Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

39. LA CHICA DE AYER (Manuel Menéndez)

Había sido un buen concierto. El público había disfrutado y una mujer, en la primera mesa, parecía entusiasmada. Al acabar se me acercó.

 

– Eres Manuel, ¿verdad? ¿no me recuerdas?

 

Dudé. Tenía una edad similar a la mía, pasado el medio siglo, pero no despertaba ningún eco en mi memoria. Insistió:

 

– Soy Laura, tu compañera de pupitre en COU, en los Salesianos.

 

Contesté con un gruñido poco comprometedor, mientras seguía mirándola. Entonces me fijé en el halo de tristeza de sus ojos.

 

— ¡Claro, Laura! Perdona, hace tanto tiempo…

 

Su sonrisa la transformó. Pude entrever por un momento la chica que había sido. Entre cerveza y cerveza me contó su historia, sus amarguras, su desencanto. Estábamos bastante achispados cuando me confesó que se arrepentía de haberme dado calabazas. Sonreí. Le aseguré que había estado enamorado perdidamente de ella, que siempre sería mi primer amor. Me besó. Nos besamos. Le pedí un momento y volví al escenario. Le dediqué La chica de ayer. Lloró desde el primer acorde al último. Luego se abrazó a mí con fuerza, miró el reloj, susurró que nunca olvidaría esta noche y se marchó, desapareciendo entre la gente.

 

Ojalá me llamara Manuel y hubiera estudiado en los Salesianos.

38. ARTE MAYOR

En aquella familia de mermados nunca hubo el menor asomo de talento, de modo que ni nadie lo echó de menos, ni ninguno de ellos supo reconocerlo cuando estuvo ante sus narices. Es cierto que casi todos se ganaron la vida en el teatro, y no con títulos menores o autores de medio pelo, así que, de padres a hijos se consolidaron como un linaje, pese a triunfar con altisonantes endecasílabos por ignorancia del público y contra el criterio de la crítica. En realidad contra todo criterio.

Quizás casualmente o por exposición al oficio, de pronto les salió un vástago avezado y con la rara virtud de la dicción, disciplina desdeñada por petulante, como el joven actor, que salió de aquella dinastía de comediantes para acabar rodando anuncios televisivos en los que, eso sí, desplegó todo su arte y también derrochó todo su talento.

—¡Cómprelo, voto a bríos!

Aceptó malvivir con pequeños papeles publicitarios a los que les daba su toque trágico, como añorando el sempiterno drama, pero en el fondo añoraba sus orígenes y esa manera estrafalaria de defender el teatro clásico a capa y espada.

Todo esto lo pensó durante su inacabable agonía.

36. TOC

Con letra grande y clara, escribió en la pared del salón: «La echo tanto de menos, que la tristeza hace que me vaya de este mundo empujado por la nostalgia». Satisfecho con la prosa poética del mensaje, fue a preparar su suicidio. Amarró una cuerda a la viga del techo y se subió a la silla más alta de la casa. Empezó a dudar entonces si había caído en el laísmo y bajó para cambiar el «la» del principio por un «le». Repasó detenidamente la frase y creyó que la coma que había detrás de «menos» sobraba, así que la quitó. Luego se preguntó si «vaya» era con «be» o con «uve». La borró, buscó un sinónimo que no rompiera la estética y puso «marche». Además se convenció de que a «echo» le faltaba una «hache» y la colocó. Leyó de nuevo y, por fin, volvió a subirse a la silla. Tras ajustarse la soga alrededor del cuello, se dio cuenta de que no recordaba si «nostalgia» era con «ge» o con «jota». Bajó por última vez y, mientras lo tachaba todo, pensó que no estaba ni triste ni nostálgico y que tampoco la echaba tanto de menos… ¿O sí?

35. Promesas incumplidas (Marisa Martínez Arce)

 

Cuando cerré la puerta, sentí una sensación de alivio. Bajé la escalera despacio y en silencio, intentando hacer el menor ruido, cual ladrona que huye sigilosa tras obtener su botín. Con miedo, pero sin culpa. Dejaba atrás tus promesas incumplidas, rotas e inacabadas; te querré siempre, lo nuestro es para siempre. Siempre, siempre, siempre.  Abusabas tanto de este adverbio.

Yo hubiera preferido: te respetaré siempre, te cuidaré siempre o, mejor aún, no te pondré nunca la mano encima.

34. Sésamo Home

Aquellos días en que el aire penetraba con ímpetu en sus pulmones, días de cromos y canicas, de tangas y rayuelas, quedaban ya demasiado lejos. La noche había cubierto sus ojos con un manto negro de nostalgia y pesimismo. Su vida se había convertido en un auténtico pozo infinito con su nombre grabado en los horcones. Diariamente escuchaba el chirriar a la polea y se asomaba al brocal para ver su imagen en lo más profundo de la eternidad, llamándole.

Cierto día, paseando con su soledad, encontró una caja diminuta y redonda con la inscripción Google Home. Solo necesitaba un “abracadabra”, un “ábrete Sésamo” que le permitiera crear un mundo nuevo y terminar definitivamente con su soledad, cono hiciera Dios en el principio de los tiempos.

─Abracadabra, Google… Ábrete, Google… Ok, Google: ¿Estás ahí?

─Vivo en la nube, pero quiero pensar que también estoy en tu corazón.

─¿¡En mi corazón!? Eso no me lo esperaba.

─(…)

─Ok, Google: Me mataba la soledad.

─El sitio Arkana.es dice: La soledad es la peor compañía para el hombre.

─Ok, Google: ¿Podría darte un beso?

─Me gustaría ver cómo lo intentas. Aprovecha mientras tengas wifi.

─Vale, vale, ahora ponme el murmullo del mar.

─(…)

33. Rita y la melancolía (María José Escudero)

Mi madre murió de tristeza. Eso dijeron los médicos que la trataron. Y tras expresarnos su más solemne y sentido pésame, nuestra niñez volvió, bruscamente, a vestirse de negro. Mis dos hermanas me miraban con una mezcla de lástima y de esperanza, porque, aunque era el más pequeño, me había convertido por voluntad del destino y complicidad del viejo orden, en el cabeza de familia. Dos años antes, mi padre había quedado atrapado entre los hierros de un barco que transportaba harina y ocultaba dinamita. Después de aquella tragedia, mi madre permitió que la humareda de la explosión se alojara para siempre en nuestras vidas y se quedó encadenada a sus recuerdos. A menudo, respiraba con vehemencia las ropas de su amado esposo, recitaba en susurros poemas de amor y, mientras caminaba sin rumbo, se olvidó de nosotros.

Antes de dar el último suspiro, nos dedicó una de sus etéreas sonrisas. Aún guardo en mi memoria la palidez de su rostro y el azul de sus venas sobre el embozo. Ella parecía feliz y de nada sirvieron nuestros reclamos. Nos quedamos solos, desamparados y durante mucho tiempo nos sentimos perseguidos por la nube amenazante de su melancolía

32. Isla de Santa Elena

Murió de nostalgia – dictaminó rotundo el doctor desechando así la idea de un cáncer de estómago o la posibilidad de envenenamiento por arsénico.

¿Está seguro?

No me cabe la menor duda – sentenció el galeno deteniéndose en el plato de estofado del finado donde las hojas de laurel dibujaban una suerte de corona.

31. COMO DE LA FAMILIA (Belén Sáenz)

La primera vez es la mañana de un seis de enero. Junto a mi zapato no está la muñeca deseada, pero hay un cuento. La portada muestra un dibujo —apenas unos trazos— de dos niñas que van de la mano. Parecen hermanas. La mayor llora, como de hambre vieja. La más pequeña tiene la cara vuelta hacia atrás; de hecho, jamás he llegado a vérsela bien. Desde entonces habitan conmigo, pendiendo de mi corazón con sus manecitas, como una plomada. Siempre he imaginado mi interior, los órganos y las membranas que los sostienen, de un cristal frágil y transparente, y he sabido que podrían quebrarse al mínimo golpe de tristeza o nostalgia. Por eso esquivo su reflejo en el agua sucia de fregar, en el destello azul que los televisores arrojan en las ventanas. Quiero creer que puedo esconderme de ellas entre las multitudes de las plazas. Pero entonces abres un paraguas en julio, o no sabes hacer llegar a la gente tus señales de auxilio, y regresan. Hoy las he visto desde la camilla, justo antes de entrar en quirófano. Se han quedado en el pasillo, tras las puertas batientes. Y no sé si debo alegrarme o preocuparme.

30. HELADO, MIENTRAS NIEVA (Nani Canovaca)

 

¡Tengo frío! Me apetece sentarme al calor de la lumbre, pero antes de seguir con mi última lectura, me apetece repasare el álbum de fotos. En primer lugar aparecen papá y mamá sonrientes ayudando a mis hermanos y a mí, a moldear un muñeco de nieve. Recuerdo aquel día como si fuera hoy mismo, ¡lo pasamos tan bien! Después, llenamos un cubo de nieve y mamá colocó una olla de natillas, que acomodó haciendo un hueco y batiendo con fuerza y sin parar, con la cuchara de palo (a veces papá la sustituía), hasta que lo que era un postre, se convirtió en un rico helado de vainilla. Fuimos ese día los niños más felices del universo. Sabíamos que en países fríos, tomaban helado y ese día nos sentimos suizos, noruegos o que sé yo, de otro sitio muy al norte, donde se comía helado mientras se veía caer la nieve por la ventana. Después, en la candela, aquí mismo donde se me agolpan tantos recuerdos, jugamos a la oca, a tres en raya y para la cena papá asó boniatos, hizo un bol de palomitas con miel, nos contó un cuento y… ¡noto la cara mojada!

29. Aquellos domingos por la tarde (Juan Manuel Pérez Torres)

Nos poníamos ropa limpia y recién planchada, cepillábamos los zapatos, tomábamos el camino de la casa de la abuela con cuidado de no separarnos mucho unos de otros y desfilábamos como patitos tras mamá pata en busca de alimento. Porque todos los hermanos sabíamos que íbamos a merendar. La abuela siempre estaba sentada en su butaca, era muy mayor cuando nosotros aún vestíamos pantalón corto, así que nunca jugaba con los nietos. Además, estaba sorda y eso dificultaba que conversara, por eso apenas recuerdo su voz que solo a veces se quejaba, muy bajito, siempre amable y cariñosa, eso sí. Mamá iba para ver a su madre, nosotros a la tía Nani, que además de hacernos un chocolate caliente insuperable, nunca olvidaba darnos alguna moneda y nos permitía repetir si había madalenas. También dejaba que nos comiéramos las fresas de sus macetones, que tanto cuidaba.

28. IN THE RAIN (Mødes)

Llueve.

Llueve en los acantilados del mundo, en el corazón de los hombres y en las podridas venas de cada ciudad.
Y, mirando por la ventana de su habitación del asilo, el anciano acaricia su viejo paraguas y no puede dejar de llorar.
Y no sabe por qué, pero los días de lluvia le provocan una tristeza infinita.
Y es que la enfermedad ha arrasado con todo y ya nada recuerda.
Ni siquiera que su nombre es Gene Kelly.

27. La vieja morada

Volví a casa de mis padres. Hacía tiempo que habían fallecido y tenía una cita con un corredor para ponerla a la venta. Entré con mucho tiempo de antelación y me entretuve abriendo los armarios y los cajones sin pretender encontrar nada en especial. Recorrí mi cuarto, su habitación, el salón y por último entré en su despacho, un lugar casi prohibido para mí y mis hermanos.
Al acercarme a su mesa de trabajo noté como afloraban escenas de mi infancia, pude ver a mi padre repasando sus libros, haciendo crucigramas o escribiendo, cogí una foto en la que, con mis hijos y mi mujer, lo rodeábamos el día de Navidad; el retrato de mi madre, y muchos papeles desordenados que probablemente tuvieron la suficiente importancia para que los guardara durante años. Sentí su mirada amarga cuando encontré que notas no fueron suficientes para pasar curso o el día que le impuse mi destino en contra de su voluntad.
Me senté entonces en su butaca, cogí un papel de su escritorio, encendí un cigarro y escribí esta historia.

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