Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

78 MUNDOS PARALELOS (Blanca Oteiza)

Paseando se me echó la oscuridad de la noche y me extravié en el laberinto de callejuelas grises e iguales. Deambulé hasta encontrarme perdido más allá de los muros de la ciudad. Una pequeña luz hizo de guía y dirigí mis pasos hasta ella. Unas escaleras ascendían hacía la niebla impidiéndome ver su final. Decidí subir los peldaños y me sumergí en la densa bruma, como un explorador en la selva más recóndita. Según avanzaba, el día iba aclarando y hasta el canto de los pájaros me acompañó junto a la rocosa escala.

Llegué a la cima en el momento en el que el sol asomaba por el horizonte y me mostró un mundo sonriente. Descubrí sus amplias avenidas ajardinadas, llenas de niños jugando y adultos conversando. Los ojos llenos de color lloraron de emoción.

Comprendí que nos habían engañado escondiendo el verdadero universo lleno de estrellas, viviendo bajo el humo cegador de la disciplina impuesta. No dudé en bajar de nuevo y anunciar a los vecinos el descubrimiento. Algunos dudaron, otros me tacharon de loco y unos pocos me siguieron a la cumbre quitándose la venda de los ojos que les había cegado hasta entonces.

77. ¡VIVE LA FRANCE!

Un, dos, tres….Subió los peldaños despacio queriendo así alargar el tiempo, buscando en su memoria algún recuerdo que excusara su condena. Culminó el cadalso cansado, aturdido; el griterío de la gente era un rumor lejano y extraño ahogado por el retumbar de los tambores. Sin saber cómo,  unas palabras brotaron de su boca: » Muero inocente de todos los crímenes  que se me imputan». De un empujón fue colocado en la guillotina que cayó con un sonoro golpe. La cabeza, con los ojos saltones de sorpresa, resbaló de las manos del verdugo y rodando hasta la escalera, comenzó a bajar despacio los peldaños…Un, dos, tres………

76. La entrevista

«Averiado», indicaba el cartel. Maldije en silencio, la entrevista era en la última planta. Miré a mi alrededor. El portal parecía descuidado y por allí no se veía al conserje. Encontré la escalera detrás de una puerta. La luz tampoco funcionaba. A paso ligero, subí un peldaño tras otro. Llegaba tarde y no quería causar mala impresión. Necesitaba el trabajo. A partir de la cuarta o quinta planta tuve que detenerme varias veces a descansar. La escalera era interminable y cada vez parecía más empinada. Estuve a punto de darme la vuelta, pero ¿y si todo era parte del proceso de selección? ¿Si solo se trataba de desechar a los candidatos incapaces de subir andando? ¿A aquellos que no se esforzaban? Aceleré el paso. Empecé a sentir la falta de oxígeno. No sabía en qué planta estaba. La temperatura descendía según iba ascendiendo. Un viento gélido me heló el rostro. Empezó a nevar. El suelo se volvió resbaladizo. Tuve que esquivar varios cuerpos tendidos en la escalera. Otros candidatos, supuse. No podía detenerme a ayudarles. Seguí subiendo muy despacio, agarrado a la barandilla. Pronto caería la noche. A lo lejos, creí divisar al abominable hombre de las nieves.

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75. LA HABITACIÓN ROSA (Ana María Abad)

La escalera terminaba abruptamente frente a una puerta de color rosa. El hombre del traje gris, en precario equilibrio sobre los dos últimos peldaños, pegó a ella la oreja y contuvo el aliento. Del otro lado no llegaba ningún sonido, ningún movimiento.

Empuñó el picaporte y lo hizo girar despacio, estremeciéndose con el chirrido que arañaba el pesado silencio. Cuando la rendija fue lo bastante grande, introdujo por ella la cabeza para echar un vistazo. El acre olor le asaltó antes de que sus ojos se posaran sobre el montón de cadáveres que abarrotaban la alfombra, una alfombra del mismo tono rosado que la puerta, las cortinas, la colcha de la cama, la pintura de las paredes.

Soltó el picaporte, pero la puerta osciló con fuerza hacia él, haciéndole trastabillar y rodar escaleras abajo. Cuando al fin se detuvo, vio horrorizado que estaba tendido en lo alto de la pila de cuerpos, con los miembros paralizados y la garganta obstruida. Así pues, no pudo avisar al hombre del traje gris que, en ese mismo instante, asomaba la cabeza por la puerta rosa.

74. ESCALERA AL CIELO

Regresar. Como si quedara un lugar para eso… Cargó a su padre en el viejo Skoda con dos colchones y unas bolsas de ropa y pensó en bajar hasta Sufa con la ilusión de que su tío hubiera tenido más fortuna. No existían carreteras, ni calles siquiera, solo esqueletos y despojos de edificios sobre los que vagaba gente buscando una mínima esperanza entre los cascotes. Y ese olor hiriente a fulminación.

Le costó situarse en ese escenario unificado por la demolición, pero sus recuerdos del edificio eran nítidos. Abajo el taller de bicicletas y, subiendo aquella escalera, la casa de Jamil «el cerrajero». La escalera era una demostración magnífica de su oficio: barandas torneadas de forja, escalones de baldosas y un pasamanos de acacia suave por lo gastado. Era única, y reconocible en cualquier lugar. Y no le costó distinguirla, cubierta de esquirlas, sobresalía del suelo, elevándose hacia… donde no quedaba… nada. El último de sus peldaños era un trampolín a un inmenso mar de escombros. Pero se mantenía en pie, intacta, desafiante, como aquel monolito cinematográfico de Kubrick, pero esta vez clavada en los vestigios de una necia civilización, como símbolo de un nuevo tiempo, de un nuevo holocausto.

73. Make Heaven Great Again

Urdió el malévolo pero necesario plan, Jacob tenía la facultad de ver aquella escalera por la que transitaban querubines y benjamines, por eso, cuando vio subir a ese diantre de cara anaranjada y rubio tupé, supo que algo no iba bien. Con su compinche, su ángel de la guarda, dulce compañía, decidieron embadurnar con aceite los escalones de la escalera y provocar un accidente que evitara que aquel diablillo cumpliera sus amenazas; últimamente se paseaba brabucón por la escalera, p’arriba y p’abajo, vociferando que Dios le había elegido para recuperar el esplendor del Cielo y deportar a todas las almas ilegales, reclamaba en tono chulesco el control del gasto, la reducción drástica del funcionariado celestial, y unos altos aranceles para todos los postres y dulces terrenales. Jacob deseaba que la aparición de aquel maldito demonio fuese otro de sus sueños, una pesadilla transitoria.

72. Foto de familia

La primera foto en la que salgo en las escaleras de nuestra casa de la playa estoy en brazos de mi madre. Mis padres están en la parte superior, y mis dos hermanos mayores, que no tendrían más de cuatro años, un peldaño más abajo. Durante mucho tiempo solo aparecíamos en las fotos mis padres y los cinco hermanos, porque después de mí llegaron dos hijos más. Son fotos ajadas, en blanco y negro, una cada verano, idea de papá. Poco a poco la familia fue creciendo, llegaron las parejas, las bodas, y los hijos, y el espacio de la escalera se fue ocupando hasta los escalones inferiores. Las fotos cogieron color, cosas de la nueva tecnología. Pero hace tres veranos faltó mi padre, por primera vez en una infinidad de años él no estaba, y las fotos volvieron con tristeza al blanco y negro. Ahora siento vértigo, porque ya ocupo la parte superior de la escalera y este verano tampoco estará mi madre para sostenerme en sus brazos como en aquella primera imagen.

71. Siempre quedará un salvaescaleras

Hay certezas ineludibles.

Acudí al teatro el fin de semana pasado a la obra que presentaba un afamado humorista nacional que no está pasando por sus mejores momentos de salud, aunque él con su innegable talento lo revista todo de humor, pero ¿era necesario empezar la función así?: «Me estoy muriendo………….y ustedes también».

Obviamente no llegaré a todo, pero no veo la necesidad de recordar a todas horas que la vida es finita, no me gustan los límites y hay temas que deben seguir en una nebulosa, al menos para mí, no entiendo esta moda de reivindicar hablar de la muerte como un valor en alza compartiendo detalles y miserias.

Hace algún tiempo vengo observando que bajo los escalones de uno en uno y he oído varias veces: «Mamá, bajas las escaleras como la abuela». Voy asumiendo otra certeza, ha llegado el momento de que las rodillas me empiecen a doler, (ojo que nadie me advertía a diario de este desenlace del paso de los años y yo he vivido feliz sin tanto recordatorio).

Son sólo cinco escalones para subir a casa, internet me ha enseñado ejercicios para mejorar, las escaleras no serán un obstáculo mientras haya ¡VIDA!

70. La escalera de Jacob

Era su país. Trabajó, vivió.

Arriba, el cuadro de la escalera de William Blake; escuchaba la música fantasmal que salía de él. Un pie y el otro. Recogió a sus hijos en el cuarto peldaño, Amin y Aisha, también eran palestinos.

Miró una vez al Ángel de la historia, el último de los cuadros, negando con la cabeza. Siguió el descenso y cuando pisaba el último de los escalones, mientras Aisha leía en la madera la palabra exilio, desaparecieron entre el polvo y la ceniza. El ángel de Klee, de Benjamin, dijo -todo se repite.

69. Prometeo de extrarradio

Nicolás sube las escaleras sintiendo la roca que Hefesto encadena cada tarde a su pie. Interpreta en el teatro una obra sobre los hombres y el fuego que Zeus les arrebató, y en ella es el sufrido Prometeo, causante de aquel desaguisado y también el encargado de arreglarlo recuperándoles tan preciado bien. Cuando acaba la función, vestidos ahora de mortales, “Zeus” y él negocian a escondidas, y después se va. Ha caminado un buen trecho por barrios solitarios de calles sin nombre hasta llegar a casa, donde todavía le esperan cinco pisos que sube con fuerza menguante y creciente aflicción. Marta lo recibe mostrando una serenidad que el ansia de sus ojos desmiente. Nicolás quisiera abrazarla largamente, pero se limita a besarla y entregarle una bolsita. Ella la recibe con mirada esquiva y se retira a su cuarto, salida de escena que él observa inexpresivo mientras se sienta en el sofá apartando a un lado una guitarra y una mantita. En la mesa baja de centro, saturando el aire de la salita, arde una vela junto a un lápiz y un cuaderno de música emborronado, entre libretos teatrales, vasos usados, un cenicero lleno y varias botellas vacías, ninguna de atrezo.

68. Opciones no contempladas

Trepar por la escalera de incendios exterior del edificio hasta el alféizar de la ventana tan rápido como si pudiese invertir el espacio-tiempo un par de segundos. Pararme a reflexionar aunque solo sea otro par de segundos. Secarme las lágrimas. No girar la cabeza hacia el interior para evitar ver una casa donde tú ya no estás. Dejar de suspirar. Bajar del alféizar y cerrar la ventana.

O haber aprendido a volar.

67. A medio camino de ti.

Siento como si una escalera infinita nos separara. Tú, arriba, en la cima, mientras que yo, desde abajo, vivo en una lucha constante por alcanzarte.

Miro con nostalgia el lugar que hace poco ocupábamos juntas. Te recuerdo de mi mano, subiendo cada peldaño, siempre delante, protegiéndote con mi escudo para que nada ni nadie te hiciera daño.

Pero creciste, y con cada paso, la distancia entre nosotras se hizo mayor. Portazo a portazo cerraste las puertas que yo dejaba abiertas, y aprendí, con dolor, a observarte desde la distancia, esperando los momentos en los que crees necesitarme. Entonces corro a los peldaños intermedios, donde solo las treguas son posibles.

Con solo mirarte a los ojos, veo la llamada de socorro que tu boca, ahora en un rictus de enfado constante, se niega a gritar. Te abrazo por la espalda, sin invadir, sin exigir. Siento tu cuerpo frágil, efímero, como el de un pajarito a punto de alzar el vuelo.

Solo deseo que vueles sin miedo y descubras que la felicidad es posible. Y, cuando mires atrás, quiero que recuerdes algo: yo siempre estaré aquí, con las manos abiertas, lista para sostenerte si alguna vez necesitas volver.

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