Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

59. ¡Alegría, alegría!

Hundir el dedo en el azucarero, sentarme en las rodillas del abuelo, marcar el gol de la victoria en el patio. Compartir pupitre con Carmencita y dibujarle un corazón de tiza. Pasear con papá bajo las luces navideñas de la calle Mayor, que me compre un cucurucho de castañas, pegar la nariz al escaparate de la juguetería y mirar el trenecito dando vueltas. Cerrar los ojos y desear muy fuerte haberme portado bien este año. Soplar la sopa para no quemarme. Comer rosquillas hasta que me duela la tripa. Ver a la abuela reírse con la boca llena de uvas. Que se derrame una copa y mamá diga: “¡Alegría, alegría!”.

Aprender a conducir el coche de papá, llevar a Carmen al cine, pedirle un beso. Acordarme de golpe del azucarero y sonreír como un bobo. Que Carmen me llame bobo y me bese de nuevo. Cerrar los ojos muy fuerte y desear que me diga que sí. Hacer planes juntos y confiar en que todo irá bien. Que todo vaya bien. Imaginar que el niño se parecerá a mí. Que se parezca a ella. Ver a la abuela reír y llorar a un tiempo, y a madre repitiendo: “¡Alegría, alegría!”

58. Do, Re, Mu

Redonda, cuando suena Mozart, se queda inmóvil para que el cencerro no le impida escucharlo. Corchea en cambio muestra una clara predilección por Beethoven. Desde que hay música en la granja las notas son mariposas que aletean entre las flores, moscardones que juegan con la manada, vencejos que sobrevuelan veloces el prado. Las vacas dan más leche que antes y el pasto crece más verde y lozano. Allegro, que prefiere a Brahms, tampoco escapa de sus efectos. Su labor como semental provoca asombro en la aldea y el número de reses se ha duplicado en poco tiempo con su altruista aportación.

Ana y Luis están exultantes con los resultados del experimento. Ellos mismos trabajan con mejor ánimo escuchando los clásicos allá donde se encuentren. Ana, que hace nada añoraba su pasado en la ciudad, ahora se ve viviendo feliz siempre en el campo. En cuanto a Luis, cualquiera diría que ha recobrado el vigor de antaño. Come y faena como un muchacho y se levanta al amanecer silbando las melodías. A veces, sobre todo con los crescendos, los ojos se le encienden de pasión. Deja entonces lo que esté haciendo y, sin decir ni mu, se adentra en los establos.

57. Ángeles sin alas. (Gemma Llauradó)

Cuando cae la noche Yolanda, Eva y Eugenia despiertan. Son ángeles en la oscuridad. Su turno comienza a las diez de la noche. Una guardia más, llevando a los pacientes algo de júbilo con sus gestos y miradas, paz con sus palabras, procurando el bienestar de todos ellos, con la atención al detalle y siempre rebozadas de empatía.

Trabajan incansablemente sin perder la sonrisa de sus labios oculta bajo la mascarilla, con la capacidad de aceptar el sufrimiento y el dolor sin que ello afecte a su desempeño profesional. Preparadas siempre para lo inesperado.

En mitad de la noche, toca tomarse un respiro, unos minutos para hablar entre ellas, tiempo para un relato corto, unas risas, un café, una taza de té humeante y aromático, una pausa para soñar despiertas… Pero de nuevo un timbre suena. Alguien necesita de su presencia. Así todas las veces que sean necesarias, trabajan en silencio y con un guiño benevolente en sus ojos.

De nuevo, todo comienza de nuevo, está amaneciendo. El trabajo sigue y concluye en un momento en el cual confluyen alegría y satisfacción por una labor bien hecha. Son mis ángeles sin alas. Mis enfermeras.

56. CUANDO TODOS DUERMEN

Cuando todos duermen, una oscura quietud lo inunda todo. A veces, escondido bajo el sauce, fumo un cigarrillo en el jardín. Observo la fachada, las exiguas luces en las ventanas, los estertores del humo escapando por la chimenea.
De haberla observado tanto, reconozco cada ladrillo, cada tablón, y me siento parte de ella y de su contenido. El momento es terriblemente sublime e íntimo y, cuando consigo entrar, me siento alguien mejor. Alguien afortunado.

Amparado en la negrura, palpo la paz en cada mueble, en los respaldos de los sillones y los marcos de las fotos. Subo las escaleras como un lento susurro y entro a las habitaciones, escudriñándolas sigiloso. Acaricio una cabecita rubia y despeinada que duerme entre peluches. En otra habitación, beso una frente tibia. Respiro su fragante sudor infantil. Por fin, entro al dormitorio de matrimonio, extremando el cuidado, casi flotando. Ella sigue tan hermosa como cuando nos conocimos hace años. Es un ángel inmóvil que quisiera acariciar.
A su lado duerme el hombre que debería haber sido yo. Me agrada permitirle vivir. Vivir mi vida. Entonces me derramo escaleras abajo y me dejo engullir por la noche, corriendo a aguardar el próximo momento de felicidad.

55. Cuando la calle era el mundo (María José Escudero)

En aquel tiempo, era conocido que en la casa de vecinos donde vivíamos, se rezaba el Ángelus en el primer piso, se cantaban coplas atrevidas en el segundo y en los techos inclinados del sobrado se recitaban, a escondidas, versos prohibidos. Mientras, ajenos a la Historia y sus historias, los niños ocupábamos la calle y un bullicio de canicas y peonzas, de muñecas y patines se mezclaba para celebrar la alegría de un día sin escuela. A menudo, algún jubilado de ceño fruncido nos alertaba de los peligros: “Se acerca un camión, chavales”. Y nos apartábamos entre empellones y risas imposibles de contener. Luego, cuando la amenaza desaparecía, al grito de “este rabo pide pan y este otro mazapán”, el juego continuaba. A veces, del balcón de la señora Hortensia se escapaban notas de piano y todo se detenía unos instantes. Incluso el colchonero, que vareaba la lana en la acera, permanecía ensimismado al escuchar tan magnética melodía. Hasta que las voces apuradas de las madres nos llamaban a comer y se rompía el hechizo.
En aquel tiempo, la calle era el mundo. Todavía ignorábamos que la felicidad sabe a pan con chocolate, que la vida toma carrerilla… y vuela.

54. De las de antes-Iñaki Ferreras

Era un cerebrito para las matemáticas, pero nunca se acordaba de su propio número de teléfono. Se había resistido a tener el aparatito porque no quería sucumbir al enganche de las nuevas tecnologías, pero la edad y el hecho de vivir sola se lo hicieron pensar dos veces y, finalmente, se decidió a dar el paso adelante. En pleno siglo XXII, las operadoras de telecomunicaciones obligaban, por ley, a sus usuarios efectuar un mínimo de llamadas mensuales.  De lo contrario, les daban de baja. Eran los tiempos en los que cuantas más llamadas se hacían, menos tarifaban estas compañías y, por tanto, más económico resultaba el servicio final. Pero al contrario que el resto de personas cuando disponen de un elemento nuevo en sus hogares, a ella el teléfono le resultaba, cuando menos, indiferente. No llamaba casi nunca a nadie; prefería encontrarse con los suyos en persona. Su tradicional hábito social llegaba a tal extremo que, incluso, una vez que se cayó y quedó paticorta, prefiriera bajar a la calle a trompicones y tomar esos cafés tête à tête tan reconfortantes.

Esa mañana, su operadora la llamó y la amenazó con cortarle el servicio, pero ella le dio un corte de mangas virtual y le lanzó una sonora carcajada: “¡Ni me acuerdo de mi número ni nunca me acordaré de él porque ya no lo quiero, diantres. Denme de baja si quieren! No quiero teléfonos ni diamantes. Mi felicidad es vivir como antes…Y colgó de golpe partiéndose de risa.

52. TRES MESES

El día que decidieron intubar a Remigio, apenas quedaban UCIS en el hospital.

Él les rogó que no lo hicieran, a sus 88 años, su vida estaba completa. Quería volver a su amado pueblo, donde sólo quedaban, Nicomedes, Agamenón y el mismo.

Era mayo, el día de la fiesta mayor en Pueblo Viejo. Remigio lloraba de felicidad cuando volvió a escuchar las campanas que Nicomedes, el monaguillo, tañía llamando a misa de doce.

Llegó junio. Oyó la voz de Agamenón llamándole desde la orilla del rio, y, escapando de la bulliciosa escuela, estuvieron todo el mes pescando juntos.

Llegó julio y se sintió algo cansado. Subió hasta la cabaña del pastor Eustaquio y escuchó una vez más sus cuentos de lobos y ovejas.

Para finales de agosto supo que tenía que regresar.

A lo lejos oyó a la enfermera… “¡Dejémosle ir, tres meses es suficiente!” Remigio se alejó del  monótono pitido de su ya inerte corazón.

Bajó  el sendero junto al rio. A lo lejos, apoyada contra un árbol, le saludaba Inocencia, envueltos sus 20 años en un floreado vestido. Abajo, en la campa, empezaba la Romería de la Vendimia.

Era septiembre, comenzaba el otoño en Pueblo Viejo.

51. Pobre Diablo

Decidí pedir el divorcio a mi esposa a pesar de poner en riesgo mi fortuna. Al hacerse público, se presentó el mejor abogado de la ciudad para llevar el caso. El precio era muy alto, pero el dinero pasó a un segundo plano y acepté una cláusula especial solo para verla sufrir.

Después de la firma, el letrado cumplió su palabra y ya se paseaba junto a ella en el descapotable y se había ido a vivir a la mansión.

No ha pasado ni un mes y hoy el abogado me ha dicho que quiere verme para renegociar la cláusula. Al abrir la puerta me encuentro ante el mismísimo demonio en persona y me pide romper el pacto. Lo siento, pero un trato es un trato. Hacía tiempo que no era tan feliz.

50. NUEVOS DESPERTARES (Belén Mateos)

Aurora cada mañana despierta vestida de sábana, de geranios enredados en las motas de luz que se filtran por la persiana, entre las patas de su gata y el hocico de su perro.

 

Prepara el desayuno para tres; leche templada, jamón york y ensaimada rellena de nata y fresa. Lo comparten, maúlla, ladra, ríe con los labios cubiertos de mermelada, remueve el café con el dedo y les ofrece ese manjar humeante a sus lenguas.

 

Abre de par en par los portones que dan a la terraza. Se apresura a animarlos a depositar en el césped las necesidades más urgentes, a correr para digerir, a disfrutar de esa libertad que antes les fue vetada.

 

Después cura sus heridas, una a una, el costado amoratado, el ojo izquierdo de Ares, el derecho de Lina, revisa las uñas, sus orejas, la boca desprovista de dientes por quién sabe qué paliza; los mira, les habla, les canta mientras Lina se acurruca en su regazo y Ares lame sus tobillos.

 

Hace cinco meses que se los encontró en la cuneta despeluchados y famélicos.

 

Hoy por fin las moscas han emigrado de su pelaje y las lágrimas han desaparecido de sus ojos.

 

 

49. Miércoles, 14 de febrero

Hoy estoy contenta porque en clase de dibujo me ha pedido la goma de borrar. Yo se la he pasado sin mirarla, pero el próximo día que me pida algo no apartaré los ojos. He observado que ella tampoco se fija en los chicos. Creo que tengo posibilidades.

48. ENTREGA

Llevo tiempo escribiendo pero ellos no lo saben.  El pudor ha sido la llave de mi secreto. Faltan pocos días para la gran revelación, mi corazón bulle nervioso ante la alegría que estoy convencida que voy a provocar.

En muchos de mis relatos ellos son los protagonistas y estoy deseosa de ver sus reacciones al comprobarlo.

He descubierto  que me gusta crear y lo mismo tengo entre las manos pinceles para pintar camisetas o láminas o agujas de coser o de crochet, y en todas mis pequeñas obras siento la admiración y el cariño que me profesa mi familia. Me reconcomía por dentro ocultarles estas otras pequeñas obras de escritura, tal vez porque  tenía miedo a perder el nivel de sus expectativas….

Es Navidad y mi regalo de Reyes será un pequeño manojito de fotocopias para ellos…¡qué alegría abrirte por completo y compartir emociones!

47. Escena que debió ocurrir el día más feliz de mi vida (Patricia Collazo)

¿Eres feliz? La pregunta me coge desprevenida. No sé muy bien quién es el hombre con quien estoy bailando el vals de los novios. Algún tío de Mauro, supongo. He pasado de brazo en brazo y estoy mareada. Claro, contesto sonriente. Con esta sonrisa que me he encajado en la cara al llegar a la iglesia. Lo sabía, responde. Pero en realidad no sé si se refiere a que suponía que siendo el día de mi boda soy feliz o a que sabía que iba a mentirle.

Le estoy mintiendo. No porque me duelan los pies y su aliento huela a alcohol asentado.  No porque el ramo no sea el que quería, ni porque falte mi padre en un día tan especial.

¿Por qué no soy feliz?, me pregunto mirando sobre su hombro. Tarde lo comprendo. Mauro viene a rescatarme. Es un pesado, dice señalando al del frac sudado que se aleja mientras seguimos girando. Cariño, estoy mareada, digo intentando explicar las lágrimas que me caen por las mejillas. ¡No me digas que vas a hacerme más feliz aun! exclama apoyando su palma sobre mi vientre. Se hace un pasillo de silencio mientras huyo despavorida entre los atónitos invitados.

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