Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

63. Frenesí (Juana María Igarreta)

¿Quién puede esperar que en el mínimo espacio del botón de un ascensor germine la semilla de una pasión desaforada?

La casualidad hizo que dos índices chocaran al pulsar aquella pequeña esfera luminosa. Pegados a esos dedos estaban Arturo y Germán. Tras sendas disculpas intercambiaron miradas. Arturo, al observar a Germán, deseó quedarse a vivir en él; sus musculosos brazos se le antojaron firmes muros en los que guarecerse. Germán no pudo evitar ruborizarse ante aquellos escrutadores ojos negros.

Presos de esa pulsión propiciaron sus encuentros un día tras otro, descubriendo los recovecos más insospechados de aquel inmenso edificio de oficinas. Encapsulados en una suerte de escafandra de amor irracional se olvidaban de quiénes eran y dónde estaban; su estado civil, posición social y demás etiquetas convencionales se disolvían como pastillas efervescentes en medio de aquel frenesí.

Recobrada la calma, regresaban a sus puestos de trabajo que compartían en la misma empresa multinacional. Arturo era un alto directivo que gozaba de un enriquecedor presente; Germán, un becario que, bajo las órdenes de muchos Arturos, trataba de esquivar un empobrecedor futuro.

62. Vuelco al corazón

Cada vez que atendía un servicio se desdoblaba. Ya no era Rosario, la chica que trabajaba para pagarse los estudios y ayudar en casa, sino Gigi, la domadora de bestias. Destilaba sexo y poder con aquella ropa mínima y botas de látex que daban vértigo. Mantener ambas fachadas era un juego excitante que la hacía sentir viva, le aceleraba el pulso… hasta el día en que llegó a la habitación del hotel y quien le abrió la puerta fue su padre.

61. Enamorados en bronce

Mientras sonaban los últimos acordes de la orquesta, las farolas de la plaza se rendían al horizonte recién estrenado. La penúltima copa endulzaba el aire fresco. Entonces, te tomé de la mano y acerqué tu cuerpo al mío.  Te susurré al oído que me gustabas y nos miramos hasta rozarnos el alma. Tan feliz estaba que, inocente, pedí un deseo. El universo, borracho de magia, me lo concedió.

 

60 Amor del bueno (Rosy Val)

«Esta vez lo celebraremos por todo lo alto», pensaba Ramiro mientras salía de casa con su colección de sellos —hobby que convirtió en pasión cuando le despacharon de la fábrica y decía amar casi tanto como a Tomasa—. A ella, lejos de enojarle, le encantaba verlo con su álbum, pasando sus hojas y las horas, menos cuando centraba su mirada en unos huecos de la tercera y quinta fila de la décima página. Huecos que, animada por la celebración de sus cuarenta años de casados, pensaba llenar. Aunque tuviera que buscar debajo de las piedras. 

Hallarlos, descubrir que no le alcanzaba para adquirirlos y acordarse de su colección de Samsonites… la que aguardaba en el desván y que nunca pudieron estrenar a causa de incontables biberones y pañales; extraescolares de matemáticas, francés y judo; madre y suegra que enviudaron con un mes de diferencia y una operación de rodilla y dos de cadera; fue todo uno.

Cuando llegó el día del intercambio, Ramiro, con ojos conmovidos, admiraba esos diminutos cuadraditos que llevaba media vida buscando. Tomasa, con los suyos como platos, sostenía en sus manos un colorido folleto del crucero que llevaba media vida deseando.

59. Sin remedio (Josep Maria Arnau)

La mujer que deseaba se le resistía. Se llamaba Roxanne, era romántica y culta. Vivía rodeada de libros. Él estaba desorientado y, siguiendo el consejo de sus amigos, empezó a mandarle cartas con sus anhelos más íntimos. Todos sus intentos quedaron sin respuesta. Aunque los libros no eran lo suyo, buscó en ellos hasta que encontró una historia inspiradora.

Después de darle muchas vueltas, tomo una decisión y acudió a la consulta de cirugía plástica. Al conocer sus motivos, el especialista desaconsejó la intervención. Decepcionado, recorrió numerosas clínicas con idéntico resultado. Cuando ya estaba a punto de rendirse, encontró a un cirujano que accedió a su extraña petición sin preguntar el porqué.

El día que le sacaron el vendaje había una gran expectación en la clínica. Él se miró en el espejo y comprobó satisfecho que ya tenía su gran nariz. Pidió papel, cogió el bolígrafo y empezó a escribir ante los atónitos ojos del equipo. Era la enésima carta de amor para Roxanne. La enfermera accedió a leerla y se sonrojó; después mencionó aquella devastadora palabra: «ortografía».

58. Amor loco

Dicen que mi locura es la del niño, la del hombre que mira las cosas con la inocencia primera. Lo muestra mi boca, propensa siempre a babear de contento, y lo cuentan mis gestos desmedidos, como de párvulo en el recreo. Nono dice que mis padres me encerraron aquí por eso, porque se me nota mucho que no estoy bien. Para Clara, en cambio, el motivo está en mis ojos, inquisidores a su modo, por su mirar impávido y escrutador. A mí me hace gracia eso de impávido, y me río hasta caerme del asiento cada vez que lo dice. Aunque eso ocurría antes, cuando ella podía hablar.

 

No pienso en otra cosa mientras oigo los gritos y ladridos de mis perseguidores. Dejo caer un blíster vacío al voltear la colina y sigo corriendo. Tomo aliento al iniciar el descenso. Rebusco en mis bolsillos y suelto un botón dorado. Aún me quedan varias tizas de colores y una concha de nácar; suficiente para alargar el juego un poco más, para llegar hasta la vieja higuera y recibirlos a pedradas bajo su sombra.

 

Quizá mañana, cuando a mí también me hayan trepanado la sien, Clara pueda mirarme de frente sin avergonzarse.

57. ¿Podrás perdonarme?

¿Cuerdo, loco?, ¿dónde está el límite que los separa?, ¿quién puede juzgar si las razones por las que estoy aquí son buenas o malas?, ¿acaso no están peor los que dirigen el planeta?, ¿sabes cuántas veces he pasado a tu lado?, ¿sabes cuántas me has ignorado?, ¿lo sabes?

¿Ya es la hora?, ¿has dejado de grabar a sesión?, ¿puedo acercarme a que te cuente un secreto? ¿Hay mayor locura que la que se comete por amor?

56. FRENTE A FRENTE

Nos juramos hace mucho tiempo que, llegado el caso, sabríamos estar en nuestro sitio, sin derrumbarnos ante lo irremediable, pero esas eran promesas de enamorados y no palabras meditadas. Llevamos juntos tantos años que apenas recuerdo cuándo nos casamos, éramos tan jóvenes que seguramente estábamos aún solteros. Por entonces, aunque se intuía, la guerra era una idea absurda que no llegaría a enfrentar a nuestras familias. Hoy, tantos años después, estamos ante ese juramento de lealtad, frente a nosotros mismos y nuestros fatuos juramentos.

El alba llega y puedo sentirla aún fresca y oliendo a su jabón de heno. La noche se me pasó como en un parpadeo, y ahora, al amanecer, el primer pelotón entra encabezado por la carcelera, tras la que vienen las condenadas, todas tristes, salvo mi amada, a la que veo sonreír serenamente en el extremo del cañón. Ella, que aún puede sonreír, me indica con la mirada que se siente en paz. Qué menos habríamos podido desear en ese trance.

Con el ojo puesto en su corazón, me despido de ella sin una lágrima, como ella me hizo prometer muchos años antes.

55 . MUNDO VIRTUAL, O NO (Isabel Cristina)

Con la última aplicación creada, visitaron decenas de planetas en modo realidad virtual. Los jovencísimos amantes, convencidos de su amor eterno, diseñaron un astro con la edad y tamaño adecuados para ellos. Allí desgastarían su tiempo terrícola besándose, acariciándose y haciendo el amor en cualquier lugar del firmamento.

En su navegación figurada a través del universo, atravesaron nebulosas y constelaciones. Ella quería un planeta que tuviera hermosos atardeceres y pequeñas estrellas, de esas que pestañean a cada segundo; a él le ilusionaba poseer un par de satélites  luminosos dando vueltas y más vueltas.

Tomaron la determinación de ir hasta Washington DC para solicitar ayuda en la Administración Espacial Aeronáutica.  Ninguno de sus investigadores científicos  recordaba un planeta con esas características.

Nuestros amantes, ya en modo realidad, se  desencantaban y sus ojos que habían entrado  llenos de “brilli brilli” empezaban a verse angustiados mientras seguían  devorando imágenes y más imágenes de planetas. Un viejo ingeniero aeronáutico esperó el momento oportuno para decirles:  “Un amor, cuando es verdadero, puede durar toda la vida”;  ellos, huyendo de la tragedia, aceptaron y guardaron en el bolsillo de las promesas, la que les hizo ese hombre: “Contactaré con vosotros en unos años. Seguiremos investigando”

54. Efecto letal (Alberto Jesús Vargas)

Su marido me contrató para que la vigilara. “La dejo demasiado tiempo sola y no me fío”, me dijo. Cuando me mostró su foto deseé fervientemente que aquella Rita Hayworth de mirada peligrosa estuviera dispuesta a ser infiel con un tipo como yo, un triste detective que pretende parecerse a Humphrey Bogart.

A ella no quise engañarla y desde el primer momento puse las cartas sobre la mesa. Su despecho facilitó que nos hiciéramos amantes y tras algún tiempo jugando a dos barajas, comprendimos que su marido estorbaba para nuestros planes de futuro. El arsénico, nuestro cómplice perfecto, suministrado en pequeñas dosis fue ejerciendo su efecto letal. Fatiga, inapetencia, hipertensión… Pero el muy cretino, achacándolo todo a la ansiedad provocada por sus turbios negocios, decidió liquidarlos y dedicarle más tiempo a ella.  Para empezar, se marcharon juntos a pasar un par de semanas en el mejor balneario de Hot Springs.

A su regreso a Chicago, hace solo tres días, la encontré exultante, con un brillo distinto en los ojos. Yo,  loco de celos, dejo escrito este relato ahora que me siento morir tras beber de esa botella de bourbon que, escondida en la maleta, me trajo como souvenir.

53 Dolor de amor (El Moli) Fuera de concurso

Y si, Tiburcio era buen tipo, un tanto falto de carácter o quizás demasiado tímido. A pesar de sus más de cuatro décadas nunca el amor llamó a su puerta, ya eso no lo preocupaba, solo observaba a las parejas imaginando como sería tener a alguien con quien intimar.
El tiempo solo transcurría en monotonía hasta aquella noche, no supo cómo ni porque pero allí estaba sola y lo miraba, no supo que hacer y permaneció sentado en la mesa de aquel bar, ella se arrimó pidiendo permiso para sentarse, él sin dudarlo accedió.
Era tan blanca, casi etérea, el mohín de su rostro al presentarse lo cautivó, los ojos eran tan claros y su cuerpo una tentación, obnubilado no pudo articular palabras, ella en cambio alabó su cuerpo varonil y aire de hombre de mundo que irradiaba, él solo atinó a agradecer, luego la charla se hizo más fluida cuando caminado bajo la arboleda se fueron conociendo aún más, ella aceptó la invitación de conocer su casa donde el juego sexual se intensificó, la luna cómplice se ocultó tras una nube.
Tiburcio sintió tocar el cielo con las manos, ciento de imágenes eróticas cruzaron por su mente, sería un noche inolvidable, hasta que apareció aquello, sus ojos no podían creer lo que veían, buscó desesperado una salida pero no había por donde huir, su suerte estaba echada.
Recordó que alguien dijo que el amor duele, pero no imaginaba que fuera tanto…

51. Estragos

Tras media vida preso por defender la paz en un país contaminado de guerras, Manuel regresa donde dejó su corazón. Le ha costado reconocer el pueblo. Ya no es aquel lugar de las dos de la tarde bañado por una luz llena de colores, envuelto en aroma a canela y miel. Ahora huele a tierra mojada, a sumidero de sueños. El gris plomizo pinta de lamentos las fachadas y los relojes marcan la medianoche. Apenas hay gente. La poca que se cruza va deprisa, con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos, como escapando de una tormenta. Cuando llega a la casa de María, golpea la aldaba con suavidad y le abre su madre. Ha envejecido lo menos cien años. Sus ojos lo observan extrañados primero, sorprendidos luego. Lo acompaña al cuarto en el que María, sentada en una hamaca, lo lleva esperando una eternidad. Está deshilachando lo que parece un traje de novia. Manuel la llama por su nombre. Al escuchar la voz, levanta su cabeza y le derrama una mirada fría, ausente. Después, sigue con su labor. Manuel entonces queda atrapado en un pozo de angustia, confuso, sin saber que ha llegado después que el olvido.

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