Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

51. Canción de cuna para un niño enterrado en la fosa de Tuam

Mi madre arrulla un dolor prohibido que se enfría entre sus brazos y, aunque resiste y batalla, se ahoga con la brisa bruna que se cuela por las rendijas del hogar de las mujeres caídas. Mi madre es una mujer que es casi una niña. Y huele a leche. Ácida. Y también a espuma de jabón.

Mi madre, lavandera sin redención, antes de encerrarse en la niebla del silencio obligado se permite susurrarme una nana. Y su ea, ea es un rumor triste, una despedida que curva sus hombros desamparados:  Ella me quiere dormir, pero las hormigas me esperan para jugar.  Y mientras me envuelve en la sábana liviana y me acuesta sobre una cuna de tierra, la sister ,con su mirada reseca y su boca agria, le recuerda que es mala porque hizo el amor bajo la luna de Irlanda. ¡Y decían que san Patricio había expulsado a las serpientes!

Humíllese, sister. Arrodíllese. Pronto el suelo se abrirá bajo sus pies y brotarán entre las grietas mis huesecillos blancos. Ellos narrarán al mundo la negra historia que se oculta tras estos muros. A la espera, cientos de sombras inocentes poblarán de insomnio todas sus noches con su ea, ea…

50. Acromatopsia existencial (Aurora Rapún Mombiela)

El oftalmólogo no daba con el diagnóstico, así que me recomendó reposo: que me acostara y cerrara los ojos hasta que fuera volviendo el color. 

Hasta hoy. 

Me llegan, amortiguados, retazos de rezos y llantos cuando, de pronto, percibo un soplo de verde. Con un esfuerzo titánico, elevo el párpado del ojo izquierdo, apenas un poco. Sé que el tratamiento ha surtido efecto porque reconozco el color crema del satén, el marrón de la cruz sobre mi pecho, el granate de los zapatos con los que me casé. El rojo al descubrir que se cierra la cubierta de caoba y que no soy capaz de mover nada más. 

49. Trance

Siento que mi temperatura corporal desciende. Ya me encuentro mejor. Más tranquilo. Menos fatigado. Seguro que mis niveles de oxígeno se han estabilizado. No sé cuántos días llevaré aislado en esta especie de cúpula improvisada. Ni tampoco cuántas horas habré pasado adormilado, sumido en una oscuridad turbadora. Al recordarla me angustio. Me asfixio. Me acaloro. Noto opresión en el pecho y, de nuevo, me pierdo en la negrura desconocida. Hasta que un pitido intermitente me despabila. Enseguida, escucho pasos que se acercan. Apenas entreabro los ojos y, en la penumbra, advierto una silueta blanca a mi lado, junto al respirador. Lo manipula hasta que cesa la alarma. Luego, me acomoda la almohada, estira la sábana y, por último, me cubre con cuidado. Entonces, vuelve la calma nívea. Siento que mi temperatura corporal desciende.

48. LOS COLORES DE PAPÁ

Hay días que mi padre aparece de color amarillo dentro de su traje gris perla, son los días que se levanta canturreando y asegurando que va a cambiar, que esta vez va a hacer las cosas bien, que se va a mover dentro de la legalidad. Sin embargo, regresa del color del traje, muy callado y con la corbata roja desmayada sobre la camisa blanco sucio.

Otros días su imagen es verde vivo como el iris de sus ojos. Son los días en los que mamá le pasa la mano por el pelo y le dice que todo va a ir bien, aunque, cuando se va, ella mueve la cabeza de lado a lado y va junto a la yaya, que es azul todo el tiempo, buscando calma.

Sé que algo pasa, que a mamá le gustaría que papá fuese blanco, blanco inocencia, blanco puro, pero, por las arruguitas que se le ponen en la frente mientras lo mira, me parece que lo ve oscuro, muy oscuro. Casi negro.

 

47. Sentir unos colores (Alberto BF)

Ya hace más de un año que la corriente arrastró calle abajo al amor de su vida. Sí, allí fue, en el barrio de La Torre, en el mismo lugar en el que vieron crecer juntos a Francisco Javier.

Con qué cara de felicidad iba cada tarde a entrenar a Paterna, con sus ojos de pillo y la mochila repleta de ilusiones. Y los dos se miraban contentos, satisfechos de comprobar que el nano se estaba convirtiendo en un hombrecito rebosante de talento.

Disfrutaron de cada logro en su carrera: del debut en su tierra, de la triste final que le aupó a la élite, de su etapa en Italia, de su regreso, y de todas sus idas y venidas hasta que colgó las botas. Con ese crepitar de orgullo de familia unida.

Pero años después, en esa tarde maldita de largas sobremesas, nubes negras y coches flotantes, vio desde la azotea cómo la cruel riada le robaba al pilar que sustentaba su vida. Francisco Javier y ella, desde entonces, lo lamentan cada segundo.

Aunque hay algo que sigue uniendo sus almas: bajo esa capa de dolor y rabia, cubierta de lodo, sus corazones nunca dejaron de ser blanquinegros.

46. Blitz

Tic-tac-tic-tac, hoy la hierba crece demasiado rápido en el Distrito C3, tic-tac-tic-tac, los setos también, tic-tac-tic-tac…

—¡Oh, cielos, la vida está acelerada! —exclaman los jardineros.

Tic-tac-tic-tac, el sol se desliza cual patinador olímpico, tic-tac-tic-tac, en segundos, las grullas cruzan el cielo de norte a sur (y viceversa) y los árboles caducan, rebrotan y recaducan, llenándolo todo (otra vez) de hojas secas, tic-tac-tic-tac…

—¡Dios santo, qué locura! —gritan los barrenderos.

Deben adaptarse, tic-tac…, ya han oído historias así, tic-tac…, leyendas sobre mundos que colapsan, tic-tac…, que aceleran y aceleran y aceleran hasta ser aplastados por su propia ambición, tic-tac…, pero ellos poco pueden hacer, salvo… mantener la fe.

Y barrer más rápido. Tic-tac.

Y podar con más eficacia. Tic-tac-tic-tac.

Y trabajar mejor. Tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac-tic-tac.

De pronto, todo se detiene.

Silencio, ahí llega: el cielo está cubierto por una gigantesca figura blanca, que desciende, lentamente.

Hasta reventar edificios, árboles… y cuerpos.

No hay salida.

      Tic…

 

Mientras mueren aplastados, los operarios del distrito C3 escuchan su propio epitafio, una letanía satírica que retumba por todas partes:

—Alfil blanco a C3, jaque mate —sentencia el eco poderoso—, fin de la partida rápida.

 

  … tac.

45. CONSTELACIONES FAMILIARES

Pasaba la gamuza a los muebles del living y algo llamó mi atención: la foto en el portarretratos de plata era la de mi bautismo, pero en colores, y los personajes estaban cambiados. Papá sostenía la vela como si fuera mi padrino y el que ocupaba su lugar era Alberto, el amigo de la familia al que siempre llamé “tío”. Ruborizada, mamá lo tomaba de la mano con disimulo y la esposa de Alberto miraba para un costado. Froté el vidrio con fuerza y la imagen volvió al blanco y negro original, al tiempo que se fue restableciendo el antiguo orden. Desde ese día puse la foto boca abajo. Cada tanto la doy vuelta y todo sigue como Dios manda. Quizás sea mi imaginación, pero en ocasiones me parece que alguno de ellos me mira a los ojos como queriendo decir: «No te hagas la distraída, nosotros te avisamos».

44. QUINCE (Ana María Abad)

Ya puedo salir a la calle tranquilo: el vecino me ha dicho que por fin han pillado al «asesino del flash», con catorce crímenes a sus espaldas. Abro la puerta, una luz blanca me ciega y todo se vuelve negro.

43. Nuevos horizontes

Enfriaban sus narices contra la ventana. En la televisión del vecino, el hombre apuntaba a la luna. Tras ellos, Florencia tejía en el sofá.
—Hola.
Manuel entró en el diminuto apartamento.
—Hola —contestaron los niños sin apartar la vista de la pantalla.
Florencia se levantó y, sin acercarse a Manuel, preguntó:
—¿Tienes hambre?
Manuel la tomó de la mano y la guió hasta el único cuarto de la casa. La puerta se cerró tras ellos.
Los niños apartaron la vista de la nave espacial y se acercaron a la endeble puerta. Posaron el oído y rieron nerviosos con los sonidos de la cama. Pegados a la madera, escucharon dos cuerpos jugando. Automáticamente, un niño deslizó su mano por su propio cuerpo. El otro lo frenó con un manotazo.
En la televisión, empezó la cuenta atrás para el despegue. Con la combustión, tembló la habitación.
Después, silencio.
Los niños se miraron boquiabiertos. Unos pasos en el dormitorio les hicieron huir hacia la ventana.
Su madre abrió la puerta y salió al salón sola. En la mano, la aguja de tejer.

42. ¡Qué mañana la de aquella noche!

El sol del mediodía le golpeó como el martillo al yunque, con una tenacidad desnuda de misericordia. No se sobresaltó cuando sus dedos rozaron la piel de otro cuerpo, muchas noches inundadas de ron añejo caribeño y wodka de las estepas, concluían en una mañana compartida con desconocidos. Eso, y una resaca en la que Dios y el mismísimo Satanás se habían puesto de acuerdo para castigarle.

Ahogó una carcajada cuando reveló el color de su eventual pareja, negro como el carbón de una mina de Gales. No menos gracia le hizo descubrir el tamaño del buen mozo que roncaba plácidamente a su lado. ¿Dos metros? ¡Menuda pareja! Él, que probablemente era el hombre más bajo de Noruega, y el gigante africano.

Le extraño mucho que la cama estuviera rodeada de confeti y pétalos de rosas. Era romántico aunque no a tal extremo, y ese tipo cosas le resultaban demasiado edulcorantes. Tan solo había recurrido a algo similar en ocasiones señaladas, como la noche de bodas con su ex.

Alarmado, comprobó que una alianza rodeaba el dedo anular de su mano derecha. Aterrado, vio que en la silla colgaba una banda en la que brillaban dos palabras: recién casados.

41. Mi versión del episodio

Los que habéis leído los primeros números del Génesis sabéis que yo me dedicaba a la agricultura y que mi hermano era ganadero. Mientras yo me deslomaba cavando la tierra, el contemplaba el rebaño y tocaba la flauta a la sombra de algún algarrobo. Lo que no explica el Génesis es que un día sorprendí a mi mujer tocándola ella, la flauta de mi pariente, pero no la de caña sino la otra. Y eso solo fueron los preliminares, ya que a continuación comieron la manzana. Entones, todos entenderéis que, cegado por la ira, me abalancé sobre Abel, lo tiré al suelo y le aplasté la cabeza con una piedra. En consecuencia —y en esto coincido con lo que explican las Escrituras—, se me desterró. A mi ya me pareció bien, porque pude dejar la azada y ver mundo, pero una especie de pesadilla me acompañaba allá donde íbamos. Creedme que no hay penitencia más dolorosa que ver como el hijo que mi mujer parió meses después del episodio, se parecía cada día más y en todo a mi hermano Abel.

40. GRIS

Lloviznaba, tarde-noche de domingo; una gata enfermiza llamada Nora; el puto cáncer; viejas fotos en una caja de hojalata; el perchero de la entrada huérfano de gabardina. Todo parecía un escenario de película en blanco y negro de esas en las que acabas llorando. Ah, y era otoño.

Tres años después te seguimos añorando. Ayer compré una gabardina para que el perchero también te recuerde y todas las semanas pongo a girar algún vinilo de carpeta ajada y descolorida, para escuchar las viejas fotos. Se echa en falta algo de lluvia, pero ya sabes cómo se las gasta la pertinaz sequía. Ah, y tenemos un gato bicolor, hijo de Nora. Se llama Gris, como aquel domingo en blanco y negro.

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