Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

22. PECECILLOS DE PLATA – EPI

En una caseta de la Feria de otoño del libro antiguo, encontré un volumen encuadernado en cuero del Decamerón, que tantas tardes, me dio placer en mi adolescencia.
Ya en casa cerré persianas y encendí una vela.
Se creó un clima especial, como si estuviera en una abadía, luces y sombras temblaban en las paredes, abrí el libro y fui pasando las hojas.
Entonces le vi, un pececillo de plata recorrió la página muy deprisa y se paró, cogí una lupa y admiré sus escamas, que a la luz de la vela refulgían. Al rato desapareció entre los hilos engomados del lomo. Sabía que era un lepisma y que para fecundar no necesitan copular.
Aparecieron dos pececillos, uno empujando al otro como en un cortejo ritual y sexual que lo llevó donde había estado antes y la que posiblemente fuera la hembra se quedó enganchada en la sustancia allí depositada.
Estaba ensimismado, cuando apareció una tijereta que cazó a la hembra y el otro desapareció.
Cerré el libro de golpe, lo coloqué en el estante más alto y decidí que yo no era nadie para inmiscuirme en el Universo de los lepismas.

21. MIGUEL ÁNGEL (Paloma Casado)

Te burlaste cuando dijo eso de “las mariposas en el estómago” en vuestra segunda cita. También cuando comparaba con gusanitos de seda tus dedos en su espalda. Te parecía un poco ridículo, pero tan adorable que enseguida le propusiste un viaje a Roma. Comisteis helados en la Piazza Navona y arrojasteis monedas en la Fontana de Trevi como todos los turistas. Aguantaste tanto tiempo de espera porque él quería ver la cúpula que pintó su tocayo. Tu correosa coraza de tipo duro se fue resquebrajando ante sus ojos asombrados. Por eso, no te importaron las cucarachas en el piso que alquilasteis en el Centro ni ese olor a desinfectante rancio. Desde el balcón, que enseguida llenó de geranios, asististeis a los desfiles de banderas arcoíris que daban la bienvenida al futuro. Como si otro mundo mejor fuera posible. Como si nadie fuera a insultaros por caminar de la mano. Como si el odio estuviera proscrito y no existieran jaurías que os rodearan en la noche y hundieran una navaja cerca de su corazón. Nunca pensaste que sostendrías su cuerpo moribundo, igual que esa Piedad que tanto le gustaba

20. A vista de pájaro

Mientras regulo el respaldo del asiento y ajusto la altura del volante, le pregunto si puede bajarme el precio.

Me contesta que no, que no es negociable y me recuerda que lo ponía bien claro en el anuncio. Además, añade que no le haga perder mucho tiempo porque tiene a gente interesada esperando.

Capto la directa y me olvido de la rebaja, entonces le pregunto por los años.

-Cinco y sin rodaje -responde- es un chollo tal y como está la inflación.

La verdad es que está por las nubes, pero para qué hablar del tema si es el motivo por el que estoy aquí. Simplemente, afirmo con la cabeza.

Luego bajo del vehículo, echo un vistazo a los asientos traseros, abro el maletero, levanto el capó y paso la mano por los revestimientos.

-Si pagas ahora, es tuyo hoy mismo -dice.

Finjo que pienso la oferta y miro al horizonte, aprovecho para observar las vistas que por cierto son inmejorables y, sin darle más vueltas, acepto. Le pago en efectivo y. al momento, me entrega la llave de lo que será mi nueva residencia, un coche de desguace situado en el balcón de la ciudad.

 

19. Lo que de verdad importa (Gemma Llauradó)

Había llegado el anhelado fin de semana. Una escapada a la costa gozando del sol, saboreando una cervecita helada en alguna terraza, disfrutando de los paseos y las tertulias tras las comidas… Un plan perfecto entre amigos.

Al llegar al hotel, ese entusiasmo se desvaneció por momentos. Me asignaron una habitación individual con una cama pegada a una de las paredes de pintura desconchada. La habitación era mínima, eso sí, con baño. Este no había visto en años un mantenimiento preventivo.

¿Un error en la reserva…? Me pregunté. No lo era. Sin embargo, nada se parecía a las fotos previas visualizadas. No había terraza ni tan siquiera un balcón, tan sólo un ventanuco que daba a un patio de luces donde sólo había oscuridad. Unos visillos suplantaban las cortinas inexistentes. La televisión no funcionaba y el aire acondicionado temblaba al conectarlo.

Al menos, estaba limpia, pensé. No había bichos indeseables en el baño, pero el rumor incesante de las tuberías y bajantes avivó por momentos mi imaginación. Había despertado mi musofobia.

Sacudí la cabeza para quitarme ese pensamiento. No importaba el antes, ni siquiera el ahora. Tenía que pensar en el después. Estaría con mis amigos.

18. PARÁSITOS

Odiaba las cucarachas, estaban por todas partes, sus padres tenían cerdos y vacas en el corral y esos asquerosos bichos proliferaban a sus anchas entre el ganado. Antes de irse a dormir, le tocaba ir de caza: miraba el suelo, las paredes, debajo de la cama y, si veía alguna, la liquidaba inmediatamente a golpe de zapatilla. Detestaba ese denso crujido al machacar cada negro insecto, pero más detestaba irse a dormir con su asquerosa compañía y darles opción a compartir su cama.

Una noche despertó súbitamente tras el sobresalto de haber escuchado un grito que, a continuación, fue seguido del inconfundible sonido de un buen zapatillazo. Después del susto inicial, sonrió al imaginarse a su hermana pequeña enarbolando su zapatilla. Claro, ella aún no había instaurado la recomendable costumbre de la caza antes del sueño.

17. «Boomerang» (Sara Lew)

La destrucción era absoluta. Los balcones habían desaparecido dejando aquellos diminutos apartamentos como rostros sin nariz, mutilados.

Una linterna temblaba en la mano derecha del General mientras que con la izquierda se enjugaba las lágrimas. El lugar, un estacionamiento subterráneo que no estaba destinado a aguantar un misil de esas características, había sido el último refugio de su familia y de los demás habitantes de aquel edificio, ahora convertido en un triste esqueleto de hierro y cemento.

No mucho tiempo atrás había dirigido aquella atroz Operación Militar Especial.

“Todo lo que das a los demás regresa a ti de alguna manera”, solía decirle su madre.

16. Ajenos (Anna Jorba Ricart)

Estaba sumida en la lectura cuando de pronto sentí una vibración. La lámpara empezó a temblar, las macetas de mi balcón se movían de tal manera que los troncos de la dama de noche se partieron y fueron a caer encima de la casa de mis mirlos, vaciando su comedero y el agua de su piscina.
Tú, mirabas atento en el televisor un reportaje de Escandinavia.
De repente te lanzaste a la pantalla que empezó a moverse de izquierda a derecha, de las profundas aguas agitadas del Mar de Noruega emergiste como el Kraken, lleno de tentáculos. Tu boca empezó a lanzar rayos y tu voz me ensordeció retumbando con estrépito en la sala.
Cuando me aíslo en el mundo de los libros y de la escritura o la lectura, se te envenena la sangre como la serpiente marina.
Tu mirada inquisidora la de siempre.
Tu ira, la de siempre.
Discutes sin la máscara que la convivencia incrusta en la piel y te ofuscas de tal manera que no sabes ni siquiera quien soy, pero tú a mi me pareces una sabandija, si, si, un bicho y tan extraño.

15. Refugios de la vida

Un pellizco le agarra el corazón cuando enfila la calle y mira hacia arriba, hacia la segunda balconada. La que daba a la habitación de sus padres. Donde ella y sus hermanas nacieron.

Donde su padre murió. Donde su madre guardó luto y se refugió de la vida, esperando su muerte; porque ‘sin un marido, una mujer ya no tiene nada que hacer en este pueblo’.

En ese balcón, sentada en su mecedora, tejía, rezaba y leía lo que alguna vecina, que había servido en aquella casa tiempos atrás, le traía cuando iba de visita. Le contaba cotilleos, le regaba las pocas plantas que le quedaban y descorría las cortinas para que, al menos, algo de luz entrase a través de aquel balcón donde la vida había muerto.

De ahí se fue ella, se fueron todas. Ella a veces vuelve. Pero en ese balcón solo hay recuerdos muertos.

14. Serpientes de verano

Para ella, estar desnuda no es solo despojarse de la ropa, separar la tela del contacto con su piel; para ella, estar desnuda es sentir como el sol la reconoce, como el viento examina su espalda, como el fuego de la barandilla del balcón la penetra cuando, todavía indecisa, a horcajadas, piensa en traspasar esa frontera y asomarse al asfalto líquido del verano. Para ella estar desnuda es mostrarse a unos ojos asombrados, lascivos, temerosos, inquietos, insaciables. Para ella los curiosos que abajo se amontonan son hormigas que acuden a la llamada de la carne. Para ella estar desnuda es crear expectativas: desconcierto, gula, sexo, suicidio, Cuando llegan los bomberos sus pies ya están en la cornisa, sus manos sujetas a la balaustrada, su cuerpo hacia delante, como el mascarón de proa de un edificio a la deriva; su pecho un ariete que desafía al horizonte; su pubis un rastro de miel ofrecido al abismo. No sabe cómo han averiguado su nombre, pero al escucharlo siente la necesidad de acudir a la llamada, de soltarse mientras una plegaria solemne, un coro de lamentos, se prepara para recibirla, igual que los judíos recibieron el maná en el desierto.

13. Una plaza con solera (Javier Igarreta)

La plaza nació como triángulo trapezoidal. Un aborto del urbanismo, junto al río. En la antigua huerta de las monjas. Algún cronista incluye un cementerio. Un aluvión de gente de pueblo dio sentido al descabellado proyecto. Los balcones se llenaron de flores y pájaros enjaulados. Una ajustada metáfora del agridulce sinvivir del animado núcleo poblacional. Después daría paso a un abigarrado microcosmos, en consonancia con la heterogénea procedencia de sus nuevos moradores. “Demasiado cambio”, decía una vecina de enfrente. Siempre me chocaron los ademanes ceremoniosos con que acariciaba a su gato sobrealimentado. Alguien me comentó de su afición al esoterismo.

Hoy me despertaron unas luces oscilantes, la ambulancia, pensé. Asomado a mi ventana vi coches de policía. Ayudados por los bomberos accedieron a la vivienda. La señora había activado su alarma, pero no estaba allí. Tampoco el felino. De pronto, alguien la vio encaramada en una lámpara. Reducida a su mínima expresión emitía un ultrasonido que aumentaba de intensidad al chocar contra la ventana. Amparada en el secreto de sumario volvió a su ser. El felino salió de su encierro. Aún pasean al anochecer junto al río. Ella cantando a la luna, el gato, triste y azul.

12. Malvas y blancas (Susana Revuelta)

Sale el sol aligerando de rocío las telarañas y despertando los aromas del campo: limón, lavanda, tierra mojada, estiércol fresco de vaca. Se oyen ladridos, ruido de tractores, el trino de aves alborotadas.

De estos sonidos y olores, Hanna no percibe nada. Cada mañana disimula los pinchazos en el pecho para no preocupar a sus compañeras del albergue, que intentan animarla charlando con ella, sacándola a pasear. Llega después la traductora y les enseña en español el nombre de algunas plantas: hortensias, margaritas, lirios, jaras.

Pero su mente está en su balcón, a miles de kilómetros de distancia. Allí tras el verano no sobrevivían ni azaleas ni camelias ni nada; se amustiaban en cuanto se debilitaban los rayos de sol. Además era tan pequeño que apenas cabían cuatro macetas, el tendal y la silla donde se sentaba Viktor a fumar. Siente otra punzada en el alma al recordar cómo le reñía cuando se encendía un cigarrillo, ¿no tragas bastante humo en la fábrica?, solía decirle, mientras le quitaba el paquete enfadada.

Hanna escucha esas palabras extrañas y reza en voz baja. Solo pide que su corazón resista, para poder regresar y depositar un ramo de flores en su tumba improvisada.

 

 

11. Titular de mañana (Toti Vollmer)

Algo se estrelló en su balcón. Tras el sobresalto inicial, encontró un dron estropeado junto a las macetas. Se asomó a la calle, pero no vio a nadie. Entonces lo examinó y le pareció que era irreparable. Estaba a punto de botarlo cuando le interrumpió el timbre. Abrió la puerta y se encontró con un chico guapísimo que venía a excusarse y a buscar su chatarra. Encantada con su suerte, y como esa sonrisa se le hizo tan familiar, lo hizo pasar. Le costó un par de cafés reconocer que se trataba del de la foto que inundaba internet, el que acechaba a sus víctimas con cámaras ocultas.

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