Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

16. Música de playa

De vez en cuando acaricia la chapa identificativa y aparecen reflejos metálicos en la luz, que se cuela por la persiana a medio bajar.

Esos reflejos se mantienen, quizá algo desvaídos, y evocan un hospital de campaña perdido en mitad de Vietnam. Entonces no sabía ubicarlo en el mapa. Ahora tampoco.

La chapa parece brillar más y entonces él vuelve a su vida. Ataviado con su bañador rojo, subido en su silla de socorrista; desde donde oteaba el horizonte y vigilaba para que los ratos de playa fueran tranquilos. Sin ruidos de rotores de helicópteros que hacían que el reflejo de la guerra les devolviera a su cruda realidad. Haciéndoles cambiar el traje de baño por batas verdes de quirófano.

Su pelo se ha vuelto gris, sus manos ya no son ágiles. Tampoco su mente es lo que fue, mordaz y brillante como pocas. Los recuerdos están distorsionados, como la luz que entra por la persiana.

La vida con él, esos tiempos felices a pesar de la guerra y sus continuas discusiones, las canciones de las chicas en el club, solo son reflejos desgastados, que se deshacen como la arena de aquella playa entre sus manos temblorosas.

15. LAS CAÑAS SE TORNARON LANZAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Segundo de bachiller. Dirige el ensayo el hermano Felipe, el rechoncho fraile de tercero. El coro infantil a tres voces y tres filas canta con disciplina:

─Mi abuelito tenía un reloj…

─Parad, mal, mal, muy mal. De nuevo.

─Mi abuelito tenía… Mientras cantábamos lo del abuelito y el reloj, el fraile con el ceño fruncido agudizó el oído abocinándolo con la palma de su mano y fue recorriendo con atención las filas de cantores.

Yo me jactaba de tener buena voz. Mi abuela lo corroboraba. Me encantaba cantar a lo barítono en la ducha. Incluso un vecino músico me animaba a entrar en el coro de la parroquia.

Y un dedo índice, gordo con la uña cuadrada y limpia, se paró en la punta de mi nariz.

─ ¡Tú! ¡Fuera!

Rojo de vergüenza recogí mi voz y salí de la fila, del aula y del colegio, cabizbajo, como para entrar en un vagón destino a Mauthausen.

Camino de casa, rabioso, no dejé de tirar piedras al lecho vacío del canal de Deusto. No dije nada a mis padres. En mi época, esas cosas no se compartían y mis amigos del coro tampoco se chivaron.

Es que mis trinos se tornaron gallos.

14. Música de fondo (Javier Igarreta)

Al padre de Klaus, tan exacerbado en su melomanía como en otros asuntos menos defendibles, le hubiera gustado tener a su hijo de su lado. Klaus, duro de oído y poco amigo de los cantos de sirena, nunca llegaría a comulgar con sus ideas. Excepto con aquel empeño suyo de que escuchara el rumor del bosque y el latido de la tierra. La música de la naturaleza, que decía él.

A Klaus, la tragedia le pilló fuera. Intentó mantener una calculada tibieza, pero finalmente tuvo que asumir su cuota de riesgo. Entretanto, su padre, tras cumplir celosamente con su deber, había muerto solo. Bueno, con su inseparable Wagner.

Klaus se estableció de nuevo en el pueblo para ordenar su vida. Volvió al viejo robledal y encontró la clave para sus enigmáticas tallas, aquella musicalidad que tanto alabaría la crítica. Hasta pudo esculpir en aquella roca del alto, un sueño acariciado casi desde niño. En realidad, un secreto homenaje a su padre.

A veces, se acerca con pena hasta su deteriorada escultura. Cada cual ve lo que proyecta, aunque muchos se encogen de hombros. Klaus mira lloroso, intentando descubrir entre los graffitis, su “Cabalgata de las Walkirias”.

13. BALADA TRISTE DE REALIDAD

La vida languidece para un compositor cuyos dedos se retuercen como ramas de parra por culpa de la artrosis. Escuchar obras grabadas no es consuelo cuando uno ha conseguido interpretar al piano piezas capaces de acariciar los oídos de los melómanos más exigentes en los mejores auditorios del mundo. Pulsa el botón off y busca un buen poemario, versos y estrofas que con su cadencia y musicalidad consigan acompasar los arrítmicos latidos de su cansado corazón. De fondo, se filtra por la ventana entreabierta una interpretación magistral de su aria favorita.

─Mercedes ─grita a su ama de llaves─, hay alguien cantando en el salón.

─¿Le molesta? Es la nueva chica de la limpieza.

─Dígale que venga, por favor, quisiera conocerla.

Todo en ella es armonía: el pelo, rubias cuerdas de arpa; los dientes, blancas teclas de piano; la silueta de violín y la voz…

─¿Cómo te llamas?

─Elisa ─miente, a sabiendas de que él es devoto de Beethoven.

Los ojos del músico se iluminan. Su plan funciona, acaba de obtener una audición imposible. Ella tiene la formación y el talento necesarios, pero eso no es suficiente para triunfar. Ahora, tendrá que convencerlo para que se convierta en su mentor.

12. Play, again

Play, again.

Play, para que ese violín, una vez más, me acompañe mientras juego con su imagen adentrándose con cautela en la bañera. Otorgándole a su cuerpo los minutos precisos de adaptación a un agua, quizá, demasiado caliente. Hasta que alcanza, por fin, esa inmersión total. Cabeza bajo la espuma, ecos de antiguos silencios intrauterinos.

Su espacio amniótico de libertad.

Play, again.

La misma música, el mismo violín, las mismas notas repetidas. Sigo jugando con la mecánica inconsciente de su mano hacia las sales de baño. Agua impura que será teñida de verde esmeralda sobre un mágico lago sin tiempo. Cierro los ojos.

También ella los tiene cerrados. Solo que yo buceo por esta hipnótica canción y ella flota por su hipnótico baño.

Play, again.

Y lloro. Lloro porque todo está roto. Porque ya solo me queda esta maldita melodía para recomponer, una y otra vez, el falso puzle de mis recuerdos. Porque ella se fue.

Se fue. Y ya no existe espuma que inunde mi desasosiego.

Play, again.

 

 

Leer mientras suena:

Shigeru Umebayashi – Yumeji’s Theme (In The Mood for Love)

11. Nuevos tiempos (Marisa Martínez Arce)

 

Mis primeros recuerdos se remontan a la melodía que tarareaba mi madre meciendo mi cuna, cuando lloraba sin consuelo. Desde entonces la vida me ha puesto muchas zancadillas, como una grave enfermedad que pude superar. A todos, antes o después nos sucede lo mismo, solo que con algunos, como fue mi caso, se cebó con ganas. En casa la música lo presidia todo. Hijo de una concertista de piano y de un director y compositor de prestigio como era mi padre, no podía ser de otra manera. Pese a todo, no fui un niño rebelde que harto de esta profesión decide hacerse profesor de matemáticas. No, seguí la tradición familiar, pues también lo era todo para mí. Había crecido con Brahms, Chopin, Rachmanínoff… Cursé el grado superior en el conservatorio y me gradué en percusión. A mis padres esta elección les molestó un poco, ellos eran más clásicos, pero me apoyaron. Acudieron emocionados a mi primer concierto. Salí al escenario y anunciaron: «Señoras, señores con ustedes RG el mejor beatboxing del país». Desde allí pude ver su cara de sorpresa, pero también, como aplaudían orgullosos tras mi actuación comentando con unos y otros «es nuestro hijo»

09. Don´t worry

Estoy cansada del sonido del despertador. Del tintineo de la cucharilla al remover el azúcar con el café. Del ruido que hacen las gotas de agua al caer en la ducha. De la sinfonía de bocinas y el runrún de motores en los atascos de tráfico. De los teléfonos sonando cuando entro en la oficina. Del estallido de voces de los compañeros. Incluso del susurro efervescente que hace el paracetamol al disolverse. Estoy harta del bullicio del bar a mediodía. Del silbido del hervidor para el té de las cinco. No soporto el crujido del ascensor cuando vuelvo a casa. Ni el chirrido de la puerta al abrirse. Pero disfruto con el retintín melódico que hacen los cubitos de hielo al agitar la ginebra con la tónica. Y no me canso de escuchar nuestra canción preferida. Tampoco de volver a leer la nota que me dejaste, donde decías ¨nos vemos en el otro lado, sé feliz¨.

08. ASESINATO EN DO BEMOL

Odiaba la música, odiaba la alegría y, por encima de todo, odiaba a sus alumnos.
“Hay tres cosas que jamás debéis olvidar”, les vociferaba. La música es el mayor veneno que existe, Beethoven era un sordo depravado y como oiga a alguien silbar lo expulso para siempre de la clase.
En secreto, los jóvenes se reunían con otros más mayores en una habitación escondida del colegio donde disfrutaban de las delicias del barroco, del contrapunto, de la ópera, cantatas y sinfonías.
Pero se enteró. Los pilló en plena reunión. Armó la de San Quintín. Los amenazó con el dedo enhiesto, la barba vibrante, gritos estentóreos.
Huyeron todos. Se quedó solo vociferando.
De pronto, de las partituras surgieron varios pentagramas que cerraron puerta y ventanas. Dos claves de sol se lanzaron sobre su cuello apretándolo. Innumerables corcheas, fusas y semifusas le sujetaron brazos y piernas, tumbándolo. Los silencios le taparon los ojos mientras un par de compases tres por cuatro y varios sostenidos le cortaban la respiración.
Cuando el do bemol se introdujo por su boca y rasgó sus cuerdas vocales surgió un fino alarido precursor de su último estertor.
Las Cuatro Estaciones de Vivaldi envolvían la definitiva escena.

07. EFECTO DOPPLER (Mercedes Marín del Valle)

Pocos días antes había decidido que la televisión, mentirosa oficial, fuera silenciada para siempre. El movimiento desengrasado de las aspas del ventilador y el runrún extenuante del aparato de aire acondicionado, marcaron desde entonces el ritmo de los días. La mosca de diario, se vio envuelta en un sopor húmedo y espeso que cegó su vuelo, precipitándola hacia una muerte prematura.
A eso de las cinco, la mecedora de tela gastada, detuvo su vaivén coincidiendo con el momento en que un coro de ángeles irrumpía en la tarde de calima africana.
El pequeño trompetista, descalzo y con las alas sudorosas, insufló al instrumento todo el aire de sus pequeños pulmones, marcando de ese modo el comienzo del prodigio.
El perro de ojos azules, fue el primero en presentir que aquella melodía solo podía proceder del cielo y que, un fenómeno sobrenatural auguraba un cambio esperado, en el devenir de los tiempos. Corrió hacia la mecedora y de un salto conquistó el regazo de la mujer que, sonriendo, dio gracias a Dios por escuchar sus plegarias. Se levantó y olfateó el aire. Por cada nota ejecutada, se abrió una ventana. Por cada melodía concluida, una ciudad recuperó su vida.

06. Todo para él

No sabía que haría si le pasaba algo, era todo lo que tenía, eso sí que fue amor a primera vista. Aquella tarde la vio en la tienda y desde entonces no se habían separado. No podía imaginar no poder acariciarla más, ni oler su aroma o escucharla hasta en sus silencios…
Ahora estaba asustado, en esa espera que se le estaba haciendo eterna.
La puerta se abrió bruscamente y allí sonriente apareció el lutier con su amada en brazos.
– Tranquilo, la he podido reparar a tiempo, suena como siempre.
Dijo, depositándo la Viola en sus manos.
Pero se equivocaba , cuando allí mismo la cogió en sus brazos y tocó una melodía , todos se quedaron sin aliento, el Amor se hizo música.

 

05. ABAJO Y ARRIBA (Ángel Saiz Mora –EdH 2020-)

Estuve en el infierno. Fui uno de sus sicarios. No era un destino agradable, pero allí me encontraba seguro, alejado del frente. Solo debía esperar a que terminase la guerra para reincorporarme a mi pasión.
A pesar de su aspecto demacrado y el uniforme de rayas reconocí al gran David Berenstein. Empeñado en preservar su vida, pude convencer a mis superiores para organizar una pequeña orquesta de prisioneros, algo habitual en otros campos. Sus interpretaciones acompañaban a niños y ancianos, no aptos para trabajar, mientras les conducían a lo que pensaban que eran duchas. Aquel sonido divino casi hacía olvidar el olor que pronto inundaba todo. Personas capaces de crear tanta belleza no merecían ser aniquiladas.
Un impetuoso oficial de las SS recién llegado, para hacer méritos y en un golpe de autoridad, disparó sobre David con su arma corta. Horrorizado, puse la mía de inmediato sobre esa frente fanática. Aunque no llegué a apretar el gatillo, mi gesto se consideró alta traición.
Todo sucedió muy deprisa: las detonaciones de los fusiles, el dolor intenso. Cuando volví a escuchar el violín de Berenstein supe que aquello solo podía ser el cielo.

04. OCTABAJO

Se había quedado dormido con los sonidos que más amaba en el mundo. Los lamentos agudos del violín, las nostálgicas cadencias de la viola y los profundos tonos del violoncello. Hasta el bronco contrabajo, marcando toscamente los ‘tempos’, le gustaba.

La pequeña orquesta parecía ir alejándose mientras el sueño se apoderaba, lentamente, de su cerebro. Hasta que, al fin, se hizo el silencio.

Cuando se despertó y, aterido de frío dentro de su raída manta, echó a andar para salir de la abandonada nave que era su hogar, sólo retumbaba en su cabeza el tenebroso y grave sonido del octabajo, ese gigantesco y terrorífico hermano mayor de sus amados instrumentos de cuerda.

Atravesó la incipiente luz del día sin saber si alcanzaría a vivir otra noche tan bella.

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