Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

36. Yo, soltero

El chaparrón cayó súbito, violento. Para resguardarme, entré en el primer comercio abierto, una tienda de antigüedades que recorrí sin mucho interés hasta descubrir un reloj de pie tan bello que quedé embobado contemplándolo.

—¿Te gusta? —preguntó una joven voz de vendedora.

—Me encanta

—Soy Francesca —se presentó la atractiva pelirroja—, amo este reloj y aunque lo tengo en exhibición, no sé si podré separarme de él.

Buena comerciante, pensé.

—Te interesa? —preguntó.

—No estaba en mis planes…

Pero ella descubrió en mis ojos que yo lo deseaba intensamente.

—-Quieres dejarme tus señas por si me decido a venderlo?

Unas semanas más tarde llamaron a mi puerta. Era la anticuaria. ¡Quería ver si mi casa era apropiada para alojar al reloj!  La casona la deslumbró y preguntó si, de vendérmelo, podría venir alguna vez a verlo.

Acepté. Y Francesca volvió varias veces.

Ayer llegó toda sexy con una botella de vino. Sentados muy juntos en el sofá, bebimos y charlamos largamente. Me propuso varios cambios en la decoración, lo que encendió mis alarmas y cuando, más tarde, aseguró que sentía la necesidad de ver el reloj cada día, temblé. Hoy se lo mandé, no sin pena, envuelto para regalo.  

35. HERMANOS

Vidas alejadas. Diferentes personalidades. El día y la noche. Nada que ver el uno con el otro. Son dos personas viviendo en diferentes ciudades, con círculos de amistades antagónicas y gustos opuestos. Aficiones que no coinciden. Seres humanos de diferentes planetas. Quizá son de especies diferentes. Pese a todo lo anterior, son hermanos. Aunque pase el tiempo entre ellos, aunque haya distancia, saben que siempre se tendrán. Alegría al verse. Risas satisfechas cuando se escuchan. Orgullo sobre todas las cosas que consigue el otro. Deseos de triunfo mutuo. Esperanzas en sus respectivos proyectos de vida. Y sobre todo respeto.

Lo dicho, hermanos.

34. Melodrama en la madrugá

Tras los años felices vividos con Jezabel en la cofradía de Jesús del Amor y la Entrega, ella le confesó su infidelidad en medio de la procesión de Jesús de las Tres Caídas y Nuestra Señora de los Misterios Dolorosos. Él entonces se trasladó a la Fervorosa de Jesús de la Paciencia y María Santísima de las Penas e intentó también unirse a la de la Venerable e Ilustre de Jesús del Perdón.
Todo en vano, deambuló entonces por la de Jesús de la Amargura y María Santísima de las Lágrimas. Ya de noche oscura, desfiló esperanzado con el Jesús del Rescate y con la Sacramental de Nuestra Señora de la Consolación. De inmediato pusieron estos sobre aviso a los del Gran Poder y Nuestra Señora de la Esperanza Coronada, que lo consolaron con siete palabras y se lo llevaron a la Hermandad de Nuestro Señor de la Meditación y María Santísima de los Remedios.
Esta Remedios era ebúrnea y morena, cofrade de la Venerable del Santísimo Cristo de los Favores, miembra entusiasta de la carrera oficial, y con ella vivió al amanecer el mágico momento de la levantá.
Pero sepan ustedes que nunca olvidó a Jezabel. Eran como hermanos.

33. SOLEDAD

Me enteré de la  muerte de mi hermano  por una carta de mi tío Jaime, mellizo de mi madre. Ellos  solían comentar en las reuniones familiares , como los niños de un mismo parto, a veces, podían sentir, el uno del otro, la alegría o la tristeza . Mi madre en ocasiones entraba en un denso silencio, y lo rompía diciéndonos que a Jaime le ocurría algo, o  que Jaime  nos vendría a visitar esa tarde. Por eso, cuando Jaime murió, mi madre no solo lo supo anticipadamente, sino que durante mucho tiempo , paseó su llanto por la casa, en soledad. La misma soledad que yo siempre sufrí  desde niño y  a la que pude dar explicación, al recoger la casa de mi tío y encontrar la carta fechada veinte  años antes y  en la que Jaime  intentaba calmar  el dolor de mi madre por haber perdido a uno de los niños.

32. Desconectados

Juan le prometió que la llamaría al día siguiente a las seis en punto.

A esa hora, ella estaba sentada junto al teléfono, aunque no descolgaría el auricular enseguida,  no quería mostrar impaciencia.  Él esperaba, mirando fijamente, a que su reloj de muñeca marcara la hora exacta pero decidió dejar pasar un par de minutos más; quería hacerse el interesante.

Isabel fijaba su mirada en aquel teléfono mudo, pensando que hubiera sido mejor no hacerse ilusiones con esa clase de hombres. Juan no dejaba de marcar, una y otra vez, ese número al que nadie respondía.

31. EL TIEMPO DETENIDO (Rosalía Guerrero Jordán)

Sus golpes ya no le hacían daño, ni sus amenazas podían intimidarla. Tampoco los insultos y los gritos con los que a veces él la envolvía la amedrentaban ya. En esos momentos respiraba hondo y cerraba los ojos. Justo entonces, inmovilizaba las manecillas de su reloj y el tiempo quedaba detenido mientras ella abandonaba la escena en busca de un tiempo y un lugar más felices.

No siempre había sido así. De niña corría a esconderse debajo de la cama hasta que la tormenta provocada por papá amainaba. Cuando, por su décimo cumpleaños, le regalaron un reloj, descubrió que podía manejar el tiempo a su antojo para escapar.

El día en que desapareció, su marido quedó desolado.  Tanto, que ni siquiera se sorprendió de que en el calendario de la cocina fuera abril de 1985. Justo antes de que sus vidas se cruzaran por primera vez.

30. PENDENCIAS VENIALES (Toribios)

Julio vino a casa y desplegó sobre la mesa del comedor aquella manta de terciopelo negro con la solemnidad de un oficiante. En sus entrañas dormían agazapados los relojes, que comenzaron con sus tictacs vivaces en cuanto se vieron sorprendidos. Mis padres me instaban a elegir y yo tardaba en decidirme. Al final me convencieron para quedarme con uno dorado de pulsera extensible, con números que refulgían en la oscuridad. Los primeros días sentía  en la muñeca  un peso extraño. Pero lo malo fue cuando mi hermano, siempre tan caprichoso, empezó a obsesionarse. Al principio era su mirada muda a todas horas. Luego su acoso y, por fin, el robo del objeto de deseo. Tuve que decir a mis padres que lo había perdido, porque ellos no soportan que les hable de la existencia de Narciso. Volví a depender de la hora de los viandantes y de las campanadas de la torre. A veces me despierto en plena noche y veo el verde resplandor de la esfera flotar en el espacio. Es mi hermano que celebra su triunfo. Confío en que se canse y lleguemos a un pacto. En el fondo somos buenos amigos.

29. Fotos fijas

A Nicolás se le paró su Casio digital, regalo de comunión, al pronunciar por primera vez bien la erre: «La una, según mi reloj …», dijo orgulloso. Faustina rompió aguas y se quedó abobada mirando el parón de agujas a las cinco y diez, como si llegara tarde a los toros. Juana y Juantxo, practicaban posturas en la hora aburrida de la siesta, cuando la casa quedaba en silencio y ser primos no era grave. Una vez paran así los relojes, quedan muertos en hora fija, aunque luego anden. A mí me robaron el mío, herencia de mi padre, en plena calle, a punta de navaja. En la denuncia, señalé sin dificultad el momento exacto del atraco. Desde entonces huyo de las siete y veinte como de la peste. Las cinco y diez serán para Faustina la verdadera edad de su hija. Nicolás permanecerá fiel a su marca de reloj y Juantxo dejará de agarrarse esas melopeas de confesionario, a eso de las tres de la mañana, cuando todo le importa un pepino, salvo los recuerdos varados, como el sol en los muslos resplandecientes de Juana, brillando como una estrella muerta en casa de sus tíos.

28. Reencuentros (Alberto Jesús Vargas)

Desde el primer momento sentí que algo nos unía a pesar de tener tan poco en común. Sin otro afán que el de no precipitarme, me tomaba el tiempo con sosiego, consumiendo sin apremio cada hora y añorando impenitente tu regreso. Tú en cambio, víctima de la impaciencia e incapaz de detenerte por un sentido del deber que te impedía el reposo, me hiciste asumir que no podría seguirte, que tu vocación por la prisa era incompatible con la calma a la que yo me aferraba. Con total resignación, nos conformamos con los dulces instantes compartidos antes de tener que separarnos de nuevo. Alegre y triste el reencuentro con sabor a despedida, vivimos el sinvivir de los amantes fugaces con apoyo en la certeza de volver siempre al abrazo. Y ahora, roto el corazón de nuestro común latido, somos las dos manecillas que tanto se echan de menos paradas en las nueve y cuarto de la esfera del reloj.

27. JUNTOS LO CONSEGUIREMOS

Aquella tarde de verano se mostraba dispuesta a aceptar todas las correrías de los chiquillos del barrio.
Con José Manuel, como líder nato, y sus amigos Manolín, Luís y Nacho compartíamos juegos las cuatro hermanas del capitán: Carmen, Montse, Pilar y María, acompañadas de nuestras amigas Chus, Chichi y Luisa.
Hoy, tocaba hacer una cabaña donde jugar y guarecernos de la lluvia en el próximo otoño.
Tomó las riendas el capitán, que empezó a repartir las tareas: «Chicos, vosotros que sois más fuertes id a por cajas a las tiendas, sobre todo si son de madera, y a por largueros de madera en las obras del barrio. Vosotras, chicas, recoger por estas huertas hierbas y paja para ponerle al techo».
Dicho y hecho, como lagartijas hacendosas y hormiguitas obreras buscamos afanosamente las materias primas para nuestra obra, mientras José Manuel sentaba las bases de la chabola improvisada.
La tarde se nos fue haciendo corta mientras observábamos con asombro como tomaba forma.
Cuando las madres empezaban a gritar nuestros nombres para que regresáramos a cenar, el refugio estaba en pie, anhelante de que lo habitáramos chiquillos alegres y felices, mientras nosotras abrazábamos a nuestro hermano, orgullosas.

26. El viaje a Australia (Gemma Llauradó)

María había visitado junto a unos nuevos amigos el museo de ciencias naturales. Le había impresionado. Tras la visita, decidieron ir a tomar algo. Hacía una buena tarde de abril. Corría una brisa agradable y el mar se mostraba apacible. Su tranquilidad contagiaba a un cielo adormecido y lánguido que no deseaba despertar.

Durante una hora el grupo caminó bordeando la playa, apenas ocupada. Conversaban sobre viajar juntos. María tuvo ganas de quitarse los zapatos para caminar descalza por la orilla, coqueteando con el vaivén del agua, pero siguió caminando. Soñando para sí misma, rellenando su parte de la conversación con un desmedido punto de vista. Estaba decidida a viajar a Australia con ellos. Apenas se conocían, pero no le parecía una opción descabellada. Se sentía ilusionada.

Una hora más tarde estaban sentados en una terraza, dónde un animado coloquio sobre el viaje era el protagonista. De repente, Carlos habló. Era la voz de la cordura entre tanta locura sobrevenida por viajar juntos. Sus palabras y su inteligente reflexión, les hizo pensar. Se estaban precipitando. Todos necesitaban tiempo para conocerse aún mejor.

María miró el reloj y suspiró. En un segundo, el viaje a Australia se esfumaba.

Dedicado a C.M.V.

25. (In)servible

Se levanta a las siete cuando suena el despertador del vecino, una ventaja de tener las paredes de papel.

Mientras toma un café, fisga por la ventana como hace siempre, las siete y doce pone en la cruz luminosa de la farmacia.

Después de arreglarse, enciende el móvil y enseguida aparece en la pantalla las siete y veinticinco.

Se monta en el coche, arranca y salta la radio, son las siete y media dice una voz grave.

Llega al aeropuerto y ficha en la torre de control, las ocho en punto, queda registrado.

A las doce, un chivato en la mesa de mandos le avisa del descanso, tiempo que aprovecha para fumar en la terraza.

Tengo que dejarlo, piensa al apagar el segundo cigarrillo, recuerda que se lo prometió a su padre la última vez que lo vio.

Suspira y se saca del bolsillo un viejo reloj con leontina, marca las doce y media, debe regresar al puesto de trabajo.

No vuelve a interesarse por la hora hasta treinta minutos pasada la medianoche. Entonces se fija en las manecillas paradas, luego se duerme pensando en otra promesa incumplida que también hizo a su padre, arreglar su viejo reloj de bolsillo.

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