Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

51. Déjà vu

Samuel, incapaz de reconocerse en el espejo, se ha convertido en su propio enemigo. Por alguna razón que se le escapa, insulta a su imagen y la culpa de su soledad. Naufragó el día en el que alguien a quien no recuerda se fue con otro, sospecha que con el tipo que no deja de mirarlo desde la ventana que cuelga de la pared del salón. Puede que en un futuro llene los vacíos de su memoria, pero de momento navega por mares tan oscuros como inciertos. En contadas ocasiones la cara de su adversario le es vagamente familiar.  Tal vez se trate de uno de los poetas que leía sus obras en la plaza del pueblo, piensa. Él también era poeta. Sus versos erizaban la piel a cualquiera que quisiera escucharle, sin embargo, ahora casi siempre permanece callado. A veces despierta de su ensueño al observar una fotografía de una mujer. Sonríe, pronuncia su nombre y le recita un soneto de amor que dura lo que tarda en verse en el espejo. Tuerce entonces la boca, se maldice a sí mismo, y vuelve a olvidarse.

50. El niño invisible

Solo quiero que todo vuelva a ser como antes. Aunque no sé leer, saco ideas de un viejo libro que guardan mis padres en el desván. Es de un tal Leonardo y dicen que era muy listo. Para asombrarles, yo también dibujo autorretratos, diseño robots con cerillas, e incluso he montado mi primera bicicleta. Pero desde que llegó el bebé, nada mío llama su atención y son sus tonterías lo único que les interesa. Hoy me pasaré el día en mi habitación sin salir a jugar y recortaré las alas del libro. Espero que sean de mi tamaño, no me gustaría que mi hermano se llevara el mérito de volar.

49. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER – EPI

Qué razón tenía Parménides.
Hace unos años, los Juegos Paralímpicos me emocionaban, admiraba a las personas que, con sus diferentes discapacidades, se sobreponían a ellas y competían a un gran nivel para conseguir una medalla.
Pero entonces yo tenía un gran peso específico, estaba en mi plenitud, trabajaba y los límites eran los que yo dibujaba.
Todo lo que hicieran, por grandioso que fuera, nunca menoscabaría mis logros, ni afectaría a mi ser.
Pero los años y los achaques, poco a poco, fueron aligerando mi fortaleza y mi admiración por los demás.
Ahora estoy postrado en una silla de ruedas que ni siquiera puedo manejar, la cabeza sostenida por un armazón, siempre mirando al frente.
La traqueotomía y el respirador me impide hablar y todas las tardes una mujer de blanco, de la que no se ni su nombre, me saca de la habitación y me planta en el salón, rodeado de otros vegetales.
Enciende la televisión y aparecen deportistas sin brazos, sin piernas, ciegos o sordociegos, todos en algún tipo de deporte.
Cierro los ojos, me corroe la envidia, les odio, quiero morir.

48. Retrato de envidia

Desayuno. Rumor de olas. Música chill out y la mejor compañía. Un destello de felicidad en una vida tremendamente anodina que me preocupo de respirar con la intensidad que se merece, no lo subo a Instagram ni a Facebook. Cuando vuelvo a casa comparto este momento con “amigos” y siento que uno de ellos vive mis emociones como un ataque porque  enseguida su comentario resorte es:  «A mi no me gusta la playa». ¿Y? Mi cara es un emoji de desconcierto y en mi cabeza martillea una pregunta incesante, pero ¿qué he dicho?

No han pasado dos semanas y mi teléfono suena sin parar….en el whatsapp de grupo un sinfín de fotos de las vacaciones veraniegas de mi amiga, un posado en toda regla en los chiringuitos más cool de esta temporada , con los outfits más estudiados y la sonrisa puesta.

Yo viví mi momento, me alegraría que ella hubiera hecho lo mismo.

 

47. Verde de envidia

Mientras tomo el sol en el balcón, charlo con mi vecina. Ella me explica su vida (la de antes): viajes a lugares exóticos, amantes más exóticos todavía y aventuras, ¡muchas aventuras! Yo le cuento la mía (la de siempre): el llanto del peque, los deberes online del mayor… Mi vida no es emocionante, pero ella sonríe y dice que tengo una familia estupenda.
La envidio, pero es una envidia sana. Que el color de mi bronceado haya empezado a mudar hacia el verde no es preocupante. No se trata de un nuevo síntoma del dichoso virus. Solo es envidia.

Pero hace unas semanas descubrí que miente. Era la tercera vez que me contaba su viaje a Ceilán y, en lugar de ligarse al guía tostado por el sol, lo cambió por un rubio neerlandés que viajaba solo. Primero creí que era un lapsus, pero desde entonces la he pescado en tres mentiras y ya no me creo nada.

He dejado de envidiarla y mi piel ha recuperado su palidez habitual. Ella, en cambio, sigue tomando el sol. Se asoma al balcón, estira el cuello como una tortuga y espía nuestra familia perfecta con su mirada esmeralda.

46. QUEJA RESPONDIDA (Domingo J. Lacaci)

—Hermano, me retrasaré en Mónaco. ¿Pasas por mi casa a dar de comer a los perros?

Por evitarme el mal trago de cada vez, entré en su chaletazo andando hacia atrás. Y aun así, veía de reojo los trofeos de regatas, sus fotos con presidentes, los diplomas de microrrelatos. Enfrente, la foto con la belleza descomunal de mi cuñada. En el jardín vinieron a saludarme los dos galgos purísimos, que encima eran simpáticos. Bajé al garaje a por su comida, pero antes, me puse el antifaz de dormir que siempre llevaba para esas ocasiones. Así solo tuve que intuir la majestuosa presencia de los cuatro coches y las motos. Cogí el pienso a tientas y subí al jardín. Como apenas veía, tropecé, me golpeé en la piscina y me fui al fondo. Estaba allí conmocionado, muriéndome, tan a gusto. Era una forma de acabar, pensé satisfecho entre tinieblas. Pero me devolvió a la consciencia el robot limpiafondos de tres mil euros golpeándome una y otra vez la nariz. Salí, me puse hielo en el chichón, y mientras llenaba los comederos recé una pequeña oración pidiéndole a Dios la Hoja de Reclamaciones. Ahí vino un galgo y me orinó el pantalón.

45. POR LA BOCA… (Carmen Cano)

Porque Tino, aun siendo el más rebelde de los dos, conseguía con sus zalamerías las atenciones de mamá y siempre me ganaba en las peleas.
Porque, a pesar de que yo vi antes el pez de colores en la fuente del parque, fue él quien lo atrapó y yo lo lancé a la piscina cuando aún no habíamos aprendido a nadar.
Porque desde entonces su imagen preside el mueble del salón y mis peores sueños.
Por eso necesito ayuda, porque yo nunca fui celoso, doctor, aunque me sobraban motivos para serlo.

44. Hermanas (Alberto Jesús Vargas)

Aunque dicen que al nacer éramos idénticas, mi hermana no tardó en convertirse en la preferida de mis padres. Desde muy pronto se empeñó en destacar. Con apenas un año ya hablaba correctamente, a los tres manejaba el cálculo y a los cinco, tocaba el piano con increíble destreza. Yo, en cambio, por más que me esforzaba, no conseguía ser más que una niña normal y triste, que crecía eclipsada por ella.

         Aquel día en que los médicos no pudieron salvarla pensé que por fin mis padres empezarían a prestarme más atención. Me equivoqué. Ellos han seguido tan apegados a su niña prodigiosa que la mantienen a toda costa presente. Ocupado por los recuerdos, su cuarto permanece intacto, conserva su sitio en la mesa y su plato en el mantel y hasta los largos silencios de nuestras tardes se llenan con las dulces habaneras que nos dejaron sus manos musicales. Yo, en cambio, deambulo por la casa más ignorada que nunca gracias a ella que, siempre empeñada en anularme, ha conseguido que todos crean que fui yo la que en realidad murió en lo que convinieron en calificar como desgraciado accidente.

43. TIEMPO DE INFIELES (Rafa Olivares)

Su valor y fervor cristiano prevalecieron sobre los celos que le suscitaban su joven y bella esposa, doña Jimena de Astorga, y don Nuño Ruiméndez, Barón de Olaya, marchó a guerrear por Tierra Santa para defender la fe y recuperar los lugares sagrados. En su palacio quedó doña Jimena al cuidado de las haciendas y sin desatender sus oraciones y otros asuntos perentorios. 

Ya de regreso, tres años después, tras el ansiado abrazo y las efusivas muestras de cariño, procedía deshacer el equipaje y, sobre todo, localizar entre alforjas y arcones, la preciada llave garantía de su honra y honor.

Después de más de dos horas de búsqueda infructuosa, doña Jimena, hastiada y aburrida por tan larga espera, propuso a su esposo, con virginal sonrisa, probar con una de las horquillas de su peinado. Con una sola mano y gran habilidad y destreza, consiguió el «click» avisador de la liberación del tosco cinturón.

Por fin la pareja pudo folgar con pasión, exhibiendo doña Jimena habilidades amatorias que don Nuño no alcanzaba a recordar. Cuando, exhausto, el Barón de Olaya trataba de recuperar el aliento, pensó que tal vez no mereció la pena haber viajado tan lejos a buscar infieles.

42. EVANESCENTE (Pilar Alejos)

Los zapatos de tacón de aguja duermen en su caja el sueño del olvido. Dentro del armario, el tiempo se ha detenido en un vestido de fiesta que aguarda en la percha mientras amarillea la etiqueta que se balancea mostrando su precio. Hace tanto que anhelo poder lucirlo contigo en algún lugar maravilloso. Pero los días pasan y, cada vez, me mimetizo mejor con las paredes del salón o me hundo más en el abismo del sofá hasta volverme evanescente. Por eso no me ves cuando regresas tarde a casa, ni tampoco sabes lo mucho que deseo acurrucarme a tu lado y cobijarme en tu ternura. No te imaginas cómo me duele que la abraces y la beses a ella con tanto amor.

Aun así, tan solo espero que un día descubras mi mirada desde tu ventana y comprendas que la luz de mi balcón permanece siempre encendida por ti.

41. El estigma

Dejé de vivir el día en que nació mi hija. Pensé que de la náusea solo podría brotar un ser repulsivo, pero los desechos de mi vida sirvieron como abono para Nevenka. Ella me ha superado en todo. Y la misma tersura que irradia su cuerpo empacha mi mente de rencor. Porque su presencia golpea sin reposo las puertas de mi memoria. Hoy, que se casa con el hombre al que ama, he intentado limpiar mi corazón. Pero se ha resquebrajado entre mis manos al contemplar el vestido colgado de la lámpara del techo. Su cola de espuma marina, que cubre las baldosas del salón, me ha devuelto el aroma a salitre macerado en la piel de Ivan. Yo, y no ella, debería ser la novia que camina  hacia el altar. Después de nuestra boda habríamos tenido tantos hijos como planeábamos. Pero el fusil de aquel soldado serbio apagó su mirada diáfana antes de ver cómo me violaba. De nuevo surge una chispa de ira en mis ojos. Esta vez, antes de que estalle, logro apaciguarla con una sonrisa en cuanto me asomo a la ventana.  He descubierto que el cielo está enfoscado. A punto de llover.

40. Amado, Amando y Amador (María José Escudero)

 

Su casa era larga y destemplada como un túnel y, a pesar de su estrechez, había espacio más que suficiente para los tres hermanos que tenían la costumbre de pasar días, incluso semanas, sin rozarse. Ocasionalmente, un estornudo imprevisto o un bostezo de aburrimiento los hacía mirarse en la lejanía, aunque apenas se inmutaban. Sin embargo, alguna tarde se abría la puerta de repente y, nerviosos, se acicalaban y salían —por orden de nacimiento— a pasear por aquella especie de ciudad metálica y muda. Acompasados, deambulaban por un extraño laberinto de escaleras con el propósito, por ellos ignorado, de fomentar experiencias comunes. Eran trillizos, casi podían leerse el pensamiento y, a pesar de tener emociones y deseos bien distintos, había entre ellos, por el hecho de ser un experimento de probeta, un vínculo (quizá poco sano) que parecía indestructible. Pero aquella vez Amando, harto de su rol difuminado, nos sorprendió al cambiar el rumbo de sus pasos. Ya no soportaba más al primogénito ejemplar ni al mimado benjamín y necesitaba, imperiosamente, llamar la atención.

En el laboratorio estábamos consternados. Como padres de las criaturas tuvimos que reconocer nuestro estrepitoso fracaso: No habíamos logrado neutralizar el “síndrome del mediano”.

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