Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

71. Réquiem por Anna Ajmatova

En la foto, que manoseas con la mirada y con los dedos, apareces tú, Nikolái y vuestro hijo Lev. Es en blanco y negro. No se distingue el color de tus ojos. Un poeta dijo que eran los ojos verdosos de un tigre polar. Un tigre abatido por los suspiros y los miedos. Nikolái, fusilado. Lev pudriéndose en una cárcel tras otra.

La desdicha te hizo prisionera en sus redes, pero tú te ovillas a su lado y dices: “Voy a dormir dulcemente, buenas noches, noche”  Cuál es tu soñar, princesa errante, enamorada del amor. Dicen que coser un calcetín  es para ti  un problema irresoluble. Cocer patatas toda una hazaña. Pero  todos los días, bajo la luz indiferente y mustia de una luna, que parece de melón, remiendas tu ropa andrajosa y tu corazón enamoradizo. Quizá sea cierto que no se te da bien lo primero, pero ¿qué saben  los demás de la maestría que has alcanzado en lo segundo?

Por las  orillas del Neva cruza  sobre el hielo tu triste canción. Sopla la brisa ligera del ocaso, y se oye el chirriar de  las llaves carceleras. Duerme tranquila, Anna, ya no perturbarán  más tu amargo sueño.

 

70. El juego

Su gran variedad de grises sugiere la presencia de muchos colores, pese a ser una foto en blanco y negro. En ella aparece sobre un escenario junto a otros niños, todos con las manos atadas atrás y una manzana colgando delante de la boca. No lo debería estar haciendo muy bien, porque recuerda que alguien, quizá la misma persona que, a modo de mago o verdugo, le había anudado las muñecas, en un momento dado se las liberó para que pudiera ayudarse de las manos.

Le basta con mirarla para volver a verse allí arriba, cegado por uno de los focos, perdido y ajeno a cuanto le rodeaba: a aquella esquiva manzana, al resto de participantes, a sus padres, a su hermano mayor y demás gente del público, como también a ese individuo sin rostro que —magnánimo como tal vez nadie lo haya vuelto a ser con él— decidió concederle aquel privilegio, una ventaja que no quiso aprovechar.                                                                                                                                                                                                                                                              (Fuera de concurso)

69.- COLORES

Rose pagó el billete al conductor y bajó del autobús para entrar de nuevo por la puerta de atrás, la zona reservada para la gente de color. Los soldados de la base con permiso semanal completaban el aforo blanco con lo que pronto mermarían las plazas de color. Estas, en cambio, apenas estaban ocupadas debido a las celebraciones del Mardi Gras.

Reconoció al señor Garnet; vestía un elegante traje gris, chaleco y camisa blanca, llevaba una máscara veneciana en la mano. Al ver las primeras plazas ocupadas se dirigió al final del vehículo y se sentó junto a Rose.

—Buenos días —dijo.

Rose devolvió el saludo con una sonrisa y un movimiento de cabeza.

El tiempo que transcurrió fue muy breve. Todos cogieron aire y abrieron mucho los ojos mientras los frenos gritaban. Después un tranvía hizo desaparecer la mitad delantera del autobús.

Rose y el señor Garnet dejaron de ver el interior del autobús para ver St. Charles Avenue entre un marco de hierros retorcidos.

Cuando el estupor les permitió mirar a un lado vieron en el suelo el cartel que rezaba «Blancos» desmadejado a pocos metros del resto del autobús, que rezumaba un color rojo brillante.

68. Caer en demérito

¿Todavía os preguntáis cómo deberíaimos actuar cuando nuestra majestad se enroca con defensas fantasiosas? Con lo fácil que resulta entender que no valía solo con aparentar, que también era primordial limpiar la hojarasca que mancillaba el camino. Pero no, el señoritingo prefirió escaquearse, clavadito y sin mover ficha, embelesado con la danza, la voz y el contoneo de las damas blancas. ¡Insensato! En cuanto se descuidó, esas pelandruscas, esas bárbaras, lo dejaron al descubierto, a merced de sus elefantes o de la artillería enemigas, y le metieron un gol por toda la escuadra en un bombardeo incesante, un sinvivir, un jaque continuo…

Y encima el bobalicón las cortejaba con mil prebendas, pavoneándose por haberlas sometido, sin percatarse de que ellas, en realidad, sacrificarían su silencio para vengarse al grito de:

—¡Mate!

Y el graciosillo respondía muy campechano:

—No, gracias, prefiero otro bombón. Manchado de leche, por favor.

¡Será botarate! Aunque, a decir verdad, para botarates, nosotros. Tanto bregar para acabar vilipendiados y lo que es peor, con él en la misma caja. Deberíamos cambiar de bando. Mas vale ser un tránsfuga que seguir defendiendo sus colores. Además, reconozcámoslo, compañeros: el negro nos sienta fatal.

67. La vida en cromo

El jarrón carmesí que te regaló tu hijo estalla sobre la cómoda de caoba. Lo oyes justo cuando terminas el jersey diminuto, verde limón, improvisado al tuntún para el bebé. Has pasado la noche tejiendo en soledad, esperando la imagen que te mandarán entre los ramos de colores que les enviaste. Te quitas las gafas. Frotas los ojos y los sellas.

De pronto, la luz de la habitación, el carmesí y el verde se extinguen tras tus párpados. Solo queda la textura áspera de tus manos cruzadas en el regazo, mapa de venas y callos que heredaste de tu padre. Te evocan el humo denso y gris de la fábrica. Y al guapo aprendiz. Sonríes. Aún ves su bigote azabache meciéndose sobre el labio al verte pasar; el mismo que le temblequeaba al ser testigo del dolor, años después, en el desgarro del parto. No te queda una sombra de drama, no. La risotada de vuestro hijo aún tintinea en tu memoria, una nota alta y clara, grabada en clave de blanco y negro.

Hasta que vibra el móvil. El llanto de tu nuevo nieto rompe la ensoñación, reclamando su sitio en un vídeo a todo color.

66. Dos bodas y un funeral (de momento)

La novia, de blanco impoluto, camina hacia el altar con la emoción desbordada en sus ojos castaños. Manuel espera a escasos cinco metros, ansioso por tenerla cerca y liberarse al fin de la sensación de déjà vu que le envuelve, mientras suena la marcha nupcial.

A la misma hora, el mismo día, a miles de kilómetros de aquel altar, la viuda, de negro tristísimo, deposita un ramo de crisantemos sobre la fría lápida de la tumba donde, según le dijeron, descansan los restos de su amado Manuel.

La novia no sabe que su futuro esposo acaba de resucitar.

La viuda nunca descubrirá que su difunto marido vuelve a la vida muy lejos de allí.

65. SUEÑOS DE ESCRITOR

En sus años como docente, plasmaba blanco sobre negro sus explicaciones para transferir conocimientos a sus alumnos. Ahora, ha decidido, conmutar el orden de los colores: pretende poner negro sobre blanco sus ideas para transmitir emociones. Se sienta con la intención de comenzar una novela, enfrentándose al papel en blanco —la cuartilla y él—. Su espíritu anhela crear otra «Ana Karenina» o superar «Crimen y castigo». No puede negar que tiene ambiciones literarias, pero en su mente no encuentra la manera de empezar.

Mientras muerde el bolígrafo, reflexiona sobre cómo obtenían ideas esos genios de la literatura a quienes tanto admira. ¿Sería necesario llevar una vida desgraciada o depravada para abordar temas profundos? ¿O sería más conveniente tener una vida acomodada que le permitiera a uno observar sin tener que preocuparse por resolver los problemas cotidianos? Solo le llegan, como mariposas efímeras, ideas que otros ya han tenido. ¿Y si las enmascarara, maquillándolas y las presenta como propias? Se da cuenta de la irracionalidad de tal pensamiento: necesita una idea original o tendrá que dedicarse a otra cosa. Ante la demora en la creación de su novela, decide, mientras tanto, presentar sus miedos a un certamen de microrrelatos.

64. Luna blanca sobre fondo negro

En la oscuridad de negra noche, la dama blanca luce su esfera perfecta con todo su explendor. En el convento del Risco de Nuestra Señora al filo de la media noche, Sor Mari Luz, la madre superiora,  recorre el recinto tocando una esquililla a la puerta de cada celda llamando así a matines a las hermanas de la comunidad. Todas, novicias incluidas, desfilan en silencio por los pasillos, enfundadas en su hábito blanco y su toca negra, hasta llegar a la capilla.

En el claro del bosque, un macho alfa de piel azabache subido en lo alto de un canto de responsos, aúlla desesperado proyectando el sonido con su pecho a través de la vegetación y la bruma de la noche hasta traspasar los muros del convento. Alza el hocico a la luna, arropado por el coro desgarrador del resto de la manada, en respuesta a la superiora, que sabe que les escucha.

Los dedos de Sor Mari Luz, derrapan atropelladamente en cada cuenta de nácar, y su trepidante bisbiseo es su plegaría desesperada para ser escuchada, más pronto que tarde, a fin de que el influjo de la luna cese y los lobos vuelvan de nuevo a ser hombres.

63. REINO EN LA TIERRA

El niño vino al mundo en un remoto lugar en el que mucho tiempo atrás probablemente muy cerca habría pajares que abastecían de comida y servían de cobijo a vacas y bueyes y adonde muchos pastores cuidaban a sus rebaños de ovejas alrededor de un fuego iluminando el negro de la noche contando largas historias en las que imaginaban un futuro bien diferente y próspero lleno de buenos deseos para ellos y sus familias en el que reyes y dioses no interrumpirían el de sus hijos y nietos con sus falsas ofrendas y reinos salvo el del cielo lleno de blancas estrellas iluminando la larga senda por el buen camino.

62. Reina

Reina

Celia baja a la cafetería, vestida de volantes, vaporosa, armada de bastón con empuñadura plateada. Pegada al gran ventanal espera Claudia. El tablero blanco y negro soporta estoico las treinta y dos piezas de cristal Swarovski. Hablan chismes, se quejan de la enfermera y se sortean al celador. Acaba de llegar de alguna tierra lejana que no saben situar en el mapa. Empiezan una partida sin apertura conocida y siguen con una sangría injustificada de peones. Claudia, en medio de la escabechina, ufana, proclama jaque mate. Celia se enfada, la reprende y le dice que ha hecho trampa; Celia grita y llama al personal. Claudia escupe en el suelo y le dice que no jugará nunca más con ella, que puede estar segura. Celia se calienta, las mejillas carmesís a punto de estallar, el corazón se le acelera, cae redonda, llegan los sanitarios. El médico certifica muerte por infarto. Claudia vuelve a su habitación satisfecha. En la hoja que cuelga del cabecero de la cama hace una nueva raya en su tabla de conteo. Una diagonal encima de los cuatro palotes verticales.

61. Cuentas negras sobre fondo blanco (Elena Bethencourt)

A las cinco de la mañana, Clara pasea por las veredas oscuras de la aldea rezando el rosario. Los vecinos salen como hipnotizados tras ella. Cuando sus dedos tocan la cruz, recita el credo, y el panadero se reconcilia con su esposa. En la primera cuenta grande, el padrenuestro calma la ira del alcalde hacia el maestro.

Las primeras decenas de avemarías suavizan rencores entre rivales. El gloria resuelve la disputa entre campesinos. En la cuarta decena, un hijo decide volver al hogar. En la quinta, todos los aldeanos sonríen llenos de amor.

Al finalizar con la salve, ya ha amanecido. Termina el rezo. El cuerpo de Clara se ve iluminado por la luz de la mañana. La multitud se percata de que sobre su finísima piel blanca solo lleva un rosario colgado al cuello. Sus cuentas negras marcan el camino de sus pechos, y el crucifijo —que descansa sobre su ombligo— apunta al rincón de los deseos.

Se rompe la magia, los vecinos olvidan la paz de las últimas horas. Vuelven las disputas y los celos. Se empujan, se insultan, se escupen y, como no podía ser de otra manera, todo termina como el rosario de la aurora.

60. Sandalias

Asco, rabia y un peso excesivo. Era lo único que recordaba y repetía sin descanso. Todo lo demás eran sombras. Nada que ayudará a la investigación.

El tiempo reactivó detalles; en sueños y momentos donde la memoria herida rebuscaba. Pero todo se volvía espesa niebla.

Rehacer su vida aceptando la cercanía de hombres le resultaba insostenible. Así, en las citas que las amigas le preparaban, siempre estaba buscando la salida más próxima.

Germán fue el punto de inflexión. Era agradable, la hacía reír, escuchaba con tranquilidad y no invadía su espacio.

Tras meses de calma, fue ella la que contacto pieles y labios, avanzando hasta la primera noche febril.

En el descanso tibio, ella tuvo una necesidad y preparó unas copas.

Él cayó intensamente dormido.

Cuando despertó se descubrió atado. La tenía en frente con las ropas que nunca tiró por no sentirse derrotada.

En su mano, unos alicates brillantes y fríos como instrumento quirúrgico.

Los gritos rellenaron la habitación mientras las manchas rojas decoraban su vestido blanco.

Se acercó a su oído mientras le mostraba el pulgar, todavía caliente, con esa uña negra que le había resucitado toda la claridad.

Le susurró: “Nunca debiste llevarlas”.

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