Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

28. El vendedor (Susana Revuelta)

No había domingo que no vendiese alguno de aquellos trastos que se amontonaban en su tenderete. Todo tipo de cachivaches exhibía, a cual más oxidado, deslucido, inservible o roto.

—Esta escoba sobrevivió a una quema de brujas —afirmaba el melenudo sin temblarle la voz—. Y esta alfombra voladora, recién llegada de Oriente, todavía podría recorrer distancias cortas, pongamos que de aquí allí —decía mirando el muro del cementerio. Y ya estaban dos viejecillas sacándose del bolso el monedero.

Luego mostraba una varita mágica y una lámpara maravillosa, ¡menuda imaginación! El tío todo el rato enseñando cacharros inútiles e improvisando. Yo hasta la hora de comer no tenía nada que hacer, así que me quedaba por allí, disimulando una sonrisa cada vez que algún incauto compraba alguna cosa.

Aquella mañana se fijó en mí, y señalando con un dedo mi calva, cogió un tarro transparente con un potingue dentro y dijo que era un crecepelo muy bueno. Me quedé perplejo cuando me dijo el precio, pero me fui a casa superfeliz, deseando probarlo frente al espejo.

(Fuera de concurso)

 

27. La tía, sorprendida, miró a sus sobrinos. (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Un ictus dejó a Isidoro mudo, parapléjico y confuso. Negocios de coloniales y unos contratos con el ejército lo colocaron en una holgada posición que le permitió casarse con Juliana, una belleza del Valladolid de los años en que aún Cuba era española.

Seis meses duró aquella tortura. No había forma de entenderle, y esto llenaba de iracundia los ojos de Isidoro y de desesperación a Juliana. Ni el cura lograba entender el porqué de aquellas reiteradas cabezadas apuntando con la barbilla al cuadro de la Virgen.

─Se ha vuelto muy devoto, comentaba Juliana.

Fallecido Isidoro, a Juliana, el local comercial, la casa y unos fondos en el banco, le parecieron muy poco, para lo que ella pensaba. Tuvo que alquilar la casa a unos carniceros, e irse a vivir con sus sobrinos a los que por falta de los propios siempre mimó como hijos suyos.

Una mañana le dijeron a Juliana, que los matarifes habían dejado la puerta de la casa abierta saliendo de ella apresuradamente. Juliana y sus sobrinos entraron. Sobre la mesa del comedor, vuelto hacia abajo, con la tela cobertora rasgada, se encontraba el cuadro de la virgen. Tres monedas de peseta estaban enganchadas al bastidor.

26. Golpe de gracia

La tía Herminia está sumida en una profunda tristeza desde que su novio la abandonó una tarde de verano. Le confesó que amaba a otra mientras disfrutaban del día junto al mar; de modo que él se fue por donde vino y ella regresó a casa con todos los bártulos. Fue tal el disgusto, que al llegar se enroscó sobre sí misma como una caracola y mantuvo su ostracismo durante los siguientes cuarenta años.

Semejante abandono de espíritu ha hecho que hoy la parca viniera a buscarla, y al entrar se llevara por delante el perchero donde seguía colgada la bolsa de la playa, aún intacta. La toalla ha salido volando, y de ella han caído un kilo de arena, su corazón roto, los hijos que nunca tuvo, los sueños perdidos, y una enorme pelota azul que ha golpeado a mi tía en mitad de la frente.

Todos nos hemos quedado mudos de la impresión. Menos ella, que ha dicho algo sobre recuperar el tiempo y ha salido camino del paseo marítimo. Ahora nos preocupa la muerte, que se ha quedado con un palmo de narices y mira de reojo a mi madre, que parece al borde del colapso.

25. CONTACTO (Mødes)

Esta mañana vi la urna abierta y tus cenizas esparcidas por el suelo del salón.

Y entre ellas había un cenicero roto y restos de mis colillas.

Quizá me estoy volviendo loca, pero ahora no dejo de llorar.

Y es que creo que anoche quisiste darme un último beso de despedida.

24. NI 200 PALABRAS MÁS (Juan Manuel Pérez Torres)

Estaba cansada de que cada día amaneciera para mí tan enredado, que el mal humor siempre orbitara sobre mí y que los ámbitos que ocupaba cada instante no fueran, siquiera, hospitalarios. Pero aquella mañana… desperté creativa; al menos, ocurrente. Lo cierto es que durante el rato que estuve en el baño (ducha, peinado, en fin, ya sabes) permanecí callada, no desperdicié ninguna palabra. Ahorré todas mis expresiones. Quiero decir que no guardé solo las palabras, también los gestos y demás señales que representaran un sentimiento, un pensamiento o una idea. Luego, en la cocina, lo pasé todo por el molinillo, lo puse en la cafetera y tras unos minutos, se oyó el esperado silbido del café, que fue lo primero que escuché de buen rollo. Deseché (en silencio todavía) la idea de elegir la de siempre y cogí otra taza, una más apropiada para aquel aventurado desayuno.

Por fin, al inclinar la cafetera para llenar el tazón, vi que lo primero que se vertió fue un asombroso y aromático «buenos días». Al instante noté que los amables gestos flotaban solícitos sobre su rostro y que las letras, libres, poblaban con arábigas volutas nuestros silencios y, felices, nos ofrecían nuevos significados.

23. Lo asombroso de la vida (G. Llauradó)

Por asombroso que parezca su vida se mantiene en un extraño equilibrio entre el orden y el desconcierto, en medio del cual encuentra la manera de representar su día a día. A menudo, la vida adquiere sentido por los sin sentidos con los que ha tenido que lidiar. Percibe que, en sí la vida es un misterio a vivir y no un problema a resolver por muchas circunstancias adversas que la aborden. Y si algo le ha enseñado la ausencia de quien más quería, es que hay que aceptar la vida tal como es para ser feliz. Dicho de otro modo, aceptar lo que la vida trae, ya sea bueno o malo, sin pelearse con ello, de lo contrario sólo lucharía a contracorriente hasta el agotamiento. Y eso, no merece para nada la pena.

Ahora su vida es plena, pero no es una vida perfecta sino una vida consciente con todo lo que implica. Su dolor inicial lo ha convertido en fuerza, la rabia en impulso y la desolación en inspiración y esperanza. Quizás con el tiempo olvide lo que él expreso, lo que imaginó o soñó, pero nunca olvidará su vida junto a él.

22. Juegos de niñas ( Paz Monserrat)

Un día, después del recreo, no la vimos más.

Cuatro décadas después, cada vez que nos juntamos,  mis compañeras proponen jugar a imaginarle vidas. Como si no pudieran soportar que, mientras ellas acumulan decepciones y kilos, Violeta siga siendo aquella niña flacucha e indomable.

Una opina que saltó el muro del patio y se fue con los feriantes. Otra recuerda que era adoptada, y describe un emotivo rapto por parte de su madre verdadera. La más novelera dice haber reconocido su mirada desafiante en una actriz muy conocida.

Una simple mudanza, enfermedades, adicciones… distintas versiones que van hilvanando su destino sin nosotras. Historias manejables, cortadas a la medida de nuestro aburrimiento.

A veces se conforman con una existencia vulgar, lejos del pueblo.

Yo aparento seguirles la corriente. Alterno escenarios realistas con otros más bohemios.

Un día lo haré, pero aún soy incapaz de contar lo que ocurrió aquella mañana. El desafío. Mi culpa por gritarle, mientras me tapaba los ojos para contar hasta veinte, que la iba a pillar enseguida. Mi asombro al comprobar su inusitada destreza jugando al escondite.

Y ese buscar desesperado, insomne, atroz… que todavía continúa.

21. BAZAR FANTASÍA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Quedaba cerca, a pocas cuadras de la casa. Había ido conmigo en brazos a comprar algo, no recuerda bien qué. En un momento, mientras la atendían, yo quise bajar, y ella me dejó en el suelo, apoyada contra el mostrador…
—¡La nena!… ¡La nena!… ¿Dónde está la nena?—, exclamó mamá. No sabe en qué momento me perdió de vista pero recuerda el susto, las gitanas que habían entrado al negocio, y el miedo atávico que advierte que se roban a los niños…
Comenzó a llamarme desesperada; yo le contesté. Oía mi voz pero no sabía de dónde venía… Volvió a decir mi nombre, le volví a contestar, y entonces me encontró metida entre las muñecas, prácticamente siendo una muñeca más… Allí, adentro del Bazar Fantasía, me largué a caminar.

 

20. Empoderada

La rata sonrió en aquel momento, la decisión estaba tomada.
Cuando otro de sus pretendientes llegó para pedirle matrimonio, ella rechazó sus flores dándole un rotundo no por respuesta, y cerrándole la puerta en las narices ante el asombro de aquel pobre desgraciado.

Se sorprendió así misma ante esa reacción, pero ya no podía más, el vaso se había colmado.
Se quitó el delantal, el maquillaje y los tacones. Tiró a la basura el lazo rosa de lunares, se sirvió una copa de vino y encendió un cigarrillo.
Nunca se había sentido mejor. Desde ese momento cambiaría el cuento, ya nunca más permitiría que nadie la llamase “ratita presumida”.

19. Diáspora

Lo característico del Bosque de Cardián, situado en la actual Etiopía, aparte de su frondosa vegetación, formada por grandes árboles de las más diversas especies, era su fauna.

Los únicos animales que lo habitaban vivían encaramados en las copas más altas, de donde solo bajaban para comer y para parir.

Los cardianes, que así se llamaban estos curiosos seres, tenían forma de sirena, con torso y cabeza humana, y cola de pez. En vez de las aletas caudales, disponían de fuertes garras que les servían para agarrarse a las ramas, y en la espalda tenían alas con las que salían en busca de caza.

Su gestación duraba nueve meses y reproducción era ovípara. Cuando llegaba momento del parto, los huevos caían al suelo e inmediatamente se abrían y liberaban a las crías. Unos recién nacidos se desarrollaban como peces e iban al mar; otros se transformaban en aves y volaban para nunca volver; y algunos, los más tardíos, crecían con forma humana y se distribuían por el mundo.

Solo los cardianes se quedaban en el bosque y, dado que eran inmortales, la supervivencia de los humanos, peces y aves, estuvo asegurada, hasta que se quemó el bosque.

18. Fiebre del oro

Mary siempre quiso ser maestra y transformó el viejo rancho familiar en una escuela. Enseñar caligrafía se convirtió en su único quehacer hasta que apareció Williams, un joven minero que -con la excusa de recoger a su sobrino- acudía todas las tardes a la salida de clase.

Pronto hubo un intercambio de miradas entre ellos y, sin darse cuenta, el minero estaba regalando un anillo a la señorita. Como era previsible, a la sortija le acompañó una proposición, la de asaltar la diligencia. La cara de estupor de Mary duró poco, lo que tardó su corazón en aplastarle la razón. Aceptó y esa misma noche lo hicieron.

El plan era sencillo, mientras ella distraía al cochero y al guarda, él se ocupaba del cargamento del oro. Pero fueron sorprendidos por el sheriff y, en menos que canta un gallo, Williams puso pies en polvorosa soltando allí mismo el botín. Mary, en cambio, se quedó pasmada y luego disparó tres balas.

Salió airosa, gracias a su puntería, aunque volvió a quedarse sola y cerró la escuela.

Hoy sigue en su rancho, recién reformado, mascando tabaco y bebiendo whisky, con el rifle cargado por si vuelve el minero reclamando los lingotes.

17. THE DEVIL ON WHEELS

Dicen que la vida es un regalo, discrepo. La vida es un préstamo que tarde o temprano hay que devolver. Hace poco, creí llegado el vencimiento del mío.

Volvía a casa del trabajo en moto, la circulación era densa, lenta y poco fluida. Me detuve ante un disco rojo, a mi lado hizo lo mismo un coche con la música a tope, las ventanillas bajadas y un menda al volante cantando a todo pulmón. Llamando mi atención, comenzó a señalar el tatuaje de su brazo. Le ignoré y él siguió increpándome: «quédate con mi cara», dijo hasta en tres ocasiones en tono altamente intimidador. Con disco verde, reanudé la marcha con normalidad, pero habiendo avanzado unos metros, escuché chirriar ruedas, aquel loco venía directo a por mí. Justo antes de cazarme, un quiebro imposible y el coche del kamikaze se coló, como hilo por el ojo de una aguja, entre mi moto y una furgoneta que circulaba en paralelo. Así, siguió esquivando temerariamente cuanto le salía al paso hasta desaparecer.

Al día siguiente, de vuelta al trabajo, sobre la mesa de autopsias un joven, su cara irreconocible, aunque no para mí, el tatuaje de su brazo no dejaba de recordármela.

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