en vergüenza. El somier protesta, desconcertado tras una vida sin sobresaltos. Ignorando el golpeteo rítmico del cabecero contra la pared, nos emulsionamos hasta lograr una textura uniforme. Alcanzamos el punto de inflexión, el de ebullición, el de nieve y el de no retorno. Con las urgencias de la edad no tomamos precauciones. Intento un repliegue táctico, pero cortas mi retirada con una maniobra de piernas envolventes digna del mejor Bonaparte. Perdemos la cabeza y caemos por la madriguera del conejo blanco, donde un sombrerero aterrado nos advierte que tengamos cuidado con la cabeza. Antes de la pequeña muerte vemos una luz y, ante nosotros, pasan fugaces todos los polvos de nuestra vida. Me invade el deseo de quedarme, de esconderme del mundo contigo, pero vuelvo a mi habitación venciendo el desamparo de mis rodillas. En la residencia de ancianos «Nuevo Atardecer» las normas son muy estrictas.

62. El plan. Paloma Hidalgo

Salió de debajo de la mesa con cuidado, sin rozar las piernas de los mayores. Una vez en la cocina se subió a una silla y cogió un vaso, necesitaba beber. En el salón alguien lloraba de nuevo, podría ser la abuela. O la tía Águeda. Bebió deprisa. Al volver, se cruzó con su padre en el pasillo, satisfecho creyó que sus ojos hinchados ya no le veían porque él también estaba muriéndose ya. Echó a correr. Tenía que darse prisa en llegar a su escondite, y acabar de comerse los cigarrillos que aún le quedaban de los cinco paquetes que encontró en la mesilla de su madre. Quizá, como ella solo gastaba dos paquetes al día según su padre, para la hora de cenar ya estaría muerto. Y ya no importaría que ella no pudiera regresar.

61. Cópula canicular (Aurora Rapún Mombiela)

La primera gota de sudor cayó encima del labio superior y no resbaló ni se deshizo. Curioso. La segunda, sobre el pezón. Esa sí se resquebrajó. Las otras ya no pudo observarlas. Lástima. El bochorno era insoportable y tenía que apresurarse. Debía borrar las huellas y deshacerse de ella antes de que empezase a oler. Los calores no son buenos para nada.

Ni para deseos, ni rechazos. Ni para mártires, ni verdugos. Ni para los vivos, ni para los muertos.

60. AA

Tengo guardados en mi móvil, con dos aes delante, los contactos a los que quiero que avisen si sufro un accidente: mi padre y mi madre. Al abrir la agenda, veo las fotos que les hice y puse junto a sus números. La de él, con su mirada de siempre, tan poco fotogénica como tierna y sincera. La de ella, con una sonrisa forzada y los ojos muy abiertos, su típica expresión ante una cámara. Después la pillé desprevenida y le hice otra en la que se parece mucho más a ella. Sin embargo, me dijo que en esa no se reconocía, que le gustaba más la anterior, que no la cambiase.
Mi padre se fue una madrugada de hace siete años sin hacer ruido, lo habitual en él. Mi madre hace cinco y, aunque se tomaba tiempo para sus cosas, también lo hizo de repente. Desde ese día me acompaña un amargo sentimiento de orfandad. Pero se me pasa en cuanto me dejo atropellar por un coche. Los llaman y enseguida aparecen. Me incorporo entonces sin un rasguño, mientras me recuerdan que, la próxima vez, me asegure de que esté despejado, pues apenas tienen cobertura cuando hay muchas nubes.

59. Reescritura pandémica (Josep Maria Arnau)

—¿Hay alguien en casa? —repitió desde el interfono ubicado al lado de la puerta blindada.

Volvía tras meses de penurias. Había malgastado la herencia que le avanzó su padre y regresaba porque conocía el relato bíblico. El viejo poco le importaba, pero confiaba en el desenlace. Solo tenía que seguir el guion, ya estaba escrito lo que diría suplicando la misericordia paterna: “Pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Para su sorpresa, la voz que respondió por el interfono fue la de su hermano mayor.

—Veo que has vuelto. Nuestro padre lo celebraría con una fiesta. Pero hace tiempo que están prohibidas y él está enfermo por culpa de gente como tú.

Entonces la puerta se abrió y aparecieron dos guardias de seguridad. No pudo escapar, fue detenido por no llevar mascarilla.

58. REGRESO (Juan Manuel Pérez Torres)

Yo quería verla otra vez. Y charlar con ella sin prisa, sin despertador, sin campanas que dan las horas, las medias y los cuartos y a veces tañen sin explicar el motivo. Verla y charlar, sin cortapisas, sin condiciones ni obligaciones. Estar con ella y prescindir de todo, incluso del recuerdo.
Cuando llegué fui tratado con naturalidad y cortesía, a pesar de que no me esperaban tan pronto. Expliqué cómo había comprendido que el transcurso del tiempo, como un río, había acentuado notablemente el lento discurrir de su ausencia y que, de forma paulatina, simultáneamente inundaba en aluvión el cauce de mi alma con el creciente anhelo del encuentro. Y que esta era la única forma de conseguir que mi marcha, en realidad fuera, para mí, su regreso.

57. Algo había cambiado

Tras una larga ausencia, se sentó a tomar un café en el bar de la plaza del pueblo. Parecía que no hubiera pasado el tiempo: el camarero era el de siempre y la clientela, con más canas y algunas ausencias, la habitual, el sol comenzaba a alumbrar tímidamente la fachada rosa de la casa de enfrente, las farolas aún permanecían encendidas dando un ambiente cálido a la plaza, solo roto por el ruido de algún coche o el ladrido de un perro, y las palomas revoloteaban alrededor de la fuente.

Terminado el café, dejó unas monedas en la mesa, cruzó la plaza entre los naranjos y las cuatro palmeras que delimitaban la zona ajardinada, y se acercó a la esquina, al puestecillo en que de niño compraba chucherías y, pasados los años, el único cigarrillo que la salud y su familia le permitían, y que se fumaba con el anciano quiosquero, mientras mantenía una intrascendente conversación sobre fútbol o el tiempo.

Al llegar a la esquina y ver el quiosco cerrado, notó el profundo silencio de la ausencia, y su desazón se convirtió en añoranza.

56. De vuelta al hogar

«Lo hemos tratado como un hijo más pero…» en esa parte desconecto y pienso en el padre Luis, su vara y su cara de rabia y odio cada vez que me ve de vuelta. Ya es mi quinta casa de acogida y se han portado muy bien conmigo, pero yo sólo quiero estar con mi madre y aguanto lo que haga falta para regresar junto a ella. Sor Inés, que siempre me busca buenas familias, les pide disculpas apenada mientras con disimulo me lanza dolorosas miradas de decepción. Aunque con el paso del tiempo es más bien  miedo lo que veo en sus ojos porque cada vez es más evidente nuestro parecido.

55. Delicias navideñas (María Rojas)

 

La Navidad que pasamos con Claudio fue fenomenal.
Amada asó una pavita que le quedó de rechupete.
Armando hizo el árbol de Navidad, el alto, el que casi llega al techo, el que no sacábamos desde el año en que mamá desapareció de un golpe de calor. Lo decoramos con pastelitos y frutas que nos fuimos comiendo día a día.
El veinticuatro, Claudio nos dio unos regalos increíbles. Bailamos reguetón y él nos cantó rancheras y blues.
Entramos en shock, qué swing, que voz tan espectacular. A las tres de la mañana nos fuimos a la cama. Todos contra Claudio y Claudio con todos.
A las dos de la tarde nos despertamos, pero el problema fue que Claudio no lo hizo. El tatuaje del alacrán de su pene estaba morado y con el aguijón para abajo.
Para que regresara, para no perderlo fue que decidimos meterlo en el arcón de los congelados del sótano, encima de mamá.

 

 

 

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