Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 DE DICIEMBRE

Relatos

82. Dias de lluvia

La primera vez que la visité me rogó que me fuese: sólo había sido esa noche, no volvería a pasar, que esperaba un bebé.  Sobre la cama revuelta el desgarrado vestido de novia iluminaba la estancia. Cedí. En la calle llovía y me empapó.

La segunda vez yacía inmóvil y estaba desfigurada pero reconocí su mirada en los ojos del niño que se arrodillaba a su lado. Cuando fui a tocarla, las lágrimas del pequeño calaron en mis viejos huesos, la tormenta se desató en mi interior y decidí ponernos a todos a cubierto.

Hoy los truenos no cesan y la espero al pie de la ambulancia. Los sanitarios la cubren con una sábana que se tiñe de lluvia y sangre. La envuelvo en mi capa y la abrazo como la amiga que es. Los guardias esposan al hombre al que visitaré en prisión, al que mostraré el poder de la tempestad y el filo de mi guadaña.

81. DÍA Y NOCHE (Blanca Oteiza)

Blanco, así ha amanecido hoy. De camino al trabajo observo la ciudad. El sonido se amortigua como si la vida transcurriera a cámara lenta, silenciando el momento. Una vez dentro, la jornada laboral transcurre como cualquier otro día, con prisas de última hora, nervios por llegar a tiempo, por cuadrar pedidos, porque parece que el mundo se acaba en esas ocho horas. Cuando apago el ordenador, el director me llama a su despacho. Tras unas buenas palabras de cortesía me dispara sin compasión agujereándome por dentro. En shock recojo mis pocas pertenencias mientras aguanto las lágrimas y ni si quiera me despido de los pocos compañeros que aún se encuentran por la oficina.

La lluvia arrecia cuando salgo a la calle que me recibe tan oscura como puede ser el futuro de un cincuentón en desempleo. Las farolas parecen apagarse y el ruido de la circulación desaparece arrinconado en el fondo del cerebro. Todo se ha vuelto negro.

80. TIRO AL BLANCO (Belén Sáenz)

En el cielo de Sarajevo, de madrugada, encuentro el mismo silencio blanco que en África. Blanco de muerte. El guía nos ha recogido en el aeropuerto y nos ha ayudado a sortear los escombros ennegrecidos y humeantes hasta una azotea que domina el tramo principal de la avenida. Hay un cartel que advierte: Pazi – Snajper! Le entregamos los sobres con el dinero. El mío es el más abultado porque quiero asegurarme la mejor pieza. Me acuclillo y acaricio la culata de mi escopeta desdeñando las miradas ávidas de los otros cazadores. La silueta de la pantera negra que me cobré en mi última batida sigue impresa en la mirilla telescópica. En algún lugar, un reloj da las ocho y mis compañeros se ceban ansiosos con los desgraciados que necesitan ir a trabajar. La silueta es ahora un cuerpo abatido que resultó no ser de un animal, sino de una joven negra. Pasan obreros, oficinistas, alumnos. Yo espero hasta que ella surge de detrás de un autobús destrozado. Torpe, aterrada, con la piel blanca como la mía. La doble presa: una mujer embarazada. Y como aquella vez en la sabana, vuelvo a sentir la erección en mi entrepierna.

79. Viraje

Un sol blanquecino asomaba ya entre celajes grises. Elvirita se vestía para el trabajo tras una larga noche cuidando a padre. Decía su hermano que igualdad sí, claro, pero que las mujeres son mejores cuidadoras. En el móvil, Noticiarios Digitales —el cibermundo al alcance de los españoles— glosaba los éxitos cinegéticos de nuestro Líder, y llamaba a colaborar en la deportación patriótica de ilegales. Contaba también que el misterioso proceso de blancoinegrización espontánea ya había llegado a las ciudades, ahora que los últimos animales salvajes habían amanecido blancoinegrizados. Eso desmontaba el alarmismo de los ecologistas, que no entienden que cambios ha habido siempre, y que, sin que haya que hacer nada, los animales se adaptan al blanco y negro como antes a la tontería esa del calentamiento. 

Elvirita pensó qué vestido provocaría menos a su jefe, que ya se sabe que el liderazgo y la testosterona van unidos, y eligió el verde. Pero fue ponérselo y volverse gris marengo. Ya en la calle, unos muchachos dijeron algo sobre sus piernas y su carita de rosa, ay como la pillemos. Notó cómo le ardían cara y piernas. No necesitó ningún espejo para saberse ya enteramente virada a blanco y negro.

78. Un actor de método

Salgo de mi camerino con gafas de sol. Mi compañera de reparto ―mucho más joven que yo y vestida con el hábito―, deslumbra con su mera presencia. El director, enfurecido, brama que me las quite. Yo obedezco, pero mis ojos siguen sin acostumbrarse y los entorno.

―¡No, no y no! ¿Sería alguien tan amable de decirle a ese Don Juan que haga el favor de abrir los ojos como platos?

Mi mirada es mi mayor activo. Soy capaz de explicar historias solo con mis ojos y los movimientos de mis cejas. Así que me esfuerzo, los abro de par en par, noto el picor, cómo las lágrimas están a punto de brotar. Resisto. La cámara está encendida. Ella recostada en el diván, yo acariciando sus manos, ella cerrando los ojos, suspirando. Abro la boca, muevo mis labios y entonces el silencio que se sostiene durante unos segundos. Miro a mi alrededor desconcertado, no identifico al que ha de mostrar los intertítulos. Indignado, vuelvo a ponerme las gafas y me encierro en mi camerino. Acepté un cambio en el contrato, pasar del blanco y negro al color, pero jamás saldrá una palabra de mi boca.

77. Ya nada es igual, aunque lo parezca

Estoy obligado a asomarme por este ventanal privilegiado y a permanecer inmóvil cuando alguien entra en el salón; ese es mi castigo.

Debo observar todo lo que acontece y escuchar todas las conversaciones. A veces resulta agradable, placentero; otras, en cambio, odioso. He oído cosas que me han dolido mucho. Aun así, agradezco poder seguir viendo a mis hijos, mis nietos…

Aunque aquella vez que tuve que contemplar a mi nieta retozando con su novio cuando creían que estaban solos en casa, no se lo deseo a nadie.

Cierto es que no reniego de ser una fotografía, y aunque no deseo estar en un álbum olvidado al fondo de una estantería, sí quisiera permanecer en un lugar con vistas al horizonte y que el ventanal fuese a todo color, no en blanco y negro.

76. Días en blanco y negro

1 de diciembre — Me he levantado de mejor humor que ayer. Vestido como Lennon en la portada del Abbey Road, voy por la calle jugando a cruzar pasos de cebra. Los vecinos me saludan con sus caras endomingadas mientras silbo una canción. Hace un sol radiante.

2 de diciembre — El despertador suena demasiado temprano cuando el sueño es profundo. Los lunes aparecen nostalgias oscuras que me aprietan el pecho. Amaneció nublado. Sin ganas de silbar, arrastro los pies hacia la oficina, el cuchitril de un inmueble que parece un cementerio.

3 de diciembre — Cumplo 55 años. Solo me he felicitado yo frente al espejo. Antes apuntaba en mi lista blanca a los que se acordaban de mí. En la negra, a los que no. Afortunadamente ya dejé esos rencores absurdos. Hoy tomaré unas copas para celebrar que estoy vivo.

4 de diciembre — Entre las brumas de la resaca ha aparecido el recuerdo de mi padre. Si heredo su caducidad, me queda poco tiempo. Mi vida está manchada de días oscuros, sin ningún logro reseñable. Cada vez me siento más cerca de la tumba, tan parecida a mi oficina.

5 de diciembre — Página en blanco.

6 de diciembre — Fundido en negro.

74. Ecos de esperanza

Entro en el aula de música con el corazón desbocado. Miro la imagen que preside la clase desde hace años y sonrío. Como de costumbre, antes de empezar, escribo la fecha. Pero hoy estreno una tiza de mayor grosor y, en mayúsculas, pongo en el centro de la pizarra. JUEVES, 20 DE NOVIEMBRE.
Luego, reparto a mis alumnos una hoja impresa en tinta negra con la letra de una canción. Abro el piano blanco, me siento en la banqueta negra, coloco la partitura en el atril y comienzo a tocar la melodía. Los niños me acompañan, tímidos al principio, pero se animan con el compás de las notas que surgen del teclado color cebra. Sus voces, ahora eufóricas y alegres, vuelan como palomas liberadas de jaulas ennegrecidas; se escapan al pasillo; llegan al despacho del director, que levanta la mirada de su escritorio, sorprendido; atraviesan el edificio de la escuela; se esparcen por las calles; penetran en los comercios; alcanzan el pueblo vecino y el siguiente; superan las montañas; inundan la provincia; dominan la región, y se pueden escuchar hasta en el último rincón de un país con ansias, por fin, de libertad.

73. La línea

El funcionario viste de negro y mira la pantalla blanca del ordenador. No levanta la vista. Tú estás de pie. No eres una amenaza. No molestas por quién eres, sino porque existes donde no toca.

Cuando empiezas a hablar, ya te han clasificado. La piel habla antes que tú. El origen. El acento. La ley es clara. No admite matices. No pregunta por el viaje, ni por el hambre, ni por los muertos que dejaste atrás. Admitirlos sería mancharla.

Esperas con otras personas. Cuerpos cansados. Madres que han aprendido a callar. Hombres agotados. Niños que juegan a no existir. Nadie protesta. Todo está diseñado para que aceptéis. Las paredes son blancas. El silencio es negro. Un guardia vigila sin mirar. Su conciencia está en descanso. El racismo se presenta como orden, como defensa, como sentido común del primer mundo, que protege su comodidad con palabras limpias y decisiones sucias.

Te suben a un autobús oscuro. A través del cristal ves luces blancas, escuelas, hospitales, mesas servidas. Sabes que alguien dirá que no es culpa suya y dormirá tranquilo.

El autobús avanza hacia la noche. Detrás queda un país satisfecho. Delante, sobrevivir.
Entre ambos, una línea.

 

72. DÍAS NUBLADOS

Mamá es una nube blanca y esponjosa, parece hecha de algodón de azúcar. Me gusta sentarme en sus rodillas y dejar que me envuelva con sus besos y su olor a canela. Sus palabras me hacen cosquillas en las orejas y en la nuca, y no puedo parar de reír. Esos días pienso que no quiero crecer más.

Papá, en cambio, es como una nube de tormenta. La ves venir porque apaga la luz del sol, y el cielo se vuelve negro, y la casa se queda a oscuras. Entonces, de la boca de papá salen truenos que hacen retumbar las paredes, y sus ojos brillan como si tuviera relámpagos dentro. Cuando eso pasa, la nube blanca de mamá moja sus ojos, y entonces quisiera hacerme mayor de repente y salir de allí volando.

A veces, la nube negra también llora, pero es una lluvia que mancha las calles, y los coches, y la ropa tendida. Y yo siento que mi piel deja de ser rosa para volverse gris.

Por eso me gusta el viento que arrastra las nubes y me despeina. Porque entonces sale el sol, y mamá, el mundo, y mi piel vuelven a ser de colores.

71. Réquiem por Anna Ajmatova

En la foto, que manoseas con la mirada y con los dedos, apareces tú, Nikolái y vuestro hijo Lev. Es en blanco y negro. No se distingue el color de tus ojos. Un poeta dijo que eran los ojos verdosos de un tigre polar. Un tigre abatido por los suspiros y los miedos. Nikolái, fusilado. Lev pudriéndose en una cárcel tras otra.

La desdicha te hizo prisionera en sus redes, pero tú te ovillas a su lado y dices: “Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche”  Cuál es tu soñar, princesa errante, enamorada del amor. Dicen que coser un calcetín  es para ti  un problema irresoluble. Cocer patatas toda una hazaña. Pero  todos los días, bajo la luz indiferente y mustia de una luna, que parece de melón, remiendas tu ropa andrajosa y tu corazón enamoradizo. Quizá sea cierto que no se te da bien lo primero, pero ¿qué saben  los demás de la maestría que has alcanzado en lo segundo?

Por las  orillas del Neva cruza  sobre el hielo tu triste canción. Sopla la brisa ligera del ocaso, y se oye el chirriar de  las llaves carceleras. Duerme tranquila, Anna, ya no perturbarán  más tu amargo sueño.

 

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