Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

55. GEMELAS (MVF)

La primera de ellas era una vieja conocida. Llegaba de improviso, como aquella primera vez que recogió junto a su hermana una paloma con las alas rotas. Entre las dos le buscaron un refugio en el árbol, pero los ojos del felino no dormían ni su olfato tampoco. A la mañana siguiente, de la paloma solo quedaban las plumas teñidas de rojo carmesí. Con los años, esa vieja conocida fue cogiendo confianza y entrando en su casa para llevarse la voz rota de la abuela, la mirada velada del abuelo  y seguir, sin piedad, como un tragadero de estrellas absorbiendo la vida, con su hermana también. Supo entonces que esa conocida, a la que el mundo llamaba tristeza, era ya todo lo que no podría compartir: la luz del sol resbalando en las montañas al atardecer, las confidencias a media noche, las risas sin causa ni por qué. Fue entonces cuando conoció a la segunda, que seguía la estela de la otra, como la esclava que recoge el vino que se vertió. La gente la llamaba nostalgia, aunque para ella era el vacío de los ojos mirando al infinito, el hueco de un cuerpo en su costado, lo que busca la mano al alargarse y no logra encontrar.

54. EL ORÁCULO (A. BARCELÓ)

Cayó dormido y nada más entrar en el mundo onírico se le apareció una figura humana. Su vestimenta impedía determinar su sexo y tampoco podía ver bien su cara. Lo que se distinguía perfectamente era el símbolo grabado en el interior de un medallón que descansaba sobre su pecho.

─¿Qué buscas? −preguntó.

─De un tiempo a esta parte, estoy triste y no entiendo por qué ─contestó sorprendiéndose a sí mismo.

─Debes enfrentarte a la prueba de fuego ─sentenció la mística aparición.

─¿En qué consiste esa prueba?

─No necesitas que yo te lo explique.

Se despertó de golpe, buscó la botella de whisky y se sirvió un trago largo que apuró de un sorbo. ¿Quién era el personaje de su sueño y por qué le pedía que analizase bien sus emociones y tratase de entender las de las personas que tenía a su alrededor? Encendió el ordenador, entró en Google y escribió en la barra de búsqueda: “tridente sobre alas de mariposa”.

53. ANGUSTIAS (Yolanda Nava)

Angustias viste un luto deslucido, comido por el sol hambriento del patio interior. Nadie en la finca sabe a quién se lo guarda pues llegó ya con él y ella es más de silencios que de dar explicaciones. Si te aventuras a preguntar cómo está, por toda respuesta lanza un suspiro largo que no cesa hasta que no se te mete bien adentro y te contagia su pena, que no por ser ajena duele menos.

La primera afectada fue Felicidad, la del primero, que estuvo sin pintarse las uñas ni ponerse tacones una semana. Después le tocó a doña Rufina, la portera, lloró durante tanto tiempo que la portería se le llenó de renacuajos diminutos, casi transparentes.

Al que más o al que menos le ha salpicado la pena de doña Angustias y cada uno la lleva como puede. A mí se me ha metido dentro al abrir para ventilar y llevo días sin salir, presa de malos augurios. Me ha telefoneado el vecino del quinto, dice que él tiene el remedio, que si quiero baja y me la quita. Le he instado a que pruebe antes con doña Angustias, los males hay que cortarlos de raíz.

52. SUSURROS

La primera apareció una tarde de abril, serena y majestuosa, volando entre los grandes edificios. A la mañana siguiente ya eran cinco. Y una semana después no bastaban las manos de una familia numerosa para contarlas. Lo cierto es que con las ballenas llegaron los cazadores, montados de dos en dos, en botes más ligeros que el aire.

Era un espectáculo bello y atroz verlos lanzar sus arpones que, sin herirlas, atravesaban a las ballenas de lado a lado, para clavarse en los muros de los rascacielos.

“Son fantasmas”, dijeron unos; “Son demonios”, ponderaron otros. Nada amilanó a los cazadores. Miles y miles de arpones convirtieron a los edificios en fabulosos alfileteros; hasta que cierto día uno de los cazadores surcó accidentalmente veinte pisos de abismo, para incorporarse al instante tan intacto como sus presas. Entonces alguien observó que el caído no poseía sombra… ni tampoco los demás cazadores ni las ballenas. Y paulatinamente, uno a una, todos desaparecieron.

Y otra tarde de abril, un cachalote blanco, plagado su cuerpo de sogas y heridas, voló por la inmensidad de la ciudad desierta, dejando caer a su paso gotas como baldes.

“Son lágrimas”, susurraba el viento.

51. Empatía (Miguel Ángel Molina)

«Debido a un arrollamiento los trenes con destino Móstoles-El Soto están sufriendo fuertes demoras». En cuanto la megafonía calla un lamento coral se apodera del andén. Ninguno es de pena. En la mente de los que esperan se repite la pregunta: ¿por qué los suicidas siempre eligen las peores horas?

Entre los viajeros unos lamentan que de nuevo llegarán tarde al trabajo, otros que quizás pierdan el tren que los lleva a ese viaje tanto tiempo deseado o que su cita se canse de esperar.

Debo ser el único que se acuerda de la persona que acaba de tirarse a las vías. Trato de imaginar cómo tuvo que levantarse hoy, si tuvo ganas de desayunar o salió en ayunas, si tenía familia o vivía solo y cómo de triste debía ser su existencia para dar ese paso. Medito sobre lo duro que es sobrevivir a esta vida llena de obligaciones y me pregunto si mañana, si por fin me decido, habrá alguien que piense en mí.

50 El último silencio. (Alfonso Carabias)

Desde la complicidad que me ofrecen estas cuatro paredes me he vuelto coleccionista de instantes, y cuando la consciencia me lo permite, camino entre mis recuerdos, reviviendo en ellos tan intensamente como puedo, para luego conservarlos y clasificarlos cuidadosamente.

Por las mañanas, durante las sesiones de quimio, me reencuentro con la niñez entre los pliegues de mis cicatrices, y cojo prestada un poco de esa energía desbordada en mi alocada existencia.

A la hora de la comida me llega el olor intenso de los guisos en cazuelas de barro, el sabor de la leche fresca, y me envuelvo del amor que mi madre ponía en todo lo que hacía en esa vieja cocina que nos dio de comer.

Pero mentiría si negase que mis recuerdos contigo son mi mayor tesoro.

Con la edad, y cuando el final del camino está cerca, las palabras se vuelven vacías, y son los silencios los que de verdad importan. Y tú silencio al cogerme la mano me lo dice todo.

Se que prometimos amarnos para siempre, y que irse primero quizá sea lo más fácil. Solo espero que puedas perdonarme, y yo a cambio te prometo vivir para siempre en tus recuerdos.

49 Nostalgia como una excursión (Manuela Balastegui)

Una rebanada de pan embadurnada con crema de cacao

dejaba manchones en la boca como una acuarela.

En el colegio la madre Amor impartía

sus clases de voleibol. Nosotras de chándal,

ella con hábito gris. El silbato blanco

colgaba de su cuello como una penitencia.

Ver que en la serie V los estraterrestres comían ratones vivos y

se rasgaban la piel de la cara como esdrújulas.

Reprimir la risa

en las líneas del cuaderno como colonia infantil.

Crecer en cada cumpleaños como una odisea.

Ruborizarse todavía con setenta años como una epopeya.

Buscarte en el espejo y

encontrarte en el reflejo como en el escondite.

48. Santos inocentes

Casi no salían del cortijo, pero les gustaba pasar de vez en cuando por delante de la librería del pueblo a pararse en el escaparate. Paco le decía a su cuñado que dejara de manchar el cristal con sus babas y que no fuera iluso de aprender a leer. «No les da, no les da», les solía repetir a menudo el señorito. Aquel día, Miguel, el librero, que siempre los veía desde el mostrador, salió invitándoles a entrar. Asustados, se descubrieron la cabeza mostrando pleitesía y pidiendo disculpas.

—No hay por qué darlas, ¿quieren pasar?

Huyeron de allí con el sentimiento de haber hecho algo malo y una vez en la finca, Paco le dijo que no volverían a pararse a mirar.

Esa tarde al cerrar la tienda, Miguel cogió un par de libros y se acercó al cortijo.

—Tranquilos, no tiene por qué enterarse el amo. Yo os enseñaré, será nuestro secreto.

Conforme pasaban los días, los nubarrones de tristeza que les sobrevolaban fueron desapareciendo cuando Paco aprendió a leer sus primeras palabras y Azarías, con su milana al hombro, enseñaba «los santos» de un libro a la niña chica.

 

47. La inclusa

Me despido de ellos con una sonrisa  y me voy al patio a jugar con los demás niños. Sé que nunca vendrán a buscarme, soy demasiado mayor. Elenita intenta disimular su alegría, aunque está contenta de que no me vaya. Doña Dolores, la cocinera,  me abraza, me recuerda que aquí está mi familia y me regala un caramelo de anís, de los que solo nos dan en domingo. El padre Ernesto, revolviéndome el pelo, me pone una estrella en la solapa de la chaqueta y me dice que hoy seré el encargado. Por la noche, Antoñito me presta su muñeco para que lo abrace mientras duermo y la hermana Mercedes me lee un cuento. Todos son muy buenos conmigo, pero la pena no se me pasa. 

 

46. Finis Terrae

El día que padre y madre nos dijeron que nos íbamos al fin del mundo pensamos que habían enloquecido, pero fue tal su insistencia que no tuvimos más remedio que acompañarles en tan fantástico viaje.

En el camino nos dejamos arrullar por el canto de las sirenas, volamos a lomos del ave Fénix, y el mismísimo Can Cerbero nos acompañó hasta lo más profundo de la tierra, donde supimos de todo lo acontecido desde el Big Bang hasta nuestros días. De vuelta a la superficie atravesamos un inmenso bosque y en los anillos de los árboles leímos cuanto el hombre había escrito. Al salir nos regalaron la rosa que había presidido durante tantos años el panteón familiar, siempre en flor. Con ella podríamos recordarles y conocer todo nuestro linaje hasta el origen de los tiempos. Y entonces se perdieron, cogidos de la mano, en una inmensidad de luz.

Después cada uno de nosotros siguió su camino, pero todos los años, cuando nos reunimos para honrarles, recordamos el amor que irradiaban sus sonrisas antes de desaparecer, ese mismo amor con el que nos acompañaron toda la vida e inculcaron lo poco que conocían. Un viaje que nunca olvidaremos.

45. Futuro imperfecto

Me presenté antes de la hora prevista, justo cuando la familia empezaba a comer el pollo asado con patatas fritas. Ni los padres ni la niña me habían invitado, y aunque tampoco me hicieron caso, porque ni siquiera sospechaban que hoy era día de visita, pude acomodarme entre ellos y observarlos con curiosidad.
Primero me fijé en el padre, que se estaba sirviendo una generosa copa de vino. Con la alegría que la vació y las veces que fue rellenándola no me costó nada comprender cómo acabaría en un par de años.
Luego en la madre, tan sonriente, tan risueña, tan feliz en esos momentos, que fue difícil imaginarla abatida, vacilante y sedada para que no pudiera arrastrarse al balcón o subir a la azotea.
Y después en la niña. Esperé hasta que el hueso de pollo se atravesó en su garganta tras un bocado de patatas fritas que casi ni había masticado. Enseguida comenzó a patalear desesperada, como suelen hacer los que todavía no quieren venir conmigo, y luego, en cuanto pudo verme, abrió mucho los ojos. Me la llevé de allí sin perder ni un segundo. No soporto a los padres cuando se ponen a gritar.

44. Kintsugi (Salva Terceño)

Hiroshi Nakata nació en Sendai pero pronto se mudaron a Kioto.

Cada vez que regresa vuelve a sentirse niño. Recuerda el día que rompió un jarrón. Su madre recogió los trozos y los pegó con oro, como si resucitara una vida.

Antes solía llevarla y repetía una y otra vez:

—Esta fue nuestra casa, Hiroshi.

Ahora está demasiado débil y Michiko dice que Sendai aburre a los niños.
La casa parece resistir, no como él. Desde que Michiko le dejó ha adelgazado y sonríe menos. Kaito ya sobrepasa su altura y suele acompañarle. Kenji nunca puede. Se llevan fatal. Algo se ha roto también entre ellos.
El día de su jubilación entró su jefe al despacho.

—¿Aún sigues aquí, Nakata? —dijo.

Esperaba una despedida más honorable. Le entristecen tantos cambios en su país, aunque nunca llora hasta llegar a casa.
Kaito trabaja mucho y, desde que se separó de Jin, necesita dejarle a Nori. No le importa que lo lleve a Sendai. Los paseos siempre terminan en su calle, ante la vieja casa agrietada.

—En esta casa vivía yo a tu edad, ¿sabes, Nori? —le dice.

Nori nota la mano del abuelo apretando la suya.

—Entonces no tenía tantas grietas.

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