Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

67. INERTE

Despierta, flotan los sentidos en el aire. Grita con todas sus fuerzas, nadie le oye, ni siquiera él se oye. Quizá sea una horrible pesadilla.

Cayó súbitamente en la inconsciencia. Una muerte clínica, el oxigeno se negó a irrigar su cerebro, mas la cuchilla de muerte, no fue del todo certera.

Despierta, oye susurros ahogados en lamentos. Mira, ve en los rostros de los seres queridos, pánico mal disimulado. Manotea, patalea, ningún musculo obedece.

Mente, vista, oído, el resto del ser, quieto, eternamente quieto.

El trigo de sus cabellos se torna gris ceniza, la silueta de su esqueleto va ganando terreno.

Su esposa, su dulce rosa, lo cuida. En casi once años, ni una sola llaga. Lo acaricia, lo besa tiernamente, él la sigue con la mirada, solo puede sentir su aroma. ¡Joder,  lo que daría por sentir sus manos, aunque sea solo un minuto, poder decirle —cuanto te amo — Los pétalos de su rosa amada, también se marchita con él.

Finalmente, la guadaña lo visita. No es ella quien lo atrapa, es él quien a ella se aferra.

Por fin escapa del miedo, de la tristeza, de la melancolía.

Vuela, vuela, vuela, ya tu alma es libre, eternamente libre.

 

 

66. El correo

 

Otro día más baja por el sendero a paso lento, el pelo recogido, las manos cruzadas bajo el pecho, con su abrigo largo y las botas altas llenas de barro. Esta semana la niebla no ha dado tregua. Como siempre se para delante del buzón. Ahí se queda mirando al infinito con sus grandes y tristes ojos, recordando voces, risas, suspiros y hasta olores. Con suavidad acaricia la oxidada superficie que el tiempo ha maltratado igual que a ella. Vuelve a casa sin abrir el buzón, no sabe si podrá hacerlo, sabe que hoy hay algo. Ha visto las nítidas e inconfundibles huellas marcadas en el barro. Creía querer saber, pero ahora no está segura, al menos antes le quedaba la incertidumbre, la esperanza.
Ahora tendrá que empezar de cero, cerrar el capítulo y perdonarse como madre, por no haberlo sabido hacer mejor, pero hoy no. No tiene fuerzas, solo quiere llorar como la niebla y diluirse en ella.

65. Despedida

Cuando escuché en alguna parte que aquel hombre había muerto de nostalgia, no fue exactamente dolor lo que sentí. Más bien fue esa tristeza exigua, casi intangible, que trae consigo el fallecimiento prematuro de alguien a quien has conocido en persona, aunque no hayas tenido mucho trato con él.
Siempre se mostró atento y respetuoso. Si me veía sentada junto a la puerta del supermercado, me saludaba con una tímida sonrisa y, al salir, me daba comida o algo de dinero. Incluso hubo un día, cuando se acercaba el invierno, en que me trajo un abrigo usado. «Ya nadie lo utiliza», me dijo. «Tú lo podrás aprovechar, te queda como un guante».
Recuerdo muy bien la última vez que lo vi porque ahora, de algún modo, creo que aquel encuentro resultó premonitorio. Caminaba con la prisa de los que huyen de algo, o de alguien, y su mirada era distinta. Sus ojos, mustios, parecían decirme adiós mientras tiraba de la mano de su hijo y la voz del pequeño se reducía a un susurro, cada vez más lejano, que dejaba entrever la palabra «mamá».

64. FONDO DE NOSTALGIA (Mercedes Marín del Valle)

Siempre tuve mi propia idea sobre el significado de la expresión, fondo de armario.  Un baúl enorme, de buena madera y herrajes metálicos. Porteado por hombres robustos y diligentes. Baúles envueltos en un mágico halo de misterio, contenedores de prendas de sedoso paño y extraordinario calzado. Anchos, profundos, infinitos.

Haciendo balance, perdida entre mis vestidos y abalorios, descubrí, atrapada detrás de una balda, una caja que no reconocí de inmediato. La miré unos segundos conteniendo el aliento, mientras trataba de recordar su procedencia.

¡Mis zapatos de color marrón con filigranas talladas, brazalete tobillero y tacones de vértigo!

Me pregunté,  cómo pude olvidarlos si, cuando los vi la primera vez, llenaron mis ojos de lujuria y dotaron a mis pies de ritmo. Sabía con certeza que nunca podría lucirlos como merecían en este lugar de polvo y piedra. Tú, anticipándote a mis deseos, me los compraste sin cuestionar mi manifiesta adicción.

Esa noche los estrenamos, con tu música y mi luz.

Añoré, entonces,  los fondos de baúl de mis sueños adolescentes, los vestidos sedosos y los zapatos de tacón de aguja.

Cuando abriste la puerta, tus ojos se agrandaron.

Sonreí cómplice y susurré: nunca te arrepentirás de entrar en una zapatería.

63. – ¡Qué vengan conmigo!

Todas las familias felices se parecen unas a otras, eso lo sé yo que apenas tengo diez años y lo saben el resto de niños que andan dando vueltas y que, también como yo, no encuentran a la suya. En el lugar donde nos encontramos las familias son menos felices de lo que debieran, bien porque sus días monótonos y sin noche que los interrumpa les hacen estar pálidos, ojerosos, cansados de estar cansados, bien porque la felicidad es un término que no se puede aplicar al estado natural que todos tenemos ahora.

Me dijeron que podía pedir un último deseo y yo, que apenas había tenido tiempo de disfrutar de los míos, que sentía cómo le palpitaba el corazón a mi madre en los dedos que me agarraban fuerte, que escuchaba un leve llanto coral parecido a nada, que adivinaba borrosas las caras del resto de mi familia, lo pedí, bien quedo, para mis adentros, egoísta.

62.- Las dos caras de un cristal

Siempre he creído que una estación es un principio, también un final. Elegí asiento en ventanilla, me fascina ver pasar la carretera.  La lluvia caía fina, gélida. En mis auriculares, Time, de Zimmer. Pegué la frente al frío y enorme cristal y entonces los vi, sentados en un banco al otro lado del patio de maniobras. La madre, cabizbaja, apretaba firmemente contra su pecho la mochila multicolor. A su lado, el niño, de no más de cinco años, sujetaba absorto un pequeño bocadillo al que no prestaba ninguna atención. Y empecé a pensar.  Tal vez esperaban al padre a su vuelta del trabajo. O tal vez ese padre subió hace tiempo a un autobús,  nuca más supieron de él y vuelven aquí cada tarde confiando en su regreso. O quizás…

Cuando aquel autobús arrancó levanté la cabeza y lo vi, alicaído, con la frente pegada al cristal de la ventanilla. Nos miraba, parecía triste y empecé a pensar. Tal vez marchaba a buscar trabajo fuera, o tal vez viajara para reunirse con su familia tras recibir una mala noticia. O quizás…  Animé a mi niño a terminarse el bocadillo. Le encanta merendar viendo cómo llegan y cómo parten los autobuses.

 

61. Ya lo dijo Sócrates

Como protagonista escogí a E.T., lo imaginé convertido en un apuesto cuarentón y con alguna cana ya. Estaba cabizbajo, posiblemente su tristeza se deba a que, sabiendo el avance tecnológico, le pareciera extraño que Elliot ni siquiera hubiera solicitado su amistad, complicado el tema que elegí.

Y así, imaginando a E.T., canoso, aferrado al teléfono y con su dedo iluminado, esta vez señalando a la Tierra, me acordé de que no tiene pelo y que quien tiene canas soy yo. Comprendí entonces que no sé absolutamente nada, mejor que siga leyendo y no escribiendo.

60. La hija del chocolatero

Hoy se cumple otro aniversario y traerás flores, papá. Yo prefiero las golosinas hechas por tus manos. Cuentan que el día de mi nacimiento, adornaste la maternidad con botones de rosa ahogados en un almíbar a punto de hebra que atrapó las lágrimas de polen en el interior de las corolas. Desde niña, las celebraciones y fiestas se realizaban en tu chocolatería que, más adelante, me heredaste al graduarme como repostera. Para mi matrimonio, fabricaste una tiara compuesta por bombones envueltos en un papel satinado que, al fracturarse en mil haces de luz, transformó los chocolates a semejanza de piedras preciosas. Pero nada de eso está en tu memoria. Lo que sí recuerdas es a mamá exigiéndote joyas reales, dinero, opulencia; y cuando, incapaz de retenerla a tu lado, le rodeaste el cuello con una trenza de dedos embalsamados en harina y azúcar hasta exprimir la última gota de sus ojos vacíos. Al cometer ese crimen, me condenaste a ni siquiera tener un nombre para grabarlo, aunque fuera con tiza, en esa piedra que marca la tumba donde yacen mis recuerdos sin retoñar dentro del útero seco de mi madre muerta.

59. El periplo de una lágrima

Ahora estoy sobre la duna de un desierto africano, exhausta. Nací en el instante en el que un niño soltó la mano de la mujer cuyo corazón, al encogerse, me impulsó hasta sus ojos. Me deslicé por su cara, su cuello, su pecho, su pierna, su tobillo, el asfalto, la alcantarilla, el cauce del río, el rayo de sol, el ascenso a la nube, a la ráfaga de aire. Así llegué aquí. En cualquier momento me diluiré en una partícula de polvo en suspensión de la arena, en el viento que me empujará hasta posarme cerca de un árbol amazónico. Entraré en su raíz, su tronco, sus ramas, sus hojas, la luz, el oxígeno que respirará la mujer que me creó.

 

 

58. Amante (Alberto Jesús Vargas)

Todas las noches su marido, después de cenar, se fusionaba con el sofá formando un cuerpo único que a los pocos minutos empezaba a roncar frente al televisor. Era entonces cuando ella encontraba su momento. Sacaba la libreta del cajón de los manteles y le escribía una carta a su amante imaginario, al que llamaba Luis. Le contaba cómo le había ido el día, sus pequeños conflictos domésticos, sus reflexiones y todas esas cosas que necesitaba compartir con alguien. Para terminar, firmaba con un corazón y rompía la carta en trocitos pequeños que escondía entre la basura. Quedaba para ella ese ejercicio de desahogo que tanto la ayudaba a reconstruir, en la medida de lo posible, las ruinas de mujer que llevaba dentro.

Asombrosamente, una mañana, mientras fregaba la taza del desayuno, se presentó Luis en la cocina sin previo aviso. Venía a proponerle que huyeran juntos para iniciar una nueva vida lejos del aburrimiento y la tristeza. Ella, sorprendida primero y halagada después, no tuvo más remedio que rechazarle. Tenía los garbanzos en remojo, la lavadora en marcha y una edad como para no volver a creer en promesas de felicidad.

57. Fue bonito mientras duró

Lolo solo había crecido durante unas semanas junto a Lalo cuando, de pronto, se quedó inmóvil y lentamente empezó a reducirse. Milímetro a milímetro se fue haciendo más pequeño y dejándole todo el hueco en la placenta a Lalo. Hasta que un día desapareció, se volvió evanescente. En la secuencia de ecografías de la semana dieciséis ya no quedaba rastro de Lolo, de modo que nadie se enteró de que había estado allí. Ni siquiera los técnicos sospecharon al ver en las de la semana veinticuatro que Lalo tenía la cabeza girada, como buscando, o caída hacia abajo y tapándose la cara con las manos, como se veía en las de la treinta y dos. Y tampoco al ver esa cara de infinita tristeza que se le quedó tras el parto.

56. Cuando fuimos héroes (Mar González)

Años viendo a los mayores del colegio organizar las fiestas y, por fin, llegaba nuestro turno. Todo en nuestras manos. Después posaremos para la orla de graduación, meteremos horas de repaso para la EBAU, llegará la universidad… pero, por unos días, seríamos héroes. Superhéroes. Ese era la temática acordada allá por el mes de septiembre y a la que fuimos sumando ideas.

El final de años compartiendo clases y vida. Mario, mi mejor amigo y yo, nos conocimos en esos patios con tres años. Y a Carlos y Miguel. También a Sofía… ¡Ay Sofía!… Olga, Alberto…

Entonces llegó la “nueva normalidad” de la mascarilla y las distancias. Las clases on line y la fiesta con disfraces, baile y pregón telemático. Cada uno con su pose, su frase y su habitación. Desde allí nos conectábamos cada noche y arreglábamos el mundo compartiendo música y sueños. Soñábamos con la universidad, con la libertad de la vida en Madrid, Salamanca… incluso Orlando. Pero, como la fiesta, nada es como nos habían contado.

Hoy he visto una imagen de Sofía en Instagram con un chico que no conozco y he recordado la foto que no nos hicimos: Superhéroes abrazando el futuro.

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