Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

72. Tralará

Por el mar corren las liebres, dicen, y todos asienten. Aquí nadie se molesta en parpadear. Ayer vi a un hombre pescando estrellas con un cazo de sopa. Las metía en un cubo oxidado y las vendía a la entrada del pueblo. “Luz fresca, recién pescada”, gritaba. No miraba a nadie a los ojos. El que vendía humo tampoco.

En el monte crecen sardinas en racimos. Hay que cogerlas al alba, antes de que echen a volar. La última vez que fui, volví con las manos vacías y la boca llena de sed. “¿Y el hambre?”, me preguntaron. “Lo perdí por el camino”, mentí. En realidad, siempre va conmigo.

El campanario de la iglesia da las tres y caen avellanas del cielo. No es un milagro. Aquí todo cae: las piedras, las horas, los silencios incómodos. “Es la temporada”, dice el párroco mientras barre. “Ya saben cómo es Dios”. No sé cómo es Dios, pero sé que a veces pisa fuerte y otras veces no pisa.

Ahora que vamos deprisa, nadie cuenta más mentiras. Los árboles dan manzanas de plomo y los perros ladran con voz de hombre. Pero el hambre siempre dice la verdad.

71. De vuelta al hogar

“Ya estoy en casa” se dice esperanzado el soldado Jim Thompson. Con su rostro desfigurado e irreconocible por una granada en Vietnam intenta ensayar un gesto emocionado y repite esa misma frase en un susurro. Pero por experiencia sabe que solo consigue una mueca terrorífica acompañada por el gañido de un grajo moribundo.Ya en la puerta, el felpudo mugriento y ajado no ofrece buenas perspectivas. Antes de tocar el timbre escucha una fuerte discusión entre el señor y la señora Thompson. A escondidas mira por la ventana y ve el espectáculo desolador de una pareja de borrachos tiràndose los trastos a la cabeza. Desilusionado se arranca la placa y la mete en el destartalado buzón de los Thompson. Se aleja y abre el petate. Entre una ristra de chapas identificativas, de las que cada vez quedan menos, coge una al azar. Esta vez probará suerte con la familia del cabo Chester Waterford.

70. ¿Un mundo feliz?

Mientras esperaba para hacerme una limpieza vi el anuncio de Cryospain en una revista. Prometía despertar en una sociedad idílica donde la enfermedad y el dolor habrían sido erradicados.

Desperté en el año 2125. Un robot enfermero me implantó tras la oreja un dispositivo que anticipaba mis deseos: si tenía ganas de ir al baño levantaba la taza del váter de forma automática; si me entraba el bajón me enviaba libros de Paulo Coelho. Salí a la calle con el frío de cien inviernos metido en los huesos. Había roto la cadena del frío de los recuerdos, era un zombie sin pasado, un Ulises sin Ítaca. Enjambres de drones con comida a domicilio zumbaban amenazantes sobre mi cabeza.

Tuve que volver al hospital. Los cuerpos cavernosos de mi pene habían sufrido daños irreparables que imposibilitaban la erección. El médico me tranquilizó, el sexo era una práctica antihigiénica abandonada hacía décadas, como todo lo que implicase un esfuerzo.

La ventana que había olvidado cerrar el robot de limpieza era demasiado tentadora. En la caída de siete plantas recordé cuando de adolescentes saltábamos al mar desde las rocas. Ese recuerdo salvado de la congelación, me hizo feliz.

 

 

69. SIN BARRERAS

Su DNI, por favor. El funcionario me lo solicitó sin mirarme a los ojos, distraída su atención en algo ajeno a mi persona y a todo lo que sobrepasaba la mampara de cristal que había entre nosotros. Pero todo cambió cuando leyó mis datos. Colgó el cartel de “ventanilla temporalmente fuera de uso” y salió para, en un abrazo, acortar toda la distancia que hacía unos instantes parecía una barrera infranqueable.

Salimos del edificio. Con dos cafés para compartir desgranamos, al tiempo que volcábamos el azúcar en las tazas, el resumen de lo acaecido en los años de silencio y distancia.

Perdí tu número. Y yo el tuyo. Me casé. Yo no. Dos hijos. Un perro. Aprobé una oposición. Yo probé con la pintura, pero no me fue bien. Me fui fuera, a Italia. Yo no salí de Madrid. Tengo que volver. Sí, yo también debo irme.

Seguiremos en contacto. Por supuesto. Fue algo pasajero. Un amor de verano. ¿Has sido feliz? Lo he sido.  Por cierto, estás igual, el tiempo no ha pasado por ti. Lo mismo digo.

68. A salvo en la superficie (Aurora Rapún Mombiela)

En el desayuno, masticando la aburrida tostada con cara de deleite y murmullos de satisfacción; en la casa, pasando el aspirador con brío, bailando a ritmo de la banda sonora de Cadena Cien; en el trabajo, sonriendo a compañeros y clientes por igual; en Insta, con la foto más bonita, la pose más estudiada y la felicidad más meditada. 

En el fondo, nada. Nada más que el fondo.

67. «Happy birthday to you», Marilyn

Durante algún tiempo vivió convencida de que no había nacido para ser feliz y, tras aquel aparatoso ataque de pánico que la llevó a pasar un verano entero en un psiquiátrico de Nueva York, fue DiMaggio quien la convenció de que merecía una segunda oportunidad: él se encargó de la tumba y de las flores y ella escapó por la escalera de emergencia.

Desde hace muchos años, se oculta en una ciudad tranquila al norte de España. Allí, lejos de la ilusión escénica, escribe poemas, cuida de sus gatos y, sobre todo, duerme de un tirón. A pesar del reuma y su avanzada edad, aún acude a jugar a las cartas al Hogar del Jubilado y no hay quien la gane al Mentiroso ni al Chinchón. Sigue siendo insegura y errática, pero una vez eliminada la tensión física, logró aplicar el Método y prestar su cuerpo a un nuevo personaje. Reconoce que, si en Hollywood pudieran verla con delantal y pelo cano, no darían crédito. Sin embargo, entre las arrugas de su máscara todavía conserva restos glamour. Aunque parece increíble, pronto cumplirá noventa y nueve, y piensa celebrarlo. Mientras tanto, ojea, victoriosa, la enésima publicación de su refalsada biografía.

66. Estafas al corazón

Cuando entró la videollamada, mi pulso se aceleró. Enseguida me di cuenta de que no había desconectado la cámara y mis ojos se cruzaron con las pupilas azules transparentes de aquella mujer que me acusaba de la desgracia de su hijo.

—Tú no le quieres —me decía— si le quisieras le darías el dinero para que pueda volver y casarse contigo.

Todo era mentira: la mesa camilla con el paño de ganchillo, el sillón de mimbre de abuelita adorable y la ventana iluminada con una luz artificial, como la utilería de una obra mediocre de teatro.

Cómo no iba a quererle. Aunque no nos habíamos visto nunca, su voz, sus mensajes y sus ojos verdes estaban incrustados en mi cabeza y no había forma de arrancarlos.

—Sí, mañana le enviaré los diez mil euros —mentí para dejar de sostener su mirada.

Ella sonrió levemente y terminó la llamada.

Yo llamé a la policía con la tranquilidad de que mi cuenta estaba a salvo y con el convencimiento de que mi corazón se hacía más pequeño, más duro y le iba a costar mucho superar el daño que le había causado esa locura.

65. DesENTCuentros (Operación simulación)

«¡Tócate el bolo, qué suerte la mía!», me dije al escucharle comentar que el cocido montañés estaba buenismo. Entonces le pregunté si era manchego, como yo, y al contestarme que de Albacete le di una charla sobre los orígenes árabes de su ciudad. Aproveché también, por supuesto, para hablarle de la época imperial de mi amada Toledo, y me eché a reír cuando soltó, con los ojos abiertos como platos, seguramente preso de admiración: «¡Pero pijo, cuántas cosas sabes tú!».

Así que, una vez captada su atención, y tras pegar un sorbo a la copa, me dispuse a contarle los numerosos beneficios del vino. Pero el tipo me interrumpió y se lio a hablar como si le hubieran dado cuerda. Parecía un experto en temas de vendimia, y por un momento pensé: «Ándate con el bolo colgando, que el alhaja este sabe mogollón».  Sin embargo, saqué pecho y le enumeré mis estudios en enología en la universidad de Wichita, la de Heidelberg y la de Sebastopol, y el muy bolo me miró como espantado. Aunque, por fortuna, le sonó el teléfono y se levantó de la mesa. Y yo, sonriendo al verlo alejarse, murmuré: «Ibas apañao, pájaro, para mentiroso yo».

64. DesENTCuentros (Operación evasión)

Dijo ser de La Mancha y pensé: «mira qué bien, un paisano», aunque pronto descubrí un individuo altivo y petulante y me propuse poner a prueba su actitud de entendido en todas las materias tratando de colarle una trola del quince.
Encontré la ocasión y me arrojé al vacío. El tipo, copa en mano, quería dárselas de experto en vinos. Lancé mi anzuelo: «La vid manchega absorbe un gran porcentaje de oxígeno que metaboliza por fotosíntesis, gracias a ello transforma la luz recibida por el fruto en su maduración dando lugar a una increíble característica: los velos del tinto manchego tienen un tono carmesí que coincide milagrosamente con el color de su bandera autonómica». Me inventaba todo sobre la marcha y lo soltaba casi sin respirar, con convicción de embustero redomado y sin tener puta idea de “ná”.
“Espantá” la perdiz, esperé al trofeo. El tío no se achantó, sin desmentirme, me soltó una retahíla de supuestos títulos suyos relacionados con la enología. Viéndomelas venir, simulé recibir una importante llamada e hice “fu”, como el gato. Creo que él también mentía, pero la prudencia aconsejaba una retirada a tiempo para salvaguardar la dignidad, por si las moscas.

63. TRAMPANTOJO

Mi padre me llevaba allí de vez en cuando. Recuerdo sus palabras: “Aquí todo es un engaño, la gente, animales, paisajes, objetos no son de verdad”. Yo no entendía lo que quería decir porque a mí me parecían reales y no se parecían a las trolas que nos contábamos entre las amigas. Así es que empaticé con esas mentiras porque me hacían volar la imaginación.

Solo cuando empecé a estudiar Bellas Artes me di cuenta de la farsa de la que hablaba mi padre.

Tuve que volver a visitar el Museo del Prado y ver que aquellos cuadros eran la mentira más deliciosa y artística que pueda existir. Sí, en una superficie plana había volúmenes, distancias, formas, colores, lejanías, miradas y emociones. Universos paralelos donde soñar, imaginar, gozar.

 

62. Señales (Montesinadas)

El hombre se distrae con cualquier cosa, se desconcentra: un leve picor en la nariz, una suave corriente de aire, las voces fuera de la sala… Cuando regresa, se pregunta en qué estaba pensando. Ha dejado de mirarnos a los ojos. Es evidente que ha perdido el hilo; se contradice y le cuesta volver al relato.

El cerebro está preparado para decir la verdad. En caso contrario, se fatiga, reacciona de manera insospechada y nos delata.

No sabe dónde colocar las manos, vuelve a sentir el cosquilleo, ahora en la mejilla y su cuerpo entero se gira rígido hacia la puerta, listo para la fuga. Al tirar de las esposas, la mesa se levanta un palmo.

“No recuerdo nada”, dice, pero nosotros podemos ayudarlo, darle pistas, desarmarlo con preguntas para que regrese al instante exacto en el que arrojó a su pareja al vacío. Se agita en la silla; las muñecas le sangran por el roce y grita que él no la empujó.

Unos segundos de silencio y somos nosotros quienes nos distraemos, sentimos un leve picor en la nariz, la misma suave corriente de aire y, sin mirarlo a los ojos, le decimos que hay testigos.

61. Coartada

Le dijiste a tu abuela que tampoco podré viajar a España este verano. Que un tornado ha arrasado mi casa. Y la preocupación le camufló el rubor de las mejillas. Pobrecita. Aunque no me conoce, me ha tomado cariño. A la novia americana de su nieto. A la chica de Arkansas que juega al softball, trabaja de canguro y hace prácticas en una clínica dental. Me lastima su angustia. O que te burles de ella cuando intenta chapurrear inglés usando la aplicación del móvil. Lo hace por mí. Y, a pesar de todo, te perdono cada día. Porque te amo. Incluso he aceptado el deslucido nombre de Lily. Si por mí fuera, preferiría que me llamaras Hannah, vivir en Nueva York y trabajar en una editorial donde están a punto de publicar mi primera novela. Pero te has empeñado en dibujar mi biografía con una previsible línea recta. Lo que no voy a consentir es lo de los domingos. Que comas con Alfonso en casa de tu abuela, y, mientras habláis de mí, acaricies la mano de tu amigo bajo el mantel de lino. Estoy empezando a sospechar algo terrible: que yo no existo.

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