Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

10. LA MORGUE – EPI

Un 22 de diciembre, mientras todo Madrid escuchaba el soniquete de la Lotería Nacional, mi padre fallecía.
Se lo llevaron a la morgue. Por la noche me acordé de que no le habíamos puesto su anillo, así que me fui al hospital.
Los pasillos estaban vacíos, traspasé la puerta y empecé a bajar por la escalera.
El frío, la obscuridad y los ruidos de mis pasos, hicieron que mi vello se erizara.
Llegué a la puerta batiente y atisbé por el ojo de buey.
Una luz roja mortecina, alumbraba lo que parecían ser cuatro o cinco camillas cubiertas por sábanas.
Temblaba ostensiblemente cuando descubrí a mi padre, le besé en la frente y le cogí la mano derecha.
Tenía los dedos en garra, tuve que hacer mucha fuerza y al final, con un ruido que me pareció de ultratumba, conseguí enderezar los dedos, le coloqué el anillo y le tapé con la sábana.
Al salir y al pasar entre dos camillas, juro que una mano me agarró del pantalón y me quedé petrificado, mientras un líquido caliente mojaba mis piernas.
De un salto traspasé la puerta y decidí que no se lo contaría a nadie.
A veces siento esa mano.

09. Aquella atmósfera de temores (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

¡Clan!

La tía Sefa, anoche, con esa cadencia átona de los que saben leer pero no ha practicado lo suficiente, repasaba en voz alta las noticias del periódico «El Caso». Pedófilos, asesinos en serie, locos descontrolados, accidentes truculentos…

¡Clin!

Se anunciaba el fin del mundo. Mi primo lloraba. Las trompetas del apocalipsis pasaron de largo.

¡Clan!

La tía dirigía el rosario. Mater inviolata, Mater intemerata… El filamento titilante de la bombilla daba vida a la ascensión de las almas del cuadro de las ánimas del purgatorio.

¡Clin!

Dijeron que ayer tarde los perros de Pito ladraron y que los de Colás a media noche aullaron.

¡Clan!

Se comentó que alguien oyó, más alto que de costumbre, el siseo metálico de la lechuza y otro recordó haber visto, aquella tarde, tres cuervos posados en las cuerdas del tendal de su balcón.

¡Clin!

En mi dormitorio el sacamantecas rondaba. Quizás bajo la cama… Me tapé los ojos con la manta.

Ricardo el Patán, el campanero de Orejo, por la mañana “dobló” a difunto. Fueron tres toques, en repetida cadencia cada cuarto de hora: ¡Clan! y cuando cesaba la vibración, ¡Clin! y vuelta a empezar.

Anoche, fue a media noche, murió Luis Cagigas.

08. Obsolescencia (JAL)

“Hoy estás estupenda”, me susurra el espejo inteligente del coche camino del trabajo. Miguel hace tiempo que no me dice un triste piropo. Está prohibido empatizar con tu reproductor. Ya en la oficina el asistente virtual me refresca la agenda del día e insiste en que no olvide la sesión de estimulación del 5G, a las 17.45; el Vigía ha detectado cierto nivel de estrés y mi productividad ha descendido unas décimas, si sigo así me borrarán del sistema y harán conmigo picadillo para xenobots. Conecto el Wireless del microchip y cierro los ojos. Mientras me rehabilitan se suceden imágenes de mis primeros escarceos con Miguel, de cuando el sexo estaba siempre permitido y no cumplía funciones reproductoras. Lo odio, aunque tengo que reconocer que funciona.  Reconfortada y satisfecha regreso a casa, pero ya nadie me espera. Miguel ha desparecido. En la nevera se ilumina un holograma en el que leo horrorizada: “Compra huevos, leche y cuarto y mitad de amor, el vuestro ha caducado”.

07. Nunca dejes la puerta abierta

Juraría que he visto pasar una sombra de animal en dirección a la escalera. Pero, al salir de la cocina, la criatura aún sigue ahí; acechando en el pasillo. Un perro desconocido, de pelaje encrespado y negro, me observa desde la oscuridad. Ha debido de colarse en casa cuando he salido a tender al jardín. No ladra. No gruñe. Solo parece esperar mis movimientos.

Con el pulso golpeando en mi sien, y el incesante temblor de mis manos, alcanzo el paraguas que cuelga del perchero y me enfrento a él. Un inesperado chasquido activa el dispositivo y, como un fogonazo, mi arma se abre de golpe. Mientras el pánico se apodera de mí, la bestia escapa hacia la puerta. De un empujón, la cierro.

El ruido ha despertado a Miguel.

Lo encuentro temblando sobre el colchón y lo abrazo para calmar su respiración agitada. Ha mojado las sábanas.

Mamá, hay un monstruo bajo mi cama lloriquea.

No hay nadie ahí, cariño contesto mientras siento la sangre congelarse en mis venas.

El perro aúlla en el porche.

Solo deseo que no esté esperando a su amo. 

05. ARNOLD

Cada vez que iba por aquella zona del barrio no podía evitar mirar, hecha un manojo de nervios, a ambos lados de la acera que tenía que recorrer para ir a los recados. No había otro camino y, con demasiada frecuencia, me encontraba con Arnold doblando la esquina.

Aquel tipo era pendenciero, chulo y muy agresivo. Al divisarlo, yo me hacía pequeñita, caminando muy despacio para que no me viera, pero no me servía de nada porque, invariablemente, me detectaba y echaba a correr hacia mí para atacarme de todas las formas posibles.

Entonces yo empezaba a correr también, como pollo sin cabeza, buscando una guarida donde esconderme, pero las aceras de vecinos, con todos los portales cerrados, no me ayudaban nada y, casi siempre, Arnold me daba alcance y…Bueno, otra vez llegaba a casa magullada, sangrando y traumatizada por la experiencia.

No supe lo que era no tener miedo a salir sola a la calle hasta que nos cambiamos de barrio y ahora, que hace ya muchas décadas que dejé atrás la niñez, sonrío al recordar que Arnold era tan solo un pequinés de mierda, un perro-llavero, como decía mi madre partiéndose de la risa.

 

 

 

04 DESAJUSTES (Ángel Saiz Mora)

Varios jóvenes aterrorizados permanecen retenidos por un muchacho lleno de ansiedad, dispuesto a segarles la vida o quitarse la suya, quizá ambas cosas, en ese orden. Acude alguien muy adiestrado en incidentes críticos.
El negociador utiliza la palabra, su mejor arma, junto con la empatía. Un megáfono eleva y distorsiona su voz habitual.
Tras horas angustiosas al fin se traslucen las carencias de socialización del criminal, el resentimiento por no haber sido invitado a esa fiesta. Huérfano de madre, con un padre que apenas le presta atención, confiesa que el revólver lo tenía en casa. Dispara al aire. Sabe utilizarlo.
El agente de élite flaquea, temeroso, carente de su seguridad, fruto de una dedicación profesional absoluta, por la que es admirado.
Se despoja del pasamontañas, chaleco antibalas y arma. Ajeno al protocolo, camina hacia el local. Los demás uniformados no dan crédito. Actúa como un héroe, o un suicida.
La puerta se abre. Los puntos rojos de los fusiles de los tiradores no encuentran blanco, el temerario compañero no lo permite, al interponerse adrede.
Promete dedicarle más tiempo, el que el chico necesita y merece.
Padre e hijo se funden en un abrazo.

03 LAS BUCHONAS

Cuando las ves, notas cómo se te eriza el vello y se te hiela la sangre en las venas, porque son las queridas de la muerte. Provocativas con sus escotes generosos, sus faldas tacañas y sus medias de rejilla juegan a la seducción homicida. Porque si te señalan, no lo dudes amigo, tu cuerpo aparecerá colgado de un puente y tu cabeza en un estercolero. Cubren sus rostros con máscaras -idénticas en sus falsas sonrisas- que esconden las sonrisas auténticas, aún más siniestras.

Les gustaron mis ojos: “Ay, mi hijito, tan verdes…” y tal vez por eso me rodearon en corro hasta que llegaron ellos. Pude distinguir la inicial de mi nombre tatuada en el muslo de la más pendenciera. Éramos casi niños entonces y al poco desapareció del barrio. Tan bonita como para convertirse en capricho de un narco, tan insensata como para corromperse con el poder sucio del dinero. Quizás por ella me dejaron con vida, aunque para qué. Duermo en un galpón junto a otros desgraciados y de día salgo con Mellado, mi perro. Parado en una esquina espero las limosnas que los transeúntes quieran arrojar a un pobre ciego.

02. Anatomía de un calamar

 

Daniela prefiere las sardinas asadas, con sus tripas intactas. Últimamente le apetecen mucho. Pero él ha traído chipirones. Los quiere rellenos.

Trata de evadir la mente mientras los limpia, aunque no puede evitar el temblor de manos al vislumbrar en esos ojos fijos e insensibles la mirada de su padre. Los tentáculos llenos de ventosas parecen sus dedos viscosos, atrapándola, explorando ásperos cada resquicio. Imagina su nariz ganchuda al arrancar los voraces picos de loro. Y esa gelatina blanca que se adhiere a sus dedos la lleva al borde de la náusea.

La arcada incontenible llega cuando, del interior de uno de ellos, sale un pescadito medio devorado, se escurre sobre el montón de entrañas y desaparece para siempre por el desagüe del fregadero. Recuerda otro desagüe, el sabor amargo del bebedizo de ruda y artemisia mezclado con lágrimas, dos pececillos ensangrentados perdidos por las cañerías. Recuerda querer morirse, recuerda querer matarle.

Suenan pasos. Traga saliva. Apura la labor con la receta que usaba su madre, como él exige. Meter ese relleno en los cuerpos es antinatural. Se estremece. Acaricia su vientre. Llora. La cadena del tobillo frustra, una vez más, su intento de alcanzar el veneno de las cucarachas.

 

01 Monstruo

Ojalá sea hoy la noche que vengan a socorrerte; que consuelen todos tus miedos, te abracen y callen tu llanto por fin. Que enciendan luces y pinten tus paredes de colores; que te susurren historias y canciones felices. Y que dejen la puerta abierta de una vez para disolver las sombras frías del muro, para descansar del castigo de tus rabietas insoportables, para desprender mi pellejo negro de debajo de la cama y escapar para siempre de este infierno. Libre.

81 Sirenas

A pesar de los esfuerzos por proteger a nuestra hermana, la gente de la superficie arponeó a Devaki y la sacó al exterior. Allá afuera terminaría dentro de un cubo lleno de restos sanguinolentos. Para cazarnos, utilizaban ondas de sonido con que rastreaban las profundidades de la fuente en busca de las más grandes de nosotras. Según ellos, ocupabamos mucho espacio, alimento y oxígeno en detrimento del desarrollo del hombre. Por su culpa, habían extraído a Elika, a Gandhari, a Devaki. Si el macho continuaba vivo, el resto de nosotras moriría. Rechinamos las encías desdentadas. Nadamos hacia él y giramos en círculos concéntricos hasta enrollarle el cordón alrededor del cuello,. Al tensar la línea, él se puso azul. Luego, cada una regresó a su esquina, de cara contra la placenta, a la espera del paso del ecógrafo y de los gritos de padre y madre cuando vieran las imágenes del tan anhelado varón que flotaba sin vida en el líquido amniótico.

80 “Ni chicha ni limoná”

Voy a tener que reunirme con Pedro urgentemente. Esto no puede seguir así. Se ha vuelto tan tiquismiquis, el tío, que solo deja entrar a los más impecables. Está ya muy mayor y es demasiado exigente. Creo que deberían cambiar de portero y poner a alguien con mejor criterio. Ahora me llegan a mí los rechazados sin ninguna categoría, no son nada aprovechables. Cuando piensas que vienen con el pecado capital de la ira, resulta que se trató de una puta chorrada. Luego se escandalizan al oír hablar de una bacanal con las brujas y todos los demonios de mis dominios infernales. Si no los quieren en el cielo, que se queden en el purgatorio. ¡Que se jodan!

79. Efectos secundarios de un jurado (Fuera de concurso)

Una vez terminada la recepción de los relatos, se repartieron su lectura, ellas los pares, ellos los impares, y se dispusieron a realizar su misión con entusiasmo. En la primera reunión los ánimos no eran los mismos. La temática propuesta les había hecho torcer el gesto más de una vez y tener alguna discusión sin aparente motivo, nada serio. En la segunda, ya se usaron algunas palabras fuera de tono. En su siguiente cambio de impresiones, se gritaron y se soltaron ciertos insultos de dudoso gusto. En el momento supremo de la elección de los mejores textos, después de absorber tanta ira y tanto enfado, se tiraron a la cabeza todo lo que tenían a mano, se dijeron lo que nunca le habían dicho a nadie antes, se mofaron de malas maneras de los comentarios de los demás y llenaron de inquina cualquier mínima opinión. Por primera vez, no hubo ni mencionados ni seleccionados, fue en lo único que estuvieron de acuerdo. «¡Qué se fastidien uno por uno!», sentenciaron al unísono. Después, se enzarzaron en una pelea hasta que los separó la responsable del monstruscopio, que al verlos con esas caras endemoniadas, los tomó como personajes para su próxima prueba.

Con todo cariño, a María, Paloma, Enrique y JAMS, miembros del jurado del enfado y la ira, y a todos los que han desempeñado alguna vez la difícil labor de juez con tanta sabiduría y honestidad, como merece ENTC… y a Mel, por separarlos.

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