Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

10. CONDENAS (Juan Manuel Pérez Torres)

La prensa la calificó de condena ejemplarizante, incluso salió en la tele, decían que era pionera, avanzada, porque aquello era maltrato…
En la celda, de tres por tres, al menos, tenía una cama pegada a una de las paredes, y, al lateral, por el lado de los pies, un minúsculo lavabo, aunque sin espejo, y, algo más allá, la letrina. Frente a la cama, una mesa hecha de obra sostenía, en una esquina, un vaso de plástico con el cepillo de dientes y otros artículos para la higiene. Precaria, sí, pero tenía higiene.
Lloraba arrepentido porque, ahora, era capaz de asumir las acciones pasadas sin eludir las consecuencias de su culpabilidad. Se dio cuenta de que había vivido solo para trabajar, para producir, competir, doblar turnos, comer un bocadillo y seguir, seguir, seguir. Seguir para qué, joder… ahora lo borraría todo. Pero ya era tarde, por eso lloraba, porque ya era tarde y porque lo había hecho una y otra y otra vez. Y lloraba de una forma sincera desde el momento que comprendió y reconoció su crueldad con Trueno, el mejor amigo… dejarlo encerrado cada día… tantas horas… en aquel balcón… a pienso y agua… a la intemperie…

09. Cantos de cigarra ( Fernando Garcia del Carrizo)

Es mi única oportunidad para escapar de esta sentencia a muerte. Llevamos varias horas trabajando, bajo la mirada cansada de los guardianes. Todos en fila, portando cada uno parte de la cosecha recogida hasta el almacén y vuelta a empezar. En un tramo del trayecto hay un árbol donde una chicharra nos castiga con su monótona canción. Allí podría esconderme inicialmente hasta la noche. Entre la multitud que somos, no se percatarán hasta el recuento diario en la prisión. Mi único temor es que algún compañero lo vea y me delate.

Es arriesgado, pero ansío la libertad.

Quiero decidir por mí mismo y dedicarme a aquello donde realmente me sienta realizado, aunque solo sea una hormiga.

08. Se juntaron dos cobardes

La primera escapadita romántica, alquilamos un apartamento en la costa para disfrutar de nuestra incipiente historia de amor. Quería impresionarla y organicé una cena  estupenda en la magnífica terraza de la que disponía el ático. Para sorprenderla aún más le vendé los ojos, abrí la cristalera y me disponía a poner un pie fuera cuando lo ví, sólo atiné a decir: ”Vuelve atrás”. Cerré apresuradamente  y ante la mirada atónita de ella, despojada ya de la venda, le señalé con el dedo: “¿Tu ves lo que yo? ¡Ése es el lagarto Juancho!” Pasamos la semana encerrados en la habitación con un calor espantoso. Por el ventanal  veíamos a la salamanquesa paseándose ufana por su feudo . En ese  momento temí la imagen más que infantil, que  había proyectado de mí, teniendo en cuenta además que le sacaba diez años.

Tengo que reconocer que  el amor puede superar estos trances porque han pasado los años y llevamos dos días con la ventana cerrada del dormitorio, un murciélago enorme, creemos ambos que se trata de un caso de gigantismo murcieguil, ha decidido acampar en el poyete…

El palo del escobón y lo empujo a volar…..sólo de pensarlo tengo los pelos como escarpias.

07. SIGILO NOCTURNO

Sentada en la cama, absorta en una trepidante novela de intriga policíaca, tarda en percibir la solapada actividad que se desarrolla a su alrededor. Más allá de los confines del círculo de luz que la envuelve, algo se arrastra lentamente sobre la colcha, algo pequeño y sigiloso. Agarra la lamparita de noche y enfoca directamente a sus pies.

¡Caracoles! La expresión de sorpresa es, en este caso, literal: una caravana de moluscos asciende, sin prisa aunque sin pausa, por su cuerpo cubierto por la ropa de cama. En primera instancia le resulta curioso; luego una bombilla de alarma empieza a parpadear en su cerebro. Cuando los caracoles trepan por sus brazos, por su pijama, por sus cabellos, intuye que es hora de pedir ayuda. Pero, al abrir la boca, los animalejos la invaden, asfixiándola…

Se incorpora en la cama gritando, bañada en sudor frío, la respiración agitada. Mira alrededor: está sola. Suspira aliviada y sale al balcón para que la brisa nocturna disuelva los últimos jirones de la atroz pesadilla. Y, mientras se deja acunar por la amable luna llena, cientos de estelas plateadas avanzan sobre el césped del jardín, inexorables, hacia su balcón…

06. MARINO

Cada Viernes Santo el paso de la Virgen de los Desamparados se detenía bajo su balcón, un primer piso en la Plaza Mayor.

Tocado con mantilla y peineta Marino le cantaba, los ojos arrasados, con deliciosa, fina y firme voz.

Hace unos días el Sr. Obispo afirmó con desprecio en la prensa local que este año la procesión no pararía ante el balcón de un degenerado.

Al día siguiente Marino se vistió entero de un elegante y discreto negro.

Temprano caminó al Palacio Episcopal, bien conocido por él, donde le saludó cariñosamente Sor Teresa que tantos desayunos le había preparado.

Entró directamente en el despacho del Sr. Obispo quien le observó estupefacto hundiéndose en el sillón cuando Marino le aseveró con deliciosa, fina y firme voz que sí le cantaría a la Virgen. De no ser así se sabrían los importantes personajes de la Curia, se los enumeró despacio, que habían gozado de sus placeres.

Este Viernes Santo, tocado con mantilla y peineta, Marino le ha cantado como nunca a la Virgen de los Desamparados con deliciosa, fina y firme voz.

Con los ojos arrasados ha podido ver cómo desde la calle el Sr. Obispo le bendecía con solemnidad.

05. KAFKIANO (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Terminada la campaña comercial en Moravia, Marek Kovák volvía a Praga para renovar los muestrarios de primavera y pasar a contabilidad la lista de pedidos.

Cuando el tren cruzaba el río Moldava recordó sus largos paseos por la orilla con Gregorio Samsa, su amigo de la infancia, y se prometió a sí mismo visitarlo. Hacía tiempo que no sabía nada de él, salvo algún rumor de que había sido despedido de la Compañía en la que ambos habían sido reclutados.

Terminadas sus obligaciones laborales se acercó a la casa de los Samsa. El señor Samsa lo reconoció y lo abrazó emocionado:

─ Gregorio desapareció. Desde navidades no sabemos nada de él, le dijo.

Contrariado, Marek salió del portal y se sorprendió al ver que los transeúntes se paraban a mirar hacia el balcón del señor Samsa. Incluso un grupo de personas jubiladas escuchaban, mirando a la balconada, las explicaciones de su guía:

─Señores, decirles que diariamente, al toque del carrillón de la catedral a medio día, ese inmenso gorgojo que ven abre con sus patas la ventana del balcón y mira hacia el cielo.

Marek se estremeció. El insecto parecía hablarle y no apartaba su mirada lacrimosa de su rostro.

04. UNA COMIDA ESPECIAL

¡Un animal! ¡Un animal! Eso gritaba yo mientras echaba a correr como una loca cuando una hormiga enfilaba el mantel sobre la hierba, justo cuando mamá destapaba las fiambreras que iba sacando de la vieja bolsa-nevera azul.

Éramos pobres como ratas, pero ir a comer, los domingos de verano, a la Casa de Campo, el parque más grande de Madrid, era el premio especial de  una larga semana de privaciones.

Papá desplegaba el mantel entre los árboles, a la sombra y, después de la caminata desde el centro de la ciudad hasta allí, nos moríamos por empezar a devorar los manjares de mamá: Filetes rusos, tortilla de patatas, pimientos verdes fritos y alguna fruta. Con pan y agua fresquita del termo, esa comida era un auténtico festín para los cuatro.

Pero nada más coger mi hermano y yo nuestras raciones ¡Zas! Aparecía alguna maldita hormiga avanzando decidida hacia los platos.

Entonces, mientras yo huía a varios metros de distancia y mi madre desalojaba a aquellos “animales” fuera del mantel, el nano se iba comiendo su ración y parte de la mía !El muy…!

Pasó mucho tiempo hasta que los bichos y yo llegamos a entendernos.

03. COMPLICIDADES (Ángel Saiz Mora)

Le han cedido el asiento al verlo cojear, apoyado en una muleta.
Varias personas se levantan también al entrar ella, con su vientre abultado.
Ambos retoman sus lecturas, aunque intercambian miradas y sonrisas. Tras coincidir tantas veces tenía que suceder.
La joven, más decidida, le propone cenar juntos. Ambos desean conocerse.
A la entrada del restaurante ella extrae un balón de playa oculto bajo la blusa. Él revela que su muleta era puro teatro, ya no cojea. Son farsantes.
Comparten pasión por la lectura. No conciben su vida sin las letras, hasta el punto de hacer creer a sus padres que asisten a clase, cuando lo que hacen es asegurarse un asiento en el transporte público, para leer mecidos por el vaivén.
Un beso prolongado. Otro. Apuntan la posibilidad de un futuro común, que no quisieran desperdiciar con fatigas para pagar una hipoteca; la suya será una existencia bohemia. Son auténticos. Pero un microrrelatista y una poeta también necesitan comer. Él se pregunta cómo pagarán el menú de ese lujoso restaurante. Ella, persona de recursos, saca del bolso una mosca y una arañita de plástico, que introduce en los platos de sopa. Como desagravio, la casa invita.

02. CONTRASTES (A. BARCELÓ)

La pintura negra en el hierro forjado de las saledizas y en las barandillas de los balcones franceses resalta sobre el blanco inmaculado de la cal en los muros de la fachada. Las gitanillas rojas se desbordan en cascada entre los barrotes ofreciendo un espectáculo de exuberante frondosidad.

Todo el mundo se pregunta cuál es el secreto para que cada primavera aquella casa tenga las flores más hermosas de Córdoba.

Solo Dios sabe cuántas lágrimas ha vertido María sobre esas macetas desde que aquel mozo con el que pelaba la pava dejó de rondar su reja por culpa de la cucaracha asquerosa de su padre.

89. El deseo del abuelo de Cosme (Juana María Igarreta)

Cuando Cosme cerró aquella tarde la puerta de la relojería, dejó cincuenta años de su vida atrapados entre sus paredes. El tiempo había fluido sin detenerse dibujando profundos surcos en el rostro del relojero. Antes de salir observó por última vez los relojes que salpicaban el lugar, envidiando el riguroso compás de sus mecanismos. Para sí lo quisiera su agitado corazón. Sus constantes arritmias le habían obligado a vender el veterano negocio familiar.

Cosme fue generoso con Juan, el nuevo propietario, pero una singular condición figuraba en el contrato de traspaso: “Que el viejo reloj de péndulo que preside el escaparate permanezca siempre en marcha y en la misma ubicación hasta el cierre definitivo del establecimiento”. Las agujas de este reloj enhebradas con el hilo del tiempo tejieron las primeras horas de andadura del local y debían también hacerlo las últimas. Así se cumpliría el deseo del abuelo de Cosme, fundador de la empresa.

Poco tiempo después Juan leyó la esquela de Cosme en el periódico y acudió al entierro. Cuando volvió su llave no abría la cerradura de la tienda. Y el viejo reloj de péndulo había desaparecido.

88. El dolor infinito

La Parca planeó al alba sobre nuestro hogar y se llevó a mi niña junto con la fiebre y el llanto. Su negra sombra también debió de alcanzar al viejo cuco que dormitaba silencioso en el reloj, porque ya nunca más se sucedieron las horas.

87. Última hora

Abro los ojos inquieto, pienso que se me ha hecho tarde, pero no, el reloj marca las cuatro y diez de la madrugada. Me vuelvo a dormir un rato más. Despierto otra vez, miro el despertador y sigue siendo esa misma hora. Reviso el móvil y lo confirma. Desconcertado, voy al aseo a darme una ducha caliente para quitarme el mal rollo. Tras esto, regreso a mi habitación y veo mi cuerpo boca abajo en la cama.

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