Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

51. SAL AL BALCÓN

Al oír el vocerío en la calle, ella, que se daba ya por viuda tras el terrible episodio, se puso en lo peor y le ordenó al charcutero apurarse, salir de su alcoba y no volver por casa hasta nueva orden, porque los pioneros del espacio suelen ser desconfiados, y el marido era ambas cosas. En la NASA tampoco habrían visto con buenos ojos que la esposa del astronauta se la estuviera pegando al héroe local con un almacenero días después del azaroso despegue y sin tener confirmación del incierto paradero de la nave, quizás rumbo al hiperespacio, si no más lejos. Pero estos datos no aportan nada significativo a lo ocurrido después, menos épico aunque más noticioso, pues al anunciar su inesperado regreso con un sonoro «sal al balcón», ella recordó un viejo anuncio, y con una trayectoria parabólica perfecta, le lanzó un jamón de siete kilos que, si hubiera llevado el traje espacial, este le habría salvado de morir desfigurado y oliendo a sabores de la tierra. En suma, que este relato nos sirva de lección y, en casos así, no nos dejemos llevar por la primera musiquilla que se nos pase por la cabeza.

50. ANTES MUERTA QUE SIN VIDA (Edita)

 

Aburrida de aburrirse y no tener a quien contárselo, toma una drástica decisión: convertirse en titular de los informativos. Ordena el piso, se ducha, viste el traje nuevo y se despide de los peluches longevos y del consolador en desuso, sus mejores amigos. Sale al balcón. Cierra la puerta vidriera con un golpe preciso. Usa ingenio y gran esfuerzo para encaramarse a la barandilla. Está a punto de realizar el acto más importante en su vida. Tiembla de emoción. Justo cuando va a lanzarse, recuerda que no ha sacado la ropa de la lavadora. Retrocede, pero el cierre de seguridad, cuya función era evitar el acceso a intrusos desde el exterior, le impide entrar en casa. Ese contratiempo la desalienta. Empieza a dudar. Reconsidera el asunto. Mira alrededor. Hay varias plantas bien cuidadas, alguna incluso tiene flores. Siempre quiso hacerse vegana, aunque le faltó valor. Esta es la ocasión perfecta. Se alimentará de hojas y pétalos mientras no vengan a rescatarla; espera que tarden muchos días en descubrirla para que su imagen desmejorada cause impresión. Todos los programas hablarán de ella. Piensa narrar una historia inaudita. La escucharán boquiabiertos. Será feliz por fin.

 

 

49. Ese hombre (Miguel Á. Moreno)

—Te lo juro, Elena, intento olvidarlo. Intento olvidarme de ese hombre, la expresión profunda de sus ojos, su sonrisa perenne, su boca dispuesta para darme el primer beso, aquí mismo, degustando un café, sus abrazos que envolvían todo mi cuerpo. Hay una escena que me persigue permanentemente: su silueta desnuda entrando por el balcón y aproximándose entre las sombras del dormitorio. No se me borra la necesidad irrefrenable de recorrer su piel con mis labios o el deseo de hacer el amor a la vista de todos, sí, en el balcón. Intento olvidar qué sé yo más de él… Hay noches en las que me despierto empapada en sudor y lo veo alejarse sin volver la mirada, cual superhéroe. Y me asaltan las mismas preguntas. ¿Por qué me dejó? ¿Fue por cansancio, por despecho, lo hizo por otra? Entonces lloro desconsolada como un bebé apartado de su madre. Me excita tanto la idea de que esté con otra mujer, con otras mujeres, que me da hasta vergüenza. ¿Cuántas habrá conquistado? Te lo juro, Carla, intento quitármelo de la mente, pero no puedo.

—Te comprendo, Cristina, de verdad. A mi casa también entraba por el balcón. .

 

48. Vuelta a casa

Esta vez su perro no salió a recibirle. Tenía terror a los cohetes, en fiestas siempre se escondía bajo la cama. Le dijeron que murió de la impresión con las primeras bombas. Guernica estaba en llamas. Su mujer se salvó por un curso de bordado que hacía en el ayuntamiento, su hijo por la solidez de la vieja escuela. Llevaba años embarcado en un atunero en el Mar del Norte. Nunca olvidaría el prolongado lamento de las ballenas. Acompañaban a los barcos y se dejaban arponear, sin sospechar que en aquellos abigarrados ingenios flotantes se escondía el más feroz de los depredadores. En aguas de Noruega capturaron un calamar gigante, en cuyo interior hallaron intacta, conservada en tinta, la armadura de un templario. Escuchó los cantos de las sirenas que habitaban en los burdeles de Copenhague. Se decía que su voz y la contundencia de sus amores portuarios, podían someter al ballenero más curtido. Muchos compañeros jamás regresaron, él sobrevivió atándose a un mástil. Impávido ante las ruinas humeantes de su casa, decidió que no plantaría la semilla del odio en otra generación. No mataría pretendientes, educaría a su hijo como una persona de bien. Esa sería su venganza.

47. Nublado

El noticiario abrió con Salcedo, nuestro director, caminando esposado entre dos policías. Con el chándal y esa cara parecía otro. Nogales siempre dijo que él sería el primero, y que detrás iríamos los demás. Misma hora para todo el pelotón, añadía riendo. Los flases salpicaban la figura de Salcedo al entrar en el coche, su cabeza empujada por la mano del agente. Imaginé a Nogales viendo la tele entre los suyos, con la satisfacción amarga de haber acertado. Abrí una cerveza y salí al balcón. Observar la inmensidad del firmamento puede hacer que lo mundano pierda trascendencia, que hasta el asunto más grave parezca insignificante. Pero esa noche estaba nublado y tuve que conformarme con la inmediatez de las farolas y las luces de los vehículos. Reconocí a Marina, mi mujer, esperando en el semáforo al otro lado de la calle. Los últimos días se habían llevado la expresividad de su rostro. Nuestro saludo con la mano se vio interferido por la estridencia de una sirena. Era de un furgón policial que se acercaba y que al poco pasó veloz y casi rozándola, para acabar alejándose. Marina se sujetó el sombrero con esa elegancia tan suya y a continuación cruzó.

46. EL MICROSCOPIO (IsidrøMorenø)

Cuando me regalaron el microscopio descubrí la inmensa grandeza de lo diminuto. Empecé por las patas de mosca, sus alas, antenas de hormigas, muslos de chinches, la cabeza de un piojo con piojos, las decepcionantes caras de las mariposas y otros cientos de bichos desmembrados. Conservo las preparaciones en su lámina y protector escrupulosamente rotuladas y ordenadas. La sección de insectos ocupa casi todo mi archivo. A cualquier extraño podría parecerle la sala de los horrores al leer el índice de contenidos.

Llevo semanas sin salir a la calle. Lo que era mi habitación de estudio y sala de música ahora está repleto de estanterías con cientos de cajas, cajitas y sobres que contienen miles de muestras microscópicas.

Estoy confeccionando un nuevo insecto con apéndices y trozos de diversos congéneres, pero cada día me siento más torpe. Mis brazos y piernas se han acortado, sin embargo, se han multiplicado. Mi cuerpo está cubierto de duros pelos. Hoy no he podido abrir el sobre de correos que me han depositado bajo la puerta. Sé que viene a mi nombre, Gregorio Samsa, y que el remitente es un tal F. Kafka. Mañana lo abriré si mis tentáculos me lo permiten.

45.- La vida en los balcones (Adrián Pérez Avendaño)

Cuando se produjo el terremoto, la ciudad quedó en ruinas. Las banderas de la casa consistorial permanecieron enterradas bajo los escombros y los colegios enmudecieron, convirtiendo el griterío infantil en un cándido recuerdo. La muralla dejó de imponer su vertical respeto, mientras los árboles conquistaban la acera opuesta tejiendo el adoquín de ramaje y hojas. Hasta los templos sagrados fueron abandonados por la fortuna divina. Todo se vino abajo, excepto los balcones. «Es un milagro», decían algunos; «no tiene explicación lógica», manifestaban los escépticos; «esto es cosa del santo», confesaban los más devotos. Mientras opinaban, contemplaban con incredulidad los balcones flotantes, carentes de una fachada a la que aferrarse, pero perfectamente conservados: con su barandilla de hierro, su balaustrada repleta de ornamentos, sus macetas con flores y su prolongación voladiza recortada sobre el cielo. Desde entonces, a la urbe se la conoce como la ciudad de los balcones y cada vez que un vecino atisba la inminencia de un peligro corre a refugiarse al balcón más próximo.

44. BICHOS RAROS

Ellos, piel oscura de sol y desierto. Atávica estirpe de titanes y dioses. Antiguo legado inmutable más allá del espacio y el tiempo.

Nosotros, forasteros. Extraños y pálidos. Tan quebradizos. Tan inconsistentes. Notas exiliadas en acordes ajenos.

Nos miran como a bichos raros.

Cruzamos el oscuro mar huyendo de la Muerte, la Guerra y el Hambre, balbuceamos. No tenemos nada. Sólo traemos a cuestas nuestros míseros retales de vida y la poca dignidad que nos queda.

Ceños fruncidos. Nos observan taciturnos. Desafiantes. Desconfiados.

No nos devolváis al mar, imploramos. Acabaremos devorados y regurgitados por las horrendas criaturas abisales que ahora pueblan nuestras tierras. Sólo queremos un pedazo de paz y respirar de nuevo.

Una marabunta de voces tronando. Miradas de fuego y acero encienden la noche. Hogueras de furia. De miedo. No nos quieren aquí. Nuestros pies mancillan su sagrado suelo.

Una lágrima nuestra se posa en la arena dorada y caliente. Del suelo brota un manantial de rosas blancas y pensamientos. Esto es lo que podemos ofreceros.

Silencio. El anciano se acerca. Invoca a los ancestros. Dos estrellas fugaces surcan el cielo. Una es el corazón de nuestro pueblo. La otra, nuestros hombros siempre que necesitéis consuelo.

43. En la residencia de papá (Rosy Val)

Antes era distinto. Me presentaba sin avisar y lo encontraba en la sala haciendo corrillo con sus compañeros. Salíamos a pasear por el amplio pasillo saludando a diestro y siniestro como si nos halláramos de mañana dominguera por la calle más concurrida del pueblo. Nos acercábamos hasta la biblioteca, donde curiosamente triunfaban los juegos de mesa y cada género por su lado —por esas manías que da la edad o porque eso de la paridad ya les quedaba muy a destiempo—, se afanaba por ganar al cinquillo, al burro o al dominó. Acabábamos en la cafetería, asumiendo que quizá tocaba esperar a que quedase alguna mesa vacía.

Ahora sus vistas cansadas luchan por adivinar quién se esconde tras cada mascarilla. Sus caras palidecen privadas de sol, besos y sonrisas. En la capilla, como en la cola del médico, se agobian tratando de averiguar la distancia que hay en un metro y medio. Y mientras las zonas comunes agonizan, el miedo al bicho —una batallita más que añadir a sus mochilas—, lo sufren solos en su habitación, echando horas a una tele atiborrada de conjeturas, bajas y estadísticas. 

41. CONTINUIDAD DE LOS CÓMICS (Rosalía Guerrero Jordán)

Sentado en la alfombra verde de su habitación Juanito ojea los cómics prohibidos de su hermano mayor, apurando los últimos rayos de luz que entran por el balcón. Imágenes espeluznantes le asaltan desde el papel y, aunque siente un terror helado invadiéndole, no puede despegar las pupilas de ellas.

En las viñetas, millones de insectos surgen de las entrañas de la tierra y avanzan por doquier, devorando a cualquier animal que encuentran a su paso. Manifiestan una especial predilección por los seres humanos.

Mientras Juanito atina a entender el porqué de la prohibición, un amasijo de patas y caparazones negros avanza por la calle desierta bajo la luz del ocaso, trepan por las paredes, y oscurecen el vidrio de un balcón tras el que un niño sentado en una alfombra verde ojea los cómics prohibidos de su hermano mayor.

40. Las mil y una

Es desde el balcón que, cansada de repetir el mismo guion por tiempos inmemoriales, decide cortarse la trenza y anudarla en la baranda para usarla a modo de cuerda. Se le ocurre ser capitana y dedicar media docena de vidas a cazar a la ballena blanca, con ese fin se embarca y pelea durante siglos con el arpón y la ballena hasta que se acuerda del Titánic al ver pasar un trasatlántico de lujo pero, no sabe cómo, acaba en el castillo del conde Drácula. Ante la ausencia de luz del sótano echa de menos su antigua torre y, en la soledad de la noche, se pregunta si volverá a crecerle la trenza para emular a la Ligeia de Poe.

39. Bichos raros

Nos gusta coleccionar todo tipo de bichos. Nuestros padres nos enseñan cómo recogerlos y nos dejan sus congeladores para disecarlos. Un gran bote de cristal, un poco de acetona y a enfriarlo bien para luego pincharlo en la pizarra. Al principio nos conformábamos con los más pequeños, ahora ya vamos a por los grandes. Para ello hay que tener técnica y un cierto valor, porque suelen enfadarse bastante. Ante todo, no deben vernos. Ni siquiera sospecharnos. Por eso nos escondemos detrás de las montañas más altas. Es difícil para un cíclope no ser visto, pero lo logramos. Y cuando vemos a uno de esos, lo atrapamos con mucho cuidado. Hay que intentar no separarle las dos piernas del cuerpo. O uno de sus brazos, que entonces no cuenta para colección. Y así pasamos los días en esta parte del mundo: aumentando nuestro bestiario con esos seres de dos ojos y caminar extraño. Bichos raros.

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