Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

5. In crescendo

No hemos terminado de cenar cuando él mira el reloj y dice que se tiene que ir, que es tarde y al día siguiente madruga. Aunque me sorprende una excusa tan simplona, no pregunto nada y lo acompaño hasta la puerta. Antes de abrir, le insisto en que se quede, le propongo flambear piña -nuestro postre favorito-. Pero no consigo convencerlo, nos despedimos sin mucha más historia y él se marcha como alma que lleva el diablo. Tanta prisa repentina me molesta y me quedo observándolo por la mirilla. Veo que, mientras espera el ascensor, hace una llamada con el móvil y sonríe. Reparo en que sonríe mucho. Demasiado. Ahora tanta risa me fastidia. Y cuanto más tarda el ascensor, más sonríe él y más me enfado yo. Entonces cierro los ojos, respiro hondo y empiezo a contar números. Uno, dos, tres,…antes del cinco abandono la técnica recomendada y me tomo una copa de ron. Luego una rodaja de piña. Y más ron y más piña, otra vez ron y otra vez piña. Sin azúcar y sin quemar. Ni siquiera escucho que está sonando mi teléfono. Está llamándome él, mi terapeuta, presiente que la terapia de exposición tampoco funciona.

4. DIENTE POR DIENTE (Ángel Saiz Mora)

El hombre cree percibir en la mirada de la doctora, sobre la mascarilla, un ceño fruncido que añade alteración a la que ya traía.
La dentista le hace algunas preguntas banales, para tranquilizarle, supone. Luego introduce un artilugio que impide que cierre la boca. Tampoco puede hablar. Ella menciona entonces el tema de la agresividad al volante.
Mientras examina las piezas, la doctora añade que días atrás fue víctima de un ser colérico, que bajó de su coche con intención de atacar, de lo que quizá se salvó por ser mujer, pero no de sus insultos de machismo rancio.
El individuo se revuelve inquieto, apenas nota el pinchazo.
La odontóloga extrae la aguja. Afirma que nunca olvida una cara.
El paciente recuerda. Ese taladro dental emite un zumbido terrorífico. Quisiera huir, pero está paralizado. Teme haber recibido una anestesia general, encontrarse a merced de alguien que sufrió su ira injustificada.
Ella percibe el desamparo del hombre. Aclara que la jeringa solo tenía agua destilada, que puede marcharse si lo desea. Casi siente compasión. El tipo sigue lívido. Abandona la clínica sin coraje para pedir disculpas. Tampoco sabe cómo explicará en casa esa mancha enorme en sus pantalones.

02. Aprendizajes

El niño camuflado entre rocas enfoca la mirada al detectar movimiento. El perro de tres patas abre su ojo amarillo, levanta el muñón que fue oreja. El sol abrasa la tierra yerma.

Por el camino corre a trompicones la mujer, descalza, llorosa. El hombre del chaleco negro la atrapa, la devora, se hunde en ella, la aplasta, entregado a sus embestidas, ajeno a sus gritos. Después, la silencia con una patada en la cabeza, la abandona sobre el polvo rojizo.

El niño mira, interioriza. El perro se yergue, va hacia ella, lame la sangre y aúlla. La mujer no volverá a tropezar más. El hombre ha regresado a casa.

La tarde se disfraza de noche. El niño abandona su escondite, coge un palo, una piedra. Se acerca a la mujer inmóvil, besa su frente helada. Se dirige a la barraca. Atisba por la rendija de una ventana.

La botella vacía atrapa la luz del candil creando espectros en la pared. El hombre está dormido, apoyado en la mesa. El niño entra, el hombre ronca. La piedra quiebra la base del cráneo, le enmudece. El niño sonríe, blande el palo. Mira al perro.

El perro tiembla. Huye de allí para siempre.

01. LA BODA

La novia le susurra al marido recién esposado que la apriete fuerte, que la quiera, que no la deje caer nunca. Mientras, su madre, entre sorbo y sorbo de un vino ácido y barato les ve danzar y repite entre dientes… sed felices, muy felices, sed felices… El padre ha vaciado de nuevo su vaso. La luna, que es testigo desde el tejado, lo mira como a un fantoche discutiendo con su negra sombra en un idioma incomprensible. El viejo escurre los restos de la botella sobre el gaznate antes de reventarla contra el suelo y convertirlo en un universo de estrellas de vidrio. El novio, enfurecido, lanza a la mujer contra un asiento y corre en su busca. Le increpa. Lo arrastra, lo zarandea y lo saca fuera de escena. Los gritos han callado la música. Vuelve el silencio de los grillos. El novio, que ya ha encontrado la calma, busca una botella nueva y un vaso limpio y se sienta, solo, a echar un trago junto al rosal de flores amarillas. Mientras, al fondo, se oye el llanto callado de una mujer. O dos.

84. La barca

Ahí está la barca de Andrés amarrada en la bahía, tan blanca, tan limpia; la línea roja, el nombre negro: María.
Ahí está, donde Andrés la deja, hasta las gaviotas la respetan y no se acercan. El sol la ilumina y ella brilla en medio de la bahía, para envidia de los otros marineros, para envidia mía.
Y yo la querría, la barca de Andrés, menos cuando se sube María; entonces no, entonces la hundiría.

83. El castigo

Desde un principio, mis padres lo prefirieron a él. Mamá le daba todas las golosinas y papá permitía que rompiera mis juguetes y hasta lo llamaba “campeón”. Si el nene lloraba por algo, me zurraban. No había otro a quien culpar, si solo éramos una única familia de cuatro miembros. De mayor, tocó mantenerlo hasta que se independizó con una profesión mundana y que le dejaba mucho tiempo libre, Mientras tanto, yo trabajaba en el campo bajo el sol y la lluvia. Por eso, cuando a nuestro Señor le complació más sus tributos, a diferencia de los pobres frutos que le presenté por culpa del ganado de mi hermano que arruinó los cultivos, no pude más y de un golpe de azadón, lo maté. 

Con las manos manchadas de sangre, me sentí un niño de nuevo como cuando el pequeño Abel lloriqueaba a causa de algún pellizco o travesura mía contra él y no había nadie más a quién castigar. Como en este momento: no había nadie más sobre quien recayera la ira de Dios, sino era sobre Caín, el hermano mayor.

82. Peligro inminente (Óscar Quijada Reyes)

Mi novia solía acompañarme hasta mi sitio de empleo en la mañana. Aprovechó para reclamar quienes eran las mujeres con las que andaba el día anterior. Eran una tía y su hija, mi prima hermana, pero a pesar de mi explicación, noté su incomodidad. Algunos dicen que es extremadamente celosa y mantiene vigilados a sus familiares, novios y amigas. Hasta le atribuyen el asesinato de su novio anterior, muerto tres años atrás. Por otro lado, no comparte nada, ni siquiera videojuegos y otros aparatos. Jamás conseguí que me prestara una de sus cosas. Lo de ella es solo para sí misma, mientras que lo que pertenece a los demás también es de ella.

Mi mañana fue agitada y, en la pausa de mediodía, salí apurado por unos accesorios telefónicos. Encontré a una amiga de la familia y platicamos unos minutos, es una mujer de bastante edad. Cuando regresé, vi que a través del inmenso ventanal que está fuera del establecimiento, estaba mi prometida con su mirada penetrante y los brazos cruzados. Una nota en mi escritorio me puso los nervios de punta: “No son celos ni envidia, pero verte con otra me fastidia”.

81. El sentimiento veleidoso

«Me gusta tu hermano». El tono fue considerado, pero en la mente de Pedro resonó con la estridencia de un portazo. Aquel verano, Elena había dispensado a ambos las mismas sonrisas y gestos de complicidad y, sin embargo, a pesar de ser como dos gotas de agua, de que se comportaban de forma tan similar que, a menudo, ni su propia familia podía distinguirlos, la balanza había favorecido al de siempre.
Desde aquel momento, una pregunta llenó los insoportables desvelos de Pedro; una duda que con el tiempo, devino en obsesión. Se entregó sin descanso a observar minuciosamente el trato de su hermano con Elena hasta que adquirió el convencimiento firme de que la elección había sido totalmente arbitraria. Entonces anunció que se iba una temporada a Francia, apuñaló a su hermano y lo suplantó, sin que Elena diera muestras de siquiera vislumbrar la mentira.
Una mañana, Pedro se encontró con los armarios vacíos y un papel con horarios de vuelos a Francia. Garabateada en el dorso, una frase lo sumió en un lúgubre desengaño, aquel que se abre camino cuando comprendemos que ciertas respuestas que perseguimos durante media vida nos eludirán para siempre: «Me gusta tu hermano».

80. Que nadie la roce (María Caballero)

Guardián feroz de su valiosa propiedad camina a su lado sin disfrutar de la compañía. Si sopla viento, la agarra del brazo, pega su cuerpo al de ella y la dirige a su antojo, que no la roce. Los rayos del sol y su pálida piel nunca coinciden, separados por una sombrilla blanca, ribeteada de delicado encaje, que coloca entre el astro y su amada y que ayuda, además, a esquivar las lascivas miradas de los transeúntes masculinos. Tanta abnegación la ahoga dentro de la burbuja protectora. Aislada del mundo, se marchita y acompasa los pasos con suspiros de nostalgia por la libertad robada. Él sufre con su ingratitud cuando le llama celoso enfermizo, mascando cada sílaba, torciendo el labio superior, entrecerrando el ojo. Odia ese feo gesto. No son celos, es amor. Reflejados en un escaparate mata su enojo con un húmedo beso. Una mano acaricia la espalda de su mujer, baja con intención hasta la cintura, cierra los ojos, no puede ver más. Celoso de esa mano que profana su posesión, a los postres, se la corta sobre la mesa de la cena inacabada. Jura que mandará que le corten la otra si se atreve a comportarse igual.

79. Esclava de los celos

Observó en sus rostros la idiotez maquillada del coleccionista de libros con desdén por la lectura y un gregarismo patibulario. Llegaban en hordas torpes y vocingleras para dedicarle el sostenido insulto de su presencia. Les odiaba y al tiempo ardía presa de unos celos profundos, como las raíces del mundo, en una suerte de amor malsano que la consumía. Atormentada por la esclavitud, la condena eterna a pender de una pared en una exhibición inacabable como el tormento de Tántalo, daría lo que fuera por recorrer las galerías a voluntad, como todos ellos, engendros de carne erguida sobre dos patas. ¡Los envidiaba tanto! Envidiaba a esos estúpidos que confundían su mueca de desprecio con una sonrisa e ignorantes hasta de su nombre la llamaban Mona Lisa.

78. QUIEN MUCHO ABARCA

La diferencia entre ellos, era su actitud en la vida. El mayor envidioso, nunca tenía bastante y no podía entender que su hermano pequeño fuese tan feliz con lo justo.

Ambos tomaron su rumbo en la vida, pasaron años sin verse.

El menor, al enterarse de la visita, le embargo una enorme felicidad, saco parte de sus pocos ahorros para agasajar a su hermano.

Al verse se abrazaron, pasaron el día en su modesta casa.

El mayor pasó horas contándole sus éxitos, riquezas, hermosas mujeres, etc. Dándose cuenta de que solo hablaba él, pregunto a su hermano como le iba.

Éste le conto que se dedicaba a lo le gustaba, un pequeño negocio de madera y restauración, siendo feliz dando una nueva vida a cosas aparentemente inútiles.

Perplejo su hermano aseguraba que necesitaría algo más. Su hermano, cogiendo la mano de su esposa, le contestó que tenía razón, les faltaba algo, pero ya lo tenían resuelto, posando la otra mano sobre el vientre abultado de su mujer, ya venía de camino.

Se despidieron, el hermano pequeño se quedo con su gran fortuna, la felicidad, el mayor se marcho regresando a él, el mismo sentimiento de envidia de cuando eran pequeños.

 

 

77. Dientes, dientes…

Viajes increíbles, comidas en los mejores restaurantes, fiestas estupendas, risas y felicidad a raudales. ¿Quién no querría tener una vida tan envidiable como la suya? Todo el mundo hace clic en «Me gusta» menos él mismo.

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