Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

34. LAS TRAMPAS DE LA MENTE (Mercedes Marín del Valle)

Siempre soñé con tener una casa con jardín, a ser posible con hierba de verdad y flores silvestres, pero como no había dinero me consolé pensando que se llenaría de bichos con alas y sin ellas, así que me conformé con un pisito con balcón, uno de esos de losas rojas que tan bien se friegan. Aquí tengo mi sillita de enea y el cesto con los ovillos, y, aguja de croché en mano, mientras miro a la calle, hago círculos circunscritos en cuadrados, todos muy coloridos. Los estoy juntando en una bolsita a ver qué hago luego con ellos.

Ahí va la Juana, ¡qué gorda se ha puesto!

  • ¡Juana! ¿Es que estás coja?
  • Sí hija, sí. Me caí la otra tarde en el jardín.
  • ¿Te has roto algo?
  • No, que se me enredó la zapatilla en la hierba y me fui de narices contra el suelo, solo el golpe.
  • ¡Vaya por Dios! Qué mala suerte, mujer.

 

No puedo menos que reírme, pero no es por la Juana, es por mis pensamientos, ya me gustaría a mí caerme sobre la hierba y que revoloteasen los bichos a mi alrededor porque aquí, en mi balcón, solo hay moscas cojoneras.

 

 

 

 

33. El testigo (María José Escudero)

Fue un coche rojo el que se llevó a la niña. Insisto, rojo. Ella volvía feliz del colegio con la mochila de Disney y la llave colgada al cuello. Su mamá le había dejado la merienda sobre la mesa de la cocina, junto a una nota cariñosa. Así lo hacía siempre que tenía turno de tarde.

Antes de llevársela, el hombre me observó desde la distancia con un rencor desafiante. Pude verlo muy bien porque tengo unas vistas privilegiadas desde aquí. Luego, arrancó con premura y emprendieron juntos un paseo del que sólo él retornaría.

Era rojo. Ya lo he repetido muchas veces. Rojo como los ojos mortificados de su madre que, asomada al antepecho, rezaba por verla de nuevo aparecer entre la gente que transitaba la calle. Como ese chándal de gimnasia que danzó durante días olvidado en el tendal. Rojo como la sangre hallada en la sima. Como las hormigas que tantearon sus restos. Como los geranios que crecen enredados a mi barandilla. Era rojo el coche en el que el padre invitó a subir a su hija, la que fuera fruto del amor y su vivo retrato. Si yo pudiera hablar, lo contaría.

32. Pupa

El hijo de la portera es un bicho – escucha decirle mamá a papá durante la comida. Y no puede evitar imaginarlo con repulsivas antenas y enormes ojos. Es tal el pavor que siente ante la posibilidad de cruzarse con él en las escaleras que finge estar enfermo para no tener que salir de casa. Así, pasa los días metido en la cama, arrebujado entre las sábanas, sin probar bocado. La madre, preocupada, se asoma a la puerta preguntándose cuando saldrá de la habitación.

Pronto – le tranquiliza el padre – Ya se le adivinan las alas.

 

31. Visitas asfixiantes (Juana Mª Igarreta)

Cómo vas a esperar que alguien envuelto en sombra y sigilo irrumpa en tu casa una noche de verano; y que tú, paralizado por la sorpresa y el miedo, seas incapaz de emitir siquiera un grito mientras sus manos te oprimen el cuello con fuerte determinación; y que ese cielo cuajado de infinitos puntos luminosos, que observabas hace unos momentos a través del balcón entreabierto, sufra un repentino apagón.

No ver nada, no oír nada, no sentir siquiera dolor, hace que te preguntes si todavía estás vivo; y si en caso de no estarlo sería posible recordar que lo estuviste.

Sumido en esa nada ensordecedora donde el tiempo y el espacio se desvanecen,  percibes, de pronto, el ingrávido roce de unas minúsculas patitas sobre tus labios; una cosquilleante certeza de vida que agradeces con emoción inconmensurable. Alegría que desaparece en segundos cuando tomas conciencia de que, preso en un cuerpo inmóvil, no puedes impedir que el bichito se afane en explorar el interior de tu boca, muy a tu pesar, abierta.

30. LIKE A VIRGIN

Virtudes hacía poco honor a su nombre. Era una mujer un tanto díscola, de grandes pechos asomados siempre al balcón de su escote, unas piernas más largas que su escasa falda y un amante en cada una de sus perniciosas noches.

Al contrario, su marido Azazel, era un santo varón, hombre casi celestial que provocaba en mí una bendita humedad cuando lo veía pasear con ese andar angelical, ese porte alado y una provocadora áurea para mi hastiada virginidad.

 

Anoche me llevé puesto lo único que podía tentar su incólume espíritu, un rosario.

Hoy rezo, saciada, por nuestras pecadoras almas.

29.- Simbiosis

De noche correteaban desde las axilas hasta la ingle, de los tobillos a las orejas. Trepaban por mis piernas hasta enredarse en el vello púbico y pataleaban intentando liberarse para continuar su recorrido, unas veces errante, otras siguiendo los  senderos marcados por sus predecesores.

Los grillos eran mis preferidos. Aunque resultaban especialmente ruidosos  llegamos a comunicarnos mediante chirridos, en una suerte de diálogo para grillados. Y qué decir de la suavidad de los  gusanos verdes, residentes de la parte baja de la espalda, cerca de las arañas. Las hormigas iban a lo suyo, siempre serias, siempre ocupadas. Nunca entablaron relación con sus vecinos los ciempiés, ni con las urticantes procesionarias. Del ombligo emergían escarabajos negro charol que refulgían bajo la luz de la mesilla, presumidos, dejándose mirar. Cada especie había conquistado un territorio en mi cuerpo, pero en ocasiones debía reordenar las colonias, sobre todo cuando eclosionaban los huevos y algunas  larvas andaban perdidas.

Desgraciadamente, sobrevino una plaga descontrolada. Tuve que pedir ayuda y mis bichitos huyeron en estampida en cuanto dejé de consumir ciertas sustancias.

Desde entonces me encuentro genial, pero ahora, al acostarme, tardo en quedarme dormido. Echo de menos esas cosquillitas en la entrepierna.

28. Tertulia de bichos

Por la rendija, justo por donde el sol entraba oblicuo iluminando el polvo, desde allí podía observarlos, sin ser vista.

Las hormigas pasaban de largo. Sin embargo, el resto parecía haberse dado cita en el alfeizar de la ventana para criticar a los humanos.

—Son tercos. No aprenden de sus errores. Egocéntricos y obstinados —decía la polilla.

—Pero si no saben ni hablar —replicaba el pulgón, al tiempo que agregaba—. Porque ya me diréis qué significa «claroscuro». ¿Es claro o es oscuro? Lo mismo que «trampantojo”, o «puntapié». Y como esas, tienen miles.

El mosquito por su parte, solo se lamentaba:

—Lo cierto es que nos odian y conforme avance el verano, harán todo lo posible para exterminarnos.

—Conmigo lo intentan, pero no pueden —le respondía altiva una cucaracha.

—Pues, podríamos decapitarlos —ironizó entonces la mantis y todos estallaron en una carcajada.

El jolgorio acabó pronto, justo cuando se acercó una bella mariposa, de recién estrenados colores. Venía visiblemente alarmada y los dejó a todos preocupados y rascándose las cabezas con las antenas.
Ninguno encontraba una explicación cuando la mariposa contó lo sucedido: la larva había desaparecido y la crisálida… ¡estaba hueca!

Inquietante, muy inquietante, le decían.

27. El encuentro (Paloma Hidalgo)

A pesar de estar tan negra, a la abuela la veo mejor, sin el rollo de la artritis reumatoide está más ágil, puede subirse a cualquier cosa para oler el jazmín que trepa por la pared. El abuelo, lo mismo, además ahora está tan delgado que puede compartir pipas y palomitas conmigo, cuando hace bueno y mamá abre el balcón y acerca mi silla para que pueda tomar el aire. Nunca vienen solos a verme, se traen muchos amigos, poco a poco les voy conociendo. Hay una niña del colegio, creo, aunque a esa no he podido verla bien con la lupa aún, mamá me la confiscó hace poco, mientras estaba observándola, y desde entonces, tampoco abre las puertas del balcón. Hoy ha llamado al médico asustada, decía algo de unas secuelas, de unas vueltas de campana de un coche, de no sé qué accidente, que he empezado a mirar a las hormigas con lupa y que hablo con ellas. Me temo que me va a ser muy difícil organizar ese encuentro que papá, por cierto está guapo de negro y sin gafas, quería que preparara para pedirle perdón por lo del exceso de velocidad. Quizá, la próxima primavera.

26. DIETA SILVESTRE (Rafa Olivares)

Al abuelo Juan Salvador, que ya no andaba ni hablaba, lo sacábamos todas las mañanas en su silla de ruedas al balcón, bajo el cobijo del toldo, para que se entretuviera mirando al parque. Cuando nadie lo veía, se encaramaba a la barandilla y salía revoloteando hasta la rama de un castaño de indias. Allí observaba los juegos de los niños, los arrumacos de los enamorados, los paseos de los ancianos y los trabajos de los jardineros. A veces, algún empleado municipal le increpaba por subirse al árbol. Él nada decía y seguía a lo suyo. Después, planeaba hasta el suelo a comer semillas e insectos, que encontraba con habilidad entre la hierba, y se acercaba al estanque a sorber algo de agua. Antes de la hora de comer, alzaba el vuelo de vuelta al balcón y se sentaba en su silla como si nada hubiera pasado. Ahora mamá anda preocupada, dice que últimamente el abuelo no come mucho.

25. El quebrar del cascarón

Sabía cómo respiraba. Cuando la vida fluía dulce y la brisa entrelazaba aromas de flores al sol, tomaba aire: cuando el frío cristalizaba las nubes, se le congelaba el aliento. Sabía de su pinza, como de langosta, dispuesta a cercenar lo feo, de sus alas de plumón para cobijar, de su oreja enorme de elefante africano que lo escuchaba todo, de sus miembros suaves que acariciaban señalando la luna. Le vi alimentarse, digerir venenos y delicias para crecer equilibrado. Esperé durante años que rompiera la corteza.

Ahora sé que el veneno le provoca cólicos de ira y los manjares un ansia feroz; que tiene atrofiadas la oreja y las alas, que la pinza se ha vuelto indiscriminada. Que le ha surgido una boca con colmillos afilados que muerde y vocifera, unas garras que ignoran el cielo. Le siento taladrar la realidad para tomar el control, carcomer tu piel para emerger. Como una larva que sabe que ha llegado su momento. O el mío.

Y aquí estoy, buscándote en sus ojos. Una garra estrangulando mi muñeca, sin oreja que escuche. Dos bocas a punto de gritar, la mía de miedo. Y a diez centímetros de ambos, el mango de un cuchillo.

24. METAMORFOSIS (Mariángeles Abelli Bonardi / Relato fuera de concurso)

Después de setenta balcones y ninguna flor, su aventura en miniatura se le vuelve enorme… ¿Qué bicho te picó?, se recrimina, sabiendo que no puede arrepentirse… Bicho raro: así la ha tildado la colonia, por eso, bien avituallada, partió sin mirar atrás.

El miedo amenaza con hacerle pupa, pero ella camina y se repite «a otra cosa, mariposa», ¿no es acaso un insecto social? Beber de una gota de rocío le aclara la mente: el balcón setenta y uno tampoco tiene flores, pero sí una mesita verde, a juego con dos sillas, que se ve de lo más desafiante… Asciende por una de las patas y ve que ya no está sola: la pierna tiembla bajo el jean, garabatea la mano, divaga la mirada por el cielo hasta posarse en ella… Comienza a correr… ¡De seguro que la mata! Pero entonces, la punta del bolígrafo la intercepta y la posa en la hoja… Camina la rayada superficie, y a medida que lee, advierte lo que ha pasado: ya no es una simple hormiga, sino el deseado bichito de la inspiración

23. Sociología de los tendales

Clara me observa desde su pedestal hiriente mientras cojo el cigarrillo y me dirijo al balcón. Pero ella no entiende el ejercicio de años que llevo desarrollando al prestar atención a las entrañas de mi edificio. De este modo, conozco y vigilo la civilización del mundo. Porque es en el patio de luces donde nos desprendemos de las máscaras. Esa impecable anciana de las pieles deja morir a sus geranios. Ese mocoso insufrible es un virtuoso al colgar las prendas. Esa madre atribulada descarga su ansiedad escondiendo alcohol entre los productos de limpieza. Al de la música a tope le oigo llorar a veces en esas noches extrañas en las que no sale. A veces oculto la brasa con mi mano para no delatarme ni interrumpir esa congoja. Y he observado, últimamente, que otra brasa velada me acompaña en las sombras más oscuras. La solitaria chica del primero, de la que nada se, la que mantiene el balcón desnudo, a la que nunca he visto tender, comparte conmigo este vicio. Y anoche colgó en el tendal un trapo rojo incitante. Sin forma. Muy rojo. Y seco. ¿Es una llamada? ¿Es un mensaje en clave?

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