Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

19. Diáspora

Lo característico del Bosque de Cardián, situado en la actual Etiopía, aparte de su frondosa vegetación, formada por grandes árboles de las más diversas especies, era su fauna.

Los únicos animales que lo habitaban vivían encaramados en las copas más altas, de donde solo bajaban para comer y para parir.

Los cardianes, que así se llamaban estos curiosos seres, tenían forma de sirena, con torso y cabeza humana, y cola de pez. En vez de las aletas caudales, disponían de fuertes garras que les servían para agarrarse a las ramas, y en la espalda tenían alas con las que salían en busca de caza.

Su gestación duraba nueve meses y reproducción era ovípara. Cuando llegaba momento del parto, los huevos caían al suelo e inmediatamente se abrían y liberaban a las crías. Unos recién nacidos se desarrollaban como peces e iban al mar; otros se transformaban en aves y volaban para nunca volver; y algunos, los más tardíos, crecían con forma humana y se distribuían por el mundo.

Solo los cardianes se quedaban en el bosque y, dado que eran inmortales, la supervivencia de los humanos, peces y aves, estuvo asegurada, hasta que se quemó el bosque.

18. Fiebre del oro

Mary siempre quiso ser maestra y transformó el viejo rancho familiar en una escuela. Enseñar caligrafía se convirtió en su único quehacer hasta que apareció Williams, un joven minero que -con la excusa de recoger a su sobrino- acudía todas las tardes a la salida de clase.

Pronto hubo un intercambio de miradas entre ellos y, sin darse cuenta, el minero estaba regalando un anillo a la señorita. Como era previsible, a la sortija le acompañó una proposición, la de asaltar la diligencia. La cara de estupor de Mary duró poco, lo que tardó su corazón en aplastarle la razón. Aceptó y esa misma noche lo hicieron.

El plan era sencillo, mientras ella distraía al cochero y al guarda, él se ocupaba del cargamento del oro. Pero fueron sorprendidos por el sheriff y, en menos que canta un gallo, Williams puso pies en polvorosa soltando allí mismo el botín. Mary, en cambio, se quedó pasmada y luego disparó tres balas.

Salió airosa, gracias a su puntería, aunque volvió a quedarse sola y cerró la escuela.

Hoy sigue en su rancho, recién reformado, mascando tabaco y bebiendo whisky, con el rifle cargado por si vuelve el minero reclamando los lingotes.

17. THE DEVIL ON WHEELS

Dicen que la vida es un regalo, discrepo. La vida es un préstamo que tarde o temprano hay que devolver. Hace poco, creí llegado el vencimiento del mío.

Volvía a casa del trabajo en moto, la circulación era densa, lenta y poco fluida. Me detuve ante un disco rojo, a mi lado hizo lo mismo un coche con la música a tope, las ventanillas bajadas y un menda al volante cantando a todo pulmón. Llamando mi atención, comenzó a señalar el tatuaje de su brazo. Le ignoré y él siguió increpándome: «quédate con mi cara», dijo hasta en tres ocasiones en tono altamente intimidador. Con disco verde, reanudé la marcha con normalidad, pero habiendo avanzado unos metros, escuché chirriar ruedas, aquel loco venía directo a por mí. Justo antes de cazarme, un quiebro imposible y el coche del kamikaze se coló, como hilo por el ojo de una aguja, entre mi moto y una furgoneta que circulaba en paralelo. Así, siguió esquivando temerariamente cuanto le salía al paso hasta desaparecer.

Al día siguiente, de vuelta al trabajo, sobre la mesa de autopsias un joven, su cara irreconocible, aunque no para mí, el tatuaje de su brazo no dejaba de recordármela.

16. El violinista

La primera en aparecer por el fondo del escenario fue la clarinetista Lilianne, que venía sin clarinete. Ese detalle, eso de que la clarinetista no llevase clarinete, nos pareció tan sumamente novedoso, tan sorprendente, tan chic, que la recibimos con una estruendosa ovación. Después apareció el contrabajista Yerik, también sin contrabajo, como si eso de aparecer sin el correspondiente instrumento hubiese creado tendencia. A Yerik también le ovacionamos, por supuesto. Y así fueron saliendo uno a uno todos los músicos, cada uno sin el instrumento que se le presupone, mientras el auditorio les recibía entusiasmado. Parecía que aquella sería una velada memorable hasta que asomó por un lateral el violinista Vladislav que venía, nada menos, que con un violín ¡Un violinista con un violín! ¿Acaso pretendía impresionarnos con su violín? Y seguro, que venía con la intención de tocarlo. A Vladislav lo echamos del escenario a pedradas, como es lógico: si hay algo que detestamos los espectadores de este auditorio es que venga de fuera un esnob a provocarnos.

15 La escultura (Pepe Sanchis)

Me considero una escultora de raza. Es una definición tomada de la crítica a mi primera exposición. En el pueblo donde nací, todos me felicitaron, entusiasmados ante el nacimiento de una gran promesa. Que no se vendiera más que una pieza (la compró mi prima Virtudes) no tiene la más mínima importancia.

Hace un par de meses recibí la llamada del conservador del Museo de Bellas Artes de la capital de la provincia. Me pedía un original como contribución genuina de una artista local. Traerán esculturas del Museo Nacional, incluso algunas de colecciones privadas aportadas ex profeso. Me faltó tiempo para decirles que sí. Les mandaré mi preferida, realizada en papel maché y que he titulado “Idea número 4”.

Hoy es el gran día. Vestida de forma casual para no dar una impresión equivocada, me he presentado en la gran sala. En el ángulo derecho, la más visible, se encuentra mi obra, el fruto de lo mejor de mi inspiración artística. Lo que no me ha gustado nada ha sido comprobar cómo, antes de entrar, todos los fumadores han arrojado en ella, en su extremo superior, las puntas de sus cigarrillos.

14. Feliz Veganidad (José R. Codina Villalón)

Esperando que más pronto que tarde dejes de llorar por él, nos sentamos a la mesa. Tu madre intenta hacerte razonar desde el otro lado de la puerta a golpe de “cariños” y “mividas”. Te has encerrado en el baño, y entre sollozos y acusaciones de homicidio, recitas amargamente el manifiesto vegano punto por punto. Tu abuelo Genaro se atiborra a pellizcos de pan en un esfuerzo titánico por no perpetrar un genocidio con la población de langostinos, mientras tu padre sigue enfrascado en un debate con tu tía Regina la filósofa, acerca de si el percebe es realmente un ser vivo o una entelequia. Yo hace rato me he perdido en el escote de tu hermana Milagros, que se asoma caprichosamente entre la ensalada y la cabeza del cochinillo, y no dejo de preguntarme si esa piel bronceada sabrá también a tofu.

13. LA MALDICIÓN (Sara Lew)

Después de robar los tesoros del faraón, mi vida dio un vuelco. Dejé de ser yo mismo. Al principio lo atribuí a aquel escarabajo azul que se me metió por el oído cuando abrí la cámara secreta, aunque luego constaté que, a pesar de verlo continuamente por el rabillo del ojo, era inofensivo. Más tarde recordé el aliento azufrado que me soltó la momia cuando destapé el sarcófago, pero la quemazón y las náuseas no tuvieron mayor consecuencia. Por eso no entiendo esto que me ocurre. Siempre fui un egoísta sin escrúpulos. Cuando delegué en mi aprendiz el honor de leer las inscripciones de la tumba en voz alta y el infeliz ardió espontáneamente, me alegré de mi previsión y cautela. Arrimado a las paredes con el zurrón lleno mientras el suelo se agrietaba y mis secuaces caían al vacío, yo solo pensaba en que ya no tendría que repartir el botín. Y ahora, quién lo iba a imaginar, la lujosa mansión que adquirí tras vender en el mercado negro las joyas y las estatuillas se ha convertido, a mi pesar, en un refugio de animales. No puedo parar de rescatar gatitos abandonados.

12. ¡TE PILLE!! (Rosa Iglesias)

Entro en casa son las tres de la tarde, tengo un hambre que devoro. Directo a la cocina, abro la nevera y cojo lo primero que pillo, engullo el trozo de carne que mi madre prepara como nadie y escucho algo.

Ruidos del piso de arriba, ruidos extraños que no había oído nunca, me asusto.

Subo enseguida, con cuidado, sin hacer ruido.

Abro la puerta de donde proceden los extraños sonidos y me quedo atónito.

Mi madre desnuda encima de un señor que no es mi padre.

11. Coches locos (Mercedes Marín del Valle)

Terminaron las vacaciones y debía asumir un nuevo destino. Un lugar de incertidumbres, con horarios estresantes e imposibilidad de conciliación familiar. Subió a su vehículo de segunda mano y carrocería ligera. Quería protestar, pero  solo consiguió lágrimas en los ojos y en el parabrisas. Llovía.  Antes de arrancar, miró a ambos lados. Se limpió los mocos e inició la marcha,  pero… ¡CUIDADOOOO! El freno no actuó a tiempo. Su coche golpeó ligeramente la puerta del copiloto. Para su sorpresa, su asombro y su morir de miedo, el vehículo comenzó a girar en modo peonza. La policía nacional había salido de paseo y, un inspector y dos acompañantes trataban, en vano, de mantener la compostura dentro del habitáculo. Ella bajó abochornada, y con las manos en la cabeza y el horror en sus ojos, contaba sin querer, los segundos que duró aquel entretenimiento de feria.  Los policías dijeron estar perfectamente, aunque el color de su piel no decía lo mismo.

Un tumulto de personas arremolinadas en la calle, murmuraban desconfiados al paso de la mujer custodiada por una legión de policías que no se sabía de dónde habían salido y que, en un gesto protector, la llevaban sujeta por los brazos.

10. TRABAJO COMPLETO (Ángel Saiz Mora)

La caseta en la que se vendía mi libro presentaba una cola kilométrica, la envidia de la feria.
Me puse al final de aquella hilera, pese a ser el verdadero autor. Un tipo sin talento alguno lograba reconocimiento gracias a unas supuestas memorias que yo le escribí, tras convertirme en su negro literario. Las vivencias eran fruto de mi fantasía, pequeñas historias aderezadas con dramatismo, ternura o humor.
Me había comprometido a cumplir lo firmado en el exigente acuerdo editorial. Un escritor de microrrelatos necesita comer, aunque encumbrar a un personaje así requiere enormes esfuerzos, incluso extraliterarios.
No supo reconocerme bajo la capucha de mi sudadera. Le arrebaté una estilográfica que utilizaba para las dedicatorias; también era mía, hasta de eso se había apropiado. La utilicé para clavársela repetidas veces. Su mirada de perdonavidas se transformó en otra de sorpresa. Los ojos, congelados en un rictus de asombro, se agrandaron al máximo. Habían escogido al tipo ideal, tan engreído como para convencerse de ser quien no era, e incapaz de asimilar todos los términos de un contrato.
Las ventas baten récords. Hasta los críticos más exigentes destacan ahora la coherencia singular de la obra premonitoria «Morir de éxito».

9. ¡Sorpresa, sorpresa! (Marisa Martínez Arce)

¡Sorpresa, sorpresa!

 

Era la primera vez que salía de viaje con mi jefe. Nunca había estado en París, la ciudad me fascinó. Tras dejar el equipaje en el hotel, salimos a cenar. Después me insistió para que tomáramos algo en un pequeño garito cercano a Montmartre. Bebimos un par de copas, por lo que ambos estábamos algo achispados. Cuando nos disponíamos a pedir la tercera se nos acercaron un par de chicas, querían que las invitáramos al tiempo que comenzaron a insinuarse sin ningún pudor. Por su aspecto e insistencia comprendí que se trataba de prostitutas. No me interesaban sus juegos, ni quería nada con ellas, jamás he comprendido a los hombres que pagan por sexo. Pese a nuestras negativas una de las chicas se sentó sobre mi regazo. De repente noté algo pesado sobre mi entrepierna. Me puse de pie como si tuviera un resorte en el culo y salí corriendo de aquel local.

8. ACTO REFLEJO

Hablando todo el día con el loro del vecino. Mi hermano no para de hacerlo desde que regresó de Afganistán.
Dice mi madre que le faltan tres tornillos, eso por lo menos… Pero a mí no me importa. ¡Le veo tan feliz, por fin en casa!
Eso sí, cuando el pájaro dice: “Ratatá, ratatá”, él se tira al suelo, pone cara de loco, rompe los cristales de la ventana y apunta con el paraguas a todo aquel que pasa por la calle.
¡Menos mal que papá ha vendido la escopeta…!

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