Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

86. Ausencias

Los hermanos no la llamaban. Se levantaba a menudo en medio de la noche para estar segura de que el teléfono funcionaba. Se volvía resignada a la cama con aquella tristeza suya. En las exequias los echó de menos y también en el reparto de la herencia. No acudieron y ella se quedó con las deudas y las fisuras del caserón. Subió al desván, recogió los cachivaches, las ropas y las fotos de antaño. Antes de cerrar la buhardilla decidió dejar para siempre en el armario a las gemelas, al mayor y al peque. Quizá el hijo único de los nuevos inquilinos se alegre de saber que a los hermanos invisibles siempre les apetece jugar. Y que además nunca crecen.

85. Unicornios rosas (Patricia Collazo)

Tengo una hermana imaginaria que se llama Alicia. Tiene dos trenzas largas y le faltan las paletas de arriba. No le gusta jugar a la estación de servicio ni al barco pirata, llora por cualquier tontería y tiene una vocecita insoportable. Pero yo la quiero. Para que mamá no la castigue sin videojuegos, le cubro todas sus trastadas. Basta con que me diga “gracias, hermanito” y sonría con sus dientes faltantes y su camiseta de unicornios rosas.

Mamá me pilla a veces hablando con ella, pero yo le digo que es un amigo y se llama Pedro, porque siempre que le pido tener hermanitos se pone triste. Y no me gusta que mamá se ponga triste. Eso pasa cuando llega el calor y vamos al trastero a buscar la ropa de verano. Nunca me responde si le pregunto de quién es esa bici rosa con flecos dorados en el manillar. Y cuando baja la caja de las camisetas, y las revisa, refunfuñando porque muchas ya no me estarán, disimula diciendo que el polvo le da alergia. Pero yo sé que llora siempre que encuentra una camiseta de unicornios rosas al fondo de la caja y la acaricia en silencio.

84. La otra mitad

No merecía la pena seguir sufriendo por lo que ya no tenía remedio. Sin saber qué hacer con tanto dolor y tanta rabia, condenado a echarlo de menos de por vida, decidió dedicar su existencia a homenajearlo. Escribió un libro sobre él, dio conferencias. El público admiró su amor incondicional, la devoción que le llevaba a cantar las bondades de su hermano, aun a riesgo de desaparecer tras su sombra agigantada. Es cierto que ganó con ello bastante dinero, pero puso mucho cuidado en no mostrarse desagradecido: creó una fundación que llevaba su nombre; le erigió un hermoso mausoleo. Finalmente, cuando sintió que su propia vida se le iba apagando, pidió ser enterrado allí, junto a su hermano Abel.

83. LA VOZ INTERIOR (Carmen Cano)

Vivió su infancia con una herida, la ausencia del hermano mayor que murió tres meses antes de nacer él. Su sentimiento de culpa lo llevó al hermetismo. Con pocos amigos, su refugio fue la lectura y la escritura de un diario. «Querido Julio… », le iba contando a su hermano las vicisitudes cotidianas y las zozobras de su ánimo.

Ahora publica novelas y ensayos de éxito. Lo mejor es que, cuando se sienta a escribir, es Julio quien se los dicta.

82. Cosas en común (Pablo Cavero)

Los jóvenes Erasmus son de consumir todo muy rápido: diversión, copas y sexo. Un chispazo y mucha química en la fiesta desembocan en una pasión desatada hasta el alba. Como la noche les ha parecido corta, desean continuar en cuanto repongan fuerzas. Zumo, café, tostadas y bizcocho. Desayuno contundente y poca conversación. Mientras él recoge todo y lo lleva a la cocina, ella curiosea y descubre un pequeño álbum con fotos de un niño que pasa a adolescente. En algunas está con su madre. En otra aparece la figura paterna. Es esta la que la deja estupefacta. En su mente emerge otro retrato. No tiene duda, la cicatriz del mentón es inconfundible. Comienza a sentir arcadas. Los dulces besos de la madrugada se vuelven de pronto veneno en su boca.

81. Comunión

Todavía conservo su reloj. Aunque pasó por las muñecas de todos mis hermanos siempre fue el suyo. Por las de las chicas no, como si para ellas el tiempo fuera relativo o no estuvieran sometidas a su tiranía euclídea. De sus regalos solo recuerdo el de Adela, porque era la pequeña hasta que nací yo: aquellas acuarelas con las que pintaba las paredes, antes de que se las requisaran frustrando así una vocación quizá algo temprana. También heredé el traje, con la cruz latina que me cruzaba todo el pecho, con aquellos cordones tan dorados y hombreras de general. Pero esto fue más por cicatería que por la intención de transmitir el linaje familiar a través de un mecanismo cuyo engranaje parecía eterno. De no haber muerto papá aquella tarde de repente, tal vez hubiera tenido que deshacerme de su esfera amarillenta, de sus manecillas afiladas, de su correa de cuero recubierta de una pátina de polvo y sudor que la oscurecía cada año más, en favor de un nuevo vástago. Dejó siete huérfanos y una viuda que jamás quiso volver a quedarse embarazada. Y el reloj al que hoy, no sé por qué, vuelvo a dar cuerda.

80 Cuestión de prioridades (Alberto BF)

Caín es, sin duda, un claro ejemplo de triunfador. Sus bestsellers son todo un éxito, y no para de asistir a eventos promocionales en diferentes ciudades de los cinco continentes.

Abel, su hermano menor, lleva una temporada bastante cansado. Cuesta conciliar la vida personal y laboral, y cada vez se le hace más cuesta arriba conseguirlo. El principal motivo es que Eva y Adán, sus padres, han sufrido en los últimos meses un importante deterioro físico y mental. Al acabar su exigente jornada laboral, Abel acude a diario a atender sus necesidades y dejar preparadas las medicinas y citas médicas del día siguiente.

Caín hace mucho tiempo que no aparece por la casa en la que creció. Para atender a sus compromisos decidió mudarse a Londres años atrás. Siempre ha poseído, sin embargo, dos grandes habilidades: tener el detalle adecuado en el momento oportuno, y no olvidar ni una fecha señalada.

Sus padres están encantados con la increíble trayectoria de su hijo mayor, aunque si no fuera por sus apariciones en televisión, prácticamente habrían olvidado su cara.

Y mientras Abel da vida a sus últimos capítulos, sueñan con que Caín vuelva a casa algún día para escribirles su epitafio.

79. Tiempo que no volverá (Nuria Rodríguez)

A pesar de ser gemelas idénticas, he de reconocer que Laura, siempre fue especial. Mientras que yo andaba perdida y sin rumbo por el mundo, ella, hacía las delicias de nuestros padres. Era buena estudiante, cariñosa y atenta, en definitiva, la hija perfecta.

A pesar de nuestras diferencias, ambas nos procesábamos un amor incondicional.

El destino o esta puta vida quiso que aquella noche de inverno, fuese Laura y no yo, la que tomase una mala decisión. No tuvo más oportunidades y su vida quedó segada en una fría cuneta.

Siempre había creído que  al estar tan unidas, si algo malo le pasaba a ella yo lo notaría en cada poro de mi piel, pero no fue así, dormía plácidamente cuando aquella maldita llamada me despertó. 

Desde entonces, mis padres son como el mecanismo de un reloj sin pilas, se han quedado parados, inertes. Yo intento avanzar, al igual que la manecilla del segundero, pero una fuerza superior me impulsa hacia atrás sin remedio.

78. DETÉN EL TIEMPO EN TUS MANOS (IsidrøMorenø)

Ha llegado el último día de tus vacaciones y te atormenta el transcurrir de las horas. A cada minuto miras las manecillas del reloj que no solo andan, sino que parecen correr para iniciar un vuelo de huida sin retorno.

Hoy no has pisado la playa, no has visto a tus amigos, de tu ex prefieres no acordarte. Permaneces sentado frente a la ventana observando el mar sereno, el cielo desnudo y tu reloj Omega, ¡curiosa marca de relojes que utiliza el signo del final, la última de las letras! Quieres echar el ancla en este día, apurar las gotas del momento aunque sientes con angustia que el tiempo se te escapa como la arena o el agua entre los dedos.

Odias los cambios y las despedidas, pero sabes que en unas horas te incorporarás a la unidad de cuidados paliativos en el Hospital General, ese lugar en el que desde hace veinte años has trabajado como enfermero, sin embargo, desde mañana, lo harás como paciente interno y sin fecha de alta.

77. Okupa (Salvador Esteve)

El tictac me despierta, no sé si es el sonido de un reloj o de mi exaltado corazón. Mi cuerpo, empapado en sudor y desorientado, tiembla, la penumbra acrecienta el terror que me ha producido la pesadilla. En seguida me percato de que una luz se filtra por una pequeña rendija e intrigado aproximo mi rostro; el horror aún no ha acabado. No puede ser verdad, cierro y abro los ojos, quiero despertar. Seguro que sigo inmerso en la maldita pesadilla, pues observo a un pajarraco enorme sentado en mi sofá, viendo la televisión y devorando maíz y orugas con gran avidez.

Una portezuela se abre ante mí súbitamente y un resorte me empuja al exterior: mis pulmones se revelan e impulsan el aire que transita libre por la glotis, un espasmo abre mi boca, mi garganta se tensa y no puedo reprimir que mis cuerdas vocales vibren y den la hora. Acto seguido regreso de nuevo a la oscuridad.

76. Las seis menos cinco

Desde que se quedó viuda, la única compañía de Amalia era su reloj de pared. Cada día se subía a una silla a darle cuerda a las seis en punto. Lo llamaba Joaquín, por su padre, y se ponía a hablarle de cualquier cosa: de lo caros que estaban los melocotones, de que nunca la llamaban sus hijos, de lo mala que era la vejez, obteniendo como respuesta un leve tintineo que aseveraba sus disertaciones. Joaquín a veces amortiguaba sus campanadas para no molestarla. Otras, las tocaba a destiempo si olvidaba tomar su medicación. Un día que ella se quedó en silencio, retumbó de tal forma que atrajo a medio pueblo. El médico la reconoció, diagnosticando que había llegado su hora. Al oírlo, el reloj dio marcha atrás cinco minutos y se paró.
Amalia ha ido recobrando el habla desde entonces y, aunque ha perdido la agilidad de antaño, se sigue subiendo a la silla a darle cuerda a Joaquín cuando en el ayuntamiento dan las seis. Él continúa estancado en su retraso, sin atreverse a hacer ruido. No obstante, cada vez que la escucha, se aceleran los latidos de sus engranajes mientras aguanta sus manecillas en su eterna posición.

75. Caminos bifurcados (Blanca Oteiza)

El reloj marca las doce del mediodía. El tren llega con retraso. Pero qué son unos minutos en el cómputo de una vida. Desde el andén busco un rostro que me resulte familiar. Nos reconocemos desde el instante en que nuestras miradas se encuentran.
En el hogar hallo a una mujer surcada por los años. Tantas veces la imaginé, que me resulta extraño el momento. Hablamos, al aroma de café, de su juventud, de los mozos que llegaban a las fiestas del pueblo, de su embarazo, de la separación más dura de su vida. Su otra hija nos encuentra bañadas en lágrimas, cogidas de la mano. De camino a la estación me cuenta que a madre le quedan pocas semanas de vida. Le pidió poder reconciliarse con la vida, contemplando de nuevo aquel rostro que vio una madrugada fría antes de entregarlo a otros brazos. Hasta hace unos días ignoraba la presencia de una hermana en mi vida, y de otra madre a la que estaba acostumbrada.
Nos despedimos hasta el próximo tren de las doce. Tan sólo unos kilómetros nos separan físicamente, aunque la distancia estos años haya sido enorme. Espero el tiempo nos conceda el suficiente para acortarla.

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