Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

56. Aventura de los ejércitos

Adentrose el caballero en un extraño recinto, enlosado de blanco y negro, en el que se celebraba singular batalla. Y viendo que el ejército negro se hallaba replegado por falta de tropas, no dudó en empuñar su lanza para defenderlo:

—Ah, malandrines, presto recibiréis vuestro merecido, pues demasiados brazos sois para atacar a un soberano tan desabastecido.

Acababa de derribar con facilidad a un guerrero que sesgadamente lo acechaba, y a un caballo que lo rodeaba dando esquinados saltos —pues más parecían rígidas figuras de madera que seres semovientes—, cuando desoyó las advertencias de su escudero:

—¡Cuídese vuestra merced, que un soldado de a pie avanza a través del tablero con aviesas intenciones!

—Calla, Sancho, que más vale cobrar aquella alta torre, la que protege la retaguardia, que prestar atención a quien sin duda solo busca escabullirse, temeroso de la fuerza de mi brazo.

Mas hete aquí que el malvado Frestón, gran enemigo de nuestro héroe, justo cuando el ladino peón alcanzaba el último escaque, lo volvió alba dama de refulgente belleza, ante la cual don Quijote no tuvo más remedio que arrodillarse en señal de pleitesía.

—¡Jaque mate! —tronó el dueño de la mano que movía las blancas.

55. Melancolía

Le ruega que siga actuando un poco más: hasta que llegue la ambulancia. Pero el mimo ya no sabe qué hacer. Ha desplazado sus manos enguantadas sobre un cristal ficticio, subido y bajado lentamente escaleras invisibles, doblegado como un globo en una carcajada muda. Pero el marido sigue tirado en el suelo, mirándole con la devoción de un niño. Se apaga, le suplica la mujer. Si pudieras dedicarle unas palabras. Él siempre quiso ser como tú. La cara del mimo parece aún más pálida, algunas lágrimas blancas –quién sabe si son sinceras– caen sobre el asfalto, sus piernas de alfiler se tambalean.  Finalmente, y rompiendo por primera vez el código de honor de cualquier mimo, se arrodilla y le susurra al hombre algo al oído. Entonces, el marido se levanta, repele el polvo de sus pantalones y le ofrece a la mujer su brazo. Se alejan despacio y en silencio, recordando viejos tiempos, pensando, con tristeza, que ya no quedan mimos como los de antes.

54. ¿EN QUÉ COLORES SE ENSUEÑA?

Me acuesto pensando en ti. ¿Se piensa siempre en blanco y negro?

Intento soñarte. Soñarnos. ¿De qué colores son los sueños de la gente?

Cuando abro los ojos vuelvo a pensar en ti.

O a ensoñarte. A ensoñarnos. ¿En qué colores se ensueña?

 

Y más tarde te miro. O te observo.

Intento robar cada trozo de ti, guardar tus colores en mi memoria.

Quedármelos para mí.

Esconderte.

Que nadie lo sepa.

 

Hoy no has sido capaz de mirarme.

Sabes que no somos. No existimos. O no podemos existir.

¿Me ensueñas como yo te ensueño? ¿Tengo colores en tus sueños? ¿Me piensas en azul añil o en carmesí o también en blanco y negro?

Blanco, aquí todo es blanco. Y, sin embargo, el dolor debe de ser negro.

 

Hoy lo sabes. Lo sabemos. Se te escapa el tiempo.

Ella también lo sabe. Te ha agarrado de la mano, te ha besado.

Gracias, doctora, me ha dicho.

Gracias, Irene, me has dicho.

(El «gracias» más triste del mundo).

Y todo se ha vuelto negro.

 

Me acuesto pensando en ti.

¿Puede la muerte teñir los sueños de colores?

Así te guardo. Así te escondo.

Dentro de mí.

Sin que nadie lo sepa.

 

53. Para una niña, el primer fin del mundo de su vida

La piel de la niña es blanca y delicada. Un corderito de lana esponjosa. Pero habita en un lugar más negro que la muerte, y los tábanos la acosan hasta que logran acuchillar su carne tierna. La hacen sangrar. Duele. Duele mucho. Siente tanto pavor que solo acepta una compañía: la de su propia sombra. Juntas escarban entre residuos podridos y cucarachas. Hasta que, por fin, encuentran en el vertedero una muñeca. Cuando llega la hora del sueño,  rodea con el brazo a su nueva amiga. Se protegerán entre ambas bajo el resplandor nocturno. Pero, al igual que el sol, la luna solo es un hueco en el cielo que no sirve para nada. Y las moscas negras siguen persiguiéndola e invaden la oscuridad de la chabola con la intención de devorarla. Alguien dice: “¡Si ya es una mujer!”. Y la niña no entiende qué sucede en su cuerpo. En su vientre como bola de helado. En esa suave piel que, sin saberlo, ahora cubre la de otro corderito blanco.

52. DE CUANDO SE BLANQUEABAN LAS LETRAS (Rafa Olivares)

Ya corría la segunda mitad del siglo XIX, cuando la revista de mayor prestigio en los ambientes artísticos y culturales de la época, publicaba en sus páginas centrales la reseña de la última obra de un autor ya consagrado aunque desconocido en los círculos sociales del país. 

Firmada por el propio director, se extendía en frases laudatorias hacia el estilo sencillo y pedagógico de su novela, hacia la viril defensa de los valores morales y sociales del país, y hacia la aguda y certera descripción de las costumbres más arraigadas en la vida cotidiana de los andaluces. Terminaba el artículo proclamando que «El escritor hace con esta obra justo honor a su apellido, mereciendo ya ser considerado como Caballero insigne de las letras españolas».

En su casa de Sevilla, leía estas palabras con complacencia, pero también con cierto regusto de amargura, doña Cecilia Böhl de Faber, quien, para poder lograr la difusión de sus creaciones literarias, mostraba desde hacía años una aparente masculinidad firmando con el seudónimo de Fernán Caballero para quien, sin tan siquiera saberlo, ejercía de negra.

No recuerdo bien si la cabecera de aquella revista era Blanco y Negro.

51. Canción de cuna para un niño enterrado en la fosa de Tuam

Mi madre arrulla un dolor prohibido que se enfría entre sus brazos y, aunque resiste y batalla, se ahoga con la brisa bruna que se cuela por las rendijas del hogar de las mujeres caídas. Mi madre es una mujer que es casi una niña. Y huele a leche. Ácida. Y también a espuma de jabón.

Mi madre, lavandera sin redención, antes de encerrarse en la niebla del silencio obligado se permite susurrarme una nana. Y su ea, ea es un rumor triste, una despedida que curva sus hombros desamparados:  Ella me quiere dormir, pero las hormigas me esperan para jugar.  Y mientras me envuelve en la sábana liviana y me acuesta sobre una cuna de tierra, la sister ,con su mirada reseca y su boca agria, le recuerda que es mala porque hizo el amor bajo la luna de Irlanda. ¡Y decían que san Patricio había expulsado a las serpientes!

Humíllese, sister. Arrodíllese. Pronto el suelo se abrirá bajo sus pies y brotarán entre las grietas mis huesecillos blancos. Ellos narrarán al mundo la negra historia que se oculta tras estos muros. A la espera, cientos de sombras inocentes poblarán de insomnio todas sus noches con su ea, ea…

50. Acromatopsia existencial (Aurora Rapún Mombiela)

El oftalmólogo no daba con el diagnóstico, así que me recomendó reposo: que me acostara y cerrara los ojos hasta que fuera volviendo el color. 

Hasta hoy. 

Me llegan, amortiguados, retazos de rezos y llantos cuando, de pronto, percibo un soplo de verde. Con un esfuerzo titánico, elevo el párpado del ojo izquierdo, apenas un poco. Sé que el tratamiento ha surtido efecto porque reconozco el color crema del satén, el marrón de la cruz sobre mi pecho, el granate de los zapatos con los que me casé. El rojo al descubrir que se cierra la cubierta de caoba y que no soy capaz de mover nada más. 

49. Trance

Siento que mi temperatura corporal desciende. Ya me encuentro mejor. Más tranquilo. Menos fatigado. Seguro que mis niveles de oxígeno se han estabilizado. No sé cuántos días llevaré aislado en esta especie de cúpula improvisada. Ni tampoco cuántas horas habré pasado adormilado, sumido en una oscuridad turbadora. Al recordarla me angustio. Me asfixio. Me acaloro. Noto opresión en el pecho y, de nuevo, me pierdo en la negrura desconocida. Hasta que un pitido intermitente me despabila. Enseguida, escucho pasos que se acercan. Apenas entreabro los ojos y, en la penumbra, advierto una silueta blanca a mi lado, junto al respirador. Lo manipula hasta que cesa la alarma. Luego, me acomoda la almohada, estira la sábana y, por último, me cubre con cuidado. Entonces, vuelve la calma nívea. Siento que mi temperatura corporal desciende.

48. LOS COLORES DE PAPÁ

Hay días que mi padre aparece de color amarillo dentro de su traje gris perla, son los días que se levanta canturreando y asegurando que va a cambiar, que esta vez va a hacer las cosas bien, que se va a mover dentro de la legalidad. Sin embargo, regresa del color del traje, muy callado y con la corbata roja desmayada sobre la camisa blanco sucio.

Otros días su imagen es verde vivo como el iris de sus ojos. Son los días en los que mamá le pasa la mano por el pelo y le dice que todo va a ir bien, aunque, cuando se va, ella mueve la cabeza de lado a lado y va junto a la yaya, que es azul todo el tiempo, buscando calma.

Sé que algo pasa, que a mamá le gustaría que papá fuese blanco, blanco inocencia, blanco puro, pero, por las arruguitas que se le ponen en la frente mientras lo mira, me parece que lo ve oscuro, muy oscuro. Casi negro.

 

47. Sentir unos colores (Alberto BF)

Ya hace más de un año que la corriente arrastró calle abajo al amor de su vida. Sí, allí fue, en el barrio de La Torre, en el mismo lugar en el que vieron crecer juntos a Francisco Javier.

Con qué cara de felicidad iba cada tarde a entrenar a Paterna, con sus ojos de pillo y la mochila repleta de ilusiones. Y los dos se miraban contentos, satisfechos de comprobar que el nano se estaba convirtiendo en un hombrecito rebosante de talento.

Disfrutaron de cada logro en su carrera: del debut en su tierra, de la triste final que le aupó a la élite, de su etapa en Italia, de su regreso, y de todas sus idas y venidas hasta que colgó las botas. Con ese crepitar de orgullo de familia unida.

Pero años después, en esa tarde maldita de largas sobremesas, nubes negras y coches flotantes, vio desde la azotea cómo la cruel riada le robaba al pilar que sustentaba su vida. Francisco Javier y ella, desde entonces, lo lamentan cada segundo.

Aunque hay algo que sigue uniendo sus almas: bajo esa capa de dolor y rabia, cubierta de lodo, sus corazones nunca dejaron de ser blanquinegros.

46. Blitz

Tic-tac-tic-tac, hoy la hierba crece demasiado rápido en el Distrito C3, tic-tac-tic-tac, los setos también, tic-tac-tic-tac…

—¡Oh, cielos, la vida está acelerada! —exclaman los jardineros.

Tic-tac-tic-tac, el sol se desliza cual patinador olímpico, tic-tac-tic-tac, en segundos, las grullas cruzan el cielo de norte a sur (y viceversa) y los árboles caducan, rebrotan y recaducan, llenándolo todo (otra vez) de hojas secas, tic-tac-tic-tac…

—¡Dios santo, qué locura! —gritan los barrenderos.

Deben adaptarse, tic-tac…, ya han oído historias así, tic-tac…, leyendas sobre mundos que colapsan, tic-tac…, que aceleran y aceleran y aceleran hasta ser aplastados por su propia ambición, tic-tac…, pero ellos poco pueden hacer, salvo… mantener la fe.

Y barrer más rápido. Tic-tac.

Y podar con más eficacia. Tic-tac-tic-tac.

Y trabajar mejor. Tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac.

De pronto, todo se detiene.

Silencio, ahí llega: el cielo está cubierto por una gigantesca figura blanca, que desciende, lentamente.

Hasta reventar edificios, árboles… y cuerpos.

No hay salida.

      Tic…

 

Mientras mueren aplastados, los operarios del distrito C3 escuchan su propio epitafio, una letanía satírica que retumba por todas partes:

—Alfil blanco a C3, jaque mate —sentencia el eco poderoso—, fin de la partida rápida.

 

  … tac.

45. CONSTELACIONES FAMILIARES

Pasaba la gamuza a los muebles del living y algo llamó mi atención: la foto en el portarretratos de plata era la de mi bautismo, pero en colores, y los personajes estaban cambiados. Papá sostenía la vela como si fuera mi padrino y el que ocupaba su lugar era Alberto, el amigo de la familia al que siempre llamé “tío”. Ruborizada, mamá lo tomaba de la mano con disimulo y la esposa de Alberto miraba para un costado. Froté el vidrio con fuerza y la imagen volvió al blanco y negro original, al tiempo que se fue restableciendo el antiguo orden. Desde ese día puse la foto boca abajo. Cada tanto la doy vuelta y todo sigue como Dios manda. Quizás sea mi imaginación, pero en ocasiones me parece que alguno de ellos me mira a los ojos como queriendo decir: «No te hagas la distraída, nosotros te avisamos».

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