Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
0
0
horas
1
2
minutos
4
9
Segundos
0
6
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

91. Aunque no te pueda ver (Javier Puchades)

El abuelo Andrés hace tiempo que solo pesca soledades. Con el paso del tiempo, la vida le ha ido arrinconando en el desván de los trastos inútiles. Ya nadie se acuerda de él. Su móvil, sumergido en la nostalgia, desborda llamadas enviadas sin respuesta. Solo quiere escuchar un hola, un te quiero o simplemente un ¿cómo estás?

Tal vez, la hojarasca del olvido ha cubierto sus recuerdos, pero sus sentimientos permanecen adormecidos a flor de piel. Apenas necesita una caricia para despertarlos.

Hoy, por fin, ha sonado su teléfono. Es uno de sus hijos. En el mismo instante en el que le embarga la emoción, su corazón deja de latir.

90. ¿ Y SI….? (Sandra Sánchez)

Dejó la jaula con la puerta abierta por si no se hubiera desorientado y supiera volver. Dejó, también, la luz del porche encendida aun a sabiendas de que en aquella oscuridad no se movería del sitio, que permanecería acurrucado haciendo una pequeña bola de plumas para mantener el calor. Amaneció. Se hizo de día. Salió el sol y, con él, subió algo la temperatura en aquel febrero frío y crudo; y renació la fe en que todavía pudiera volar, en que aún pudiera regresar. Avanzó el día, y la tarde y de nuevo la noche. Y la jaula seguía abierta, igual que la ilusión pero ya, cada vez, más débil. ¿Cómo no se percató de la puerta mal cerrada?, ¿haría demasiado frío para él, acostumbrado al calor constante del hogar?, ¿encontraría comida? ¿sabría encontrar agua?…Pasaron tres días, cuatro… pasó una semana.

Llevó la jaula al trastero, ocupada ahora por la culpabilidad del descuido, por la pena de que un pajarillo hubiera podido morir por su torpeza. Cerró la puerta a la vez que la esperanza.

A doscientos metros de su casa, en una rama natural de un verdadero árbol, frondoso y alto,un nuevo inquilino despereza  sus alas…  y canta.

89. Marías o Lincolns (Patricia Collazo)

Añorar es mojar una galleta María en leche. Es algo que apetece hacer, pero cuanto más caliente está la leche, más rápido hay que sacarla o se romperá. Cuando el tiempo pasa, la leche se va enfriando, y puedes dejarla sumergida más rato. Aunque siempre habrá un momento en que se cederá con un plop imperceptible y te salpicará.

Como buena emigrante, Paula sabía mucho de nostalgias. Yo, entonces, escuchándola decir lo de las galletas y la leche tibia, sentada como indio sobre mi cama, solo podía pensar en sus senos ocultos en la penumbra, en su boca, en sus manos de ardilla sobre mi piel. Siempre hablaba de nostalgias y galletas después de hacer el amor. Entonces yo la abrazaba y me dormía oliendo la vainilla de su pelo.

Paula volvió a su país.  La última noche me dijo que en Argentina las galletas son galletitas y las Marías son Lincolns. Se le iluminó la cara al recordar este detalle. Siempre temía olvidar los nombres, los olores, los lugares. Y tras ellos se fue.

Mi leche aún quema. Apenas si puedo acercar mi María y debo retirarla de inmediato. Pero cuando lo hago, todo huele a vainilla otra vez.

88. Rompecabezas

Con una sonrisa le toma las manos. Se acerca y le besa en la cara. 

-No se preocupe padre, esto lo vamos a sacar adelante, con paciencia, con mucha paciencia -Así da comienzo el día después.

Sobre la mesa camilla el puzle espera, hoy una pieza, otra, otra… poco a poco va tomando  forma, el dibujo va apareciendo.

Una sonrisa premia el esfuerzo. 

-Vamos que ya queda menos.

“Ya queda menos, maldita sea, cada vez queda menos” -piensa, pero no dice palabra. 

Los días se suceden y la curva sube y baja. A veces las angustias ganan la partida y el puzle tiene que esperar. Los ciclos cada vez son más agresivos. También las recuperaciones. Las sonrisas van escaseando y, a solas, el océano se desborda. 

Acaba de despedirse y, a su vuelta, la vista le lleva hasta la mesa camilla donde el puzle espera ser concluido.

Sus dedos juguetean con la única ficha que queda por poner.

87. El anfitrión de antaño

La puerta abierta ya era una invitación a pasar dentro sin llamar.

La mesa estaba puesta para ocho. Una buena sopera, con algún desportillado, en el centro y humeante. Su espléndido aroma resultaba embriagante.

Hacía muchos años que no cocinaba para nadie y le hacía una ilusión bárbara. Mientras se avituallaba en el mercado, su sonrisa era la ganadora sin paliativos.

Todavía guardaba la gran olla de porcelana de la que nunca pudo desprenderse. Total, no ocupaba mucho si ponía otros cacharros dentro de ella.

Pasó una mañana maravillosa con todo el proceso. Primero el sofrito, luego una buena cocción del rabo de toro (tiene que deshacerse en la boca) y luego ya las lentejas que pasaron la víspera a remojo.

Tras probarlo, supo que triunfaría.

Les hizo saber que no estaba seguro de cuantos acudirían, pero la intención era de que sobrara. También les avisaba de que dejaran hueco para las natillas.

Para el evento, solo necesitó hacer dos llamadas.

No pudieron evitar que les invadiera la tristeza y la impotencia, pero ni los agentes ni los sanitarios pudieron probar bocado. Verle todavía balanceándose con la nota anclada en su pecho con un imperdible, les cerró el estómago.

 

 

86. La biblioteca

Abrimos a las diez de la mañana y cerramos a las ocho de la tarde. Según entras en la sala, a la derecha, están las novedades; a la izquierda, las revistas. Luego, en los dos pasillos centrales, los libros de narrativa y a ambos lados, derecha e izquierda respectivamente, los de ensayo y teatro. Al fondo, un poco apartada, tenemos la sección de poesía, porque a los poetas es mejor dejarlos en un aparte, discretamente retirados, ya que son seres en apariencia apocados pero de mucho carácter: si tienen un mal día son capaces de liarse a tiros con un lector de narrativa o, sobre todo, de ensayo ¿Y tampoco queremos eso, verdad? Y al final de la sala tenemos un cuartito cuyos estantes están repletos de libros con historias en las que siempre mueren los buenos y los malos se salen con la suya. Esa habitación siempre se nos llena de tipos melancólicos, taciturnos, casi transparentes, de esos que, entre ellos, se susurran compulsivamente al oído canciones de Leonard Cohen. Es esa clase de gente para quienes un suicidio, aunque vagamente, es lo más parecido a un final feliz.

85. TIEMPOS DUROS (M.Carme Marí)

No puede más. Natalia, cabizbaja, se pasa la mano por la frente. Lo hace medio escondida, al final del pasillo. Esta llamada ha sido muy difícil. La voz del otro lado del teléfono no lo podía encajar, y menos con la información de ayer.

-«Pero…, nos dijeron que su estado había mejorado dentro de la gravedad…»

-«A veces ocurre, se observa una leve mejoría, aunque después la evolución no siempre sigue esa línea y empeora.»

Sollozos como respuesta.

Van cinco diálogos parecidos en este inicio de semana. Ahora que los familiares no pueden acompañar a los enfermos, todo es más complicado. De explicar, de comprender, de asumir.

Natalia llega del trabajo. Se ha cambiado antes de dejar el hospital, pero se vuelve a quitar la ropa y se ducha, enjabonándose a conciencia. Entonces es cuando pasa a saludar a su madre, que ya se encuentra en la cama. «¿Qué tal has estado hoy?» le pregunta, y le da un beso. Y así un día tras otro. Esperando que las precauciones que toma sean suficientes para no llevar el virus a casa. Esperando que mañana haya menos bajas en su planta. Esperando tener que hacer menos llamadas disimulando su voz rota.

Mucha fuerza a los de uno y otro lado del teléfono: a los profesionales de la salud y a los que han sufrido la pérdida de un ser querido.

84.La pérdida (montesinadas)

Esa misma tarde dejó de comer. Los días siguientes se le empezó a caer el pelo y apenas si se movía. Apoltronado durante horas en su lado del sofá lanzaba profundos suspiros. La apatía y la falta de interés ante cualquier estímulo se convirtió en un comportamiento habitual. Y el llanto, no olvidemos el llanto, le creaba legañas, tan consistentes, que le producían heridas cuando intentaba quitárselas.

Algunas veces, en un pico de crisis se automutilaba a mordiscos o se enfrentaba a otros más grandes con un deseo evidente de dejarse atrapar por sus mordeduras. Tomó la costumbre de restregarse el lomo dejando emplastos de pelo y sangre en las paredes.

Al anochecer, siempre a la misma hora, se quedaba inmóvil ante la puerta con la pata levantada. Le abríamos y bajaba solo y mustio. Caminaba despacio, tambaleante y se detenía en la puerta de la funeraria donde orinaba invariablemente. Luego se dirigía a la playa arrastrando la correa de la que ya nadie tiraba y sentado en la arena miraba fijo al horizonte, como si esperara que los primeros soplos de viento de alta mar le trajeran el rastro de sus cenizas.

83. Pasión de tinta y nicotina

«escribir es un acto complementario al placer de fumar»

Julio Ramón Ribeyro

 

Aprendí a fumar sobre el vientre de Nicole, sobre su niqui azul o su blusa estampada de azucenas, sobre su piel desnuda. El aliento de su voz jugueteaba con el humo que lloraban mis pulmones, enredados ambos en confidencias y presagios, en proyectos de futuro. Soñábamos a la sombra de un castillo abandonado con París o Nueva York, con locomotoras que arrastraban vagones de colores y mochilas atestadas de anhelos imposibles. Aprendí a escribir sobre su espalda de alabastro, protegidos del sol abrasivo del estío y de ojos indiscretos. Sobre sus nalgas traslúcidas tomaron cuerpo mis primeros versos, escritos con el ansia instalada en la yema de los dedos. Aquel verano fui feliz en el refugio de sus labios, asomado al paisaje de un mañana perenne junto a ella. No fue así, jamás respondió a mis cartas ni llamadas de teléfono ni volvió a aquel pueblo perdido a pasar las vacaciones. Nadie recuerda nada de ella, solo yo, algún atardecer, veo asomar su silueta en la bocanada de un Ducados o la intuyo en el impulso feraz que dicta mis poemas. A veces asoma su voz por las troneras, arriba del castillo, como el espectro abigarrado de la ausencia.

82. El malo

Besar la lona, morder el polvo. Ese es mi sino desde que solo me ofrecen papeles de villano. Aquí estoy yo para aguantar los puñetazos del bueno y el desdén de la chica. Para desenfundar tarde y disparar mal. Para acabar, en fin, siempre preso, cuando no muerto. Es difícil cambiar a peor y no añorar tiempos pasados. Estar solo ante el peligro se lleva bien si eres el protagonista. Como mucho recibes un balazo sin trascendencia o unos golpes en la cara, y puede que después, con el brazo en cabestrillo y el mentón rasguñado, hasta resultes más atractivo. Pero si eres el malo da igual que te acompañen las fuerzas del averno al completo, que llevas todas las de perder, y a menudo del modo menos estético.

Me entristece, además, esta obligada conducta mía. Sufro de infundados remordimientos. Ahora, por ejemplo, acabo de matar a un hombre honesto delante de sus hijos, y sé perfectamente que sus caras de espanto me han de asaltar en sueños. Aunque confieso que lo que más me angustia en este momento no es eso, sino la certeza de que el sheriff no tardará en alcanzarme huyendo sobre este caballo tan lento.

81. EL CANDIDATO

La música sonaba estridente y cacofónica en el salón de baile: ¡Follow de leader, leader, leader. Follow de leader! Y el candidato, en mitad de la pista, miraba extasiado a la orquesta sin que nadie le hiciese caso.

Alguien se acercó y le dio una pala y un espontáneo le hizo una foto. Todos aplaudieron.

-¡Follow de leader, leader, leader. Follow de leader!

Aturdido, comprendió que tras la noche todo habría cambiado y añoró su vida entera. Quiso abandonarlo todo, entonces aquella mujer de ojos claros le mostró su futuro con un beso y no supo resistirse a la promesa. Pero el instante fue efímero y una sombra de tristeza inevitable asomó en sus ojos. La fiesta no parecía ir con él.

Incansable, el cantante de la orquesta continuaba gritando: ¡Follow de leader, leader, leader. Follow de leader! Y la gente del pueblo reía, bebía y bailaba. Los brazos subían y bajaban siguiendo el ritmo. Los más jóvenes daban saltos y el candidato creyó estar, por un tiempo, menos solo.

Entonces se escuchó: -¡Cambiemos!

Y todos a la vez buscaron un nuevo centro sobre el que girar y girar.

-¡Otra vez. Follow de leader, leader, leader. Follow de leader!

80. Como la lluvia a la tristeza (Mar Horno)

El día que llovió del revés no se pudo salir de casa bajo ningún concepto. Ni tan siquiera para comprar imprescindibles horquillas del pelo. No sirvieron los paraguas estampados, tampoco los negros. Era una lluvia sucia que subía del asfalto, de los vertederos y desguaces de la ciudad. Si te cogía al descubierto era muy desagradable, se te metía por las perneras de los pantalones, por debajo de la falda o  por la agujeros de la nariz. Solo fue útil para limpiar los bajos de los coches. Al contrario de lo que pudiera pensarse, no cambió la polaridad del ánimo y ese día también fue triste. Se derramaron por las ventanas entreabiertas el sonido de canciones nostálgicas, olor a café recalentado, conversaciones con el espejo, poesías leídas a media voz o el llanto de amoríos imberbes. Los corazones se dieron la vuelta y gotearon las penas una detrás de otra buscando las alcantarillas del cielo donde los habitantes del reverso tuvieron un sirimiri agridulce que les arruinó el gozo  de ver caer la lluvia derecha por primera vez.

Nuestras publicaciones